Tatsumi es el autor de gekiga más conocido (por no decir el único conocido) en España. La sorpresa que causaron sus historietas en El Víbora ha propiciado que La Cúpula y Ponent Mon hayan publicado en nuestro país nada menos que seis volúmenes con sus cuentos. Una vida errante es una especie de autobiografía (extrañamente, con nombre fingido; todavía no alcanzo a entender el motivo) en la que cuenta sus inicios como dibujante profesional de cómic en la posguerra. La inmersión en el relato es total, derivada de la propia inmensidad del mismo: 800 páginas producen ese efecto, y resulta inevitable identificarse con los anhelos y deseos del joven creador en ciernes y sus compañeros de vivencias. Entre estos destaca su hermano enfermo, con quien mantiene una relación muy enriquecedora creativamente, pero de fuertes altibajos emocionales, que recuerda por momentos a la tortuosa relación entre David B. y su hermano epiléptico en La ascensión del gran mal. El hermano de Tatsumi, sin embargo, supera sus enfermedades, y casi podría decirse que en parte sana gracias al poder revitalizador del cómic.
Se trata, pues, de una novela iniciática, pero no dirigida en exclusiva a los lectores con aspiraciones creativas. Por el contrario, es apta para todos los públicos, incluso aquellos ajenos al cómic. Está contada con una sencillez desarmante que hace que nos parezca muy cercana la obsesión por el cómic de todos sus protagonistas. Para ellos, lo primero son las viñetas, y Osamu Tezuka es un dios. Las relaciones con los editores -pequeños editores de Osaka con quienes se establecen conflictivas relaciones de amistad y lealtad personal-, los problemas para entregar a tiempo o para encontrar la inspiración, ocupan casi todas las páginas. El resto, la vida real, el descubrimiento del amor y el sexo, por ejemplo, queda borroso en segundo plano, se desarrolla casi en los márgenes y sin consecuencia, con personajes desdibujados como el padre de los Tatsumi, que entra y sale de escena como si formara parte del decorado. La peripecia del protagonista se intercala con naturalidad con episodios nacionales (o internacionales) de la gran historia que convierten al héroe en un hombre de su tiempo.
Por supuesto, este relato de la creación del gekiga tiene algo de teleológico. Una vida errante está escrito desde el presente (1995-2006), y Tatsumi sintetiza los hechos en una comedia humana cuyo final está escrito de antemano. Sin embargo, es evidente que muchos de los conflictos que afrontan Tatsumi, Motomitsu, Sakurai, Sato, Matsumoto y otros miembros del Taller Gekiga más o menos próximos siguen siendo conflictos vigentes en este momento. Tal vez ahora más que nunca. Tatsumi se debate constantemente entre la necesidad de servir a la industria y la necesidad de servir a su vocación artística. Ésta le lleva a experimentar, y la experimentación le pide relatos de mayor extensión, más páginas para tener más viñetas y así ser más libres para llegar con mayor veracidad a las emociones de la realidad. En Una vida errante me he encontrado, de hecho, con la formulación expresa de muchos de los problemas con los que he tropezado en las páginas de Ware, Seth o Clowes cuando escribía mi libro sobre La novela gráfica. No es extraño que Adrian Tomine sea el padrino de Tatsumi en Norteamérica (él es responsable de las ediciones que está llevando a cabo Drawn & Quarterly, incluida la de este mismo título que, dicho sea de paso, es muy inferior a la de Astiberri). Tampoco creo que sea casualidad que en el trasfondo de Una vida errante aparezcan con mucha frecuencia películas europeas y americanas (desde El puente sobre el río Kwai a A pleno sol), mientras que apenas hay una mención, casi pintoresca, al cómic americano. Los miembros del Taller Gekiga no podían mirar a los tebeos de los años 50 para encontrar el camino que buscaban.
He leído todos los libros de Tatsumi que se han publicado en España, y éste ha sido, con diferencia, el que más me ha gustado. No sólo me ha transportado a otro mundo, sino que me ha hecho darme cuenta de cuánto necesita el cómic este tipo de memorias de sus autores, que son, a fin de cuentas, las que configuran el imaginario de la profesión y del arte y lo representan ante la sociedad. Sabemos que todavía hace falta mucho trabajo para contar la historia del cómic (o las historias del cómic, sería mejor decir), y es un trabajo que tienen que hacer críticos, estudiosos e investigadores. Pero esa historia también la tienen que contar los propios autores, porque es la única manera en que pueden cobrar conciencia de sí mismos. Lamentablemente, hace 50 años sólo los dibujantes de gekiga desarrollaron esa capacidad reflexiva, y sólo ellos parecen capaces de contarnos el pasado que vivieron en sus propios términos.
10 comentarios:
Pues vaya, a mí la verdad es que Una vida errante me decepcionó un poco y prefiero a Tatsumi en corto. Creo que mi problema (o el de Tatsumi, o el que ha hecho que no conectemos aquí) es precisamente eso que dices de "la vida" que transcurre en segundo plano. Se me ha hecho muy monótono y repetitivo su drama como dibujante única y exclusivamente. Me ha interesado, eso sí, como documento histórico, pero no tanto como cómic.
La verdad es que a mí me pasa lo contrario. Las historias cortas de Tatsumi se me han acabado haciendo muy repetitivas y un poco toscas. "Una vida errante" (que, en realidad, no deja de ser una acumulación de historias cortas, capítulos que funcionan como fragmentos independientes) me causa efecto por acumulación, y me sorprende porque evita todos los tópicos del tremendismo que ya estamos acostumbrados a ver en "Goodbye" y demás recopilaciones.
En cuanto a "la vida", creo que su transcurso en segundo plano refleja muy bien el estado mental de Tatsumi, su hermano y los demás miembros del Taller Gekiga. Probablemente tenían la cabeza tan llena de tebeos que apenas les quedaba interés por lo demás (bueno, eso y el cine). Que no se sepa si el padre y la madre de los Tatsumi tienen problemas, si viven juntos pero separados, que esas historias realmente no acaben (¿qué pasa con el padre?, ¿qué pasa con la amiga de la hermana que le iba a buscar por las mañanas?), más que un defecto me parece un acierto. Es esa cualidad amorfa lo que me ha gustado de "Una vida errante". Las piezas no encajan, los personajes no cumplen con su papel, los recuerdos se amontonan y probablemente son falsos y están reconstruidos de acuerdo a un guión escrito hoy en día. Una escena parece absurdamente artificial y falsa y la siguiente tiene la emotividad de los recuerdos más intensos y veraces.
Y, sobre todo, algo que creo que casi llega al metalenguaje: el puro tamaño de la obra, sus 800 paginazas de narración continuada. Digo lo de metalenguaje porque la obsesión continua de Tatsumi es conseguir suficientes páginas para experimentar y contar lo que él quiere contar, que es algo a lo que no puede llegar en las historias cortas. Y aquí creo que por fin lo hace, precisamente en este gekiga sobre el gekiga.
Yo lo tengo empezado aunque aún me falta mucho por leer, pero me llama la atención algo que a ti también te la ha llamado y que señalas en tu reseña: el hecho de que Tatsumi cambie el nombre de su personaje. Me ha chocado desde el principio, y me preguntaba por qué lo hizo: ¿razones personales? ¿razones más generales de la cultura japonesa? (la discreción y modestia como virtudes absolutas) ?? No lo sé.
¿Razones editoriales?
Otro apunte sobre esta Vida errante. 800 páginas parecen muchas, pero creo haber leído en algún sitio que su plan inicial era hacer más páginas, pero le cortaron las alas en la editorial y tuvo que acabar precipitadamente. Cuidadín, que si le dejan, Tatsumi se hace una segunda parte:
"I’ve also finished writing, just writing the story, of my manga, and my life up to now. I’m in the process of editing it. Compared to A Drifting Life, I’m writing more about current events. So I’d also like to write a continuation of A Drifting Life."
http://manga.about.com/od/mangaartistinterviews/a/YTatsumi_5.htm
Sobre lo que comentas, Santiago, pues sí, no te puedo quitar razón, simplemente a mí el libro no me entró a partir de cierto punto en que se me hacía repetitivo, aunque entiendo que puede ser un retrato fiel e incluso un efecto buscado.
También es cierto que las historias cortas a veces son muy tremendistas, pero poniéndolas en contexto posiblemente era la única forma de que fueran publicadas. Repite muchos argumentos y tal, pero hay momentos muy buenos, también.
En otra parte de la misma entrevista Tatsumi explica un poco lo del cambio de nombre (aunque a mí no me convence mucho):
"So that was part of the reason why I changed my name in the book to Katsumi, because I wanted to create a distance between me and this character in A Drifting Life. Hopefully, to not have all my relationships go totally south. (laughs) So the story is all true, but fortunately, because of this, I haven’t had any trouble at all with anyone."
http://manga.about.com/od/mangaartistinterviews/a/YTatsumi_3.htm
Tío berni, lo de las razones editoriales para recortar "Una vida errante" lo comenta el propio Tatsumi en el epílogo. Es cierto que aunque a nosotros nos parezca una novela gráfica completamente personal, no deja de estar en ese territorio entre lo artístico y lo comercial que existe en Japón, donde una cosa no quita la otra. O sea, que hay cierto compromiso con las exigencias editoriales. Y lo del seudónimo no parece muy convincente, no, aunque quién sabe, es otra cultura...
Lo que yo escribía al hilo de tu comentario no era para "convencerte", era sólo por hablar un poco de tebeos y porque me habías sugerido esa reflexión. Está claro que los tebeos nos gustan o no nos gustan y ya está, es una reacción personal. Luego ya viene lo que nos queramos calentar la cabeza dándole vueltas, que es un placer en sí mismo.
Voy por el segundo tomo y estoy totalmente enganchado.
No, claro, ya sé que no se trata de convencer al otro ni nada de eso. Pero poner ideas sobre la mesa siempre enriquece. Es curioso cómo una misma cosa puede ser motivo para que uno disfrute mucho de un cómic (novela, peli...) y otro lo disfrute menos. Pero siempre es interesante preguntarse y encontrar los motivos de por qué algo nos gusta o no nos gusta. Nos ayuda a comprender los mecanismos de la narración y... ¡a conocernos a nosotros mismos!
A mí me ha parecido apasionante, acabo de terminar el segundo volumen. Lo que más me ha llamado la atención es ver el asombroso parecido entre los problemas narrativos que se planteaba Tatsumi con sus colegas -hace ya 50 años- y los que se plantean ahora los autores de novela gráfica, y que incluso Tatsumi & friends le ponían nombre a su cosa (gekiga, historietas dramáticas pensadas para adultos y no para niños, como la mayoría del manga de entonces) para diferenciarse como corriente dentro del mainstream, del manga dominante. En el texto final que cierra la obra, es llamativo también que Tatsumi identifique a su padrino americano, Adrian Tomine, como "autor estadounidense de gekiga", y que se pregunte las razones de que el gekiga, minoritario en Japón, pueda tener interés para el autor occidental. Desde luego que lo tiene, pero no para el consumidor habitual de manga en Occidente (chavales en su mayoría), sino para el de novela gráfica (adultos).
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