sábado, 29 de enero de 2011

ÚLTIMA SALIDA



Éste no lo agrupo con ningún otro porque merece una entrada individual. Merece más, por supuesto, pero esto es lo que yo le puedo dar aquí. Special Exits (Fantagraphics, 2010) es la primera novela gráfica de Joyce Farmer, la señora que aparece en la foto que ilustra este post. No es el típico retrato de un dibujante de cómics al que estamos acostumbrados, ¿verdad? Veterana del comix underground original de la costa oeste, Farmer se ha marcado 200 páginas en blanco y negro contando los últimos cuatro años de vida de sus padres (para ser más precisos, de su padre y de su madrastra, aunque ésta es como si fuera su madre, ya que su madre biológica murió con apenas 37 años de edad). La muerte no se produce por ninguna razón especialmente dramática. Simplemente, la edad y la enfermedad, el final que -si no nos pasa algo dramático antes- nos espera a todos. Y Farmer tampoco pone el énfasis en el dramatismo: no hay grandes momentos, no hay sentimentalismo, no hay exageraciones, no hay grandes revelaciones, no hay epifanías, no hay discursos, no hay lágrimas. No hay nada más que las visitas constantes para asegurarse de que están bien y pueden cuidarse, las consultas con los médicos, cada vez más desalentadoras, las tareas menudas, pesadas y sucias de ocuparse de dos ancianos, primero, y posteriormente de uno, que ya no pueden cuidarse solos. Farmer lo cuenta como lo ha vivido, con la intención de narrar «simplemente los hechos», ser lo más descriptiva posible, sin adornos ni gestos grandilocuentes. Y los lectores que hayan pasado por algo parecido reconocerán muchas de esas escenas y asentirán: efectivamente, es así, muchas cosas son exactamente así. Y por muy doloroso que sea recordarlas, convertirlas en ficción es una manera de expurgarlas. Que es, muy posiblemente, lo que ha impulsado a Farmer a dibujar este tebeo al que ha dedicado años: saldar cuentas con su propia memoria. Sacar algo de dentro y dejarlo sobre el papel.


Dice Crumb en la faja de portada que es uno de los mejores cómics largos que ha leído nunca. También es de los mejores que he leído yo, y uno de los que no habrían podido existir hace 20 años, por cierto. Sí, es otra puta novela gráfica sobre gente mayor con enfermedades, sí. ¿Cuántas más necesitamos de éstas? Muchas, muchas más como ésta. O como otras, porque ésta, como cada padre y cada madre, es única.

Aquí, un texto sobre Special Exits (de donde he sacado la foto, por cierto).

CIELOS GRISES

Aunque lo más bonito y agradecido para el reseñista siempre es lanzar fuegos artificiales celebratorios o embestir despiadadamente contra las lecturas, que es lo que hace que los lectores se identifiquen con tus palabras o reaccionen contra ellas y, en cualquier caso, que disfruten de unos momentos de adrenalina, da igual que sea mediante la adhesión o el cabreo, y vuelvan a por más en cuanto les baja la tensión, tengo que reconocer que por mis manos pasan un buen montón de tebeos que ni me parecen bien, ni me parecen mal. Pertenecen a esa legión condenada a la más abominable de las etiquetas: ni fu ni fa. Algunos se han podido quedar a un paso de la grandeza, otros, a un tropezón del abismo. Pero en resumidas cuentas... me da lo mismo. Si no fueran tebeos, si no leyera tantos y tantos tebeos, no habría tenido razón alguna para interesarme por ellos. Con la cantidad de cosas que hay que hacer en la vida.


Es el caso de Afrodisiac (Adhouse, 2010), de Brian Maruca y Jim Rugg, un derivado de Ángel callejero (De Ponent, 2007; de Rugg también acaba de publicar algo por aquí SM dentro de una colección de cómic juvenil). Ángel callejero, para quien no lo sepa -que me imagino que será la mayoría, porque no es un tebeo del que haya oído hablar mil doscientas veces durante los últimos años- era una especie de superheroína urbana cool, a mitad de camino de la tradición americana y del manga. Algo así como una versión indie de Tekkon Kinkreet (Glénat) de Taiyou Matsumoto, para entendernos. Estaba correctamente dibujado y guionizado, tenía sus momentos, pero le faltaba algo, le faltaba la chispa que se notaba en cada página que estaba intentando desesperadamente tener. Afrodisiac es mucho más osada. Partiendo de la figura de un superhéroe negro al estilo del Luke Cage, Héroe de Alquiler original, es decir, una explotación superheroica de los personajes tipo Shaft de la edad dorada (o de azabache) de la exploitation cinematográfica, Maruca y Rugg sacan toda la artillería referencial y construyen un relato por agregación, simulando collages y recortes que hacen pastiche de todas las eras y estilos de la historia del comic book americano. Mese entiende, ¿no? Bueno, pues la cosa, que dicha así tiene buena pinta y a mí personalmente me entra mucho por los ojos, a la hora de la verdad vuelve a desinflarse un poco. No por nada en concreto, ya que los autores le ponen talento y empeño, y hasta sus momentos de brillantez, pero la lectura no acaba de ser del todo interesante. No podía evitar pensar todo el tiempo: vale, lo he pillado... ¿y qué? ¿Tiene sentido hacer un riff de un riff? Y, sobre todo: ¿no hacía ya diez años que las bromitas de Image y Moore sobre la historia de Marvel y DC habían pasado de moda? ¿No habíamos pasado página ya? La conclusión más clara que saco de Afrodisiac es: no es tan fácil ser Tarantino.


Más: The Sanctuary (Fantagraphics, 2010), una novela gráfica de Nate Neal que viene precedida por las bendiciones en forma de prólogo de Dave Sim. Quizás ese prólogo sea lo mejor del libro, o al menos, lo más estimulante. Sim, para exaltar las virtudes de The Sanctuary, este libro publicado por Fantagraphics, no encuentra otra herramienta más útil que utilizar el prólogo para retratar a «los lectores de Fantagraphics típicos» como fanáticos descerebrados de miras estrechas. ¿Y qué es lo que las miras estrechas de los «lectores típicos de Fantagraphics» que tienen entre sus manos este libro no van a poder descubrir en esta obra de Neal? Pues, según Sim, profundísimas reflexiones y revelaciones sobre los orígenes de la religión, la sociedad, la política y, ya puestos, la humanidad misma, ya que el libro está ambientado en los albores de la misma, en plena era cavernícola. No está mal para un simple tebeo, ¿verdad?

El caso es que ése es precisamente uno de los dos grandes problemas de The Sanctuary, sus absurdas pretensiones y su ridículo componente ideológico que -en cierta medida me recuerda al bueno de McCloud- se empeña en buscar explicaciones lógicas e ideales para los mecanismos de la historia. Pero, al fin y al cabo, no es de extrañar este elevado componente ideológico, pues The Sanctuary es un cómic mudo -bueno, no exactamente, los personajes hablan, pero no en ningún idioma que se utilice hoy en día en el planeta Tierra, salvo tal vez en las inmediaciones de Sim, que quizás por eso haya entendido más de lo que he entendido yo-, y como ya he observado otras veces, parece que los tebeos mudos tienden a incluir elementos ideológicos más marcados de lo habitual, probablemente por la mayor abstracción de sus personajes y la simplificación de sus tramas (véase, ejem, mi libro La novela gráfica, especialmente el apartado dedicado a las novelas en imágenes de Lynd Ward y cía, a las cuales, como a los cómics recientes de Eric Drooker, remite de forma obvia este tebeo).

El segundo gran problema de The Sanctuary es precisamente ése, que es un cómic mudo, y leyéndolo no hacía más que recordar continuamente qué difícil es hacer un cómic mudo -largo- que se entienda bien. Qué farragoso es leer cuando no hay letras de por medio y qué depurado tiene que ser el relato para que funcione convenientemente. En esto, al menos, Sim y yo estamos de acuerdo, ya que el prologuista señala que hay que hacer un esfuerzo y repasar con cuidado una y otra vez las páginas de The Sanctuary para penetrar en su pleno significado. Bien, tomo nota y así lo haré. Pero no ahora, de momento aparco el libro y ya lo retomaré cuando Neal haga su segunda novela gráfica y me deslumbre y sienta que por fin puedo releer y reinterpretar esta primera.


Tercer caso: The Wild Kingdom (Drawn & Quarterly, 2010), de Kevin Huizenga (véase Maldiciones, La Cúpula, 2007). No es que sienta un interés loco por Huizenga, pero decidí darle una oportunidad. Mejor de lo que me esperaba, pero demasiado marcado por la sombra de Ware, y demasiado endeble a esa sombra. Los catálogos, los elementos extraños, los juegos formales, remiten todos a la sombra de la Bestia de Chicago, pero al evocar la comparación no hacen más que empequeñecer la figura de Huizenga. El tebeo tiene sus momentos de ingenio y sus ideas, pero mi impresión es que el camino que más le interesa seguir a Huizenga no es el de Ware, sino otro, y que con este planteamiento todo lo que tiene de original -que lo tiene- acaba saliéndole demasiado forzado.

En fin: no son tebeos que odie, y todos tienen su aquél, pero podría haber sobrevivido sin leerlos. De hecho, cada vez me impaciento más cuando me encuentro en esta tierra de nadie; casi prefiero leer cosas detestables que cosas que me dejen indiferente. Pero claro, ¿cómo saber lo que nos vamos a encontrar dentro si no lo leemos antes? Y con esa tontería, se nos va pasando la vida.

jueves, 27 de enero de 2011

YOUR OWN STAR

«I see you people try to bite my work -- dissappointing -- Follow your own star!»
CF, página de sumario de Powr Mastrs 3 (Picturebox, 2010).

ESCAPARATE


Si llego a ver este escaparate de niño me lanzo contra él de cabeza.

FAUVES


Hace poco escribía que 2010 ha sido un año fructífero para las vacas sagradas del cómic de autor norteamericano, y está muy bien que los Hernandez, Clowes, Seth y demás sigan produciendo su obra, pero también está muy bien que el horizonte del cómic estadounidense se extienda más allá de estos nombres ya venerables. En otras esferas, próximas pero al mismo tiempo claramente distinguibles, se producen movimientos muy distintos, tal vez incluso más extremos y potentes. Estos últimos meses han coincidido tres libros a los que me cuesta no relacionar en un posible horizonte del cómic artístico contemporáneo: Prison Pit 2 (Fantagraphics), de Johnny Ryan; If 'n Oof (Picture Box), de Brian Chippendale; y Powr Mastrs 3 (Picture Box), de CF.

Del primer tomo de Prison Pit ya hablamos en Mandorla, y este segundo es tal vez más extremo todavía que el primero. No es que yo sea superfan de Johnny Ryan, pero Prison Pit me provoca un entusiasmo primitivo. La historia sigue siendo la misma: el brutal protagonista ha sido arrojado a un planeta-prisión y allí se ve obligado a luchar por la supervivencia contra una legión de supercriminales, criaturas bestiales y parásitos repugnantes. Hostia va, hostia viene y un empeño decidido por llegar a los límites de lo abyecto con todo tipo de ocurrencias en las áreas de mutilación, corrupción y defecación. Muy estimulante, ya digo, y hecho con la convicción con la que un niño precoz y algo trastornado dibujaría su propia aventura privada de Mazinger Z. Sin inhibiciones. De hecho, hay algo privado y exhibicionista en esta especie de burda odisea de acción y ciencia-ficción, este torneo de lucha libre elevado a la magnitud cósmica de una riña en los váteres de un prostíbulo espacial.


Con toda su informalidad, el Johnny Ryan de Prison Pit resulta convencional cuando se pone al lado de If 'n Oof, la última producción de Brian Chippendale, esa criatura surgida de algún remolino interdimensional que vino a aterrizar detrás de la batería de un grupo de rock con un puñado de hojas desiguales y un lápiz despuntado en las manos. Chippendale ha hecho un par de libros extraordinarios (o sea, fuera de todo orden) y extremadamente herméticos (Ninja y Maggots, éste último probablemente sea uno de los cómics más opacos jamás publicados), y en ese sentido podemos decir que If 'n Oof es su trabajo más accesible. La narración resulta más o menos sencilla de seguir, pues sus 650 páginas están ocupadas cada una por una viñeta (salvo en algunas ocasiones, en que una viñeta doble cubre dos páginas enfrentadas, como precisamente en el ejemplo que he traído aquí de muestra), por lo que al lector se le exime de deambular por los laberintos narrativos que planteaban sus obras anteriores, donde había que leer en zigzag, o siguiendo otros caminos que uno debía de descubrir sobre la marcha, y que el ojo no está acostumbrado a transitar. Quizás lo más parecido a If 'n Oof que uno pueda recordar es Gary Panter, no sólo por su agobiante vocación de extender un caos gráfico minuciosamente saturado por cada rincón del papel, sino porque, al igual que en las inaventuras de Jimbo, en este caso también seguimos (de lejos) las andanzas de dos personajes de tebeos perdidos en una especie de apocalipsis pueril.


También como una fantasía difusa se presenta Powr Mastrs, de CF, que es, para mí, el gran tebeo de nuestros días, y más aún después de leer su tercera entrega. CF comparte con Ryan y Chippendale ese placer infantil por el juego del dibujo, por la imaginación desnuda exhibiéndose sobre el papel, pero añade un talento innato para el dibujo y para concebir imágenes singulares que le sitúa entre los grandes. Su indescifrable saga de «Nueva China» se saborea episódicamente, o mejor aún, escena por escena, dejándose llevar por los ritmos visuales de cada cadena de viñetas. Resistirse a su seducción con esquemas de cabeza-cuadrada que busquen una lógica, un significado o, peor aún, una interpretación al espectáculo del dibujo vivo que se está desarrollando ante nuestros ojos, sólo puede producir lesiones irreparables en un cerebro que sin duda ya está demasiado maleado. En este tercer volumen, CF se muestra más elegante que nunca, esparce un aroma europeo que parece venir directamente las hedonistas páginas de Peellaert o Crepax y hace que este tebeo nos parezca todavía más un sueño erótico delicado, inescrutable y vivo dibujado por un salvaje sofisticado. Quién sabe si con Powr Mastrs CF no estará dibujando una nueva Justine en código para el siglo XXI. O XXII. Sospecho que él mismo no lo sabe.

CF, Ryan y Chippendale son brillantes representantes de un cómic contemporáneo infectado por el arte, pero infectado por un arte que suena rabioso y urgente como una vieja canción punk de cuarenta segundos. Eso sí, una de Wire, es decir, de gritos intelectuales. A los tres les une el desprecio por el oficio convencional y la reutilización de la ciencia ficción y la fantasía en modos y contextos casi inéditos en la historia del cómic. Sus tebeos podrían ser los que dibujaran tres niños tumbados en el suelo de la cocina toda la tarde, llenando cuaderno tras cuaderno, ocupando hojas sueltas, algunas de ellas impresas, sin que eso importe, porque encima del logo de la carnicería también se puede dibujar. Está ahí, pero resulta invisible a nuestros ojos cuando lo tapa la fantasía. Eso explica los diseños de página aborbotonados de Chippendale, y también la importancia que tiene que los libros de estos autores parezcan «objetos reales», hechos a mano, únicos, con una entidad material intransferible, al menos en el caso de los publicados por Picture Box.

Como sé que probablemente no haya sido capaz de explicar con palabras lo que quería decir, os dejo con Lightning Bolt, que el propio Chippendale explica todo esto de forma mucho más elocuente.

martes, 25 de enero de 2011

LA MEJOR PELÍCULA


«La mejor película basada en un cómic 2010» es la nueva categoría que ha incluido Ficomic en los premios del Salón del Cómic de este año. Me ha pillado completamente por sorpresa, la verdad. La descripción del premio dice: «Premio en reconocimiento al mejor largometraje nacional o internacional basado en un cómic o que el cómic sea su protagonista estrenado en salas comerciales españolas a lo largo del año 2010. Con este galardón se quiere premiar la creciente vinculación del cine con el cómic».

Curioso, ¿no?

viernes, 21 de enero de 2011

EL VECINO EN LA TERRAZA


Sí, ése que está cabizbajo en la terraza, muy cerca de cierto trepamuros, es nuestro querido Titán, el personaje que he co-creado con Pepo Pérez y que ha hecho otra aparición estelar (e inesperada) en The New City Reader, un periódico-performance que está apareciendo como parte de la exposición The Last Newspaper, que todavía se puede ver en el New Museum de Nueva York. La ilustración es obra de Klaus Toons. ¡Gracias por el detalle, Klaus!

Si queréis ver la (impresionante) ilustración completa, pasaos por el blog de Klaus, donde él mismo explica toda la historia:

EL CONTRATO DEL DIBUJANTE

Bakuman 1 (Norma), Tsugumi Ohba y Takeshi Obata.

HISTORIÉTICA


Quienes siguieran mis andanzas por México ya saben que allí me hice fan de Antonio Gutiérrez, uno de los grandes dibujantes clásicos de aquel país, que alcanzó logros espectaculares en el cómic romántico. Ahora, el especialista Luis Gantus nos ha regalado a través de su blog un documento interesantísimo, un manual sobre cómo hacer cómic realizado por el propio Gutiérrez para beneficio de sus colegas. O sea: la exposición teórica del pensamiento de un autor que en la práctica dibujó más de treinta páginas semanales durante décadas.

He reproducido al inicio de la entrada la página 2 del tratado porque me ha llamado la atención el concepto que tiene Gutiérrez de lo que es el buen dibujo en cómic. Gutiérrez, que siempre fue un dibujante excelso de la escuela más clásica y académica (Gantus comenta que fue invitado a trabajar con Hal Foster) dice: «El dibujante de historietas, no es solamente el individuo que tiene buena o regular facilidad para dibujar. Buenos o regulares dibujantes, pueden realizar, cada uno buenas historietas, si logran transmitir a sus lectores, una imagen sincera y expresiva de una idea».

Historética en Esto es Ferpecto, el blog de Luis Gantus.

Y en episodios anteriores de Mandorla:

EDDIE

Me ha alegrado enormemente encontrar esta reseña de Alec en la red, porque ya empezaba a pensar que nadie se lo había leído. Que es una de las cosas que a veces pasa con esas grandes obras que todo el mundo alaba y luego resulta que es sólo por efecto cacatúa.

Y no, Alec hay que leerlo.

Yo tuve ocasión de leerlo muy atentamente hace unos meses, no en vano lo he traducido para Astiberri. A lo largo de los años, había leído la mayoría de los volúmenes que componen Alec, pero no todos y, desde luego, no de forma continuada, como si fuera una sola obra. Antes de hacerlo, ya consideraba a Alec uno de los grandes tebeos de siempre. Después de hacerlo, la sensación de encontrarme ante un tebeo mayúsculo fue todavía mayor. No, no estamos hablando de una «gran obra» al estilo de bodrios infumables como Cerebus, que si alguna vez resultaron interesantes, hace ya siglos que se quedaron desfasados, y que hoy en día son ladrillos que uno sólo debería leer si se viera obligado a ello para salvar su vida o la de un gatito. En el caso de Alec, el tiempo le ha sentado muy bien, tal vez porque Campbell hace 25 años ya vivía mentalmente en 2011 y ya sabía que en el cómic se podía hacer algo (llamémosle novela gráfica) que sus compañeros de vocación ni siquiera imaginaban.

Alec es la forma de Campbell de gritar «confieso que he vivido», un tebeo que, realmente, da ganas de vivir, que es amargo, cómico, sublime y ridículo, sencillo, sofisticado y extremadamente adulto, un tebeo que da miedo y que da risa. Una obra que se sale de los moldes y que es un homenaje a la fe. La fe de un hombre en sí mismo, en su camino, en su arte, en su verdad. Campbell, como l'Association, ya lo dijo hace mucho tiempo: la novela gráfica funciona a largo plazo. Pero, ¿cuántos valientes pueden soportar los plazos de Campbell?

Yo, por mi parte, sólo me siento agradecido por haber tenido la oportunidad de traducir el tebeo de mi vida. De nuestras vidas.

EL HAMBRE (Y EL ARTE)


Hojeando la segunda entrega del coleccionable de TBO de Salvat, me encuentro con la historieta de Benejam que encabeza esta entrada y no puedo evitar imaginarla proyectada en una conferencia de algún avanzado investigador norteamericano en un congreso internacional de historia del arte (me cuesta más imaginarlo con uno de aquí). El profesor norteamericano, calvo, con gafas redonda metálicas, barba de tres días y chaqueta de pana, la utilizaría como ejemplo del trayecto seguido por el arte de la opulencia a la miseria en cuanto a valores necesarios para el reconocimiento (visítese, por ejemplo, la exposición temporal de Rubens que todavía está abierta en el Prado para entender exactamente la opulencia como valor artístico).

Pero como mi cabeza está dividida en viñetas, acabo pensando que sí, que es una bonita metáfora del mito del artista romántico, todavía vigente a nuestro pesar, pero que también podría ser una metáfora de la reacción de algunos aficionados al cómic de toda la vida ante el reciente (y creciente) reconocimiento que está trayendo la novela gráfica (perdón, el cómic) a los tebeos en nuestra sociedad.

O sea: cuando el hombrecillo estaba famélico y tenía un aspecto lamentable, todo bien. Ahora, si el señor empieza a engordar, mal.

Ni digo que no, oye. Sólo digo que me parece gracioso ver cómo lo cuenta Benejam en doce sencillas viñetas.

Sigo hojeando el mismo volumen y, apenas unas páginas después, me encuentro esta otra (¿otra?) historieta de Urda:

Es también gracioso (y en cierta medida incide un poco en el trasfondo de todo el asunto) ver cómo dos dibujantes de la casa reinterpretan la misma anécdota. También habla del desbarajuste de materiales que se están metiendo en los tomos de esta colección, y el poco criterio con el que parecen seleccionarse. Pero no era ése el tema ahora mismo, sino la oportunidad de comparar dos versiones del mismo chiste por dos firmas diferentes de la misma escuela. A mí me cuesta decidirme. La de Urda es decididamente más sofisticada en la narración, ya que escamotea el acto fantástico-criminal en sí y lo deja a la imaginación del lector. Pero no sé si ese refinamiento por sí mismo basta para hacerla superior, porque hay algo más brutal y directo en la de Benejam, más ansioso, podríamos decir, y tal vez esté ahí desde el mismo y sencillo título: «El hambre». Parece que dijera: ¿para qué vamos a andarnos con más gilipolleces? Ustedes me entienden... EL HAMBRE.

El hambre, sí, una cosa muy de tebeo.

O de novela gráfica.

Por cierto, hablando de este coleccionable de Salvat, creo que tras las dos primeras entregas me lo voy a saltar. La experiencia acumulativa del coleccionable de Bruguera del año pasado me hizo saltar las alarmas: no se puede meter tanto papel en casa a lo loco. Los filtros son cada vez más necesarios. Y la verdad es que las primeras entregas de este TBO parecen hechas un poco a lo loco. Nada que ver con el funesto Roberto Alcázar y Pedrín, desde luego. Aquí la presentación es excelente, con las páginas bien reproducidas, en blanco y negro o en su color original, en un papel adecuado y con el aderezo de unos textos introductorios siempre ponderados y necesarios de Antoni Guiral y otros. Pero, en resumidas cuentas, las historietas están amontonadas sin orden ni concierto, no se especifican épocas ni publicaciones originales, y la cosa viene a ser como cualquier otra de las innumerables recopilaciones de material de TBO que venimos recibiendo desde hace muchos años. Quizás sea que IDW y Fantagraphics me han vuelto muy caprichoso con sus reediciones de clásicos norteamericanos, pero para mí esto ya no es suficiente. Y es una lástima, porque en los archivos del TBO hay un tesoro de dibujantes como Blanco, Benejam, Urda o Muntañola (qué fascinación sentía de niño por su Josechu el vasco, a quien consideraba por entonces el único superhéroe español), sino que se encuentra, sobre todo, la gran colección de Coll, a quien considero el mejor dibujante de cómics de la historia de España (sí, incluido Vázquez). Mi admiración por Coll ha ido creciendo con el paso de los años, hasta el punto de que cada una de sus páginas me parece hoy en día un extraño y valiosísimo prodigio de milagrosa concepción. Coll es, tal vez, el historietista más original que hemos tenido nunca. Sus perlas están desperdigadas (con generosidad, eso sí) a lo largo de estos volúmenes. Si alguien no lo conoce, entonces sí que tiene un motivo justificado para acercarse a este coleccionable. Os dejo con él al volante:


jueves, 13 de enero de 2011

NI PUNTO


Yo estaba tan contento con mi edición de Polly and Her Pals de hace 20 años, la de Kitchen Sink. Pero como la serie de Sterrett es mi favorita de los clásicos de prensa americanos, no me resistí a pillarme también la nueva que acaba de hacer IDW. Y vaya, es que entre una y otra no hay ni punto de comparación. Cómo han cambiado las reediciones de clásicos desde 1990 hasta hoy en día.

En los USA, se entiende.



miércoles, 12 de enero de 2011

REVÁLIDAS

Bueno, supongo que algunos pensarían que ya me había retirado, como el otro, pero no es cierto del todo, se siente. Sí, a veces me retiran forzosa y ocasionalmente las circunstancias, pero este blog paga demasiado bien como para que me pueda permitir dejarlo. Y, aunque no escriba mucho, leo. Leo tebeos. A montones. Al fin y al cabo, tenía un atasco atrasado de cuatro meses, y en otras tres semanas de regreso en Madrid no ha hecho más que aumentar. Me he tragado de todo, sin filtro y sin orden, lo mismo el Spider-Man: Fever (Marvel) de Brendan McCarthy que el ¡Pintor! (Sinsentido) de Esteban Hernández; el Batman: Detective Comics (Planeta-DeAgostini) de Ed Brubaker, Tommy Castillo y Patrick Zircher y el Kitaro volumen 1 (Astiberri) de Shigeru Mizuki; el Ideas de bombero (La Cúpula) de Sebas Martín y El invierno del dibujante (Astiberri) de Paco Roca. Entre (muchos) otros. Pero no voy a escribir de todo ello, no, tranquilos. Sólo de algunas cosas. Porque todo sería demasiado. Es demasiado para leerlo (lo juro), y es demasiado para escribirlo.

Porque bueno, se va uno un tiempo, y a la vuelta ve las cosas con un poco más de perspectiva, y alucina bastante. Estas montañas de tebeos TAN BUENOS y TAN BIEN EDITADOS. Que sí, que parezco Feliciano, pero joder, es que a veces se oyen tantas quejas que creo que no nos damos cuenta del momento que estamos viviendo. El momento general, desde hace algún tiempo, y los picos concretos de ese momento. 2010, por ejemplo. Menudo añito: novela gráfica nueva de Clowes (¡primera obra importante desde hace seis años!), obra nueva de Burns (¡el tomo de Agujero negro se había publicado en 2005!), Palookaville nuevo (ni me acuerdo de cuándo había salido el último) y luego, los que nunca fallan (los Bros. y El Gran Cerebro Extraterrestre de Chicago) que acuden a la cita sin falta. Y esto cuando todavía no se habían enfriado el Notas al pie de Gaza de Sacco y el Génesis de Crumb. En fin, que esto no pasa todos los años...

Del taquito de Gran Reserva, lo primero que me tragué fue el Love and Rockets: New Stories número 3 (Fantagraphics; los Bros siguen siendo fieles). Porque sí, porque me apetecía, porque no puedo tener en las manos un tebeo de los Hernandez y NO leerlo. Y bueno, también porque tenía cuentas que ajustar con ellos, sobre todo con Jaime.

Gilbert se marca otra de sus extrañas fantasías de serie B (en esta ocasión de ciencia-ficción) con ínfulas de metalenguaje. La cosa arranca bien y hasta muy bien, cosa que para mí tampoco es novedad en el Beto último. Ideas no le faltan. Otra cosa es qué hace con ellas. En «Scarlet By Starlight» y su continuación, «Killer * Sad Girl * Star», vuelve a autosabotearse, como parece que tanto le gusta hacer últimamente. Destruye literal y figuradamente a sus personajes y sus historias con finales rabiosos, zafios, frustrantes y frustrados. Parece que se cansara antes de llegar al final y rompiera el juguete en un ataque de ira. Claro, ya sabemos que un fracaso de Gilbert sigue siendo más interesante que una docena de éxitos de otros, pero leches, da un poco de rabia. Gilbert se está poniendo en una posición en la que necesita dar un puñetazo en la mesa, y por cierto, cuando ya se haya secado la página que acaba de entintar.


Ahora bien, Jaime, ay amigo, Jaime es otro rollo. Las cuentas que tenía que ajustar con Jaime vienen de la larga historia seudosuperheroica que se marcó en los dos primeros números de la nueva Love and Rockets, y que me pareció de lo más flojito que ha hecho Mister X en siglos. Eso no podía ser y, como cuando pierdes un partido por goleada y necesitas jugar el siguiente partido cuanto antes, necesitaba otra ración de Jaime para quitarme el mal sabor de boca. En «The Love Bunglers»/«Browntown», la historia incluida en este nº 3, el Gran Jaime vuelve por sus fueros. Incluso diría que llega a sitios donde no había llegado antes, si es que eso es posible en uno de los mejores dibujantes de la historia que ya lleva más de 30 años de carrera. Es curioso cómo, cuanto más envejecen los personajes de Locas, más sabemos de su infancia. Jaime llega a niveles de sutileza extremos en su dominio del lenguaje y del ritmo, y sólo lamento que al final se haya dejado llevar por la obviedad un poquito más de lo que hubiera sido perfecto, al menos para mi gusto. En todo caso, lo que hace en este número de Love and Rockets es cómic de máximo nivel, y para mí, uno de las que entrarían en el reducido grupo de las aspirantes a segunda mejor historieta del año. ENORME.


Por X'ed Out (Pantheon), El Esperado Regreso de Charles Burns, sentía una curiosidad casi malsana. A Burns lo adoro desde el principio, y con Agujero negro tuve la sensación de que había llegado a su cima personal. Que haya tardado tanto en hacer la continuación de aquello es uno de los signos evidentes de que, efectivamente, Agujero negro podría ser su obra definitiva, la que le había agotado y en la que había contado todo lo que tenía que contar con todas las habilidades que ha sido capaz de desarrollar como historietista. Entonces, ¿qué hacer cuando ya has hecho eso? ¿Cómo sería el nuevo Charles Burns post-Burns?


Bueno, pues que sigue siendo perturbador, inquietante y todo eso, ya lo sabemos, no hace falta repetirlo. Eso, al menos, nos lo esperábamos. Lo que está claro es que, efectivamente, el Burns actual ya es un autor maduro y en perfecto dominio de sus herramientas, y que ya sabe exactamente cómo hace tebeos Charles Burns. Se puede quitar de encima muchas ansiedades formales y concentrarse en otro tipo de ansiedades. Por ejemplo, me resulta curioso cómo Burns, como Hergé, parece fascinado por el arte contemporáneo, y especialmente por lo abstracto. La mayoría de las opiniones que he leído sobre X'ed Out mencionan las «citas» a Hergé -la portada y el formato- como anecdóticas, y tal vez poner tan a la vista el Gran Fetiche haya evitado que se busquen conexiones más profundas entre el belga y el norteamericano. ¿Acaso no es natural que dos autores de pulsión psicoanalítica tan intensa y tan rígida quieran perderse en el mar de las formas amorfas orgánicas?

Seth, por su parte, tenía un papelón con el nuevo Palookaville (Drawn & Quarterly) y la recuperación de «Clyde Fans» después de tanto tiempo. En cierta manera, parece que todos estos héroes del viejo «cómic alternativo» estén pasando una reválida ahora, cuando por fin han ganado la batalla y han sido ungidos como novelistas gráficos. Cuidado, que no es lo mismo subir que mantenerse. En fin, a lo que iba: Seth. Llevaba siglos sin sacar su comic book y ahora que quiere ya no puede hacerlo, ya se le ha pasado el arroz al formato y tiene que ser «comic book-novela gráfica». Lo primero interesante del Palookaville 20, entonces, está en el texto introductorio del autor reflexionando sobre los cambios de formato que se han dado en los diez últimos años. Merece la pena leerlo. Luego, «Clyde Fans» parte 4.

A mí «Clyde Fans» nunca me ha parecido la bomba, precisamente, pero en el momento actual creo que resulta más que evidente que es un peso muerto que haría bien en abandonar, pero que equivocadamente se empeña en continuar, sin duda por «no defraudar» a sus lectores. Sin embargo, es obvio que esta historia se ha quedado vieja y está superada, tanto en forma como en fondo, y es algo que se pone de manifiesto en cada página de este Palookaville por mucho que intente hacerle liftings desesperados con ungüento George Sprott que, por cierto, no van a favorecer la coherencia de la obra cuando finalmente se recopile en un solo libro (si es que estos ojos llegan a verlo, que al ritmo que va, hasta lo dudo).


Afortunadamente, en Palookaville hay mucho, mucho más que «Clyde Fans». Por ejemplo, un reportaje (texto y fotografía, nada de cómic) interesantísimo sobre «Dominion City», la ciudad de cartón que Seth se ha inventado en sus ratos libres y que encaja con naturalidad entre las fantasías más destacadas de los escultectos margivagantes. Quién sabe, tal vez algún día sea por esto por lo que más se recuerde al canadiense.

Y por último, «Calgary Festival», una historieta autobiográfica (¡la primera en veinte años!) de 14 páginas que es lo mejor que ha hecho Seth en su puta vida. Trasladada a la imprenta en «forma de boceto», que no me creo yo que sea boceto de verdad, pero sí que está más suelta que en el estilo refinado de Seth, posee una naturalidad y una amargura devastadoras. El caso es que no sólo es deprimente, también es graciosa, vitalista y cercana (demasiado). A Seth le mata el oficio y el trabajo, lo suyo es el dibujo espontáneo y sin pensárselo mucho. Una verdadera obra maestra en relato corto. ¿No decían que en la era de la novela gráfica ya no se podían hacer historietas breves?

«Calgary Festival» me dejó tan buen sabor de boca que creo que fue un poco injusto para Seth que a continuación me leyera el Acme Novelty Library 20 (Drawn & Quarterly, vaya añito que llevan) de Chris Ware. Perdón: el ACME NOVELTY LIBRARY 20 DE CHRIS WARE. Ahora sí, con mayúsculas. A su lado, todo lo demás (lo siento, Seth) queda en minúsculas.


Antes de entrar en materia, un pequeño servicio del Departamento de Promociones de Mandorla para todos aquellos que estáis sobreviviendo con el Acme de Random House y el Jimmy Corrigan de Planeta-DeAgostini, esperando penélopemente a que alguien publique otro tomo de Ware en nuestro país. Los Acme Novelty Library, al menos desde que se los empezó a autoeditar Ware (y ahora que ha pasado a Drawn & Quarterly también) son todos libros autoconclusivos, que se pueden leer por separado. No hace falta leer todos para entenderlos. Son obras individuales, aunque vayan construyendo poco a poco historias más grandes que el día de mañana probablemente veamos reunidos en diversos volúmenes más amplios. Este número 20, por ejemplo, es la historia completa de la vida de un tío, y lleva su apellido como título: «Lint». O sea: si leéis inglés, no esperéis más y compradlos, porque no sabéis lo que os estáis perdiendo. Y lo que hacía Ware hasta el 2000, que es lo que se ha publicado en nuestro país, está muy viejo al lado de lo que está haciendo ahora. ¡Que han pasado diez años!, ¿eh? Fin de la pausa comercial patrocinada por la Biblioteca de Novedades Acme, de Chicago.

Y bueno, esto que digo -lo de que el Ware de ahora no es el de hace diez años- es algo que me llama la atención, en contraste con la evolución más sobria de otros de sus camaradas artísticos, como Jaime Hernandez, Charles Burns o Daniel Clowes. Si estos tres me parece que en este último año han demostrado su madurez, Ware da más bien la impresión de ser un chavalito que acaba de empezar y todavía está buscándose. Ojo, no se me malinterprete. Lo digo por lo inquieto que se muestra y por la voluntad experimentadora que exhibe en cada nuevo trabajo. Porque parece que todavía no ha encontrado lo que estaba buscando.

En este Acme Novelty Library 20, «Lint», ya conocido en ciertos círculos como LA REHOSTIA (también «el mejor tebeo del año y de la década», por eso decía que la maravilla de Jaime compite por la medalla de plata) me llama la atención que Ware, a pesar de esa efervescencia creativa, de esa mutabilidad, ya ha superado a todos sus maestros, los antiguos y los modernos. El proyecto de Frank King de representar la vida y el paso del tiempo con un realismo riguroso, Ware ha conseguido condensarlo con toda exactitud en un solo volumen. Y la capacidad de Herriman y McCay para ver la página como un lienzo, que en su momento le sirvió como trampolín, le ha llevado ya a establecer nuevas barreras y paradigmas en el medio, de tal manera que los tópicos perezosos arrastrados desde el pasado pesado se quedan pequeños a la hora de interpretar sus páginas. Por ejemplo, Ware destruye ya de forma habitual lo «secuencial» a cada paso, para proponer un sistema que, recordando al llorado José Luis Brea, podríamos llamar de «comunicación en red», donde la información no está jerarquizada por ninguna secuencialidad y sí, por el contrario, puede circular por circuitos muy diversos.

Aparte de todos estos pajotes mentales, resulta que «Lint» es intensamente emotivo, y lo consigue precisamente con una disciplina feroz para suprimir la emotividad. Ocurre que el momento más brutalmente sentimental de todo el libro está enterrado en lo minúsculo. Está completamente deshinchado, y así es como adquiere más magnitud. Diría que hacía mucho que un tebeo no me transmitía las sensaciones que me suscitó la lectura de «Lint», pero mentiría. Creo que ningún tebeo me las había suscitado nunca. Su lectura me provocó también un poco de pavor. Lo que está haciendo Ware aterra, sobre todo si te dedicas a hacer tebeos. En vez de inspirarte, te abruma. Estamos ante un gigante, ante El Gigante, de hecho, un tío que ha venido a transformar un medio entero con el mero uso de sus manos y ese cabezón que tiene, y a su lado te sientes -repito- minúsculo. Y lo peor es que sabes que no es sólo talento, es el compromiso, la entrega y el sacrificio más allá de cualquier límite razonable. Y sabes que tú nunca vas a llegar ahí, y te sabe mal. Hasta dentro de veinte años no saldrá alguien capaz de seguir sus pasos, de modo que ahora mismo todos viviríamos más felices y más tranquilos si él no existiera.

Menudo bajonazo para acabar el comentario de un tebeo que me ha molado tanto, ¿no? Bueno, no hay problema, me quedan muchos para comentar y recuperar el tono vitalista, que no todo es Chris Ware en el mundo, gracias a Dios. Por hoy lo dejamos, pero en próximas entregas de la Gran Maratón Viñetera tendremos como artistas invitados a Bastien Vivès, Daytripper, Superman vs. Muhammad Ali, Ramón Boldú, Johnny Ryan y muchos otros. ¡No se lo pierdan!

¡O sí!

martes, 4 de enero de 2011

DESBORDAMIENTO


Si estáis en Madrid en algún momento hasta el 28 de febrero, no dejéis de pasaros por el Reina Sofía para ver la exposición : desbordamiento de VAL DEL OMAR. Mayúscula. Ahora mismo no se me ocurre ninguna manera de relacionarla con el cómic (aunque ese montaje de fotogramas con el que ilustro la entrada recuerde vagamente a lo que habría hecho Jaime Hernandez con una procesión de Semana Santa circa Flies on the Ceiling), pero creo que es el acontecimiento museístico de los últimos años. Yo volveré. Varias veces.