martes, 31 de julio de 2012

NO CAMBIES NUNCA

DAVID SÁNCHEZ 
No cambies nunca 
Astiberri 


Con su primera obra, Tú me has matado (Astiberri, 2010), David Sánchez ganó el premio al autor revelación en el Salón del Cómic de Barcelona. Sus páginas, de una indescifrable limpieza, le ganaron comparaciones con genios de lo perverso como David Lynch o Charles Burns, y con el maestro del reciclaje, Quentin Tarantino. En su segundo libro, el abismal No cambies nunca, Sánchez depura sus influencias a lo formal, y se aferra más que nunca al esqueleto de Tintín (el de verdad, no el de 3D). Con esas herramientas nos ofrece una iconografía y un universo mucho más personales y radicales. No cambies nunca es el hermético manifiesto de un nuevo género del horror y la ciencia ficción inventado por Sánchez: lo pulcro nauseabundo. En las aristas de su dibujo limpio, plano, científico, se esconden la amenaza latente y el silencio de lo reprimido. David Sánchez elige contar sus historias escamoteándoselas al lector, y así su nueva obra tiene el aroma embriagador del fragmento de lo prohibido.


Publicado originalmente en Rockdelux nº 308 (julio-agosto 2012)

lunes, 30 de julio de 2012

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 54: CORNELIUS STIRK


(PARTE DEL CAPÍTULO MONDO BATMAN)

CORNELIUS STIRK

Para ponerse a la altura de los tiempos, Batman necesita villanos modernos, y eso es lo que trataron de proporcionarle Alan Grant, John Wagner y Norm Breyfogle en Detective 592-593 (1988). Moderno o no, lo cierto es que Cornelius Stirk es uno de los individuos más abominables a los que se ha enfrentado el Señor de la Noche. Víctima de un desorden hipotalámico, para sobrevivir Stirk necesita norepinefrina, una sustancia que producimos cuando estamos aterrados. Así que busca a sus víctimas por la calle, las abduce engañándolas con imágenes mentales (su truco favorito es hacerse pasar por Jesucristo o Abraham Lincoln), se las lleva a casa y las tortura hasta que están convenientemente muertas de miedo. Después, ingiere los órganos enriquecidos con tan natural producto. Batman estuvo a punto de pasar por la olla, pero como todos sabemos no está hecho el Murciélago para el estofado.

sábado, 28 de julio de 2012

BOX BROWN: TODO MUERE


Durante las últimas semanas he publicado algunas entradas hablando de fanzines o minicómics (o si lo preferís, cómics marginales) norteamericanos: Los primitivos cósmicos, Cómics de la vida real y Porno de vanguardia (y más). Quiero cerrar este primer y muy parcial repaso a la actualidad postalternativa estadounidense dedicando unas líneas a tres de los autores que más me han llamado la atención individualmente. El primero será Box Brown.

Brown, muy activo durante el último lustro, en el que ha aprovechado al máximo las posibilidades de internet para la difusión, enarbola el estandarte de la sinceridad narrativa heredado de autores como James Kochalka y Tom Hart. Sus cómics tienen una dulzura gráfica hija de una línea clara caricaturesca de raíz norteamericana que viene como mínimo desde Enrie Bushmiller o John Stanley. Esta amable apariencia contrasta habitualmente con sus contenidos. Sus héroes son frecuentemente solitarios, y hay un cierto tono de nerviosismo amargo en sus relatos. «Everything Dies» no sólo es el título de una de sus series más conocidas, sino también la máxima sobre la que a veces parece que podría erigirse su visión del mundo. Pero en ocasiones no es que esta revelación le añada gravitas a su trabajo, en ocasiones es que es la justificación para quitarle gravedad a todo. O sea: también encontramos un humor desesperado en sus páginas.


Chubby Chasers (2012) es una muestra clara de ese relato agridulce, entre lo cómico y lo sardónico, que retoma los viejos temas del naturalismo indie de los 90 y 2000. Un personaje con un trabajo cutre que tiene una vida sexual mediocre y se pasa el día emborrachándose y colocándose, y cuya única esperanza de futuro es la posibilidad de enrollarse con una mujer que satisface su fetichismo por los michelines, de los cuales al mismo tiempo se avergüenza por la presión social. Es una variante del escenario clásico que hemos visto en el 1999 de Noah Van Sciver. El tebeo se cierra con un epílogo humorístico que traslada la obsesión por las lorzas a un escenario histórico: Box Brown se ha fijado, como todos los que han visto sus cuadros, en el gusto de Pedro Pablo Rubens por los físicos femeninos fornidos. La breve reinterpretación de la vida y carrera del pintor de Amberes a través de su búsqueda del volumen perfecto revela una sombra del Chris Ware que repasaba hipersintéticamente la historia del arte en el recopilatorio de Acme. Es una sombra que volveremos a ver proyectarse más adelante sobre Brown.


Fuck Shits (Retrofit, 2012) es otra pequeña odisea cotidiana de la angustia sexual. En la primera de la historias contenidas, «Best Friends 4 Ever» (se puede leer la versión a color en la red), Travis, el típico marginado social de instituto, humillado por los triunfadores, y que se autorreconoce como loser, vive una vida de escapismo emocional apoyándose en la música de Danzig, las sesiones de guitarra eléctrica fingida y los entrenamientos con katana en los descampados. El azar le da un desahogo cuando, durante una de sus excursiones con la espada, se encuentra a dos compañeras de clase en una sesión de dibujo al natural. Una de ellas está tomando apuntes de la otra, en pelota viva. El inesperado e incómodo encuentro permitirá a Travis liberarse de su soledad. Tal vez, incluso, liberarle de un futuro como protagonista de alguna masacre aleatoria en un centro comercial. «Blast Off» es el complemento gamberro del Fuck Shits, una pequeña peripecia en torno al vómito como superpoder al servicio del drogado.


Everything Dies (nº 7, Microcosm Publishing, 2011) es la serie espiritual de Brown, dedicada a replantearse dogmas religiosos bajo una nueva luz. «Lo más importante es que pienses en tus creencias», dice en la sección de cartas el autor. Esto la sitúa en un terreno cercano al de los primitivos cósmicos. En su número 7, «The Eridu Genesis», Brown imagina la creación del mundo y los hombres, y el Diluvio Universal, inventando una mitología sincrética que, finalmente, parece amalgamada por el espectro omnipresente del gran dios del tebeo americano, Jack Kirby. El triunfo final del protagonista humano, el rey Ziasudra, tiene el mismo tono amargo que se encuentra en los desnortados personajes de Chubby Chasers y Fuck Shits: la inmortalidad sólo parece el camino a la soledad eterna.


De todo lo que he visto hasta el momento de Box Brown, sin duda The Survivalist (Blank Slate Books, 2011) es lo que destaca como su esfuerzo más ambicioso y también más logrado. Presentado con una exquisitez formal superior (formato más grande y sobrecubierta con solapas), desde su portada (véase foto en la cabecera de este post) delata esa filiación con las diagramaciones de Chris Ware que mencioné al hablar de la historieta de Rubens en Fucks Shits. The Survivalist tiene un trabajo de planificación muy cuidadoso y una trama de temas tejidos con el alambre del personaje solitario tan típico de Brown, que aquí llega al extremo. Noah, el protagonista de la historia, está obsesionado con las teorías de la conspiración de podcasters como Dick March, locutor embarcado en una cruzada contra las manipulaciones secretas de grandes corporaciones como Big Pharma. Podríamos pensar que la obsesión de Brown está heredada de su padre, que construyó un refugio antinuclear bajo la casa familiar en los años 50, pero el caso es que finalmente el demente conspiracionista acaba teniendo razón: el meteorito del fin del mundo que anunciaban los medios acaba cayendo sobre América y arrasándolo todo, y Noah, atrincherado en su sótano lleno de latas sin fecha de caducidad, es uno de los pocos supervivientes. Para Noah, el apocalipsis es una liberación: por fin ha sucedido aquello para lo que se llevaba preparando toda su vida, y que sin embargo era algo que estaba fuera del alcance de su mano. Por supuesto, hay un elemento místico en este giro, una reinterpretación del Diluvio Universal de raíz más humana que la que Brown proponía en Everything Dies. El nuevo y renacido Noah descubre de pronto que, aunque ya no tiene internet, ahora sí puede dedicar todo el tiempo del mundo a perfeccionar y autopublicar sus cómics. Sin embargo, su arca está vacía, al menos hasta que encuentra a una mujer superviviente, Fatima, que se ha venido a refugiar entre las ruinas de su arrasada casa familiar. El tramo final de la historia está dedicado a una historia de amor fatal que por momentos llega a tener una grandeza humilde y emotiva. El final acepta la máxima «Everything Dies» como un hecho natural de la vida, que de todos modos debe seguir. Al fin y al cabo, el tebeo se titula «The Survivalist».

Brown está dibujando tebeos cada vez más interesantes, pero además es una de las figuras que más está haciendo por dinamizar la escena del postalternativo, emprendiendo desde su base en Filadelfia mil proyectos que ayudan a crear comunidad. En 2011 fundó uno de los microsellos imprescindibles de la escena postalternativa actual: Retrofit Comics. En la actualidad se ha embarcado en la coedición de una antología que homenajea a la revista de manga de vanguardia Garo: SP7. Proyecto, por cierto, que ha provocado una furibunda respuesta por parte de Dan Nadel, historiador de lo marginal y capo de Picturebox, el sello más marginal del panorama americano: No Good Reason. Tenga razón o no  Nadel, su postura y las respuestas que ha suscitado son el tipo de batalla dialéctica que era frecuente en el panorama del cómic español de los 80 y que parece completamente extinguido hoy en día. En parte es una pérdida de tiempo y energías, es cierto, pero también la demostración de que estamos ante un escenario vivo y entusiasta, con gente entregada con todas sus energías a lo que está haciendo. Eso es, finalmente, lo que más me entusiasma de estos tebeos: la vida que transmiten. Eso es lo que me hace exclamar: ¡Viva el comix!

viernes, 27 de julio de 2012

LA MUCHACHA SALVAJE

MIREIA PÉREZ 
La muchacha salvaje 1. Nómada 
Sinsentido 


El debut de Mireia Pérez como autora grande de novela gráfica viene precedido de un premio (Fnac/Sinsentido) y de un hype considerable. Esas expectativas se habían generado en ocasiones por motivos extradeportivos, pero ahora a Mireia le tocaba demostrar sobre la cancha que vale lo que se esperaba de ella. Esta primera entrega de lo que se anuncia como una trilogía despeja dudas: a Mireia Pérez le sobra el talento y sabe cómo usarlo. Aún con algunas asperezas por limar y con sus influencias por bandera, no obstante este viaje iniciático feminista en los tiempos arcádicos se lee con fluidez y pasión, con urgencia por pasar la página, y con la ilusión de que sea el primer paso en una carrera que llegará a donde Mireia Pérez quiera que llegue.


Publicado originalmente en Rockdelux nº 303 (febrero 2012).

jueves, 26 de julio de 2012

UN LARGO SILENCIO

FRANCISCO GALLARDO SARMIENTO Y MIGUEL GALLARDO 
Un largo silencio 
Astiberri 


En 1997 Miguel Gallardo publicó las memorias de su padre, un soldado republicano a quien le tocó callar durante cuarenta años después de la derrota, hasta que por fin su hijo le dio sobre el papel la voz que nunca tuvo. Un largo silencio era un relato escrito con la sencilla cercanía de los que no son profesionales de las letras y salpicado de episodios dramáticos contados sin las festividades a las que el cine comercial nos ha acostumbrado. Integrado por los textos de Francisco Gallardo ilustrados por su hijo con algunos bocetos desnudos y por breves historietas anecdóticas dibujadas también por Miguel Gallardo, era un libro que se adelantaba a su momento, una novela gráfica sobre la memoria histórica para la que el mundo del cómic todavía no estaba listo. Ahora, después del triunfo de El arte de volar, de Altarriba y Kim, Un largo silencio vuelve a tomar la palabra en una edición ampliada que debería restituirle el lugar de privilegio que le corresponde en el cómic español contemporáneo.


Publicada originalmente en Rockdelux nº 306 (mayo 2012).

miércoles, 25 de julio de 2012

COLIBRÍ 4

AUTORES VARIOS 
COLIBRÍ 4 


Lo ilusionante del cómic español no es que los supermercados culturales y las academias del cine estén (re)descubriendo el medio a lomos de las novelas gráficas que se amontonan en las librerías generales, sino que en el reverso de la industria hay una actividad efervescente que se manifiesta en fanzines como este espléndido Colibrí nº 4, el mejor de la serie hasta el momento. Comandado por el autor Sergi Puyol (Cárcel de amor) y el editor Toni Mascaró (Apa Apa), el fanzine expresa un discurso estético y retórico muy coherente: cómic de arte y diseño con vocación internacional. Autores de fuera se mezclan con talentos de aquí: Clara Tanit, Martín Romero y Felipe Almendros, los más sonados. Las historietas de Chema Peral y el propio Puyol son dos joyas.


Publicado originalmente en Rockdelux nº 305 (abril 2012)

martes, 24 de julio de 2012

EL HOMBRE QUE SE DEJÓ CRECER LA BARBA

OLIVIER SCHRAUWEN 
El hombre que se dejó crecer la barba 
Fulgencio Pimentel 


El belga Olivier Schrauwen (1977) sorprendió hace un par de años a los exploradores del cómic de vanguardia con Mi pequeño (Norma, 2009), una reinvención moderna del Little Nemo de McCay. Pero la pirotecnia de aquel volumen palidece al lado del despliegue del insondable El hombre que se dejó crecer la barba. Inspirado por el pintor loco Wölfli, Schrauwen busca el origen de la creación artística en los límites de lo racional, tal y como lo exploraron los visionarios de los años 20 y 30. Reflexivo y socarrón, va de la frenología a Hergé, cuyo Tintín en el Congo sirve de pórtico colonialista para un viaje interior/exterior que cuestiona los límites de la representación y desemboca en un palimpsesto pop escatológico. El hombre que se dejó crecer la barba mira al pasado sin caer en lo retro, y eso lo hace hoy audaz y necesario.


Publicado en Rockdelux nº 305 (abril 2012).

SEIS MESES DE ROCKDELUX


Uno de los grandes placeres de volver a España después de seis meses es encontrarte con media docena de números de la mejor revista de crítica de cómics que se publica ahora mismo en España. Me refiero a la sección especializada que aparece en Rockdelux, normalmente una página al mes. Una página puede parecer poco, pero si se aprovecha bien, es mucho. Cada mes la sección del Rockdelux brinda un repaso panorámico desprejuiciado y muy completo de todo lo que se está publicando en estos momentos, y lo hace a través de una serie de plumas de las que sólo puedo decir, sinceramente, que envidio su capacidad de síntesis y su elegancia en la escritura. No lo digo por decir, lo digo porque lo creo así y me parece que hay que reconocerlo públicamente. El mérito es, en primer lugar, de la propia revista y su director, Santi Carrillo, que han decidido no excluir al cómic del cuadro de la cultura popular -música, libros, cine, DVDs- que pintan cada mes, y sobre todo, cómo no, de su coordinador, mi colega Pepo Pérez, que se ha currado mes a mes esa extraordinaria plantilla de colaboradores y que se preocupa de equilibrar los títulos que aparecen reseñados para que no sobre ni falte nada. Trabajo sordo y poco agradecido, pero que da ese resultado brillante que pueden ver todos. Así pues, señores y señoras Lucía González, Raúl Minchinela, Rubén Lardín, Isabel Cortés, Alberto García, Daniel Ausente, Octavio Beares y demás, desde aquí les mando un saludo de reconocimiento y admiración. Agradezco poder compartir página con todos ellos. En los próximos días iré subiendo algunas de las reseñas que he publicado durante estos meses y que todavía no han aparecido en Mandorla.

lunes, 23 de julio de 2012

PORNO DE VANGUARDIA (Y MÁS)

Hay cómics que no me encajan en ninguna etiqueta, por más que quiera forzarlo. Ni son primitivos cósmicos ni son de la vida real. ¿Qué haces con esos? Los metes todos juntos y que sea lo que Dios quiera, lógicamente. Aquí voy a hablar de tres que me han llamado la atención, y el único nexo de unión que le encuentro es que son cómics de escuela de arte o de vanguardia gráfica. Pero eso es casi como no decir nada. La verdadera razón por la que los traigo a colación es, por supuesto, porque son tres joyas marginales.




Cartoonshow (Drippy Bone Books, 2011), de Derek M. Ballard, un tebeo al que yo en realidad siempre llamo You Will All Die In Pain, que es lo que pone más destacado en la portada, se podría describir como ciberporno sangriento, erotismo posthumano o pajillerismo vanguardista. Por decir algo. Ballard combina la ilustración con la historieta, en escenarios psicodélicos por donde transitan mujeres musculosas de frío semblante, a veces apareadas con gusanos alienígenas faliformes. Hay algo loco, casi histérico, en esas figuras descoyuntadas y a la vez rebosantes de vitalidad, y lo más demencial es que se tiende un extraño puente entre Yuichi Yokoyama y la Nueva Objetividad alemana. Es la alucinación futurista producida por la ingestión de ácido de batería de automóvil, y al mismo tiempo la pesadilla pop de una tribu de vallas publicitarias. En una de las historietas incluidas en el tebeo, «Jonathan Livingston Fuck All Y'All», un pájaro antropomórfico discute con otros, que se burlan de él. Abatido, vuelve a casa y se dispone a suicidarse. Cambia de idea, vuelve a la reunión de los que le han humillado y se lía a tiros con ellos. El único texto aparece a modo de «The End» en el extremo inferior derecho de la última viñeta: «Hail Satan!»

En otra historieta, un coche circula y alguien se tira un pedo.

Tienes que leerlo.

Una entrevista con Derek M. Ballard en español.
Una entrevista con Derek M. Ballard en inglés.


Si Cartoonshow es porno posthumano, Wayward Girls (Secret Acres, 2012), del holandés Michiel Budel es erotismo perverso de raíz decimonónica. Nada inocente, por cierto, pues está clara su filiación con la escuela de arte desde que la primera palabra que se pronuncia en este tebeo es «Wittgenstein». A partir de ahí, hay un revoltijo referencial pop que lleva desde Scott McCloud (coprotagonista de una de las historietas, donde a partir de su libro «Understanding Patterns» analiza la esvástica) hasta Peter Bogdanovich. Pero esta marejada de citas es sólo el ruido de fondo para lo que de verdad importa: las peripecias de un puñado de chicas de bragas rosas (cuando las llevan) que viajan por el mundo, desde Afganistán hasta Grecia (Lesbos, obviamente), a veces como ingenuas estudiantes, a veces como una tropa de exploradoras nazis, sembrando besos y caricias hasta acabar indefectiblemente sentadas sobre las rodillas de un hombre barbudo y con pipa. Las Slechte Meisjes remiten de forma muy obvia a las Vivian Girls de Henry Darger, pero en ellas también se rastrea la huella de Hergé, procesada por un ojo posmoderno al estilo del de Olivier Schrauwen (estoy pensando sobre todo en «Congo Chromo», la primera historia de El hombre que se dejó barba). Las páginas compactas, en las que es imposible separar las viñetas del conjunto, los abigarrados dibujos y la utilización de lápices de colores dan una apariencia artesanal al tebeo que hace que uno se sienta como si estuviera hojeando furtivamente el cuaderno íntimo que ha dibujado una de las propias chicas malas que lo protagonizan. O sea: erotismo y metaerotismo, por si necesitabas algo más.


Si Cartoonshow y Wayward Girls merodean lo sexual, Coin-Op, de Peter y Maria Hoey, es probablemente uno de los tebeos menos eróticos que he leído en mucho tiempo. Con un formato apaisado y a color que destaca en medio de la selva de fanzines de la estantería del fondo a la derecha, Coin-Op tiene hasta el momento cuatro números publicados (2008-2012), todos ellos de un pulcro y terso formalismo que proclama una clara filiación con el rigor gráfico de Chris Ware. En sus páginas hay un poco de todo, pero casi todo muestra una voluntad experimental y un deseo de jugar con los tópicos de la historieta, sean estos la narración secuencial o las onomatopeyas. Su obra maestra es sin duda «Anatomy of a Pratfall» (Coin-Op nº 2, 2009), que es también la historieta por la que las conocí, pues aparece reproducida en la antología Best American Comics. Con una estructura idéntica a la de la historieta que reproduzco como ilustración de este post (que es «Jingle in July», Coin-Op nº 3, 2011), los Hoey dibujan un gran escenario urbano y lo descomponen en multitud de viñetas, creando un mosaico narrativo que no es secuencial, y a través del cual analizan un típico gag visual que se ramifica en múltiples consecuencias. Aunque este tipo de historieta es una de las que mejor resultado da a los Hoey (repiten el esquema hasta en tres ocasiones), hay que advertir que los experimentos que pueblan Coin-Op son múltiples: revisión de personajes tópicos (perros parlantes), juegos pictóricos con las texturas y la fotografía, combinación de textos con ilustraciones... Casi podríamos decir que Coin-Op es un laboratorio de investigación del cómic contemporáneo.

En los próximos días espero poder hablar de algunos de los autores individuales que más me han llamado la atención durante el último año. ¡Ojo!

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 53: COMISARIO GORDON


(PARTE DEL CAPÍTULO MONDO BATMAN)

COMISARIO GORDON

El más antiguo de todos los personajes secundarios de Batman (está ahí, en la primera viñeta de Detective 27, 1939, charlando con Bruce Wayne), Jim Gordon ha tenido dos vertientes en su dilatada existencia como personaje de ficción.

La primera versión de Gordon, que yo identificaré siempre con el nombre de “inspector Fierro” que le daban las ediciones mexicanas de Novaro, abarca toda la era clásica, hasta 1964. Este Gordon es poco más que una figura decorativa, un hombre mayor, de pelo blanco, bigote y gafas, grueso de complexión, al que apenas vemos fuera de su despacho, eternamente informando a Batman y Robin de los motivos por los cuáles ha activado la Batseñal. Nunca se nos revela nada sobre él ni sobre su vida privada, es sólo la personificación de la autoridad.

El segundo Gordon parte del “New Look”, e irá creciendo en estatura con el paso de los años. Éste está considerablemente rejuvenecido (si antes aparentaba más de 60 años, ahora no da la sensación de llegar ni siquiera a los 50), o al menos se ha quitado kilos de encima, como Alfred en su momento, y ya no se muestra tan pasivo. Poco a poco, va saliendo del despacho, participa activamente en los casos y en ocasiones incluso se convierte en co-protagonista de las aventuras. También conocemos con mayor detalle la verdadera naturaleza de su relación con Batman, un hombre que le hace la vida mucho más fácil pero al que, en rigor, debería arrestar. Así, descubrimos que lo que antes parecía un intercambio puramente profesional, con el paso de los años se ha convertido en una profunda amistad. Ya sea en los años 70 ó en los 90, en historias dramáticas o humorísticas, en los tebeos o en la serie de animación, Gordon es el único personaje al cual se ha situado repetidas veces en la posición de ser amigo de Batman, con una amistad mucho más libre de distorsiones que la que une a Bruce Wayne con Alfred o Dick Grayson, por ejemplo. La duda siempre existe: ¿conoce Gordon la identidad secreta de Batman? Evidentemente, sería un error para los tebeos contestar de forma categórica cuando se puede mantener la sospecha. La convención más aceptada es que Gordon sabe, y Batman sabe que Gordon sabe, pero ambos saben que es mejor para todos no comentarlo nunca en voz alta, y fingir que nadie sabe nada.

Durante los últimos diez años, Gordon ha sido, cada vez más, el único hombre cuerdo de Gotham. Sometido a mil presiones, no sólo por su cargo, sino por las azarosas circunstancias que le han aplicado los guionistas, siempre ha respondido con una integridad y una eficacia aquetípicas. Protagonista verdadero de Year One, tras aquella historia fundacional su mundo sería mucho más matizado y complejo. Ahora está casado con su pecadillo de juventud, la temperamental teniente Sarah Essen, y ambos forman la pareja más dura de la ciudad. Pero, al contrario que tantos “tipos duros” de los que son moneda corriente hoy en día, Jim Gordon lo es siempre por las circunstancias, nunca de manera vocacional. Estrella de muchas aventuras en los diferentes títulos de Batman, su nombre es ya tan reconocido que ha sido capaz de cargar con la titularidad de una miniserie, Batman: Gordon’s Law (1996).

Las versiones en imagen real de Gordon no han hecho grandes favores al personaje. Si bien Neil Hamilton en la serie de TV daba la facha correcta y componía a un entrañable abuelete algo desfasado, su pasividad e incompetencia no sólo eran exageradas, sino que siempre se veía eclipsado por el campechano Jefe O’Hara. Más débil es aún la aportación de Pat Hingle a las diferentes películas de los años 90. Aunque, junto a Michael Gough en el papel de Alfred, ha sido el único actor que ha participado en todas, apenas suma diez frases entre las cuatro producciones. Podríamos decir que estos dos Gordon se alinean con la “versión clásica” o “inspector Fierro”. Por el contrario, la serie de animación ha sabido dar con el Gordon quintaesencial, retratándole gráficamente con la edad y la complexión justas para resultar venerable pero no demasiado joven, y caracterizándole con una suma de todos los rasgos coherentes que ha demostrado desde los 70 hasta ahora para convertirse en un hombre recto y profundamente bueno, respetado y admirado incluso por sus enemigos, pero con un pronto terrible. El Gordon que vemos en los dibujos animados es, seguramente, el mismo Gordon que conocimos de joven en Year One, que se ha hecho mayor y ha conseguido poner en orden su vida.

domingo, 22 de julio de 2012

THE DARK KNIGHT RISES: ¡QUE SE JODAN!


Que en un momento como éste alguien se descuelgue con una película de Batman como The Dark Knight Rises (Christopher Nolan, 2012) no sé si tomármelo como una impertinencia o como una burla aristocrática, el equivalente cinematográfico a nuestro castizo «que se jodan» de la dinastía de caciques parlamentarios castellonesa.

El aparato ideológico de la última película de Batman se articula a través de unos discursos imprevistos (e inútiles, pues no afectan en nada al desarrollo de la trama) proferidos por Bane, que vienen a situar políticamente la cinta en el siguiente escenario: el estado se alza sobre unas instituciones corruptas, la democracia y la ley son incompetentes y hasta amorales, pero las revueltas callejeras no están justificadas, pues las avivan bandas organizadas antisistema que nos engañan y manipulan para hacernos creer que luchan por nuestra libertad, cuando en realidad quieren destruirnos, tal y como la prensa conservadora nos advierte constantemente. Las protestas son herramientas de verdaderos supervillanos que sólo desean nuestro mal. Como ciudadanos, nuestro único papel en todo este drama entre el estado y sus enemigos debería ser el que nos asigna The Dark Knight Rises: el de mansos espectadores de un partido de fútbol.

Menos mal que, aunque estemos entre la espada del estado y la pared de los antisistema, la élite todavía está ahí para salvarnos de nosotros mismos, para ignorar leyes e instituciones y, elevándose sobre el poder de sus millones, sacarnos del atolladero del que nuestra ineficaz y corrupta democracia no nos puede sacar. Menos mal que contamos con el 1%, o mejor aún, con el 1% del 1% -pues los superhéroes como Batman son la élite de la élite, la aristocracia de la aristocracia- para desactivar la amenaza de esa bomba que, bueno, sí, es cierto que ellos mismos han creado en primer lugar. Pero lo han hecho por nuestro bien, tontorrones. Lo menos que merecen por el esfuerzo es que les erijamos una estatua.

Y si eres listo, entenderás lo que entiende el bueno de Blake/Robin, el policía íntegro, el funcionario probo y honrado: que la función pública está acabada y que es mejor renunciar a ella. Que el mañana pertenece a la iniciativa privada desenfrenada, libre de trabas y molestas regulaciones. Y ese mañana, no lo dudemos nunca, es un mañana donde el millonario siempre se retira anónimamente a algún paraíso extranjero donde disfrutar de su recompensa y sus mujeres espectaculares, y guiñar el ojo a sus fieles lacayos. Desde luego, parece la película que haría un niño rico y pijo, un millonario que fuera capaz de identificarse poderosamente con un magnate que vive encerrado en una mansión, alejado de la realidad de las calles.

Que película tan repugnante para hacérsela protagonizar a Batman en este verano de depresión y protestas callejeras.

Aparte del asco que me ha dado, la verdad es que The Dark Knight Rises me ha gustado mucho y lo he pasado muy bien, mejor que en cualquier otra de la saga. Qué pena que el 1% de la peli haya jodido al 99%. Como en la vida misma.

CÓMICS DE LA VIDA REAL

La mención a la vida real en el post anterior dedicado a los cómics de Sebas Martín me viene de perlas para enganchar con el tema de este post. Mi intención era seguir hablando de fanzines y minicómics después de Los primitivos cósmicos, pero entre profetas y payasos felices me he despistado un poco. Así que: fanzines, sí, más fanzines, y más allá de los horizontes cósmicos. O más acá. Porque si bien allí hablaba de que, contra los tópicos, el cómic marginal no se dedica exclusivamente a la autobiografía y lo cotidiano, también hay que decir que sí existe una producción abundante de cómics de la vida real.

Y algunos son muy buenos.


Un ejemplo típico sería Yearbooks (2D Cloud, 2009), de Nicholas Breutzman (guión: Nicholas Breutzman y Shaun Feltz; dibujo de Nicholas Breutzman; color y diseño de Raighne Hogan), un llamativo álbum apaisado de 40 páginas que cuenta lo que vendríamos a considerar la «típica» historia autobiográfica. La historia de un historietista en ciernes que en el instituto descubre el arte y la sexualidad y pierde la inocencia (aunque no sea en carne propia). Dada la juventud de la mayoría de los autores de estos fanzines, es normal (diríamos que incluso predecible) que su memoria se circunscriba a la infancia o el instituto, pero Breutzman tiene el talento suficiente como para hacer algo original y con personalidad propia. Y es que él mismo se lo dice, a través de la boca del personaje del señor Feltz, su profesor de arte: «Tienes demasiado potencial para desperdiciarlo con los cómics». ¿Cuántos grandes dibujantes de cómics de la actualidad han oído esa misma advertencia en la escuela de arte?


1999 (Retrofit, 2012), de Noah Van Sciver, parece la continuación de Yearbooks. ¿Qué pasa con el joven historietista cuando abandona el instituto... y pierde toda ilusión y esperanza de futuro? 1999 es el retrato perfecto del loser de los 90, la memoria de la generación X que ya se ha hecho mayor. El tipo atrapado en un trabajo de mierda que vive con su madre (la cual está empeñada en escribir novelas de terror para niños al estilo de las Pesadillas de Stine) y que se folla a su compañera de trabajo, casada, hasta meterse en un callejón sin salida sentimental. Diréis: nada que no contara Peter Bagge hace quince años. Sí y no, porque mientras que Bagge hizo su crónica grunge en directo, o en diferido muy breve, en 1999 hay un distanciamiento que permite al autor hacer casi una pieza de época. Como si dijera: así era el amor cuando Subpop dominaba el mundo, o así es como lo recuerdo yo, que era menor de edad en aquellos tiempos. Noah Van Sciver, por cierto, lleva algún tiempo orientándose más bien hacia el cómic histórico (The Death of Elijah Lovejoy, 2011, 2D Cloud), un poco emparentado con el Louis Riel de Chester Brown, a falta de otra referencia más adecuada. Este otoño publicará una biografía de Abraham Lincoln en Fantagraphics, lo cual probablemente le consagre como uno de los valores jóvenes más firmes de la historieta norteamericana actual.



El número 1 de Ritual (Revival House Press, 2012), de Malachi Ward, pide a gritos ser incluido en esta categoría en virtud del título de la historieta que anuncia con un rótulo grande en la portada: «Real Life». Y sí, en su interior encontramos muchos de los tópicos de los cómics de lo cotidiano: la pareja que lleva una vida discreta, ella profesora de música y él escritor en alguna web, los incidentes insignificantes narrados con todo lujo de detalles, el tedio de lo rutinario... Pero hay otras corrientes ocultas en «Real Life» que introducen la distorsión en ese anodino retrato del día a día. La historieta empieza con una secuencia onírica propia de Charles Burns, con escarabajos penetrando en la piel del durmiente marido de la protagonista, y a continuación nos adormece con el ritmo de lo doméstico, pero una escena misteriosa a mitad del relato -un fogonazo que ilumina la noche- da una aspereza sutil a la textura de la historia, y de pronto empiezan a pasar cosas que sólo pueden tener sentido si de nuevo nos hemos introducido en un escenario onírico, como al inicio de la historia. Sin embargo, Malachi Ward tiene la astucia de no señalar ese espacio onírico con las mismas marcas tópicas del cómic (viñetas irregulares, grises con diferente tonalidad) con las que lo había marcado en la secuencia inicial del escarabajo, dejándonos así sumidos en la duda: ¿lo que está pasando en real o es un sueño? Y supongo que en realidad lo que quiere plantearnos, sin llegar a verbalizarlo nunca, es: ¿qué es la vida real, la vigilia o el sueño? Ward tiene la rara habilidad de contar mucho con muy pocos elementos, de decir mucho sin explicar nada, de dejarnos con uno de esos tebeos enigmáticos que se pueden releer una y otra vez.



Las Easy Pieces de Neil Dvorak podía haberlas incluido igualmente en alguna otra corriente, por ejemplo, dentro de un tipo de cómic más formalista del que espero hablar en breve. Pero hay en sus peculiares experimentos gráfico-verbales algo que los conecta de forma decidida con una realidad íntima, muy personal. Es como si Dvorak practicase una autobiografía cifrada y descompuesta gráficamente. Como él mismo dice, viene de pasarse horas durante la infancia haciendo «mapas de ningún sitio y diagramas de máquinas que nunca existirían». El lirismo de sus extrañas composiciones tiene algo de científico. En parte, sin duda, por ese estilo de dibujo que parece seguir el mismo método de Alberto González Vázquez (prometo hablar aquí de su fantástico Humor cristiano): el calco de fotografías. Aunque es indudable que en Dvorak hay un placer por el dibujo que va más allá de la mera funcionalidad. Es como si al trazar los contornos de las figuras y escenarios lo que estuviera intentando es vaciar a las imágenes realistas de todos aquellos detalles que leemos como ruido, para dejarlas reducidas al esquema básico de su funcionamiento, a los puros engranajes. La presentación de sus historietas es también extraordinaria: un conjuntos de pliegos doblados, a veces con alguna hoja suelta inserta, a veces con una línea de puntos que señala el lugar donde hay que recortar un segmento con el que construir un diorama. Hay una invitación a la manipulación por parte del lector que no veía desde el Chris Ware de hace años.



¿De dónde sale un autor tan marciano? No lo sé, la verdad. Es uno de esos descubrimientos que uno hace paseando por el Mocca Fest. Centenares de autores sentados detrás de su mesa, con sus tebeos expuestos, sonrientes a la espera de que te acerques y te intereses por la obra de un desconocido. Te acercas y nueve de cada diez veces has caído en una trampa de la que no sabes cómo escapar. La décima, te encuentras con estas Easy Pieces.


Termino este brevísimo repaso por los cómics de la vida real con uno de mis favoritos, Pocket Full of Coffee (Retrofit, 2012), de Joe Decie. Si pudiéramos trazar un hipotético hilo conductor entre el historietista adolescente del Yearbooks de Breutzman y el veinteañero fracasado del 1999 de Van Sciver, podríamos continuar el trayecto con el protagonista de Pocket Full of Coffee de Decie, el treintañero casado y padre de un hijo, enfrentado con perplejidad a su realidad cotidiana. Como él mismo lo describe en la contraportada: «es autobiografía, pero con mentiras». Un miércoles cualquiera en la vida de una familia cualquiera. Nada especial que contar, salvo la vida misma, pero está contada con una elegancia gráfica notable y con un humor socarrón y atenuado que sólo se revela desde la comodidad de la mecedora, con las pantuflas puestas. El Joe Decie de Pocket Full of Coffee me recuerda al Eddie Campbell de Alec, más o menos a la altura de Little Italy o La musa muerta, por ejemplo. Y ya sólo por eso se merece todo mi amor.

Así que ya veis, primitivos cósmicos y cómics de la vida real, en el mundo de los fanzines hay de todo. Y hay más. Me tomo un vaso de agua y os lo sigo contando.

sábado, 21 de julio de 2012

TARDE DE OSOS


Como anuncié en este blog, el lunes pasado acompañé a Sebas Martín en la presentación en Madrid de su última novela gráfica, Kedada (La Cúpula, 2012). Dificultades técnicas me han impedido escribir antes sobre esto, pero no quería dejarlo pasar porque la conversación me resultó muy agradable y se dijeron algunas cosas interesantes, y también porque Sebas Martín es constantemente ignorado por los medios que hablan de cómic, y se merece un reconocimiento.

La invisibilidad en el mundillo de un autor que en los últimos años ha publicado cinco novelas gráficas con una editorial del calibre de La Cúpula sólo tiene una explicación: Sebas Martín hace cómic gay. Y aunque creo sinceramente que el mundillo del cómic no odia a los homosexuales, a veces tengo la sensación de que sí los teme. Por eso sólo los acepta cuando se despojan de forma más evidente de las manifestaciones de su sexualidad para centrarse en procesos de identidad universales (es el caso del Stuck Rubber Baby de Howard Cruse o del Fun Home de Alison Bechdel) o cuando la caricaturización y la sátira evitan cualquier peligro de excitación indeseada por sorpresa (Ralf König). El caso de Sebas es peculiar, porque aunque sus historias son básicamente comedias sentimentales costumbristas, no renuncia a interludios sexuales explícitos. Sospecho que son precisamente esas escenas las que le están robando un público mainstream más amplio. Pero esto no es un problema de Sebas, esto es un problema del público general, que sólo acepta (¿tolera?) la diferencia cuando le quitan las garras y los dientes y la procesan en un producto perfectamente asimilable a la cultura hetero dominante.

De esto hablamos la tarde del lunes con Sebas -que es un fantástico conversador, por cierto-, y de otras cosas también. Sebas Martín me hizo notar que gran parte del público hetero que tiene lo ha obtenido a través de las mujeres, que suelen ser las que se lo descubren a sus parejas masculinas. A partir de ahí, Sebas me hizo notar que, hasta la aparición de la novela gráfica y del manga, las mujeres no habían tenido cómics dirigidos a ellas desde los tebeos románticos de los años 50 y 60. Y precisamente aquellos tebeos para niñas de los 50 y 60, aunque sublimados, trataban temas de la vida real, planteaban personajes, escenarios y situaciones directamente anclados en el mundo contemporáneo, al contrario que los cómics para chicos, que habitualmente siempre han tenido ambientaciones exóticas, fantásticas y aventureras. Esta conexión con la vida real es sin duda lo que más me interesa de la obra de Sebas Martín, que destaca especialmente en esas escenas cotidianas repletas de diálogos ingeniosos propios de teleserie americana. De hecho, el propio Sebas reconoció que, aunque es un gran aficionado al cómic desde siempre, sus modelos para el tipo de cómic que hace ha tenido que ir a buscarlos en el cine y la televisión, antes que en la historieta, donde no encontraba referentes adecuados para el tipo de historia que él quería contar.

Una de las grandes satisfacciones de contar tu vida, tu mundo y tu época es que dejas testimonio de lo que has vivido, una nota para el futuro. Preparando la presentación, me releí Aún estoy en ello (La Cúpula, 2007), una novela gráfica que Sebas ancló y fechó en un hito de nuestra historia reciente: la aprobación de la ley del matrimonio homosexual, el 30 de junio de 2005. Lo interesante es que Aún estoy en ello hace un retrato muy sincero de un grupo de personajes urbanos en torno a 2005, es decir, el período que ahora, desde la depresión de 2012, se ha dado en llamar «los años de la fiesta». Es la época en la que «vivimos por encima de nuestras posibilidades» y, por tanto, nos convertimos en culpables del castigo que ahora justamente estamos sufriendo. O eso se nos quiere contar ahora, claro. Pero Aún estoy en ello deja testimonio de un grupo de personajes que en 2005 viven en precario, trabajan sin contrato, comparten piso como única posibilidad de supervivencia y sufren mucho para llegar a final de mes. Tal vez los años anteriores a 2008 fueran una fiesta, sí, pero revisando Aún estoy en ello, recordamos que nosotros nunca estuvimos invitados a ella, aunque ahora nos toque pagar la factura.

Y por eso agradezco tanto a Sebas Martín que siga haciendo esas novelas gráficas desprejuiciadas, honradas y veraces sobre la vida real, sobre lo que ha vivido, sobre lo que hemos vivido todos.