Mostrando entradas con la etiqueta Michiel Budel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Michiel Budel. Mostrar todas las entradas

martes, 7 de mayo de 2013

SPRING CLEANING (I)


El invierno es una cosa seria en Estados Unidos. En la mayoría del país supone atrincherarse en la casa cubierta por la nieve durante meses interminables. Por eso la primavera se recibe como la verdadera explosión de vida, alegría, luz y color que los dibujos animados de la Abeja Maya nos enseñaron que era. Y una de las tradiciones más arraigadas de la primavera es el spring cleaning, ese volver a poner en orden la casa para afrontar con renovada energía las estaciones cálidas del año. Durante el otoño e invierno de 2012 he ido acumulando un buen puñado de lecturas de small press -fanzines y minicómics, principalmente- de los que siempre he tomado nota mental para comentarlos en Mandorla. Luego, tonterías como el trabajo, los guiones y la vida han impedido que diera cuenta de ellos en este espacio. Así, se han ido amontonando en una torre cada vez más alta e inestable de «cómics a reseñar», hasta que ya no lo he soportado más y he decidido guardarlos todos y que le den a Mandorla. Ha sido en ese momento, cuando ya los tenía guardados, cuando he descubierto que sufro alguna patología que me impide disponer sin más de los tebeos. Por algún singular trastorno psicológico, no me quedo tranquilo si no dejo al menos constancia de ellos aquí. Así que los he vuelto a sacar todos y he seleccionado al menos unos pocos de los que pretendo decir cuatro palabras. Lo mínimo. Lo justo para proporcionarme paz mental y permitirme guardarlos de una vez por todas para así dejar de tropezarme con ellos todos los días, y seguir acumulando nuevos papelotes durante todo el verano que se aproxima con la conciencia tranquila. Este post es, por tanto, mi spring cleaning. Desde un punto de vista más práctico, también podemos considerarlo como un rápido vistazo a algunos cómics norteamericanos notables del último medio año.


Wayward Girls, Michiel Budel

En primer lugar, y sin entrar en detalles, quiero mencionar que algunas de las series que ya estaban en curso y hemos comentado en Mandorla anteriormente han seguido adelante. Es el caso de Wayward Girls (Secret Acres), de Michiel Budel, que sigue con sus deliciosas farsas eróticas, Hyperspeed to Nowhere, de la superdinámica Lale Westvind o Vortex (Gold County Paper Mill), la saga cósmica de William Cardini, que ha alcanzado su tercer número y ya está a sólo uno de llegar a su conclusión. Debería de estar a punto de salir, por cierto. También ha continuado Bowman (Hic and Hoc Publications), de Pat Aulisio. Y aunque no es estrictamente una serie, sino un tebeo individual, Carlos Gonzalez ha sacado otro de sus maravillosos fanzines, Micro-Pitch, en esta ocasión con una alucinante mezcla de misticismo y béisbol.

Hyperspeed to Nowhere, Lale Westvind

Todas estas series siguen tan estupendas como estaban. Por refrescar la memoria, recuerdo que hablé de Wayward Girls en Porno de vanguardia (y más), mientras que de Lale Westvind, William Cardini y Carlos Gonzalez ya escribí en Los primitivos cósmicos.

Vortex #3, William Cardini

Bowman #3. Earthbound, Pat Aulisio

Micro-Pitch, Carlos Gonzalez


Como podéis ver, parece que la ola de primitivos cósmicos, o de ciencia-ficción/fantasía psicodélica, sigue en pleno ascenso. O a lo mejor es sólo que yo me siento atraído por esos tebeos que suelen compartir colores estrafalarios, trazos abigarrados e imaginación incontrolada, como una especie de detrito de décadas de televisión, cómics y cine gloriosamente vulgares que se han convertido ya en un léxico para la expresión personal. Algunos de los autores que he citado antes se reúnen en la antología Future Shock, comandada por Josh Burg Graf, un expatriado de Baltimore que ahora está en Nueva York, y que es el primero en practicar ese retrofuturismo tan propio de su título, el cual cita una de las obras más célebres del visionario Alvin Toffler. Así, el propio Burg Graf parece retrotraerse al 1970 del libro de Toffler para recuperar un estilo de ciencia-ficción que hasta ahora sólo era vintage, no retro. La antología, en todo caso, tiene mucha variedad de autores y estilos, y además nos permite disfrutar de William Cardini a color, lo que da alas a a este autor para elevarse a una dimensión que apenas se puede intuir en su propio Vortex. No me resisto a traer aquí una muestra. (El número 4 de Future Shock debería de estar a punto de salir, si no lo ha hecho ya).

Sky Canyon: The Grand Experiment, en Future Shock #3, Josh Burg Graf


The Mizzzard of the Year One Million Attacks the Space Witch
en Future Shock #3, William Cardini


A esta misma onda de psicodelia colorida hipercinética pertenece una joyita que es uno de mis tebeos favoritos del último año: Steel Sterling, de Gabriel Winslow-Yost (palabras) y Michael Rae-Grant (dibujos). Son dieciséis frenéticas páginas de cromatismo exaltado donde se narran dos acciones paralelas. En la principal, asistimos al viaje de un héroe de acción a través de toda una serie de batallas que remedan el tránsito violento inevitable cuando se recorren pantallas o plataformas de videojuego.

Steel Sterling, Gabriel Winslow-Yost y Michael Rae-Grant

Parece una versión ultramoderna del Miguel Calatayud de Peter Petrake, pero, por supuesto, ésa no es una referencia que manejen los autores. En su lugar, citan en los agradecimientos a Charles Biro, y es una referencia reveladora. Biro, creador del Daredevil original, que está siendo reeditado actualmente en Silver Streak Archives (Dark Horse), se caracteriza por su extenuante compromiso con la acción ininterrumpida. Así eran los superhéroes de los años 40, que en cierta medida están siendo recuperados desde la modernidad como inspiración primitiva. Éste es un tema sobre el que tengo mucho interés por volver en Mandorla, recordádmelo si no he escrito nada al respecto de aquí a 2016. El caso es que en Steel Sterling hay una especie de choque poético entre los textos dubitativos y las imágenes rotundas que se resuelve de forma sorprendente en la segunda subtrama del tebeo, la que no he mencionado. Una pequeña obra maestra.

Neon Super Gladiator, Andy K.

También a la categoría de luchadores de videojuego pertenece el exuberante Neon Super Gladiator, de Andy K., que inicia una saga de ciencia-ficción ambientada en la imaginaria Urbania. Primo lejano del Cosmic Dragon de Carlos Vermut (aunque sin su voluntad subversiva, y a cambio con intención de continuidad), Neon Super Gladiator es un tebeo que te envuelve en su obsesión por el dibujo y la línea.  Aunque las escenas de combate son espectaculares, creo que mis favoritos son los paisajes urbanos y los escenarios tecnológicos. En ellos se percibe a un dibujante sometido por sus obsesiones. El cómic entero está disponible de forma gratuita en la página web del autor: Neon Super Gladiator de Andy K.


SF #2, Ryan Cecil Smith

El tipo de ciencia-ficción que uno se encuentra en SF, de Ryan Cecil Smith, es completamente distinto. Smith es un licenciado del MICA (la Universidad de Bellas Artes de Baltimore) que vive en Osaka, y la influencia del manga y el anime sobre su obra es evidente. Con un aire a las odiseas galácticas de Leiji Matsumoto, su SF (siglas de Space Fleet, cuyo cuerpo Space Fleet Scientific Foundation Special Forces, o SFSFSF, protagoniza la historia) me recuerda un poco a Robotech, aquel engendro americano montado a partir de material de base japonés. La serie es ahora mismo un embrión de gran space opera, con unas gotas de Occidente, vía Star Wars y Moebius, regadas sobre la materia base de Oriente. Otro nombre que me viene a la cabeza dentro de estas coordenadas es Stan Sakai. A Smith parece interesarle más el world-building que la aventura en sí, y de hecho en el número 2 de la serie dedica tanto espacio a presentar escenarios y situaciones como a la acción. Las páginas de resumen también contribuyen a crear esa atmósfera como de tebeo de ciencia-ficción de DC circa 1984.  Aunque no puedo decir que me vuelva loco, de momento creo que merecerá la pena seguirlo durante las próximas entregas, al menos para ver hacia dónde se dirige.


Ghost Heat Up #3, Anthony Meloro

Por Ghost Heat Up, de Anthony Meloro, sin embargo, no puedo moderar mi entusiasmo. Aquí no podemos hablar de géneros ortodoxos, sino de una peculiar reformulación de varios. De momento han aparecido cuatro números, que aplican explícitamente el continuará, aunque más como gesto que como mecanismo. El protagonista de la historia es Henry Coy, «bloguero de sucesos paranormales» que escribe en su página web The Electric Cruise. En su investigación de lo esotérico, Coy obtuvo poderes extraordinarios en el Reino de las Sombras, poderes que le permiten comunicarse con los espíritus y navegar por mundos etéreos. Meloro lleva la narración con una desenfadada mezcla de género negro, sobrenatural, misticismo y realismo sucio impregnado de una sorna muy sutil, pero lo más interesante de Ghost Heat Up está en la propia materialidad de cada entrega. Cada número es un verdadero objeto artesanal, de sólo ocho páginas cortadas irregularmente y encuadernadas con un cordel. Hay una fisicidad palpable en cada ejemplar que contrasta poderosamente con el misticismo del contenido. Uno casi diría que cada Ghost Heat Up es un objeto elaborado personalmente por un iniciado para su utilización en un ritual de comunicación con el Más Allá. Sin duda, uno de los tebeos más originales que he leído últimamente.


The Future is Unwritten, Josh Bayer, en Marvel Comics Presents #6

Otra idea sorprendete: Marvel Comics Presents #6 (Drippy Bone Books), editado por Pat Aulisio. Bajo la coordinación del autor de Bowman se han reunido algunas luminarias de la escena que «recrean» una antología de Marvel Comics. La portada está inspirada en el cómic Marvel cuyo título comparte, pero el interior se va por los cerros de Úbeda. Aulisio produce uno de sus típicos remolinos de tinta (esta vez con color) para contar un enfrentamiento entre el Hombre-Cosa y Dormammu, y Keenan Marshall Keller rebusca en el lado más trippy de Marvel rescatando a Warlock, el personaje a quien Jim Starlin convirtiera en icono cósmico y psicodélico a mediados de los setenta. También hay una historieta de Michael Hawkins sobre el Hombre-D y varios minicómics de Marc J. Palm y Josh Burggraf (Future Shock). Pero la pieza que define ideológicamente el proyecto es la que lo abre, «The Future is Unwritten», una fantasía de Josh Bayer donde el Pato Howard, Dragón Lunar, Deathlok, USAgente, ROM, Simon Garth el Zombie, Mastodon (!) y (finalmente) Plastic Man le sirven para elaborar un discurso sobre la creatividad y el maltrato sufrido por los autores durante décadas de cómic industrial. «The Future is Unwritten» plantea la compleja relación de nostalgia y repudio que los jóvenes dibujantes alternativos mantienen con la herencia del cómic mainstream, y Bayer consigue transmitir la mezcla de amor y asco que le provoca la historia de los tebeos sin limitarse al mero exabrupto. No en vano Josh Bayer es uno de los autores más interesantes del panorama actual (y por cierto que acaba de sacar el tercer número de su proyecto colectivo Suspect Device, el más impresionante hasta la fecha). Marvel Comics Presents #6, además, va acompañado de un minicómic que reinterpreta Marvel Premiere #28, célebre (por decir algo) porque en él se presentaba la Legión de Monstruos.

Man Thing, Pat Aulisio, en Marvel Comics Presents #6


Bad Vibes, Keenan Marshall Keller, en Marvel Comics Presents #6

Después de muchos meses viéndolos en las estanterías, por fin me atreví con un par de números de Fukitor, de Jason Karns, que es, indudablemente, una de las experiencias comiqueras más extremas que existen hoy en día. La página que pongo como ilustración es probablemente una de las más comedidas que he encontrado en los números 6 y 7 de Fukitor.


Doctor Werewolf vs. The Zombie Sadists, Jason Karns en Fukitor #7

Éste es uno de esos casos donde, de nuevo, el formato es esencial. Cada Fukitor es un tebeo de grapa de bolsillo, con 24 páginas a todo color (incluyendo las portadas). La sensación a simple vista es la de encontrarnos ante un tebeo guarro de los que hace años abundaban en los kioscos españoles, una especie de descendiente bastardo de Sukia. Y desde luego que esa apariencia infame forma parte de la experiencia. Las cuatro historias que incluyen los dos números que poseo pertenecen a cuatro géneros diferentes: ciencia-ficción, policíaco, terror y bélico. Pero, al mismo tiempo, los cuatro géneros están subsumidos en un metagénero mayor: el gore festivo, que para la ocasión llamaremos la Farsa Atroz. En «Buttraping Bat-Apes on Pluto», unos monos alienígenas con alas de murciélago violan analmente a los hombres participantes en una misión espacial terrestre (realmente, estaba todo explicado en el título), hasta que finalmente son castrados y repelidos por la mujer del grupo, que vuelve a la Tierra con un collar de pollas gigantes como trofeo. «Dick, Vice Squad» (subtítulo «When Dick's Out, Crime Gets Fucked!») es una parodia de las clásicas series televisivas de polis de los setenta repleta de tiroteos revientacabezas. En cuanto a «Doctor Werewolf vs. the Zombie Sadists»... bueno, ¿queda algo por añadir después de ese título? Los zombies han secuestrado a un puñado de mujeres a quienes están violando y torturando sistemáticamente en su cubil. Vladimir, el Doctor Hombre Lobo, el clásico aventurero de lo paranormal de novelita pulp, acude al rescate, abandonando para ello una recepción de la alta sociedad a la que asistía con su amada Diana. La frase con la que el Doctor Hombre Lobo explica la necesidad de su inminente partida a Diana vale por sí sola el precio de portada: «Diana... Lo siento, querida. Me gustaría poder quedarme, pero hay prostitutas en peligro». «Nazi Death Pit», en fin, incide en el tema de la guarida donde se tortura a mujeres desnudas, pero en este caso en un contexto donde se mezclan marines de la II Guerra Mundial con científicos locos y comandos gorilas nazis. A su lado, Inglourious Basterds es Pippi Calzaslargas. Esto es Fukitor, todo dibujado con un esmero y una dedicación obsesivos, con una sabiduría y júbilo macabros heredados del Mad de Kurtzman y Elder, del comix underground clásico de S. Clay Wilson y Spain Rodríguez, de Joe Coleman, y de tantos otros ejemplos donde lo extremo, lo grotesco y lo ofensivo han delimitado un espacio infernal del que sólo se puede huir aullando o permanecer riendo con carcajadas groseras y violentas. La versión para adultos de los tebeos de Benjamin Marra, eso es Fukitor: un dinosaurio repugnante y gloriosamente ofensivo.

Me quedan unos cuantos cómics por comentar, pero teniendo en cuenta que esto ya se alarga demasiado, que hay un cambio de tono evidente en los que faltan, y que, francamente, después de escribir sobre Fukitor ya no tiene sentido seguir escribiendo sobre nada más, lo dejo para la siguiente entrega de «Spring Cleaning». ¡Ya está bien por hoy!

lunes, 23 de julio de 2012

PORNO DE VANGUARDIA (Y MÁS)

Hay cómics que no me encajan en ninguna etiqueta, por más que quiera forzarlo. Ni son primitivos cósmicos ni son de la vida real. ¿Qué haces con esos? Los metes todos juntos y que sea lo que Dios quiera, lógicamente. Aquí voy a hablar de tres que me han llamado la atención, y el único nexo de unión que le encuentro es que son cómics de escuela de arte o de vanguardia gráfica. Pero eso es casi como no decir nada. La verdadera razón por la que los traigo a colación es, por supuesto, porque son tres joyas marginales.




Cartoonshow (Drippy Bone Books, 2011), de Derek M. Ballard, un tebeo al que yo en realidad siempre llamo You Will All Die In Pain, que es lo que pone más destacado en la portada, se podría describir como ciberporno sangriento, erotismo posthumano o pajillerismo vanguardista. Por decir algo. Ballard combina la ilustración con la historieta, en escenarios psicodélicos por donde transitan mujeres musculosas de frío semblante, a veces apareadas con gusanos alienígenas faliformes. Hay algo loco, casi histérico, en esas figuras descoyuntadas y a la vez rebosantes de vitalidad, y lo más demencial es que se tiende un extraño puente entre Yuichi Yokoyama y la Nueva Objetividad alemana. Es la alucinación futurista producida por la ingestión de ácido de batería de automóvil, y al mismo tiempo la pesadilla pop de una tribu de vallas publicitarias. En una de las historietas incluidas en el tebeo, «Jonathan Livingston Fuck All Y'All», un pájaro antropomórfico discute con otros, que se burlan de él. Abatido, vuelve a casa y se dispone a suicidarse. Cambia de idea, vuelve a la reunión de los que le han humillado y se lía a tiros con ellos. El único texto aparece a modo de «The End» en el extremo inferior derecho de la última viñeta: «Hail Satan!»

En otra historieta, un coche circula y alguien se tira un pedo.

Tienes que leerlo.

Una entrevista con Derek M. Ballard en español.
Una entrevista con Derek M. Ballard en inglés.


Si Cartoonshow es porno posthumano, Wayward Girls (Secret Acres, 2012), del holandés Michiel Budel es erotismo perverso de raíz decimonónica. Nada inocente, por cierto, pues está clara su filiación con la escuela de arte desde que la primera palabra que se pronuncia en este tebeo es «Wittgenstein». A partir de ahí, hay un revoltijo referencial pop que lleva desde Scott McCloud (coprotagonista de una de las historietas, donde a partir de su libro «Understanding Patterns» analiza la esvástica) hasta Peter Bogdanovich. Pero esta marejada de citas es sólo el ruido de fondo para lo que de verdad importa: las peripecias de un puñado de chicas de bragas rosas (cuando las llevan) que viajan por el mundo, desde Afganistán hasta Grecia (Lesbos, obviamente), a veces como ingenuas estudiantes, a veces como una tropa de exploradoras nazis, sembrando besos y caricias hasta acabar indefectiblemente sentadas sobre las rodillas de un hombre barbudo y con pipa. Las Slechte Meisjes remiten de forma muy obvia a las Vivian Girls de Henry Darger, pero en ellas también se rastrea la huella de Hergé, procesada por un ojo posmoderno al estilo del de Olivier Schrauwen (estoy pensando sobre todo en «Congo Chromo», la primera historia de El hombre que se dejó barba). Las páginas compactas, en las que es imposible separar las viñetas del conjunto, los abigarrados dibujos y la utilización de lápices de colores dan una apariencia artesanal al tebeo que hace que uno se sienta como si estuviera hojeando furtivamente el cuaderno íntimo que ha dibujado una de las propias chicas malas que lo protagonizan. O sea: erotismo y metaerotismo, por si necesitabas algo más.


Si Cartoonshow y Wayward Girls merodean lo sexual, Coin-Op, de Peter y Maria Hoey, es probablemente uno de los tebeos menos eróticos que he leído en mucho tiempo. Con un formato apaisado y a color que destaca en medio de la selva de fanzines de la estantería del fondo a la derecha, Coin-Op tiene hasta el momento cuatro números publicados (2008-2012), todos ellos de un pulcro y terso formalismo que proclama una clara filiación con el rigor gráfico de Chris Ware. En sus páginas hay un poco de todo, pero casi todo muestra una voluntad experimental y un deseo de jugar con los tópicos de la historieta, sean estos la narración secuencial o las onomatopeyas. Su obra maestra es sin duda «Anatomy of a Pratfall» (Coin-Op nº 2, 2009), que es también la historieta por la que las conocí, pues aparece reproducida en la antología Best American Comics. Con una estructura idéntica a la de la historieta que reproduzco como ilustración de este post (que es «Jingle in July», Coin-Op nº 3, 2011), los Hoey dibujan un gran escenario urbano y lo descomponen en multitud de viñetas, creando un mosaico narrativo que no es secuencial, y a través del cual analizan un típico gag visual que se ramifica en múltiples consecuencias. Aunque este tipo de historieta es una de las que mejor resultado da a los Hoey (repiten el esquema hasta en tres ocasiones), hay que advertir que los experimentos que pueblan Coin-Op son múltiples: revisión de personajes tópicos (perros parlantes), juegos pictóricos con las texturas y la fotografía, combinación de textos con ilustraciones... Casi podríamos decir que Coin-Op es un laboratorio de investigación del cómic contemporáneo.

En los próximos días espero poder hablar de algunos de los autores individuales que más me han llamado la atención durante el último año. ¡Ojo!