Bueno, supongo que algunos pensarían que ya me había retirado,
como el otro, pero no es cierto del todo, se siente. Sí, a veces me retiran forzosa y ocasionalmente las circunstancias, pero este blog paga demasiado bien como para que me pueda permitir dejarlo. Y, aunque no escriba mucho, leo. Leo tebeos. A montones. Al fin y al cabo, tenía un atasco atrasado de cuatro meses, y en otras tres semanas de regreso en Madrid no ha hecho más que aumentar. Me he tragado de todo, sin filtro y sin orden, lo mismo el
Spider-Man: Fever (Marvel) de Brendan McCarthy que el
¡Pintor! (Sinsentido) de Esteban Hernández; el
Batman: Detective Comics (Planeta-DeAgostini) de Ed Brubaker, Tommy Castillo y Patrick Zircher y el
Kitaro volumen 1 (Astiberri) de Shigeru Mizuki; el
Ideas de bombero (La Cúpula) de Sebas Martín y
El invierno del dibujante (Astiberri) de Paco Roca. Entre (muchos) otros. Pero no voy a escribir de todo ello, no, tranquilos. Sólo de algunas cosas. Porque todo sería demasiado. Es demasiado para leerlo (lo juro), y es demasiado para escribirlo.
Porque bueno, se va uno un tiempo, y a la vuelta ve las cosas con un poco más de perspectiva, y alucina bastante. Estas montañas de tebeos TAN BUENOS y TAN BIEN EDITADOS. Que sí, que parezco Feliciano, pero joder, es que a veces se oyen tantas quejas que creo que no nos damos cuenta del momento que estamos viviendo. El momento general, desde hace algún tiempo, y los picos concretos de ese momento. 2010, por ejemplo. Menudo añito:
novela gráfica nueva de Clowes (¡primera obra importante desde hace seis años!), obra nueva de Burns (¡el tomo de
Agujero negro se había publicado en 2005!),
Palookaville nuevo (ni me acuerdo de cuándo había salido el último) y luego, los que nunca fallan (los Bros. y El Gran Cerebro Extraterrestre de Chicago) que acuden a la cita sin falta. Y esto cuando todavía no se habían enfriado el
Notas al pie de Gaza de Sacco y el
Génesis de Crumb. En fin, que esto no pasa todos los años...
Del taquito de Gran Reserva, lo primero que me tragué fue el Love and Rockets: New Stories número 3 (Fantagraphics; los Bros siguen siendo fieles). Porque sí, porque me apetecía, porque no puedo tener en las manos un tebeo de los Hernandez y NO leerlo. Y bueno, también porque tenía cuentas que ajustar con ellos, sobre todo con Jaime.
Gilbert se marca otra de sus extrañas fantasías de serie B (en esta ocasión de ciencia-ficción) con ínfulas de metalenguaje. La cosa arranca bien y hasta muy bien, cosa que para mí tampoco es novedad en el Beto último. Ideas no le faltan. Otra cosa es qué hace con ellas. En «Scarlet By Starlight» y su continuación, «Killer * Sad Girl * Star», vuelve a autosabotearse, como parece que tanto le gusta hacer últimamente. Destruye literal y figuradamente a sus personajes y sus historias con finales rabiosos, zafios, frustrantes y frustrados. Parece que se cansara antes de llegar al final y rompiera el juguete en un ataque de ira. Claro, ya sabemos que un fracaso de Gilbert sigue siendo más interesante que una docena de éxitos de otros, pero leches, da un poco de rabia. Gilbert se está poniendo en una posición en la que necesita dar un puñetazo en la mesa, y por cierto, cuando ya se haya secado la página que acaba de entintar.
Ahora bien, Jaime, ay amigo, Jaime es otro rollo. Las cuentas que tenía que ajustar con Jaime vienen de
la larga historia seudosuperheroica que se marcó en los dos primeros números de la nueva
Love and Rockets, y que me pareció de lo más flojito que ha hecho Mister X en siglos. Eso no podía ser y, como cuando pierdes un partido por goleada y necesitas jugar el siguiente partido cuanto antes, necesitaba otra ración de Jaime para quitarme el mal sabor de boca. En «The Love Bunglers»/«Browntown», la historia incluida en este nº 3, el Gran Jaime vuelve por sus fueros. Incluso diría que llega a sitios donde no había llegado antes, si es que eso es posible en uno de los mejores dibujantes de la historia que ya lleva más de 30 años de carrera. Es curioso cómo, cuanto más envejecen los personajes de
Locas, más sabemos de su infancia. Jaime llega a niveles de sutileza extremos en su dominio del lenguaje y del ritmo, y sólo lamento que al final se haya dejado llevar por la obviedad un poquito más de lo que hubiera sido perfecto, al menos para mi gusto. En todo caso, lo que hace en este número de
Love and Rockets es cómic de máximo nivel, y para mí, uno de las que entrarían en el reducido grupo de las aspirantes a segunda mejor historieta del año. ENORME.
Por X'ed Out (Pantheon), El Esperado Regreso de Charles Burns, sentía una curiosidad casi malsana. A Burns lo adoro desde el principio, y con Agujero negro tuve la sensación de que había llegado a su cima personal. Que haya tardado tanto en hacer la continuación de aquello es uno de los signos evidentes de que, efectivamente, Agujero negro podría ser su obra definitiva, la que le había agotado y en la que había contado todo lo que tenía que contar con todas las habilidades que ha sido capaz de desarrollar como historietista. Entonces, ¿qué hacer cuando ya has hecho eso? ¿Cómo sería el nuevo Charles Burns post-Burns?
Bueno, pues que sigue siendo perturbador, inquietante y todo eso, ya lo sabemos, no hace falta repetirlo. Eso, al menos, nos lo esperábamos. Lo que está claro es que, efectivamente, el Burns actual ya es un autor maduro y en perfecto dominio de sus herramientas, y que ya sabe exactamente cómo hace tebeos Charles Burns. Se puede quitar de encima muchas ansiedades formales y concentrarse en otro tipo de ansiedades. Por ejemplo, me resulta curioso cómo Burns, como Hergé, parece fascinado por el arte contemporáneo, y especialmente por lo abstracto. La mayoría de las opiniones que he leído sobre X'ed Out mencionan las «citas» a Hergé -la portada y el formato- como anecdóticas, y tal vez poner tan a la vista el Gran Fetiche haya evitado que se busquen conexiones más profundas entre el belga y el norteamericano. ¿Acaso no es natural que dos autores de pulsión psicoanalítica tan intensa y tan rígida quieran perderse en el mar de las formas amorfas orgánicas?
Seth, por su parte, tenía un papelón con el nuevo Palookaville (Drawn & Quarterly) y la recuperación de «Clyde Fans» después de tanto tiempo. En cierta manera, parece que todos estos héroes del viejo «cómic alternativo» estén pasando una reválida ahora, cuando por fin han ganado la batalla y han sido ungidos como novelistas gráficos. Cuidado, que no es lo mismo subir que mantenerse. En fin, a lo que iba: Seth. Llevaba siglos sin sacar su comic book y ahora que quiere ya no puede hacerlo, ya se le ha pasado el arroz al formato y tiene que ser «comic book-novela gráfica». Lo primero interesante del Palookaville 20, entonces, está en el texto introductorio del autor reflexionando sobre los cambios de formato que se han dado en los diez últimos años. Merece la pena leerlo. Luego, «Clyde Fans» parte 4.
A mí «Clyde Fans» nunca me ha parecido la bomba, precisamente, pero en el momento actual creo que resulta más que evidente que es un peso muerto que haría bien en abandonar, pero que equivocadamente se empeña en continuar, sin duda por «no defraudar» a sus lectores. Sin embargo, es obvio que esta historia se ha quedado vieja y está superada, tanto en forma como en fondo, y es algo que se pone de manifiesto en cada página de este Palookaville por mucho que intente hacerle liftings desesperados con ungüento George Sprott que, por cierto, no van a favorecer la coherencia de la obra cuando finalmente se recopile en un solo libro (si es que estos ojos llegan a verlo, que al ritmo que va, hasta lo dudo).
Afortunadamente, en Palookaville hay mucho, mucho más que «Clyde Fans». Por ejemplo, un reportaje (texto y fotografía, nada de cómic) interesantísimo sobre «Dominion City», la ciudad de cartón que Seth se ha inventado en sus ratos libres y que encaja con naturalidad entre las fantasías más destacadas de los escultectos margivagantes. Quién sabe, tal vez algún día sea por esto por lo que más se recuerde al canadiense.
Y por último, «Calgary Festival», una historieta autobiográfica (¡la primera en veinte años!) de 14 páginas que es lo mejor que ha hecho Seth en su puta vida. Trasladada a la imprenta en «forma de boceto», que no me creo yo que sea boceto de verdad, pero sí que está más suelta que en el estilo refinado de Seth, posee una naturalidad y una amargura devastadoras. El caso es que no sólo es deprimente, también es graciosa, vitalista y cercana (demasiado). A Seth le mata el oficio y el trabajo, lo suyo es el dibujo espontáneo y sin pensárselo mucho. Una verdadera obra maestra en relato corto. ¿No decían que en la era de la novela gráfica ya no se podían hacer historietas breves?
«Calgary Festival» me dejó tan buen sabor de boca que creo que fue un poco injusto para Seth que a continuación me leyera el Acme Novelty Library 20 (Drawn & Quarterly, vaya añito que llevan) de Chris Ware. Perdón: el ACME NOVELTY LIBRARY 20 DE CHRIS WARE. Ahora sí, con mayúsculas. A su lado, todo lo demás (lo siento, Seth) queda en minúsculas.
Antes de entrar en materia, un pequeño servicio del Departamento de Promociones de Mandorla para todos aquellos que estáis sobreviviendo con el Acme de Random House y el Jimmy Corrigan de Planeta-DeAgostini, esperando penélopemente a que alguien publique otro tomo de Ware en nuestro país. Los Acme Novelty Library, al menos desde que se los empezó a autoeditar Ware (y ahora que ha pasado a Drawn & Quarterly también) son todos libros autoconclusivos, que se pueden leer por separado. No hace falta leer todos para entenderlos. Son obras individuales, aunque vayan construyendo poco a poco historias más grandes que el día de mañana probablemente veamos reunidos en diversos volúmenes más amplios. Este número 20, por ejemplo, es la historia completa de la vida de un tío, y lleva su apellido como título: «Lint». O sea: si leéis inglés, no esperéis más y compradlos, porque no sabéis lo que os estáis perdiendo. Y lo que hacía Ware hasta el 2000, que es lo que se ha publicado en nuestro país, está muy viejo al lado de lo que está haciendo ahora. ¡Que han pasado diez años!, ¿eh? Fin de la pausa comercial patrocinada por la Biblioteca de Novedades Acme, de Chicago.
Y bueno, esto que digo -lo de que el Ware de ahora no es el de hace diez años- es algo que me llama la atención, en contraste con la evolución más sobria de otros de sus camaradas artísticos, como Jaime Hernandez, Charles Burns o Daniel Clowes. Si estos tres me parece que en este último año han demostrado su madurez, Ware da más bien la impresión de ser un chavalito que acaba de empezar y todavía está buscándose. Ojo, no se me malinterprete. Lo digo por lo inquieto que se muestra y por la voluntad experimentadora que exhibe en cada nuevo trabajo. Porque parece que todavía no ha encontrado lo que estaba buscando.
En este Acme Novelty Library 20, «Lint», ya conocido en ciertos círculos como LA REHOSTIA (también «el mejor tebeo del año y de la década», por eso decía que la maravilla de Jaime compite por la medalla de plata) me llama la atención que Ware, a pesar de esa efervescencia creativa, de esa mutabilidad, ya ha superado a todos sus maestros, los antiguos y los modernos. El proyecto de Frank King de representar la vida y el paso del tiempo con un realismo riguroso, Ware ha conseguido condensarlo con toda exactitud en un solo volumen. Y la capacidad de Herriman y McCay para ver la página como un lienzo, que en su momento le sirvió como trampolín, le ha llevado ya a establecer nuevas barreras y paradigmas en el medio, de tal manera que los tópicos perezosos arrastrados desde el pasado pesado se quedan pequeños a la hora de interpretar sus páginas. Por ejemplo, Ware destruye ya de forma habitual lo «secuencial» a cada paso, para proponer un sistema que, recordando al llorado José Luis Brea, podríamos llamar de «comunicación en red», donde la información no está jerarquizada por ninguna secuencialidad y sí, por el contrario, puede circular por circuitos muy diversos.
Aparte de todos estos pajotes mentales, resulta que «Lint» es intensamente emotivo, y lo consigue precisamente con una disciplina feroz para suprimir la emotividad. Ocurre que el momento más brutalmente sentimental de todo el libro está enterrado en lo minúsculo. Está completamente deshinchado, y así es como adquiere más magnitud. Diría que hacía mucho que un tebeo no me transmitía las sensaciones que me suscitó la lectura de «Lint», pero mentiría. Creo que ningún tebeo me las había suscitado nunca. Su lectura me provocó también un poco de pavor. Lo que está haciendo Ware aterra, sobre todo si te dedicas a hacer tebeos. En vez de inspirarte, te abruma. Estamos ante un gigante, ante El Gigante, de hecho, un tío que ha venido a transformar un medio entero con el mero uso de sus manos y ese cabezón que tiene, y a su lado te sientes -repito- minúsculo. Y lo peor es que sabes que no es sólo talento, es el compromiso, la entrega y el sacrificio más allá de cualquier límite razonable. Y sabes que tú nunca vas a llegar ahí, y te sabe mal. Hasta dentro de veinte años no saldrá alguien capaz de seguir sus pasos, de modo que ahora mismo todos viviríamos más felices y más tranquilos si él no existiera.
Menudo bajonazo para acabar el comentario de un tebeo que me ha molado tanto, ¿no? Bueno, no hay problema, me quedan muchos para comentar y recuperar el tono vitalista, que no todo es Chris Ware en el mundo, gracias a Dios. Por hoy lo dejamos, pero en próximas entregas de la Gran Maratón Viñetera tendremos como artistas invitados a Bastien Vivès, Daytripper, Superman vs. Muhammad Ali, Ramón Boldú, Johnny Ryan y muchos otros. ¡No se lo pierdan!
¡O sí!