Ahora, Batman es Dick Grayson y Robin es el hijo de Batman. Y ambos tienen que aprender a ser el nuevo Dúo Dinámico bajo la alargada sombra de su predecesor, Bruce Wayne. Todo lo viejo vuelve a ser nuevo en las aventuras impredecibles de Batman II y Robin II, imaginadas por Alfred Pennyworth para pasar los ratos libres.
Sí, ya sabemos que Grant Morrison es un fanático del Batman de los 50-60 (al igual que del Superman; al fin y al cabo, uno liga el sense of wonder con los tebeos que se lo provocaron, y estos son indefectiblemente los que leyó de niño), y también la nueva serie Batman y Robin que ha lanzado junto con Frank Quitely tiene su antecedente en esa época. Fueron seis las historias que narraban las aventuras de la segunda pareja de cruzados enmascarados, y se publicaron originalmente entre 1960 (Batman 131) y 1963 (Batman 163), todas dibujadas por mi adorado Sheldon Moldoff (menos la última, de Chic Stone) y todas escritas por Bill Finger (o por ese ignorado guionista que es «Unknown»). Ahora se han recopilado en un segundo volumen de DC's Greatest Imaginary Stories consagrado completamente a Batman y Robin. (El primero, que se publicó en 2005, es un verdadero tesoro de historias de Superman, Capitán Marvel, Jimmy Olsen, Flash, el propio Batman y otros).
De todas estas historias, sólo recuerdo haber leído la primera, en uno de aquellos «Libros-cómic» de editorial Novaro con tapas de cartón y deshojados que hace treinta años parecían de un lujo colosal. Allí no sólo descubrí a un Batman envejecido mucho antes de verlo en el Dark Knight de Miller, sino que me encontré con el insólito concepto de las generaciones superheroicas y del paso del tiempo en los tebeos. Como muy bien explica ya en su clásico texto sobre «El mito de Superman» Umberto Eco, en estos cómics «entra en crisis un concepto del tiempo», y las historias imaginarias servían para satisfacer precisamente esa necesidad de la introducción del tiempo; por eso, gracias a ellas, «ha sido posible hallar continuamente nuevos estímulos narrativos y se ha logrado satisfacer las exigencias "novelescas"». O dicho de otro modo, en un esquema narrativo basado en la repetición incesante de una fórmula cíclica, las historias imaginarias abrían la puerta a acontecimientos inimaginables en los cómics habituales, acontecimientos que sólo se podían producir con la licencia compartida con el lector de que aquello en realidad no está pasando (¿en contraposición a las otras historias que sí han pasado?). Así, Batman podía casarse, retirarse o tener hijos. Así, se podía llegar incluso a la última frontera: la muerte.
En la era de los cómics higiénicamente castrados, las historias imaginarias concentraban toda la pasión y el horror que no se permitía aflorar en las demás aventuras.
El tomo se abre con una historia que no pertenece al ciclo de Batman II y Robin II pero que le sirve de preámbulo. Es un relato («The Marriage of Batman and Batwoman», Batman 122, 1959, Bill Finger, Sheldon Moldoff y Ray Burnley) donde Robin imagina (horrorizado) qué pasaría si Bruce Wayne se casara con Kathy Kane (Batwoman). Obsérvese que no digo Batman y Batwoman. Es Bruce quien conquista a Kathy y se casa con ella sin revelarle su verdadera identidad. Esto provoca algunas escenas de comedia doméstica, cuando Wayne y Dick Grayson se tienen que inventar excusas para abandonar la cena familiar y acudir a la llamada de la Batseñal sin que la señora de la casa se entere del verdadero motivo de su repentina ausencia. Por supuesto, ella no tarda en seguir sus pasos (sin saberlo) vistiéndose con el uniforme amarillo y rojo de la Mujer Murciélago. Cuando Batman por fin revela su secreto a su esposa (él sí sabía desde el principio quién era ella), la reacción de Batwoman es de júbilo: «Oh, querido, ¡soy la mujer más afortunada del mundo! Imagínate: ¡Batman es mi marido!»
Por supuesto, Robin, con su imaginación de muchacho -la misma que la de sus lectores-, sabe perfectamente que introducir a una mujer en el mundo perfecto que comparte con Batman sólo puede conducir al desastre, y así sucede cuando, finalmente, la esposa patosa acude a ayudar a su marido y su ahijado -en contra de las advertencias de su esposo, que le había insistido en que Robin y él no necesitaban ayuda- y es desenmascarada en el fragor de la batalla. Como todo el mundo sabe que Kathy Kane está casada con Bruce Wayne y como Batwoman ha llamado «querido» a Batman, no hace falta ser el mejor detective del mundo para deducir que Batman es Bruce Wayne. ¡El desastre provocado por la torpeza femenina!
«The Second Batman and Robin Team» (Batman 131, 1960; Bill Finger y Sheldon Moldoff) nace de la más madura (supuestamente) imaginación de Alfred, que se dedica a escribir relatos con los que pasar el tiempo muerto en la mansión Wayne. En estos cuentos, Alfred imagina un futuro en el que Bruce y Kathy se casaron y tuvieron un hijo, Bruce Wayne Jr., que hereda el manto de Robin al mismo tiempo que Dick Grayson, ya mayor, adopta la identidad del nuevo Batman. La sucesión no es secreta. Si algo me llamaba la atención de niño (y lo sigue haciendo hoy) es cómo los nuevos Batman y Robin manifiestan icónicamente su identidad con dos hermosos numerales romanos amarillos en el torso. Siempre imaginaba que las generaciones de justicieros se sucedieran y así viéramos una interminable serie de Batmanes con "III", "IV", "V" y hasta "XXVII" grabado bajo el murciélago negro del pecho.
Batman, aunque retirado, mantiene cierta actividad, lo que da lugar a dibujos tan curiosos como éste, en el que aparece vestido con traje y con su capucha característica, porque vuelve de un acto de homenaje de tantos que está recibiendo ahora que se ha jubilado. En realidad, parece un luchador mexicano:
La saga de Batman II y Robin II concluye con la inevitable aparición de Batgirl II y Batwoman II, que en gran medida cierra el círculo, pues Batwoman II (Betty, la sobrina de Kathy y antigua Batgirl) por supuesto se enamora de Batman II (Dick), incluso sin saber cuál es su identidad secreta. Una vez más, la revelación final es recibida con satisfacción, pues los dos hombres que ocupaban el corazón de Betty resultan ser el mismo. La consecuencia de este encuentro es fácil de imaginar: Dick y Betty se casarán y se retirarán de la lucha contra el crimen, y tendrán un hijo que crecerá para convertirse en el Robin III que acompañe a Bruce Wayne Jr. cuando éste se convierta en Batman III. No hacía falta continuar con este ciclo, ya estaba todo contado.
El volumen incluye alguna historia más, alejada de esta saga. La primera es probablemente la más interesante, aunque sólo sea por su extravagante punto de partida. «The Clash of Cape and Cowl!» (World's Finest Comics 153, 1965; Cary Bates-Edmond Hamilton; Curt Swan-George Klein) imagina que el padre de Bruce Wayne no murió víctima de un ladrón callejero, sino de Superboy, que le mató para arrebatarle un antídoto contra la kryptonita. O al menos, eso es lo que cree el joven Bruce Wayne, que se convierte en Batman jurando venganza contra el asesino de su padre. El Batman que protagoniza esta historia es, a pesar de los blandos dibujos de Swan, uno de los Batmanes más obsesionados y desquiciados que he visto nunca. Cuando Robin descubre su motivación final de acabar con la vida del Hombre de Acero y se muestra horrorizado, Batman le abofetea y zarandea... ¡y le llama mocoso!
Y luego, sin pensárselo mucho, le somete a un tratamiento hipnótico de lavado de cerebro para que olvide todo lo relativo a Robin y a él mismo. En el intervalo entre una viñeta y otra lo devuelve al orfanato y se libra de él para siempre. Robin y Dick Grayson no vuelven a asomar por la historia, aunque sería curioso imaginar su vida, llena tal vez de presentimientos y recuerdos oscuros de aquella vida maravilloso de aventurero que llevó en otro tiempo, y que cree que sólo ha soñado. Mientras tanto, «Batman emprende su campaña de venganza... ¡solo!»
Para vengarse de Superman, una de las primeras cosas que hay que hacer es, por supuesto, averiguar su identidad secreta, y eso supone internarse en su Fortaleza de la Soledad, donde Batman descubre que Superman tiene una habitación dedicada al culto a sí mismo, o al menos a su efigie como Clark Kent, con una estatua del periodista del Daily Planet incluida. En parte es como un eco de la realeza de antaño (¿acaso Superman no es un déspota ilustrado?) que decoraba sus palacios con sus propios retratos, en pintura y escultura; y en parte es el tipo de razonamiento -¡Superman es fan de sí mismo!- que a un niño le puede parecer lógico pero que a los adultos, cuarenta y cinco años después, nos resulta como mínimo tétrico y buen material de partida para una historia deconstructiva de algún guionista británico.
No desvelaré el final -absolutamente apocalíptico, por supuesto- porque un spoiler es un spoiler, incluso medio siglo después, y porque todavía quiero comentar algo de la historia siguiente incluida en el volumen, «The Bride of Batman!» (Superman's Girl Friend Lois Lane 89, 1969; Leo Dorfman y Curt Swan-Mike Esposito), donde la idea es que, ya que Superman no hace ni puñetero caso a Lois, ésta se harta y se fija en Bruce Wayne. Por supuesto, este amor nace del interés que pone el propio Bruce en alentarlo, ya que lleva mucho tiempo adorando en secreto a Lois. Y cuando digo «adorando en secreto» no lo digo por decir. Robin se pregunta qué hay en la misteriosa habitación oculta bajo una puerta reforzada en la Batcueva a la que Bruce se retira sin dar explicaciones cada cierto tiempo. Bueno, lo que hay es una capilla dedicada al culto a Lois Lane.
Sí, hoy nos parece propio de un psicópata, pero al fin y al cabo, en aquellos tiempos debía de ser más normal de lo que nos pensamos, porque cuando Batman le cuenta a Superman que se va a casar con Lois y que si eso le plantea algún problema, éste le dice que ninguno, pero se vuelve volando a su Fortaleza de la Soledad y se desahoga destrozando algunas de las muchas estatuas de Lois Lane que tiene en su propia habitación secreta de la obsesión.
Evidentemente, estos héroes no han tenido nunca que compartir piso como Peter Parker.
Bruce Wayne, juguetón que es él, vuelve a comportarse como en el caso de su imaginario matrimonio con Kathy Kane. Es decir, no le revela su identidad secreta a su esposa hasta después de que se hayan casado. Y una vez más, la reacción de Lois no es de vergüenza por haberse casado con un mentiroso o de horror al saber que su marido no es un alegre multimillonario que le va a dar una vida muelle, sino un tarado que se dedica a pegar a criminales por las noches y que cualquier día amanecerá en un callejón con una bala metida en la nuca, sino de alegría incontenible: «¡Ja ja! ¡Es el mejor regalo de bodas que ninguna esposa ha recibido nunca!»
Por supuesto, todo esto es comprensible en un mundo en el que Bruce Wayne viste cuello alto y medallón hippie y Lois Lane minifalda. Así es como los jerifaltes de DC pensaban que estaban actualizando para los tiempos modernos a sus vetustos héroes de siempre. Algún día tendremos que hablar de los Teen Titans originales...
El tomo se cierra con una historia de Batman 300 a cargo de David V. Reed y Walt Simonson-Dick Giordano sobre la cual lo mejor será no decir nada.
Este libro de Imaginary Stories de Batman lo he leído seguido del primer volumen recopilatorio de Batman & Robin de Grant Morrison, Frank Quitely y Philip Tan, «Batman Reborn», que si no me equivoco está publicando ahora mismo Planeta-DeAgostini en España en tebeos de grapa. Supongo que no es casualidad que haya salido este recopilatorio de Imaginary Tales al mismo tiempo que el primer tomo del «nuevo» Batman, ya que, como decía antes, Morrison ha estado utilizando los años 50 y 60 como modelo para su etapa del murciélago (en la saga anterior, la de la muerte de Batman, recurría a un par de mis historias favoritas, la de «Robin Dies at Dawn» y la tantas veces leída en las ediciones de Novaro del Batman rojo y morado) y, al fin y al cabo, su Batman y Robin son Dick Grayson y el hijo de Batman, como en la saga de Batman II y Robin II.
Morrison se ha convertido un poco en la última esperanza de los lectores de cómics de superhéroes de siempre que ya no somos
exclusivamente lectores de superhéroes, ni siquiera coleccionistas, pero que
todavía querríamos leer algún tebeo de superhéroes (contemporáneo, se entiende) de vez en cuando. Su
All-Star Superman se ha consagrado como uno de los grandes tebeos de superhéroes de los últimos años (tal vez un clásico inmediato) y a mí su etapa anterior en Batman, es decir, los «últimos» meses de vida de Bruce Wayne, me resultó francamente disfrutable. Era un trabajo más bruto que el de Superman, mucho menos fino, pero tal vez más emocional, con una emoción vulgar y deliciosa que reforzaba un puñado de ideas no demasiado pulidas ni consistentes. A este nuevo
Batman & Robin, sin embargo, creo que no le pillo el punto. Para empezar, Quitely demuestra que se lo tiene que currar mucho para ser Quitely de verdad, y en este trabajo parece una sombra de sí mismo. Para continuar, me da la impresión de que el comic book de superhéroes está viviendo una crisis de formato bastante gorda.
Hace unos meses ya hablé de la impresión que me había producido la lectura de los primeros episodios de esta serie en comic book de grapa: demasiado breves, te dejaban con la sensación no de haber leído una historia, sino de haber leído un fascículo de una historia. Parecía pensado para leerse como tomo. Pero ahora, leído como tomo... tampoco parece que vaya a ningún sitio, y el lujo excesivo de la presentación (libro en tapa dura con sobrecubierta, papel satinado) parece en cierta manera una burla del material pulp descerebrado que ofrece. No se sabe muy bien si esto quiere ser un tebeo o una novela gráfica, o ser todas las cosas a la vez y acabar por no ser ninguna. Algo parecido creo que le ocurre a Morrison, que acude a sus fuentes básicas del Batman pre-New Look (es decir, pre-1964), pero lo inserta en un relato donde la dinámica parece la de la escalada continua: vamos a más, más sangre, más atrocidades, más escalofríos, más brutalidad. El lector ya no es un niño, es un adulto fatigado que quiere leer lo de siempre pero que le impresione como si fuera nuevo. Y eso es lo que hace Morrison: lo de siempre, pero más descabellado, más absurdo, más escatológico. Es un negocio en el que con cada cambio ganas menos: cada escena causa menos impacto, menos efecto, menos sorpresa. Si el truco es subir cada vez un peldaño, resulta muy previsible, porque sabemos que lo pueden subir. Y también sabemos hasta dónde lo pueden subir.
En todo caso, la esperanza la mantengo hasta que pasan dos cosas, que además pasan simultáneamente: aparecen The Red Hood y Philip Tan. Cuando aparece The Red Hood es cuando comprendes que ni siquiera se van a esforzar. Quiero decir que ni siquiera se van a esforzar en plantearnos un nuevo Batman y Robin con unos mínimos visos de atraer a un público nuevo, aunque ese público nuevo seamos lectores viejos que podríamos querer volver. Ni lo van a intentar, ya digo, porque renuncian a todo en el episodio cuatro metiéndonos a un personaje absurdo e imbricado en una complicadísima intrahistoria conocida sólo para seguidores fieles de la franquicia del murciélago y que carece de ningún sentido o relieve por sí mismo como argumento para una historia. Es sólo un personaje que regresa, que está eternamente regresando de un pasado imposible de rastrear y que arrastra consigo el eco de mil subhistorias propias y esotéricas sin las cuales no tiene ningún sentido (y con las cuales me atrevería a decir que tampoco). De pronto, el lector curioso se encuentra con comportamientos indescifrables y diálogos crípticos entre unos personajes que parecen antiguos compañeros de colegio hablando de los viejos tiempos. Y esto, en el número 4, en la segunda historia. Evidentemente, si ellos no van a hacer el esfuerzo, ¿se supone que lo tenemos que hacer los lectores que pagamos?
Aparte, como decía, esto coincide con la aparición de Philip Tan. Y sólo puedo decir que un tebeo dibujado por Philip Tan es intolerable.
Yo quería seguir con esta serie, pero me temo que no me dejan...