
Sirva como testimonio de la portentosa talla artística de Crumb que él también se ha convertido en un adjetivo en vida. Y aunque suene a blasfemia, casi podemos decir que Kafka es un escritor «muy crumbiano». Claro que, ¿utilizaríamos ese adjetivo si su nombre hubiese sido Smith o Johnson o Williams?
Ah, el destino incognoscible, y lo escribimos como más nos conviene...
Lo cierto es que este libro de Crumb, que ha tardado tres años en llegar hasta nosotros (en la estela del exitazo del posterior Génesis) pone de manifiesto esta portentosa talla artística de la que hablaba antes, ya que Crumb hace suyo un autor y un tema ajenos (y tan fuertes como Kafka, ni más ni menos), y además trabajando sobre el texto de otra persona. Es curioso cómo en obras aparentemente de encargo, o más alejadas de su universo personal, es cuando Crumb se revela más insobornablemente personal y más autoral: siempre encuentra el hilo de conexión con su propio mundo. Y es precisamente en estas obras en las que se nos revelan mejor las obsesiones más privadas (y dolorosas) de Crumb, que otras veces quedan camufladas entre los fuegos de artificio de sus farsas de chicas culonas y piernas recias. Tanto el Génesis como este Kafka son retratos asfixiantemente disfuncionales de la institución familiar y de la tribu. Las visiones del marginado, podríamos decir.
Y si esto es así, y si Kafka es un apasionante viaje por el reino del dibujo, una obra maestra de la caricatura contemporánea, ¿entonces por qué sentimos cierto complejo al rastrear semejante obraza en lo que no deja de ser un simple libro de introducción básica a Kafka? Es decir: ¿no hay cierta descompensación entre la categoría artística del dibujo de Crumb y el resultado final del libro en el que se ha publicado? No quisiera que se me malintepretase: el texto de Zane Mairowitz está muy bien escrito, es muy ameno e informativo, y se lee con gusto y provecho. Pero no deja de ser un Kafka para principantes, un libro divulgativo de calado muy menor, que difícilmente merece como tal el reconocimiento cultural que sí merece el trabajo de Crumb en este mismo volumen.
Y creo que este «complejo», esta sensación de inferioridad nace de un pecado original del cómic que todavía estamos lejos de superar. Por el mero hecho de aparecer publicado como libro, lo juzgamos como libro, y como libro, nos parece insuficiente, o al menos banal.
Por supuesto, sería muy distinto si este Kafka fuese un documental sobre el escritor checo. Aunque incluyera menos información y menos rigurosa que el texto de Zane Mairowitz, a nadie se le ocurriría despreciarlo en comparación con los más sesudos estudios literarios sobre Kafka. Se aceptaría como película, como documental, y se le juzgaría en esos términos. Nadie pensaría que está simplificando Kafka. Simplemente, el cine es así, son sus herramientas.
De hecho, en Historia del Arte más de una vez me pusieron algún documental en clase: sobre Cellini, sobre Goya o sobre los neandertales. A nadie se le ocurría pensar que aquello sustituía a los sesudos estudios sobre Cellini, Goya o los neandertales que doblegaban las baldas de la biblioteca. Pero se ofrecían por su valor divulgativo, y en eso se valoraban.
Dudo mucho, sin embargo, que en ninguna universidad se sugiera estudiar a Kafka partiendo de este volumen.
Y es una lástima, porque es una excelente introducción. Pero... hay libros mejores, si es que vas en serio.
Claro que, ¿y si consideramos que Kafka no es un libro? ¿Y si consideramos que Kafka es un cómic, y que por tanto hay que juzgarlo de acuerdo a un criterio distinto del que usaríamos para un ensayo literario? Porque no es mejor ni peor, sino, simplemente, otra cosa.
A lo que voy, finalmente, y para no aturdir(me) más es a que una de las grandes batallas a librar en los próximos años es ésta: la de reconocer el cómic como tal, y no como una forma híbrida, bastarda o degenerada. Y esto se ha de conseguir con la propia producción de obras que pongan en cuestión esos planteamientos, pero también con una toma de conciencia por parte de quienes escribimos sobre cómic de que las fronteras formales del cómic son borrosas y mutables. Podemos juzgar Kafka como un libro ilustrado que incluye historietas, y no estaremos entendiendo nada y le estaremos haciendo un pobre servicio a la obra. O podemos entender Kafka como un cómic -o una novela gráfica- que hace uso de la prosa como herramienta, pero que se ha de leer y entender como un cómic en su conjunto.
Y entonces, no podremos decir que es inferior o más simple que los textos que atormentan a los estudiantes de Filología en nuestras universidades.
Sólo distinto.