Acabo de escribir dos textos sobre el Génesis de Robert Crumb. Uno de ellos es un artículo que aparecerá en el ABCD de este sábado, y el otro una reseña breve para el próximo número de El Manglar. Y la sensación con la que me he quedado es la de que me he dejado muchas cosas por decir. Al final resulta que el tópico es verdad, la Biblia es una historia muy grande y en este tebeo además está contada por un artista muy grande, y recorrer una obra tan grande exigiría mucho tiempo y mucho esfuerzo. Pero eso está bien. Está bien que vayan saliendo tebeos que dan materia para el trabajo a largo plazo.
Uno de los temas que propone el Génesis es el de la traducción. En este blog hemos hablado de ello recientemente: la problemática de trasladar una obra de un medio a otro. R. Sikoryak nos mostraba estrategias muy complejas en su Masterpiece Comics. Crumb opta por una vía engañosamente sencilla, la de la "traslación literal", y de hecho se considera a sí mismo un mero "ilustrador". Pero esa misma afirmación la hacía sobre su trabajo Robert Rodríguez al hablar de la versión cinematográfica de Sin City, y sin embargo los mecanismos por los que la pantalla reproducía lo que había nacido en la página eran de naturaleza completamente distinta a los originales. Hace tiempo tuve ocasión de escribir un texto al respecto, si puedo recuperarlo intentaré subirlo aquí. Lo que quiero decir es que tanto la pretendida neutralidad de Rodríguez como la de Crumb son, por supuesto, falsas. En todo caso, el trabajo de Crumb en el Génesis es fascinante por su obsesivo apego al texto (a un texto en inglés que ya es en sí una traducción, por supuesto, no lo olvidemos) y por lo que nos revelan las decisiones aparentemente inocentes que toma a la hora de elegir una imagen concreta para ilustrar un episodio o a la hora de dar el tratamiento gráfico específico a cierta escena.
Otro de los puntos de interés del Génesis es su condición de síntesis y explicación de toda la obra y trayectoria anterior de Crumb. El primer impulso del lector habitual de Crumb que se encuentra con esta adaptación de una parte de la Biblia es pensar que el viejo maestro persiste en sus principios iconoclastas y provocadores, y que ha montado una gran farsa sobre el texto más sagrado de occidente. Cuando se da cuenta de que no es así, se teme que Crumb esté aquejado de un ataque de santurronería a lo Bob Dylan -que saca ahora un disco de canciones navideñas, ni más ni menos- y que haya visto la luz en la edad madura. Pero tampoco es así. En realidad, el Génesis no es ningún desvío en la trayectoria de Crumb, porque todos los temas que siempre ha explotado en sus historietas -por un lado, las obsesiones sexuales; por otro, la crítica social- están en su estado más puro en el texto. Los comentarios finales de Crumb son fascinantes y reveladores: Sara, Rebeca, Raquel y las demás mujeres fuertes que aparecen a lo largo del relato representan fuerzas matriarcales poderosas sometidas por la tradición patriarcal, de la misma manera que sus mujeronas de recias pantorrillas y firmes glúteos siempre han acabado siendo dominadas por los lúbricos sosias gráficos del propio Crumb. Por otra parte, la verdad oculta y ponzoñosa de las relaciones familiares y sociales -incesto, traición, envidia- como base de la sociedad occidental encuentra su modelo original en este Génesis laico, que con su literalidad brutal y humana parece revelar que, como Crumb siempre había sospechado, no somos animales sociales, sino depredadores sociales. Por resumirlo: si este Génesis es el libro más raro en la trayectoria de Crumb, es también el libro quintaesencial de su carrera.
También me he quedado con ganas de hablar de algunos aspectos muy específicamente comiqueros que me ha sugerido la lectura. Por ejemplo: la importancia de la rotulación. En un libro basado en La Palabra que se intenta reinterpretar a través del dibujo, la fusión exacta de los dos elementos que para tanta gente parecen antagónicos se encuentra en la rotulación manual, que es a la vez texto y dibujo. La rotulación de Crumb es tan característica y tan personal que incluso sus prólogos están rotulados a mano. La importancia de la rotulación manual en el cómic va en declive desde que se facilitó el acceso a las técnicas informáticas, y creo que estamos perdiendo algo muy importante con ese abandono. Si el dibujo de los grandes dibujantes es pura caligrafía, su letra es puro dibujo. Aquí hay tema para otra discusión más extensa, sin duda.
Creo que en los textos que he escrito me ha faltado decir -y bien que lo lamento- que, por encima de todo, el Génesis de Crumb es una monumental oda al dibujo, al dibujo puro, al placer de dibujar, a la necesidad de dibujar, y al goce de llenarse los ojos de dibujos gloriosos, abundantes y fecundos. El debate entre los que defienden el cómic como dibujo y los que piensan que eso va en detrimento de la narración muere en Crumb, donde se desborda el trazo con una pasión obsesiva y viviente, una pasión enorme que nos abruma cuando le leemos. Crumb ha declarado en alguna entrevista que había acabado agotado y que no sabía cuándo volvería a dibujar. Espero que se recupere pronto. De repente, al pensar que tiene ya 66 años, he sentido que se nos va acabando lo más grande que tenemos ahora mismo. Crumb nunca ha sido mejor que ahora -y ha sido el mejor de la historia-, de modo que necesitamos que le queden muchas páginas en el tintero. Hoy, en este momento preciso de la historia del cómic, le necesitamos más que nunca.
Y es el tema del dibujo el que enlaza el Génesis de Crumb con otra obra de características inusitadas a la que hemos tenido acceso también este año, la Biblia de Basil Wolverton, editada en un precioso tomo por Fantagraphics. Wolverton siempre ha sido considerado una de las grandes influencias sobre Crumb, y sin duda lo es. Aunque Crumb aprendió los rudimentos de la historieta sobre todo con John Stanley, Carl Barks, Walt Kelly y Segar, fue Mad lo que le dio las claves para desarrollar un cómic adulto de crítica social que utilizara la propia forma del cómic para explicarse a sí mismo. Y aunque discontinua, la presencia de Wolverton en Mad fue notoria. Hay una semejanza aparente entre el acabado de Wolverton y el de Crumb, ambos parecen haber llevado los planteamientos del cómic infantil y convencional a un territorio grotesco, y por eso siempre se ha considerado que Wolverton había sido un filtro fundamental para la reinterpretación que hacía Crumb de las tradiciones comerciales.
Wolverton realizó su adaptación de la Biblia entre 1952 y 1974 (los datos que doy a continuación proceden de la anteriormente mencionada edición de Fantagraphics, que se complementa con textos del hijo de Wolverton, Monte). Tras un periodo de escepticismo, Wolverton se vio atraído por la Worldwide Church of God del reverendo Herbert Armstrong, donde desarrollaría una actividad muy intensa durante las décadas siguientes. Tal y como lo cuenta Monte, la iglesia de Armstrong no era un estricto culto fundamentalista, sino que ofrecía a sus miembros una cara amable y razonable de la religión. Uno de los trabajos que emprendió Wolverton fue el de ilustrar el Antiguo Testamento, ya que el Nuevo estaba vetado debido a que Armstrong interpretaba que los mandamientos prohibían representar a Jesucristo. Aunque Wolverton se planteó en principio la posibilidad de hacerlo en forma de cómic, acabaría optando por el texto ilustrado. En este caso, al contrario que en el caso de Crumb, el texto no es literal y completo, sino adaptado y sintetizado, y las imágenes tienen cierta secuencia narrativa, aunque no se configuren en páginas de historieta, de modo que el resultado no está demasiado alejado de lo que es un cómic. Wolverton alternaba sus extravagantes ilustraciones humorísticas para Mad y otras revistas, y sus personalísimos cómics de acción y ciencia-ficción, con la respetuosa interpretación de las escenas sagradas, a las que intentaba aplicar un estilo deliberadamente menos caricaturesco. Es evidente que Wolverton siempre fue un visionario, uno de esos artistas en los que el subconsciente se impone al yo consciente con vitalidad arrolladora y, por más que intentara evitarlo, eso mismo sucede en sus fascinantes estampas bíblicas. Si comparamos el trabajo de Crumb con el de Wolverton, es fácil pensar que es Wolverton quien tiene una visión irónica o sarcástica de las sagradas escrituras, quien está intentando revisarlas en clave perversa. Estamos, pues, de nuevo ante un caso en que lo inexpresado añade una riqueza especial a lo expresado deliberadamente.
Comparar cómo tratan Wolverton y Crumb las mismas escenas es tentador, tan tentador que no me voy a resistir. Sin más, voy a poner algunos ejemplos de cómo un artista y otro, tan cercanos y a la vez tan lejanos, interpretan el mismo texto. (Siempre pongo primero a Wolverton y luego a Crumb; pido disculpas por la calidad de las imágenes, pero el escáner no es mi fuerte).
La creación del hombre:
El Diluvio:
Dios habla con Abraham:
La mujer de Lot se convierte en sal:
Abraham se dispone a sacrificar a Isaac:
La escalera de Jacob:
Crumb sólo se ha ocupado del Génesis (¡de momento!), pero Wolverton cubrió otros libros sagrados, entre ellos el Apocalipsis, que ilustró a partir de 1954 en la revista Plain Truth ("La pura verdad"). De propina, aquí van algunos de sus pavorosos dibujos (¡hay que pinchar en ellos para verlos completos!):