Hay como una magia mística en lo que uno escribe,
Pepo siempre me lo advierte. Yo le digo que son imaginaciones suyas, pero reconozco que cuando decidí titular un post «Buen rollo», era como si ya me estuviera preparando para otro que inevitablemente tendría que venir después y que se titularía «Mal rollo». No, por nada, porque sí, porque el universo así lo exige.
Lo que no imaginaba es que sería tan rápido.
La clausura de las jornadas UCMCOMIC esta mañana en la Complutense empezó con una mesa redonda sobre la divulgación del cómic en la que, moderados por Pedro Toro, participaron Óscar Palmer, Christian Osuna, Gustavo Montes y Alberto García. Aunque menos explosiva que la del miércoles protagonizada por autores, la reunión dio lugar a que se suscitaran algunos temas interesantes, tanto en referencia a la inserción del cómic en la educación y los programas universitarios, donde Montes tiene experiencia como profesor de una asignatura centrada en las narraciones gráficas, como sobre su tratamiento en los medios, en bibliotecas y en internet. A mí, personalmente, me sirvió para confirmar algo que he percibido durante toda esta semana (en mayor grado todavía en la charla del miércoles, aunque sea aquí donde lo mencione): cómo la irrupción novela gráfica ha sembrado la desconfianza y la confusión entre los que nos dedicamos a esto, y cómo no sabemos todavía muy bien cómo interpretar y manejar el término (o el concepto). Me lo tomo como una buena noticia, o al menos un augurio favorable para mi libro.
El segundo acto del día fue una conferencia impartida por Francisco Reyes, profesor de la Complutense especializado en hip hop, con el título «Los superhéroes en España. Colecciones pioneras».
Y aquí se concentra el mal rollo del título.
Acudí ilusionado por escuchar a alguien conocedor de las colecciones de superhéroes publicadas en España en los años 40 a 60, algunas de cuyas portadas -y poco más- he visto asomar en ocasiones en recopilaciones de tebeos antiguos o en el blog de
Joan Navarro. Y si la charla no iba de eso, sentía curiosidad por saber de qué trataría.
El caso es que no trató de nada.
A lo largo de mi vida me he tragado unas cuantas charlas vergonzosas, y sobre todo estos últimos años, pero creo que ésta las gana a todas. Reyes se dedicó a ir pasando un Power Point plagado de portadas de comic books americanos de los años 40 y 50, seguidos de portadas de tebeos de Vértice, Surco, Bruguera y Forum, nombrando al superhéroe que aparecía en dicho tebeo y acompañando en ocasiones la imagen de datos irrelevantes o, con mucha frecuencia, erróneos. Ahora mismo me vienen a la cabeza informaciones tan clamorosas como decir que en 1956 DC estaba en su edad de oro gracias a la Liga de la Justicia (la cual no aparece hasta 1960, añado el dato de mi cosecha para aquellos de nuestros lectores que no tengan la wikipedia instalada en el ordenador, como el profesor Reyes) y perlas de este calibre. Que no eran "errores" o "deslices" (ya sabemos que a veces a uno se le va una fecha o un nombre de la cabeza cuando está hablando), porque el discurso revelaba el desconocimiento absoluto del ponente sobre el tema que estaba tratando. Uno de los grandes daños que ha causado internet es que cualquier ignorante se puede montar un Power Point de 200 imágenes bajadas de
tebeosfera (con su marca de agua incluida) y otros sitios y exhibirlo ante su público sin necesidad de saber ni lo que está mirando. Antes, normalmente para acceder a las imágenes uno tenía que tenerlas en casa, en cómics originales o al menos reproducidas en libros que se suponía que uno había comprado y leído porque tenía interés.
Además de la desinformación total de la que hizo gala, Reyes exhibió una falta de discurso preocupante en un profesor universitario. Incapaz de hilar ninguna idea, de juntar dos frases con sentido o de hacer alguna observación que fuera más allá del chistecillo fácil sobre los poderes o la apariencia de los personajes sobre los que estaba hablando, a los cuales se tomó a guasa en todo momento. Y esto tal vez fuera lo más grave.
La actitud.
Porque uno no se puede presentar ante un público con tal falta de respeto hacia quienes van a dedicarle un rato a oírle, hacia sus alumnos, hacia el material que está tratando y, en última instancia, hacia sí mismo. A lo largo de esta semana he tenido ocasión de escuchar muchas presentaciones. Algunos de los ponentes lo han hecho mejor y otros lo han hecho peor, algunos tienen más lucidez, más facilidad de palabra, más experiencia, más viveza y más conocimientos, y otros menos. Pero todos, absolutamente todos, han mostrado un enorme entusiasmo por lo que estaban haciendo, un inmenso deseo de agradar, de comunicarse y de aportar algo en la medida de sus capacidades. Todos, digo, han respetado a su público, a su tema y a sí mismos.
Y eso es lo mínimo que se puede pedir.
Y en esta conferencia no se han cumplido los mínimos.
No es de recibo que en una jornadas universitarias, en el salón de actos de la Complutense, un profesor de esa misma casa se ría constantemente de lo que está contando y diga varias veces que no entiende qué hace allí y que le parece muy raro estar hablando de «esas cosas» en la universidad y en el salón de actos. No es de recibo que, aburrido por su propia ineptitud, vaya preguntando cada poco tiempo si falta mucho y diga que «ya queda poco» y «venga, vamos corriendo ya», suspirando con agotamiento, como si aquello fuera tan insoportablemente tedioso para él como, de hecho, lo estaba siendo para nosotros.
Después de una semana de tan buenas sensaciones, después de escuchar inmediatamente antes a Óscar, Christian, Gustavo y Alberto insistir en la importancia de la divulgación del cómic, esto fue un bajonazo gordo. Sí, ya sé que en la universidad no todos los profesores son como era Juan Antonio Ramírez. He tenido ocasión de conocer a muchos, y de todo tipo y pelaje, así que no es una sorpresa, y por tanto tampoco hay que creerse que la universidad es un sacrosanto recinto de venerables sabios. Pero me pregunto si uno se puede presentar con tanta desfachatez para hablar de un tema del que lo desconoce todo, y además con esa indolencia, en unas jornadas de literatura, de arte o de cine, sin peligro de que lo echen a patadas.
En fin, creo que me alargo demasiado sobre un punto negro que no emborrona el conjunto de este pedazo de semana, así que voy a cortar ya. Andrés y Daniel han demostrado un nivel, calidad y gusto tan extraordinario como organizadores que tendré que suponer que esta charla ha sido el peaje administrativo que han tenido que pagar. Ya sabemos cómo son las cosas en los pasillos de la uni.
Si hubiera necesitado buscar un ejemplo que sirviera de contraste para explicar qué había sido lo peor de la charla del profesor Reyes, me habría bastado con esperarme a escuchar a Nacho Vigalondo, que cerró las jornadas con una intervención titulada «Cuando desperté, Mark Millar estaba allí».
Vigalondo no es ningún erudito, ni falta que le hace. Inició la charla avisando de que nada de lo que dijera tendría ningún valor académico: él era un fan y como tal se presentaba ante nosotros.
Con esas palabras, una vez más, Vigalondo demostraba su lucidez.
Esa puesta en escena, en lugar de descalificarle, le recalificaba. Porque los fans también forman parte de la «institución cómic». El cómic lo hacen autores, editores, distribuidores y también lectores. Todos participan en la misma medida en el medio, y esa visión de fan también tenía, por tanto, su lugar en estas jornadas, un lugar que Vigalondo se ocuparía de reivindicar sin complejos.
Como decía más arriba, la documentación no es tan importante. Vigalondo se había leído los tebeos de los que hablaba, y había reflexionado sobre ellos. Con eso basta, no hay mejor documentación que hablar de algo de primera mano.
Además, la charla de Vigalondo mostró un discurso. Allí había alguien que tenía algo que decir y que sabía decirlo. Importa poco si es o no académico, es
algo y merece la pena oírlo. Es honesto, es digno, es merecedor de respeto. Y para que conste, normalmente considero que Vigalondo suele tener intuiciones geniales sobre el funcionamiento de los medios y las narraciones. Más de una vez me he encontrado en
su blog con explicaciones nítidas y convincentes de cuestiones en las que pensadores profesionales se han enfangado en libros académicos.
Por último, si en algo brilló Vigalondo fue en el tercer elemento fundamental de toda charla: la actitud. Entrega total, pasión absoluta, comunicación directa con el público. Es cierto que yo ya estoy algo talludito para que las exhortaciones tipo «lefa» y «polla» me hagan desternillarme, pero comprendo que Vigalondo supo usarlas con inteligencia como herramientas para manipular (en el buen sentido de la palabra) a su público mayoritariamente juvenil. Básicamente, vimos a un narrador en acción.
Y a una persona que respetaba al público que tenía delante, a la materia que estaba tratando y que, de esa manera, se ganó mi respeto.
A pesar de que nos dieran las tres y estuviera muriéndome de hambre.
Me parece increíble que cuando nos fuéramos empezaran a hacer el examen del curso. Espartanos todos.
Gracias, Nacho Vigalondo, por dejarme ese buen sabor de boca al final de unas jornadas tan cojonudas.
Gracias a Daniel y Andrés por currarse esto.
Y gracias a todos los estudiantes que estuvisteis allí animando a estos fatigados viejunos del cómic a seguir adelante.