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jueves, 7 de abril de 2016

UNA CHARLA EN EL PRADO


Ayer por la tarde tuve el inmenso placer de participar en la tercera charla del ciclo Cultura 16 organizado por Radio 3 en el Museo Nacional del Prado. El título era Cómics, narrativa visual contemporánea y en ella acompañé a Ana Galvañ, Max y David Rubín, todos nosotros moderados por Laura Barrachina. La charla se grabó en vídeo y la podéis ver completa aquí.

Me gustaría agradecer al Museo del Prado que nos acogiera con la calidez con la que nos acogió y que nos prestara un espacio para charlar de viñetas tan impresionante como el claustro de los Jerónimos, presidido por las esculturas de los Leoni. Y también, por supuesto, gracias a Radio 3 por organizar todo el tinglado y por invitarnos, y al público -amigos, lectores y curiosos- que se pasó a vernos en persona. Pero quiero aprovechar esta ocasión para dedicar desde aquí un agradecimiento muy especial a Laura Barrachina, directora y voz del programa La hora del bocadillo que se emite todos los sábados. Si algo he aprendido a lo largo de los años es que la mayoría de las veces las cosas no pasan porque sí, sino porque hay personas concretas que se esfuerzan por realizar actuaciones concretas, y Laura es una de esas personas que en estos últimos años está haciendo una labor impagable en favor de la difusión de la historieta, y muy especialmente del cómic español contemporáneo. Eso vale mucho, y desde aquí se lo agradezco a Laura.


(Las fotos que acompañan a este post las he tomado de Twitter, 
concretamente de la cuenta de @radio3_rne)

martes, 5 de abril de 2016

CÓMICS EN CULTURA 16

Mañana tendré el gusto de participar en el coloquio sobre cómics del ciclo «Cultura 16» organizado por Radio 3 en el Museo del Prado. Será a las 20 horas, con entrada libre, y allí charlaré con Anna Galvañ, David Rubín y Max sobre lo humano y lo divino en las viñetas. La moderadora será la siempre inefable Laura Barrachina, conductora de La hora del bocadillo. Lo pasaremos muy bien, y desde aquí os invito a acompañarnos. Aquí tenéis toda la información sobre el evento.

miércoles, 16 de julio de 2014

CÓMICS EN REVISTAS


Lo anticipaba en el post anterior, y quería dedicarle unas líneas específicamente. Estamos encontrando nuevos ámbitos para el cómic, y no es sólo la novela gráfica. También están los webcómics, los fanzines y minicómics, y... las revistas de temática general o cultural. Diréis que cómics en revistas los ha habido siempre. Sí, pero ahora es distinto, entre otras cosas porque estas revistas son distintas.

Las revistas han sufrido (y están sufriendo) la misma debacle que toda la prensa de quiosco. Como los periódicos y todo el material impreso popular, se encaminan al cementerio de los elefantes, y durante la última década han ido cayendo como moscas. Y, sin embargo, muy recientemente -estoy hablando tal vez de los dos o tres últimos años- estamos asistiendo a un verdadero resurgir de las revistas. Ya hablamos un poco de eso cuando escribimos sobre las nuevas revistas de fútbol, pero en este momento hay una explosión -o miniexplosión- de cabeceras de literatura, pensamiento, cine o música.

¿Cómo se entiende esto? Bueno, mi impresión es que estas nuevas revistas se han novelagrafizado. Permitidme la expresión, ya que éste es un blog de cómics, y eso pone ante mis ojos un filtro de viñetas siempre que miro al mundo. En realidad, lo que esto viene a decirnos es que los procesos de transformación del cómic actual no son completamente singulares, sino que se insertan dentro de una dinámica más amplia que está afectando a todos los productos culturales, y sobre todo impresos, y aún más si procedían de una tradición de periódico. Para sobrevivir hay que reinventarse, dar más contenido y de mayor calidad y buscar un público menos numeroso y con criterio a través de espacios como las librerías generales o especializadas. La novelagrafización es un fenómeno general de nuestros días que desborda al cómic, y en el caso de las revistas muy probablemente sea un camino abierto por McSweeney's y sus revistas (The Believer ha lucido portadas de Charles Burns durante años) y donde hoy se encuentran proyectos como Grantland, que vende ese encuentro entre deporte espectáculo y cultura pop sobre un andamio de diseño moderno.

Incluso una veterana revista online de música como Pitchfork se ha apuntado al papel, editando un hermoso tomo trimestral de más de 200 páginas. La sorpresa es descubrir la presencia que tiene el cómic en sus páginas. Ojeando el número 2, por ejemplo, me encuentro historietas de Aisha Franz, Sophia Foster-Dimino, el inevitable Simon Hanselmann, Michael Deforge, Edie Fake y Johnny Sampson, además de un nutrido grupo de ilustradores, entre ellos Irkus M. Zeberio.

En España, la revista de pop-rock por excelencia, Rockdelux, hace años que hizo hueco a los cómics (los incluían ya antes de esta moda reciente), con colaboraciones habituales de Laperla y Morán y también de Juanjo Sáez, por no hablar de una sección fija de reseñas de cómics organizada por Pepo Pérez y una presencia frecuente de entrevistas a historietistas. En Rockdelux, sin embargo, hay una cierta adscripción de los cómics a la temática de la cabecera. Soy ídolo tuyo y Hit emocional, las series de Laperla/Morán y de Sáez, respectivamente, se refieren al mundo de la música. En Pitchfork los cómics no tienen que estar necesariamente ligados a la música. Se ofrecen como contenido tal cual. Esto es tal vez uno de los rasgos singulares de esta nueva inserción de los cómics en las revistas.

Algo parecido ocurre en Presencia humana, la revista de literatura de Aristas Martínez, que en sus números 2 y 3 entrega varias páginas a Ana Galvañ y Ed para que hagan lo que quieran, mezclándose con los relatos de otros escritores en los mismos términos (Aristas Martínez ya había mostrado su aprecio por el cómic en la fastuosa Black Pulp Box). El estado mental, nueva revista de pensamiento crítico, ofrece un deslumbrante despliegue de historietas de aquí y de allá en sus tres primeros números. Los dibujos de Cegado, Nacho García, Maïté Grandjouan, Sergi Puyol, Bendik Kaltenborn, Alberto González Vázquez, Robert Sergel, Anna Sailamaa y otros conviven con los textos de Javier Moscoso, Guillem Martínez, Belén Gopegui, Elena Cabrera, Jimina Sabadú o Juan Marsé. No son cómics «fáciles», sino más bien cómics que desde el mundo del cómic tienden a verse como extraños. Sin embargo, estas revistas los ofrecen en contigüidad con textos que exigen una predisposición intelectual por parte de lectores que no están acostumbrados a leer cómics habitualmente. A lo mejor eso no es casualidad.

El fenómeno, en fin, parece imparable. Una nueva revista editada en España pero escrita en inglés, Minchō, que se describe como «Illustration & Graphic Arts Magazine» se presenta con amplios espacios dedicados al cómic (incluida una entrevista con Peter Bagge), y la satírica Mongolia incorpora más páginas de historieta en su número de verano (algunas de ellas, firmadas por parte de los dibujantes perdidos por El Jueves).

Menciono sólo algunas de las revistas que he podido leer durante estos últimos meses, pero estoy seguro de que el fenómeno también se da en muchas otras cabeceras. Es una nueva forma de hacer cómics y, sobre todo, de acceder a un público nuevo, que los dibujantes deberían empezar a incorporar a su horizonte profesional lo antes posible. Pero quiero cerrar aludiendo quizás al caso más paradigmático, el de la revista más leída de España, que no es nueva pero está exigida a renovarse continuamente para mantener su vigencia. El País Semanal incluye desde hace ya tiempo una historieta de dos páginas cada semana. Paco Roca y Max -ahora mismo, sin duda, las dos figuras más representativas de nuestro cómic- se turnan cada quince días con sus dos series: Un hombre en pijama el primero y ¡Oh, diabólica ficción! el segundo. Puede que sea una moda, sí. Pero a veces hay cosas que nos gusta que se pongan de moda.

miércoles, 1 de mayo de 2013

EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS

En las últimas semanas, he escrito varios posts comentando cómics españoles (o en español) más o menos recientes. Para quien sienta curiosidad por revisarlos o recuperarlos, si se le pasaron, aquí va un resumen:

Pavor, en torno a VAPOR, de Max.
Azul y gris, sobre AZUL Y PÁLIDO, de Pablo Ríos.
Rojo y verde, sobre las dos cajas de minicómics de autores diversos ROJO y VERDE publicadas por Autsaider Comics.
Un juego intelectual, sobre LA SOGA, de Zer.
Durante los próximos cien kilómetros, sobre LA MUERTE EN LOS OJOS, de David Sánchez.
Eres lo que comes, sobre COSMIC DRAGON, de Carlos Vermut.
El suicidio de los lunes, sobre MONDAY SUICIDE y otros cómics de Gabriel Corbera, con un apéndice donde se habla de BUENDOLOR 3, de varios autores, y de ESCONDITE/LA ISLA DEL DIABLO, de Alexis Nolla.
La autobiografía colombiana de Supermán y otras disquisiciones, en torno a MALDITO PLANETA AZUL, de Joni b, con una coda sobre ALOHA, de Maco.

De propina, una reflexión sobre la postnovela gráfica a partir de los Jaimitos de ¡Caramba!: Regreso al futuro.

jueves, 18 de abril de 2013

MÁS SUPERCÓMIC

«¿Hacia dónde te diriges, cómic?», es un reportaje de Marta Caballero sobre Supercómic que ha aparecido en El Cultural.

Aprovechando el lanzamiento del libro, en numerocero han querido echarle un vistazo a mi escritorio.

Juan Rodríguez Millán escribe sobre Supercómic en Suite 101.

Colaboradores de Supercómic que escriben sobre el libro en sus blogs:
Daniel Ausente: Supercómic es la bomba.
Max: M+M (I) y M+M (y 2).

Archivo:

Gerardo Vilches escribió cuatro entradas comentando Supercómic:
1 Supercómic: Mutaciones de la novela gráfica contemporánea.
2 Supercómic: Segundo asalto.
3 Supercómic: Y ya van tres.
4 Supercómic: Season Finale.

Supercómic en ¿Quién vigila al Doctor Ender?
Supercómic en el programa de Radio 3 La hora del bocadillo.
Supercómic en Infolibre.
Supercómic en la revista Laraña.

Óscar Palmer escribe sobre Supercómic: La escena del crimen.
Pepo Pérez escribe sobre Supercómic: Terror sagrado.

lunes, 15 de abril de 2013

SUPERCÓMIC EN VIVO

El próximo jueves 18 de abril a las 19.30 se presenta Supercómic en La Central de Callao (Calle Postigo de San Martín 8).

Prometen que en el acto habrá vino y piscolabis, además de la presencia del editor de Errata Naturae Rubén Hernández  junto a algunos de los participantes en el volumen: Mireia Pérez, Max, Óscar Palmer y Alberto García Marcos. Todos ellos son guapos, modernos y de habla perfectamente articulada, así que estoy seguro de que será una delicia contemplarles y escucharles.

El aliciente final será mi ausencia, con lo cual no sólo os ahorraréis mis interminables discursos sino que, sobre todo, tendréis una participación apreciablemente mayor en el convite vinícola y piscolábico. ¿Qué más se puede pedir?

No faltéis. ¡Bastante rabia me da perdérmelo a mí!

MÁS SUPERCÓMIC: Un par de entrevistas que me han hecho recientemente en las que hablamos de Supercómic, entre otras cosas:

· En La hora del bocadillo, el programa de Laura Barrachina en Radio 3.
· En el blog ¿Quién vigila al Doctor Ender?

jueves, 28 de marzo de 2013

PAVOR


Mi página favorita de Vapor (2012, La Cúpula), de Max, es la 17, que abre el capítulo 2. La tenéis encima de estas líneas. Está inspirada en el cuadro de Velázquez San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño (hacia 1635). Lo tenéis debajo de estas líneas.


Por supuesto, en realidad la página está basada en un detalle del cuadro de Velázquez, que es el detalle que llama la atención a todo el mundo: el cuervo (la urraca Juanita en la versión de Max).

El pájaro, en resumidas cuentas.

Lo fascinante del pájaro de Velázquez es cómo está clavado en el aire. Vuela o cae a plomo, pero parece suspendido, como atrapado en una membrana invisible que lo hubiera detenido en mitad del espacio. Sospechamos que cuelga de un alambre imperceptible que lo une al cielo, y en la gélida frialdad de su movimiento inmóvil parece que introdujera un elemento verdaderamente sobrenatural en una escena que, por lo demás, respondería sin demasiadas dificultades a los usos de la imaginería religiosa barroca a los que estamos acostumbrados.

Lo interesante es que el cuadro de Velázquez es un cuadro con una secuencia narrativa. Si hacemos caso a los que defienden que la narrativa secuencial es lo que distingue al cómic como elemento específico, entonces tendríamos que decir que esto es un cómic. A mí no me lo parece, a mí me parece que es un cuadro, y que simplemente la narrativa secuencial es algo que el cómic comparte con muchas otras manifestaciones artísticas.

El caso es que el cuadro cuenta una escena a través de cinco viñetas que, como en las páginas de Will Eisner, no están encuadradas por marcos. Al fondo vemos cómo el nonagenario San Antonio Abad parte al desierto en busca del centenario San Pablo de Tebas, primer ermitaño, y pregunta a un centauro. En un plano más cercano se encuentra con un sátiro. Más cerca aún, lo vemos llamando a la puerta de la cueva de San Pablo. En primer término, por fin, tenemos la escena en que San Antonio y San Pablo, ya reunidos, reciben la visita del cuervo que llevaba sesenta años alimentando a San Pablo, y que ahora tiene la consideración de traer una ración doble de alimento. La última escena, a la izquierda, muestra el entierro de San Pablo, según la tradición en una sepultura excavada por leones.

Parece singular que un cuadro que está dedicado a contar una historia diacrónica, es decir, que lleva implícito en su sentido el paso del tiempo, parezca consagrado plásticamente a la representación de la inmovilidad. Pero decía Cirlot (el pensador que inspiró al acompañante de Bardín, el anterior personaje de Max) que pintar es inmovilizar bien.

Por supuesto, pintar no es dibujar, de manera que hay diferencias significativas entre la urraca Juanita de Vapor y el cuervo del catering de San Antonio y San Pablo. Velázquez comprime cinco viñetas en una imagen, y señala el tiempo presente paralizado con el bullet time de su cuervo. Max acude a un recurso clásico del cómic: la secuencia de tres viñetas (Kirby lo hacía montones de veces). La acción contada en pasado-presente-futuro; antes-durante-después. El espacio posterior es el telón de fondo que separa el movimiento del personaje del mundo por el que avanza. En el cuadro de Velázquez, el cuervo, con las alas pegadas al cuerpo, está delante de un risco que sirve para destacarlo como una flecha negra, casi más como un diseño de señalética que como una representación pictórica naturalista. En el caso de Max, el momento cumbre está señalado por el fondo blanco, y cuando el pájaro se proyecta sobre el fondo abstracto de la montaña (con sus rugosas texturas verticales) abandona la escena, se funde con la escena: da paso a la acción, comienza la historia. Paradójicamente, en su propio universo visual, la Juanita de Max es más naturalista que el cuervo de Velázquez.

Sin embargo, la transformación del cuervo pintado en urraca dibujada no es sino una restitución, pues el modelo original en el que se inspiró Velázquez es un grabado de Durero de hacia 1503. Hay una semejanza general, pero donde es más indiscutible es precisamente en el elemento que más hemos destacado aquí: en el pájaro. Lo tenéis debajo de estas líneas.



No es la primera vez que Max adapta un tema de Durero. El caso anterior más notable es el basado en el grabado El caballero, la muerte y el diablo, que Max revisó como parte de las ilustraciones que realizó para el cuento de Marco Deveni «Un perro en el grabado de Durero titulado "El caballero, la muerte y el diablo"», y del que hablé en El ojo y la muerte. Creo que hay una conexión profunda entre aquella visita de Max a Durero y la que realiza ahora por intermediación de Velázquez. Espero volver sobre eso más adelante.

Esta página 17 está dominada por una verticalidad que contrasta con la horizontalidad de casi todo el libro. Vapor es uno de los cómics más austeros que se hayan dibujado jamás. En realidad, sus composiciones profundamente horizontales indican, más que serenidad, una abrumadora monotonía, el aburrimiento de un pensamiento banal que no se acaba, como un hilo que no se corta nunca pero recorre la línea del horizonte sin límite. Ruido con el que llenamos nuestra cabeza, porque es mejor eso que dejarla vacía de pensamientos.

De vez en cuando, se añade tensión, girando el rectángulo sobre su lado corto para provocar una verticalidad angustiosa. Especialmente cuando esa verticalidad se acompaña de la rugosidad abstracta de la textura que mencionábamos antes. Una rugosidad que es completamente ajena a la binaria pureza del universo de Vapor.

Pero la geometría no es sólo una alegoría moral, la geometría cobra vida propia, porque la tinta sobre el papel está viva y, como ya sabemos, el dibujo es una forma de pensamiento. En ocasiones, la geometría nos envía un mensaje secreto que el autor tiene que suprimir conscientemente. Por ejemplo: los cubículos tridimensionales que se forman en los bocetos del capítulo 4, a lo Shintaro Kago, que podéis ver debajo de estas líneas y que Max tiene que eliminar en la versión final publicada, por el simple procedimiento de variar el punto en el que la línea de base de la pared toca el marco de la viñeta. Sin duda, la variación se ha hecho «porque hacía un efecto feo». Pero: ¿por qué era feo?



La dinámica de horizontalidad-verticalidad es un diálogo entre el reposo y la actividad, la apatía y la excitación que sólo sirve como interminable ciclo de desgaste y recuperación de energías que volver a desgastar. Pero el diálogo es lo único que da sentido a Vapor. Es, diríamos aún más, su única razón de ser. Me refiero al diálogo platónico, al diálogo de El banquete como herramienta de iluminación individual. No es de extrañar que Max dijera que necesitaba alguien que permitiera dialogar a su solitario protagonista Nick (o nick, o nadie). No era una necesidad retórica, sino terapéutica.

En Vapor, Max se pregunta si se puede ser ermitaño en el siglo XXI, después de la fe. La pregunta es en realidad idéntica a la que se hizo Pierre Hadot: ¿cómo es posible practicar ejercicios espirituales en el siglo XX?

El problema es la fe. Si los ejercicios espirituales se practican para encontrar a Dios, y no se cree en Dios, ¿por qué emprender entonces una búsqueda estéril? Hadot encontró la respuesta desenterrando la tradición de ejercicios espirituales grecorromanos, previa a la ruptura entre la filosofía y la teología que trajo la escolástica medieval. Para estoicos y epicúreos, el ejercicio espiritual precristiano era un camino de autodescubrimiento, y la filosofía una forma de vivir, y no una teoría abstracta. A través de la prosoche, la atención a uno mismo, y manifestando indiferencia hacia las cosas indiferentes, se desarrolla un camino en el que las imágenes y las palabras conforman una cadena simbólica que debe conducirnos al lugar donde encontrar nuestra verdad individual. En este sentido, la filosofía es una terapia, y tal vez Vapor intente curar una crisis cíclica que se repite cada diez años.

Pero la filosofía no cura más que el espíritu, de manera que en última instancia es, ante todo, una «preparación para la muerte». Nick (o nick, o todos) se enfrenta a la renuncia al mundo como una forma de descubrirse a sí mismo, pero un hombre que no cree en lo trascendente no puede renunciar a lo contingente. Vapor es pesimista y sardónico: no se puede vivir en el mundo, pero tampoco fuera de él. Vivir es vivir en el mundo.

La renuncia a eso es la renuncia al dolor, que es el sentimiento. «Siento el dolor de todos, y después no siento nada».  ¿En qué sentido la cita de Dinosaur Jr. que ampara Vapor responde al lema que siempre ha presidido la carrera de Max, ese «El moho nunca duerme» de Neil Young y Crazy Horse? Recordemos que ese disco, Rust Never Sleeps (1979), se abre con Hey Hey, My My (Into the Black), donde se dice aquello de «It's better to burn out than to fade away». Y eso es exactamente lo que hace Nick (o nick, o yo), esfumarse.

¿Qué otra cosa queda después del encuentro final con Vapor, que no es estrictamente sino un reencuentro? Dice Max que Vapor es Kurtz, el demoníaco personaje de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que casi todo el mundo conoce a través de la versión que de él hizo Marlon Brando en Apocalypse Now, la película de Coppola. Kurtz es, en la cultura popular de nuestros días, el personaje que se disuelve en la noche mientras grita «El horror, el horror». El personaje que representa lo ineludible, aunque, en buena fe, podamos decir que sólo existe en nuestra imaginación, ya que realmente sólo lo podemos imaginar, pero nunca experimentar. Es, por tanto, el personaje que ocupa el lugar de Dios para el no creyente, el gran agujero final. «Vapor es como Dios».

«Como».

Sólo Vapor nos podría contestar a la pregunta de dónde está Nick (o nick) en el epílogo. Y probablemente nos contestaría que está en el mismo sitio que el caballero del grabado del perro de Durero subvertido por Max.

Ésta es, pues, la preparación para la muerte que nos ofrece Max. Hadot cita unas palabras de Vauvenargues que parecen escritas para describir Vapor: «Un libro verdaderamente nuevo y original sería aquél que hiciera que la gente amara las verdades antiguas».

En la elipsis entre páginas, Nick ha desaparecido, pero nos queda el eco de su grito hueco, plano y geométrico, perdido en un acantilado no trazado por el pincel del autor: «El vapor, el pavor».

EL BLOG DE VAPOR: Max ha mantenido un blog sobre Vapor en el que ha dado numerosas claves para entender especialmente la realización de la obra, más que su significado, y en el que ha vertido muchos materiales de producción que nunca llegan a ojos del lector. Es una lectura tan apasionante como el propio Vapor, que recomiendo a todo el que esté interesado en ir un poco más allá: VAPOR.
(Hay otro autor que ha hecho un esfuerzo comparable, Rayco Pulido, pero no he indagado todavía en su blog porque aún no he leído la obra sobre la que gira, su reciente Nela: El blog de Pulido)

jueves, 28 de febrero de 2013

SUPERCÓMIC


Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica contemporánea. Libro de ensayo colectivo publicado por Errata Naturae en abril de 2013.
Autores: Daniel Ausente, David M. Ball, Eddie Campbell, Fernando Castro Flórez, Jordi Costa, Alberto García Marcos, Emmanuel Guibert, Eloy Fernández Porta, Max, Ana Merino, Raúl Minchinela, Óscar Palmer, Mireia Pérez y Pepo Pérez.
Portada: David Sánchez.

Durante los últimos meses he tenido el inmenso placer de coordinar la edición de este libro, que finalmente será publicado el próximo abril, coincidiendo con el Salón del Cómic de Barcelona.

Os copio aquí el texto de contraportada, escrito en la editorial, que creo que ha pillado muy bien el sentido del volumen:

«Precaución: el libro que tiene ahora mismo en las manos no es una historia del cómic. Tampoco es una guía de lectura ni una lista de la compra para principiantes. Dios nos libre. Este libro es un conjunto de ensayos lúcidos, heterogéneos y desacomplejados sobre el cómic actual: sobre sus mutaciones fundamentales en todo el mundo a lo largo de los últimos años. Porque el cómic ha cambiado mucho últimamente, y con él sus lectores. Hasta hace unos años, el lector adulto de cómics era casi siempre alguien que vivía en el recuerdo melancólico de sus lecturas infantiles y adolescentes. Ahora, sin embargo, los nuevos lectores adultos compran cómics porque su lectura les resulta tan estimulante y enriquecedora como una novela de Roberto Bolaño, un capítulo de The Wire o la última película de los hermanos Coen. A ellos se dirige este libro.
¿Y de qué tratan entonces estos ensayos? De la importancia que han tenido en el cómic y su reciente transformación temas como la autobiografía, la memoria, el periodismo gráfico, la reinvención de los superhéroes, el manga más heterodoxo, el nuevo género negro, el tebeo como ensayo, la representación extrema de la sexualidad o la nouvelle bande dessinée francesa.
Y por si acaso sintieran que tras leer estos textos, escritos por algunos de los grandes especialistas nacionales e internacionales, les faltara algo, incluimos también un maravilloso cómic inédito de Max y Mireia Pérez: un historietista consagrado y una de nuestras mejores promesas de la viñeta a la búsqueda conjunta y delirante de la historia perfecta».

Éste es el sumario, en el orden que aparece en el libro, que tiene 357 páginas:

«Después del cómic. Una introducción», Santiago García.
«La autobiografía en el cómic. Una muy breve introducción a un tema muy extenso, visto desde una bicicleta en marcha», Eddie Campbell.
«Love and Rockets o la cumbre de la ficción seriada», Ana Merino.
«Los fracasos de Chris Ware», David M. Ball.
«La imparable extensión de lo nimio», Raúl Minchinela.
«La memoria gráfica y las sombras del pasado», Daniel Ausente.
«M+M», Mireia Pérez y Max.
«Don Sórdido goes global. Miguel Ángel Martín y las gestiones de la violencia», Eloy Fernández Porta.
«Un zoom para Shintaro Kago», Jordi Costa.
«La escena del crimen. Nuevas aproximaciones al género negro norteamericano», Óscar Palmer.
«Dioses y patria: viñetas políticas en el cómic norteamericano contemporáneo», Pepo Pérez.
«"...yo soy Pagliacci" [el (presunto) sacrificio superheroico y la "mentira" (fundadora) social]», Fernando Castro Flórez.
«Entrevista con Emmanuel Guibert: el hombre tranquilo y las pequeñas cosas», Alberto García Marcos.

Hasta aquí la información fundamental sobre el libro, que iré ampliando en próximas fechas: precio y día exacto en que sale a la venta, por ejemplo. Además, en futuras entradas iré comentando de forma concreta cada uno de los artículos incluidos en el volumen.

Aquí ya sólo quiero añadir la crónica personal de este libro.

Como ya habrá supuesto algún seguidor de Mandorla, me encanta escribir sobre cómics. Y, por supuesto, también me encanta leer sobre cómics. Es uno de esos raros placeres que a veces, y lo digo sin complejos, puede superar incluso a la propia lectura de cómics. A veces, pero, reconozcámoslo, raramente. No me encuentro tantos textos maravillosos sobre cómics como me gustaría. Pero también es cierto que no siempre se promueven esos textos, y que las personas que podrían escribir textos fantásticos sobre cómics no siempre reciben el estímulo adecuado para hacerlo, ni tienen dónde hacerlo ni, en definitiva, se lo ha pedido nadie. El caso es que hay un tipo de libro sobre cómic que yo todavía no había visto publicado en España: la colección de ensayos heterodoxos y adultos, que se acerquen al cómic frontalmente, sin pedir disculpas y sin dar explicaciones, desde una perspectiva amplia de la cultura general, no del mundillo especializado. Si algo tenía claro era que, en caso de hacer ese libro, tenía que hacerlo en una editorial que no fuera de cómic, una editorial que tuviese un amplio marco de intereses dentro de los cuales el cómic pudiera presentarse como otro más ante sus lectores, que no tendrían por qué ser necesariamente aficionados de los que frecuentan las librerías especializadas. Y todo esto no es porque haya nada de malo ni en las editoriales de cómic ni en las librerías especializadas, sino porque la idea era salir a un escenario más amplio, al escenario común de la cultura general, compartida, no del nicho para iniciados. Un escenario que pocas veces nos atrevemos a pisar los que básicamente vivimos del cómic.

Con este planteamiento en mente, mi primera elección entre las editoriales que trabajan ahora mismo en España estuvo clara: Errata Naturae representaba justo lo que buscaba. Una editorial que publica tanto ensayo como filosofía y narrativa, y que se ha preocupado de incluir en su catálogo volúmenes dedicados a series de televisión, cine y videojuegos. Si Supercómic tenía sentido, tenía que ser en un sitio como Errata Naturae.

Mientras rumiaba este proyecto, esperando el momento -que al final nunca llega- de que las obligaciones más urgentes me dejaran un rato libre para planteárselo a la editorial, el año pasado recibí inesperadamente una llamada de Errata Naturae. Querían que participara en el volumen dedicado a The Walking Dead, cosa que hice con sumo gusto, escribiendo un artículo sobre el cómic original en el que se basa la serie de televisión. Y ya de paso, aproveché para comentarles mi idea de un libro dedicado a ensayos sobre cómic contemporáneo. ¿Sabéis qué? Resulta que estaban buscando precisamente un proyecto como ése.

A veces, las cosas salen bien casi sin proponérselo.

A partir de ahí, ya sólo ha sido cuestión de seleccionar a un grupo de autores, pedirles un texto y esperar a que lo entreguen. Es maravilloso cuando uno hace un libro y en realidad todo el trabajo duro lo hacen otros. Debo decir que todos los colaboradores han mostrado un trato excepcional y una profesionalidad impecable, y que ha sido un placer trabajar con ellos. Y lo mismo debo decir del equipo de Errata Naturae: Rubén Hernández, Irene Antón y los demás -maquetistas, correctoras- que han trabajado un montón para que este libro quede incluso mejor de lo que había soñado. No sólo han currado una barbaridad, sino que lo han hecho con una amabilidad extraordinaria. Así da gusto.

Ya sólo queda esperar unas semanas para tenerlo en las manos. Me hace muchísima ilusión que este proyecto sea ya una realidad. Espero que si hay por ahí fuera más personas que, como yo, disfrutan leyendo textos excelentes sobre cómic, pasen un buen rato con Supercómic. Es realmente un libro único.

Aunque la semana que viene hablaré de otro que podría ser su hermano, en cierta manera. Pero eso será la semana que viene.

miércoles, 8 de agosto de 2012

EL OJO Y LA MUERTE



MAX 1990-2010 

EL OJO Y LA MUERTE

El bosque oscuro 

Bajo la mirada moderna, que se desliza a los rincones, lo que más llama la atención del grabado de Durero El caballero, la muerte y el diablo es el perro. De arriba abajo, hay un magnífico castillo, una cárcava tétrica, y luego tres figuras llamativas: la muerte con su reloj de arena en la mano, el diablo grotesco y peludo, y el caballero perfilado y seguro en su paso. Bajo el caballo, una calavera y una salamandra parecen símbolos demasiado obvios incluso para un contemporáneo lego en iconografía medieval. La primera insiste en el tema morboso, la segunda es recurrente en significados esotéricos, sean esos cuales sean.

Pero, ¿y el perro? 

Sobre ese perro aparentemente desubicado construye Marco Denevi su cuento de 1966 titulado, apropiadamente, «Un perro en el grabado de Durero titulado “El caballero, la muerte y el diablo”», y sobre ese relato construye Max en 2006 una de sus pequeñas grandes obras maestras, las ilustraciones publicadas en un exquisito cuadernillo por Media Vaca con el añadido, no lo olvidemos, de una reinterpretación de la imagen original de Durero a cargo del barcelonés. 

El perro tiene, nos parece, algo cómico y hasta insolente, como si rebajara un poco la gravedad de la reflexión sobre la fugacidad de la vida que se nos ofrece en estas postrimerías del Medievo y albores del humanismo. No es algo tan raro: en muchas imágenes sacras, un can no canónico irrumpe en medio de una escena solemne, quizás por capricho del vuelo de la imaginación del pintor, y de pronto todo lo santo se hace profano. Como un lastre de carne y hueso, el chucho impide que levitemos con un exceso de pompa. En la versión del grabado que hace Max, el perro es verde como la esperanza (o como los perros verdes), y falta el caballero. Y ese perro perdido entre las patas de los mayores me recuerda, no sé por qué, al cómic perdido entre las patas de las artes mayores, que solemnes, ceremoniosas y envejecidas acaparan desesperadas toda la escena, sospechando que es el perro que corretea entre sus patas el que atrae inevitablemente nuestra atención. 

Claro que en la versión de Max todos son esqueletos, así que saque usted sus propias conclusiones. 

Imaginemos por un momento que el caballero es el propio Max. Que se haya descabalgado nos parece normal, entonces, porque él hace mucho que echó pie a tierra para moverse con más libertad entre las patas del Gran Arte. Este Max ha sido siempre un Caballero Errante, y como en los cuentos, ésa ha sido su bendición y ésa ha sido su maldición. Max ha tendido a perderse en el bosque, porque el bosque le produce un vértigo irresistible, y a atravesarlo sin saber cuándo llegaría al siguiente claro. Y en cuanto llegaba al claro -porque al final siempre hay un claro, aunque la espesura sea infinita-, buscaba otro bosque donde perderse. 

En los noventa, el bosque del cómic español estaba muy negro. El impulso del boom del cómic de los ochenta, en todas sus corrientes -la underground abanderada por El Víbora; las de vocación más comercial, basadas en la ciencia-ficción y el erotismo, y la llamada «nueva línea clara»- se había extinguido, y muchos de los compañeros de viaje generacional de Max parecían haber agotado sus energías. ¿Podía esfumarse antes de los cuarenta la generación más prometedora del cómic español de la democracia? En esta encrucijada, Max hizo lo que hace en todas: cambiar de rumbo. Abandonó la rutina de los personajes seriados, abandonó el paraguas de La Cúpula y se lanzó a la autoedición en busca de una expresión verdaderamente adulta y desligada de los tópicos comerciales del cómic juvenil. No había otra manera de responder al desafío que lanzaba sobre nuestras conciencias la guerra de los Balcanes, una guerra que se estaba produciendo aquí mismo, en Europa, mientras nosotros celebrábamos la Olimpíada de Barcelona. Para expresar esa ruptura de conciencia, Max buscó también una ruptura gráfica: con «Nosotros somos los muertos» nacía una línea de reflexión visual que no sólo mostraba una indudable gravedad, sino también la superación de la fase impresionable del autor, donde las influencias de diversos artistas (Crumb, Chaland, Ever Meulen) se habían traducido en deslumbramientos. Este nuevo Max era raro, era áspero, era rugoso, pero era más Max que nunca. Y nosotros, los muertos, éramos casualmente perros sin conciencia, es decir, sin ojos para ver las atrocidades que nos enseñaba la pantalla de televisión. 

De aquella historieta también nacía una revista homónima donde Max se rearmaría como historietista acompañándose de lo mejor del cómic de vanguardia internacional, al que puso en contacto con los jóvenes valores del nuevo tebeo español y con aquellos de su propia generación que decidieron que no querían seguir perdidos. Con Nosotros somos los muertos, Max, acompañado de Pere Joan y de Álex Fito, escribió el prólogo de la novela gráfica contemporánea en España. 

Escribir era precisamente, en aquel momento, un problema acuciante para Max. A mediados de los 90 publica dos de sus libros fundamentales, Órficas y Monólogo y alucinación del gigante blanco -un trabajo de mitología clásica y otro de mitología íntima- donde realiza el exorcismo de la palabra. Max se demuestra que además de ilustrador, es escritor. Y con ese conocimiento a las espaldas, decide agotar el poder de la palabra con dos grandes proyectos de cómic, uno frustrado y el otro frustrante: El mapa de la oscuridad y El prolongado sueño del Señor T. El primero es el embrión de una gran novela gráfica que quedará inconclusa tras un arduo trabajo preparatorio. El segundo es un brillante despliegue de simbolismo visual que finalmente se queda corto por un solo motivo: le pesa demasiado la palabra. Ambos pecan del mismo defecto: tienen guión. 

Max, perplejo, descubre que, ahora que ya es escritor, ha dejado de ser historietista, y no sabe muy bien cómo. Afortunadamente, hemos llegado a otra encrucijada. 

El giro visual 

Mientras los intelectuales de la imagen discuten el «giro visual» que anuncian a mediados de los 90 W. J. T. Mitchell con su «pictorial turn» y Gottfried Boehm con su «iconic turn», Max llega a conclusiones parecidas por cauces artísticos aproximadamente al mismo tiempo. En las discusiones teóricas de los últimos años, el «giro visual» vendría a sustituir al «giro lingüístico». La imagen alcanza una centralidad antes reservada a la palabra. La filosofía ya no es patrimonio exclusivo del logos. La relación entre lenguaje e imágenes se convierte en una cuestión crucial. 

Bardín el Superrealista demuestra de forma práctica que el poder de las imágenes no es simplemente poético, sino epistemológico: la imagen no es sólo un medio de representación, es ante todo un sistema de conocimiento con su propia lógica, un sistema de conocimiento que no necesita en modo alguno depender de la palabra. La epifanía resulta decisiva para Max, pues rompe un espejismo provocado por la aparente naturaleza híbrida del cómic (palabra/imagen) y por la insistencia de algunos teóricos precipitados pero influyentes en su valor eminentemente narrativo: resulta que Max descubre que no es realmente un historietista y tampoco es realmente un narrador. Es, ante todo, un dibujante, y por tanto trata temas, no argumentos; maneja iconos, no personajes.

Por eso Max es el único historietista capaz de hacer cómic a partir de la filosofía, en la colección donde dibuja el pensamiento de Deleuze o Arendt sobre textos de Maite Larrauri. De un concepto, nace una secuencia de viñetas, y el discurso no verbal que éstas elaboran no es tanto ilustrativo como complementario (o alternativo) del texto de partida. Por eso, también, es capaz de hacer filosofía dibujada cuando cumple con escrupulosa profesionalidad (porque estamos hablando de un artista contemporáneo con la profesionalidad de un artesano medieval) con cada ilustración semanal para el suplemento Babelia. Su Dios monocular y de testa geométrica se muestra atónito ante el embrollo del cuento que él mismo se inventa, su lector cautivo se ve condenado a la lectura perpetua y silenciosa, ha caído bajo el despótico imperio de las palabras. 

Desde su nombramiento como dibujante, sobre la obra de Max reina el Ojo, que es el soberano de la ínsula del dibujo. El ojo se conecta con Bardín a través del Perro Andaluz, que le otorga los poderes surrealistas de Luis Buñuel y Dalí. Al recibir esos poderes, Bardín obtiene una clarividencia total, casi una extensión a la máxima potencia del método paranoico-crítico, que aplica en primer lugar sobre sí mismo. Lo que descubre es, para su pesar, que porta tres tumores en su interior. La sabiduría no ofrece consuelo, o como dijo Foucault al hablar del Panóptico: «La visibilidad es una trampa». 

Tras el susto, el respiro. Ninguno de los tumores es una amenaza urgente para Bardín. Como al caballero de Durero, todavía le queda una cierta cantidad de arena por caer en el reloj. 

Sin embargo, aquí se revela el tema que, disfrazado o a calavera descubierta, atraviesa toda la producción de Max en el último decenio: la muerte. Con la muerte ya había coqueteado en la juventud (La muerte húmeda, 1986, acumula varios ejemplos de su gusto por el motivo), pero ahora la toma con mayor gravedad. Medita sobre ella mirando al pasado, como en la evocación de la Danza de la Muerte medieval en la que sumerge a Bardín y a todo un tropel de dibujantes mundiales, y redescubre a través de esa vieja tradición una querencia por los pintores del norte de Europa del XVI. No sólo el ya mencionado Durero, sino también el Bruegel de El triunfo de la muerte, o el Bosco de Cristo portando la cruz que le sirve de modelo para Santa City, la portada del New Yorker, y del que extrae una gota de esencia del Jardín de las Delicias para Babelia. Hay en Max una contradicción eterna entre su impulso rabiosamente futurista y su casi perversa fascinación por lo primitivo. Digo casi perversa porque a este escéptico convencido le pierde la vieja religión, las historias de santos mártires que se reconectan con el surrealismo de Bardín a través del mismo Buñuel de Simón del desierto. Tal vez sea el irreverente cineasta aragonés el santo patrón de «Vapor», su última historieta, donde vuelve al ascetismo cabreado, una de sus especialidades más personales. Si toda obra es en el fondo una fantasía de su autor, podríamos pensar que Max reprime una imposible nostalgia religiosa. En algún mundo alternativo, un tecnomonje llamado San Francesc ilumina salterios con su tableta gráfica. 

Ya sabemos que la Muerte cabalga sobre un caballo blanco, aunque en el caso de Max con frecuencia sea una yegua. Y esa yegua nocturna es la night mare, la pesadilla que anima el movimiento psíquico inconsciente, una especie de edema panóptico mental que, con un eufemismo cobarde, llamamos surrealismo porque es más educado. La yegua cabalga en El prolongado sueño del Señor T, y está también en sus permutas de Pesadilla (1781), el célebre cuadro de Füssli que le persigue durante un tiempo. Éste sirve de excusa para «El ruido y la furia», otra de las pequeñas obras maestras de Max, que funciona como broche para Hechos, dichos, ocurrencias y andanzas de Bardín el superrealista. Allí, el inconsciente rabioso destruye uno por uno a todos sus atormentadores: la religión, el bosque, los cíclopes gigantes, y por fin la pesadilla. Pero, al hacerlo, descubre que finalmente se ha arrancado el corazón a sí mismo. 

Es un ajuste de cuentas, pero no sólo con el inconsciente, sino también con la propia historia viñetera. Max concluye el periplo que inició de la mano de Crumb en el underground de los 70 y escapa de la atracción del campo de gravedad de Chris Ware, el cuerpo celeste más pesado de la constelación del cómic de vanguardia internacional en nuestros días, para recuperar sus primeras influencias, las influencias originales, aquellas influencias que están tan al principio que ni siquiera son influencias, son moldes con los que nos hacemos: la escuela Bruguera y la animación (Disney, Warner, Hanna-Barbera). Hoy día, Max puede mirar las páginas de Herbert Crowley, el historietista más secreto del siglo XX, e integrarlas en su propia visión de forma imperceptible. Es un signo de madurez, porque al final sólo podemos jugar con los juguetes que nos dieron al principio. 

Según los especialistas, Durero pintó El caballero, la muerte y el diablo como un canto a la victoria del caballero renacentista sobre la muerte. Tal vez incluso como un autorretrato velado de éste que fue uno de los primeros autorretratistas de la pintura occidental, y que se completaría con un San Jerónimo en su celda y con su célebre Melancolía. Denevi, y Max con él, invierten la lectura y desarman el porte orgulloso del guerrero y su rocín para revelarnos que, como Bardín, él también porta el tumor de la peste consigo, la plaga que trae de la guerra, pues de ella sólo se puede traer la ruina, o tal vez la ruina y unas imágenes que los perros que somos los muertos ya no somos capaces de ver, aunque sean omnipresentes. Siguiendo esta inversión de valores, descubrimos una nueva función en el perro. Según Cirlot -no por casualidad, ése es también el nombre del amigo de Bardín-, el perro es también el acompañante del muerto. 

De esa ya definitivamente lúgubre estampa que inició Durero ha escapado, como decíamos, el caballero ausente en la versión de Max. También en su Diccionario de símbolos, Cirlot nos advierte de los significados que tiene la escala cromática aplicada al progreso de los caballeros: el caballero verde es el escudero, el precaballero; el caballero negro es el sufriente, todavía esforzándose por superar las pruebas; el caballero blanco es el triunfador elegido; el caballero rojo es el glorificado por las pruebas superadas. Si esta imagen de El caballero, la muerte y el diablo de Max es, como la de Durero, un autorretrato, es normal entonces que no lo veamos montado sobre el caballo (o yegua) espectral: superadas todas las pruebas, ha llegado a un peldaño superior al caballero rojo y al caballero blanco. Es el caballero transparente, que se sabe a sí mismo dibujante, y sabe por tanto que el poder del dibujo se basta y se sobra para llegar a donde no llega el poder de la palabra: a representar lo irrepresentable, a decir lo indecible, a dibujar lo indibujable. El rostro del artista está en su trazo, y su nombre está en todas partes; el único autorretrato posible es el autorretrato invisible.

Texto publicado en Panóptica 1973-2011, catálogo editado con motivo de la exposición de Max que organizó el MuVIM el año pasado y que ha tenido una itinerancia internacional.

AÑADIDO: La ilustración en la que se basa mi artículo se puede ver en el blog de Max.

miércoles, 13 de julio de 2011

LOS HÉROES DE LA RETIRADA (DEL CÓMIC)


Hace unas semanas me leí la espléndida Anatomía de un instante, de Javier Cercas. En ese libro, el autor retomaba un concepto que Hans Magnus Enzensberger había aplicado a Adolfo Suárez: el de héroe de la retirada. El concepto, que está explicado en un artículo que se puede consultar en la web de El País y que enlazo al final de este post, se puede resumir de la siguiente manera: los héroes políticos actuales no son héroes victoriosos al estilo clásico, sino héroes del desmontaje, políticos cuya principal labor ha sido desmantelar aquel sistema que debían perpetuar y retirarse de sus posiciones para permitir la llegada de un nuevo sistema.

Enseguida me pregunté si existían semejantes héroes de la retirada en la historia del cómic. No quiero decir que pretendiese aplicar al cómic la teoría de Enzensberger. Soy muy consciente de que ésta se refiere a un ámbito muy distinto y difícilmente extrapolable. Pero me atraía la idea de que la gran aportación de un artista sea retirarse de aquella posición artística a la que le había llevado su formación y el sistema en el que había crecido. La idea de que haya artistas que son como puentes entre paradigmas distintos, que tienen un pie en una orilla y el otro en la de enfrente, pero no están completamente en ninguno de los dos lados.

Por supuesto, esta idea presupone una idea previa: la de que existen paradigmas distintos en el mundo del cómic. Sistemas estéticos e industriales, institucionales, diferentes. La idea, básicamente, de que existe la historia: un dibujante de cómics que trabaja en Francia en 1935 aborda su tarea bajo presupuestos muy distintos de los que lo hace otro que en el mismo país ejerce su trabajo en 1988, y que ambos son distintos del norteamericano que dibuja una tira de prensa en 1967. Es una idea que yo acepto, y que creo que es especialmente relevante ahora, cuando la novela gráfica ha introducido una «discontinuidad epistemológica» (por ponernos un poco foucaltianos) de las más visibles en la historia del cómic. No la única, ni la primera, pero sí la que estamos viviendo en nuestros días.

Aceptada esta idea previa, ¿quiénes son esos héroes de la retirada que han desmontado el mundo en el que habían vivido artísticamente? Uno de los nombres que primero vienen a la cabeza es el de Will Eisner. El autor de The Spirit fue uno de los fundadores de la industria y la estética del comic book. Él estuvo en los talleres en la década de los 40, y él fue una de las fuerzas activas en el alumbramiento de la industria que todavía hoy en día sigue siendo hegemónica en Estados Unidos. Y al mismo tiempo, Eisner, a partir de 1978 y la publicación de Contrato con Dios, emprendió una labor de desmontaje de todo aquello que había construido: el modelo comercial, el formato, las aspiraciones creativas, el horizonte estético. Todo el sistema fue minuciosamente desmantelado por Eisner en su camino hacia la novela gráfica. Un camino que, sin embargo, creo que no acabó de completar del todo, porque no estaba capacitado para ello. Sospecho que dentro de 50 años, si la novela gráfica se ha consolidado, pocos títulos de Eisner se recordarán entre los mejores. Pero su trabajo ayudó a crearla, aunque solo fuera porque fue extremadamente eficaz en desmontar el comic book.

Otras figuras internacionales que me sugieren esta idea: Alain Saint-Ogan, René Goscinny, Harvey Kurtzman, Yoshihiro Tatsumi.

En España hay autores a los que puede resultar interesante observar desde el concepto del desmontaje. Estoy pensando, por ejemplo, en cómo la carrera de Max con frecuencia la hemos interpretado como un trayecto continuo entre diversas encrucijadas, y cómo al llegar a cada una de ellas el autor de Bardín gira hacia un camino distinto. Pero igualmente se podría entender como la asimilación de corrientes creativas muy distintas que, una vez absorbidas por Max, son minuciosamente desmanteladas por él, hasta dejarlas en los materiales primos, agotadas, para pasar a desmontar otra propuesta. O en cómo Paco Roca se ha formado artísticamente en el cómic comercial -el porno, incluso-, preparándose desde sus inicios para una previsible carrera como manufacturador de series de álbumes franceses, y sin embargo ha tenido que desmontar todo eso para encontrar su camino en la novela gráfica de autor. Sin embargo, ni Max ni Paco Roca son comparables a Eisner. Ambos han construido más de lo que han destruido: su carrera está más ligada al futuro y a lo que han creado que al pasado y a lo que han dejado atrás. Para ellos, el sistema desmontado es, sobre todo, una herencia cultural con la que han trabajado en modelos plenamente contemporáneos. No encajan como héroes de la retirada.

Más comparable a Eisner sería Carlos Giménez. En Los profesionales está contenida toda la idea: es un libro de autor que cuenta la experiencia de un dibujante de tebeos anónimo, de agencia. Y el autor de ese libro es uno de los protagonistas de la historia. Como Eisner, Giménez ha vivido plenamente la era industrial del cómic. Como Eisner, Giménez ha tenido que desmantelar esa era para dejar paso al cómic adulto y de autor. Muchas veces he oído que Carlos Giménez era el Will Eisner español, pero creo que hasta ahora no me había dado cuenta de hasta qué punto era realmente así.

Se me ocurre un último héroe de la retirada, tal vez el más paradigmático de nuestros días. Frank Miller empezó a hacer tebeos decidido a convertirse en el digno heredero de los Jack Kirby y Neal Adams, en una estrella del comic book, una figura prominente dentro del sistema industrial hegemónico en el que se había criado como lector. Y lo consiguió rápidamente con Daredevil a principios de los 80. Y a partir de ahí, se dio cuenta de que su camino le llevaba a negar todo aquello que había conquistado: el formato, la autoría y propiedad de la obra, el trabajo con personajes ajenos, el sometimiento a las condiciones de la industria. En resumidas cuentas, Miller llegó a la cumbre y descubrió que en realidad quería llegar a otro sitio. Descubrió también que, para llegar a ese sitio, tenía que abandonar esa montaña. Descubrió, por último, que era imposible bajar. Que para volver a tierra, lo único que podía hacer era socavarla. Como último de los grandes profesionales y primero de los grandes autores, Miller ha acabado en una posición muy solitaria. Enzensberger señala que ese es el lugar de los verdaderos héroes de la retirada: repudiados por su pueblo -el rechazo que los fans han ofrecido a Miller ha ido en aumento a medida que este demolía más cimientos del sistema- y menospreciados hasta que el paso de los años permite cierta perspectiva -una década después, el coro de voces que denostaba DK2 empieza a convertirse en un murmullo de admiración-. El último acto de demolición de Miller es tal vez uno de los más alegóricos: empezar una historia con Batman y acabarla con un personaje distinto. Nadie sigue su camino, pero nos hace a todos más libres.

Los héroes de la retirada, de Hans Magnus Enzensberger.

miércoles, 4 de mayo de 2011

MAX EN VALENCIA


Mañana se inaugura en el MUVIM de Valencia la exposición Panóptica 1973-2010, probablemente una de las retrospectivas más amplias de Max que se han podido ver hasta el momento. Si yo estuviera en Valencia (que lamentablemente no podré estar) no dudaría en pasarme a ver la inauguración. Tengo ya muchas ganas de ver el catálogo.

Igual que tengo muchas ganas de ver lo nuevo de Max, Vapor. A lo tonto, han pasado cinco años desde Bardín, y se echan de menos sus páginas. Unas cuantas se pueden disfrutar en el nº 81 (abril-junio 2011) de la revista literaria La bolsa de pipas. Allí hay portada y un capítulo de Vapor, que muestra a un Max sin concesiones, más depurado y más personal que nunca. Más Mad Max.


lunes, 11 de abril de 2011

EL OJO Y LA MUERTE


Este fin de semana tuve la oportunidad de visitar la magnífica exposición retrospectiva que el MUVIM ha dedicado al fabuloso Miguel Calatayud (suena todo muy triunfal, pero es que es verdad, me refiero a lo de magnífica y a lo de fabuloso). Lamentablemente, todavía no estaba inaugurada otra muestra excepcional (¡cierto también!) que abre este 5 de mayo, Max. Panóptica. 1973-2011, que repasa al completo la obra de uno de nuestros dibujantes de tebeos favorito.

He tenido la suerte de poder colaborar en el catálogo de esa exposición con un texto titulado «El ojo y la muerte», donde me enrollo como las persianas hablando de la obra de Max durante el periodo 1990-2010. Dicho catálogo, que aún no he visto, está editado por Kalandraka y además de con una buena selección de ilustraciones de Max (supongo), cuenta también con textos de José Carlos Llop, Jordi Costa y Alberto Ruiz de Samaniego. En fin, todos los datos al respecto de la expo y el catálogo los tenéis en la ilustración que acompaña a este texto, y que es el nº 37 de «El pez dactilar», el boletín de información que elabora el propio Max.

Yo, por mi parte, os dejo con las primeras líneas de «El ojo y la muerte», por si os invitan a visitar las páginas y las salas de «Panóptica»:

MAX 1990-2010

EL OJO Y LA MUERTE

Santiago García


El bosque oscuro

Bajo la mirada moderna, que se desliza a los rincones, lo que más llama la atención del grabado de Durero El caballero, la muerte y el diablo es el perro. De arriba abajo, hay un magnífico castillo, una cárcava tétrica, y luego tres figuras llamativas: la muerte con su reloj de arena en la mano, el diablo grotesco y peludo, y el caballero perfilado y seguro en su paso. Bajo el caballo, una calavera y una salamandra parecen símbolos demasiado obvios incluso para un contemporáneo lego en iconografía medieval. La primera insiste en el tema morboso, la segunda es recurrente en significados esotéricos, sean esos cuales sean.

Pero, ¿y el perro?

viernes, 6 de agosto de 2010

EL ARTE DE PENSAR EN IMÁGENES


“¡Dibujar es un acto de amor gratuito, anónimo y automático!”, grita Bardín en una historieta-manifiesto, actuando de trasunto apenas velado de su autor, Max. El mundo de Bardín es un mundo de dibujo óptico y no háptico, bidimensional y sin texturas, un mundo plano plásticamente y rugoso simbólicamente, que no se toca sino que se mira, y donde por tanto el Ojo es el poder absoluto. El Ojo omnipresente que invade el paisaje del mundo superreal que es “puro horizonte” (siempre fuera de nuestro alcance) por donde vuelan las “bandadas de peces dactilares” y donde nos vemos sometidos al escrutinio de “ojos y más ojos. No hay intimidad en el mundo superreal”. El dibujo en su grado supremo e inasible preside las historietas de Bardín el Superrealista, en cuya portada aparecen diecisiete ojos.

Iniciado en el cómic profesional con el “boom” del cómic adulto de los ochenta, Max (Francesc Capdevila, Barcelona, 1956), se ha convertido con el paso de los años en la figura de referencia de la historieta española moderna. No sólo por la inagotable curiosidad gráfica y temática de su obra, -regida por el lema de Neil Young “el moho nunca duerme”-, sino por su papel como inspiración para los jóvenes dibujantes por su compromiso constante con el medio y como enlace entre diversas generaciones y entre el cómic de vanguardia español e internacional, ejercida con su labor como rector de la revista de vanguardia (“gráfica radiante”, la llamaban) NSLM (1995-2007), que desempeñó junto a Pere Joan y con la complicidad de Alex Fito.

Se ha dado en diferenciar las distintas etapas de la evolución de Max asociándolas a las influencias de grandes figuras. La fase inicial, inspirada por Robert Crumb, puede relacionarse con el primer personaje popular de Max, el activista anti-sistema Gustavo, un hijo del underground de la Transición. La poderosa presencia en épocas posteriores del ilustrador belga Ever Meulen, el malogrado historietista francés Yves Chaland y el autor del premiado Maus, el norteamericano Art Spiegelman, iría coloreando el tránsito desde la producción de álbumes de personajes comerciales de la época de la Movida y las tribus urbanas, como es Peter Pank, hasta la búsqueda de herramientas que faciliten la expresión de contenidos políticos y personales de mayor densidad en una historieta decididamente adulta y que no atiende al mercado. A principios de los 90, una crisis artística y personal provocaría en Max un proceso de reflexión del que saldría un giro hacia la textura gráfica imperfecta –él que siempre había estado obsesionado por el acabado terso y sin fisuras-, y dos obras muy ambiciosas. Una de ella, El mapa de la oscuridad, la abandonó inconclusa. La otra, El prolongado sueño del Señor T (La Cúpula, 1998), fue su último esfuerzo por crear una “gran obra” –un término un tanto aparatoso y decimonónico que todavía embaraza a los historietistas en este medio donde tanto queda por hacer-, y los resultados no fueron satisfactorios ni para la crítica ni para él mismo.

Tras El prolongado sueño del Señor T, Max había quedado en una situación que podríamos considerar de desconcierto o perplejidad. El deseo de llegar a otro sitio seguía presente, pero el camino cada vez era más inescrutable. Tal vez tuviera en las manos el mapa, pero la oscuridad no le dejaba leerlo. En esas circunstancias, sólo queda avanzar a tientas, y a tientas dio un giro en su manera de trabajar que, paradójicamente, al rebajar las ambiciones previas, le permitió por fin llegar a su obra maestra hasta el momento, Bardín el Superrealista. Asimilando ya sin deslumbramientos parte de las propuestas de su última gran influencia, el americano Chris Ware, autor de Jimmy Corrigan y faro de la innovación esta última década, Max recuperó en primer lugar su trazo limpio de toda la vida, remontándolo además hasta las raíces de las Escuela Bruguera de los años 40-60.

En segundo lugar, inventó a Bardín, un personaje-contenedor, utilizable en cualquier situación, despojado de una historia ordenada y limitadora, que se dispersa en multitud de apariciones en distintas cabeceras, creando una constelación de historietas diversas y descentralizadas, sin jerarquía narrativa. Bardín se presenta como una creación liviana y juguetona, casi como un divertimento del autor. El personaje carece de rasgos psicológicos, y su resorte narrativo es bien simple: un día, Bardín se encuentra con el Perro Andaluz, que robó parte de sus poderes surrealistas (superrealistas) a Buñuel y Dalí, y que ahora, ya entrado en años, desea transmitir esos poderes a un heredero. El elegido es Bardín, que transitará libremente por los mundos de lo metafísico y lo inconsciente, por “El mundo de lo superreal, que está por encima de lo real, o que es más real que el real”. Es decir, por el territorio favorito de su autor, que es el territorio de lo simbólico.
No es casualidad que la pareja artística de Bardín se llame Cirlot, como el poeta y crítico de arte que escribió El ojo en la mitología. Su simbolismo (1954) y el canónico Diccionario de símbolos (1958), y para quien la lengua simbólica “obedece a categorías que no son el espacio y el tiempo, sino la intensidad y la asociación”. Curiosamente, Max, que se proclama exclusivamente “dibujante”, considera que el dibujo es “la expresión mínima del Arte en la máxima intensidad”. Intensidad y asociación definen un lenguaje, que es el dibujo, que a su vez expresa otro lenguaje, que es el símbolo. Como decía Ananda K. Coomaraswamy, “el simbolismo es el arte de pensar en imágenes”, y ésa es la lógica que siguen los Hechos, dichos, ocurrencias y andanzas de Bardín el Superrealista, la lógica del dibujo puro y su capacidad para el símbolo.

La amalgama simbólica que maneja Max tiene diversas fuentes. Por un lado está la romántica y prerromántica –desde los años ochenta y álbumes como La muerte húmeda, Max ha mostrado una vena neogoticista y gusto por los temas fantásticos del XIX-, por otro la psicoanalítica jungiana –y, por supuesto, ambas se encuentran en las cómicas variantes del cuadro Pesadilla (1781), de Füssli-, y en tercer lugar la surrealista ortodoxa que podemos relacionar más directamente con el movimiento artístico bretoniano y, sobre todo, con Buñuel y el Dalí “embarrancado en 1929” (y que el interés por estos motivos se remonta a los orígenes de Max lo demuestra su elección de seudónimo, un homenaje a Max Ernst, autor de cuadros tan afines al universo Bardín como El ojo del silencio). El símbolo supremo que preside la cosmología bardinesca es, como decíamos, el ojo, un símbolo con el que Max ha trabajado a fondo (incluso lo utilizó para diseñar la mascota del centenario del FC Barcelona, en 1998), y que, en formulaciones triples, frontales, monoculares o heterópicas, Max suele asociar a la clarividencia y, a través de ella, a la muerte, pues abre la conciencia y el descubrimiento de los tumores y la decadencia interna –secreta- del cuerpo. En su primera historieta, la adquisición de la visión interior permite a Bardín descubrir los tres cánceres que le devoran, en un punto de partida idéntico al del malogrado Mapa de la oscuridad. Aún más, en una obra de tanta densidad gráfica, no se puede pasar por alto el significado del dibujo de las guardas del libro, donde un asustado Bardín contempla la proyección de la danza de la muerte en una linterna mágica. Pero Bardín, como el esclavo platónico, no sabe que la ilusión es sólo eso, una imagen, y no la realidad, como tampoco sabe que en Una polémica metafísica, después de desmontar todos los engaños de un panteón de dioses falsos presidido por un Mickey Mouse con tres ojos, finalmente los dioses se ríen de él.

El tebeo de Max es, pues, en cuanto que dibujo, un fantasma, una sombra, un velo inmaterial que carece del aquí y ahora benjaminiano para existir sólo en nuestra retina. En cuanto que instrumento panóptico, es una máquina poderosa, que dirigimos hacia nosotros mismos y hacia nuestra conciencia: ¿no es la viñeta-ojo al mismo tiempo el marco-ojo del televisor que muestra el horror de la guerra a los perros indiferentes que la utilizan de urinario en Nosotros somos los muertos? Dice el Señor T: “Veo fugazmente el destello de un ojo que me mira antes de precipitarme en un pozo de negrura”. La proliferación ocular bardiniana ha acabado definitivamente con la negrura, para mostrarnos un nuevo paisaje colorido y expuesto al placer visual. Pero Foucault nos advertía del poder del ojo vigía: ¿es por eso que la mirada total –el autoconocimiento absoluto- nos resulta tan opresivo? ¿Es por eso por lo que Bardín parece siempre tan nervioso e iracundo?

Mientras esperamos el segundo libro de Bardín, la última gran historieta de Max es El ruido y la furia, verdadera síntesis de la evolución gráfica y temática del autor durante veinte años. En ella, el entramado simbólico es tan tupido que la renuncia al texto no comporta una pérdida de densidad, sino todo lo contrario. La abrumadora carga emocional e intelectual (inteleccional) de El ruido y la furia es un logro para un autor que, hace diez años, declaraba que en comparación con la literatura, el cómic “no tiene menos altura, pero sí creo que tiene menos densidad. Para mí es una cuestión de densidad, de cantidad de conceptos por centímetro cuadrado de página. Referido a esto, el cómic es simple”. Hoy, y con Bardín el Superrealista, Max finalmente se ha quitado la razón a sí mismo, y me imagino que podrá gritar orgulloso con su personaje: “Aunque nadie nos lo pida ni nos lo agradezca… Hagamos tebeos!!”


Texto publicado en el catálogo de la exposición ¡Viaje con nosotros!, 2008.

miércoles, 9 de junio de 2010

UNA CHARLA


La presentación de La novela gráfica en Barcelona, el día que empezaba el Salón del Cómic, fue una charla entre amigos en la que Pepe Gálvez, Max y Paco Roca tuvieron la amabilidad de acompañarme. Como estos tres tíos no sólo son historia de nuestras viñetas, sino gente extraordinaria, lo pasamos bien, el público (entre el que se encontraba Laureano Domínguez, editor de Astiberri, y algún otro editor) estuvo participativo, y creo que todos nos quedamos con la sensación de que habíamos merecido la pena. Si queréis verlo en vídeo, ahora podéis hacerlo a través de Mandorlavisión, vuestro canal amigo, donde también hay una lista de reproducción para ver seguidas las diez piezas que recogen la ocasión.

jueves, 6 de mayo de 2010

NOVELISTAS GRÁFICOS

Esta tarde en Fnac. Qué bien lo hemos pasado.

Mañana, más.

martes, 4 de mayo de 2010

LA NOVELA GRÁFICA EN BARCELONA

Este jueves tenemos presentación de La novela gráfica en Barcelona, y será por todo lo alto, porque me acompañarán tres grandes Hombres de las Viñetas de los que hacen temblar la tierra al caminar. Y eso que son de natural discretos. Pepe Gálvez, Max y Paco Roca se sentarán con servidor a debatir sobre tebeos en Fnac Triangle, a partir de las 20.00 horas. Todo el que quiera pasarse será bienvenido.
Además, el sábado por la tarde volveré a la carga con una charla en el propio recinto del Salón, en el stand de Euskomik. El título misterioso es «Los mitos de la novela gráfica», y me acompañará Fernando Tarancón, editor de Astiberri y sin embargo amigo.

miércoles, 21 de abril de 2010

MEMORIAS DEL ANARQUISMO

No deja de ser curioso (y oportuno) que me haya leído la nueva edición de Gustavo (La Cúpula, 2010), de Max, justo después de releerme a Martí. Tanto Max como Martí son dos de los héroes de la generación más importante de cómic adulto que hemos tenido en España. Sin embargo, aunque Gustavo y Taxista están separados por muy poco tiempo, parecen pertenecer a épocas muy distintas. A finales de los 70, Gustavo vive los estertores del hippismo y la lucha ideológica, mientras que a principios de los 80, Taxista se sitúa más allá de las ideologías, en el páramo del cinismo urbano.
Cuando entrevisté a Max para el U (¡hace ya 13 años!), pasamos un poco por encima de Gustavo. Max no parecía especialmente orgulloso de aquellas páginas, primero porque eran primerizas, y luego porque eran de una violencia desbordante, que ahora se veía fea; y yo tampoco sabía muy bien cómo tomármelo, más allá de la cuestión coyuntural: los primeros pasos, la influencia del underground, el panorama político movidito, etc.
Por eso, tal vez, este reencuentro con Gustavo me ha sorprendido y me ha resultado mucho más gozoso de lo previsto. Es curioso cómo, al cabo de más de una década, cuando uno ya es prácticamente un señor con barriga, se descubre jaleando a un héroe que es un terrorista sin escrúpulos, un tío bastante asqueroso, con una personalidad agresiva y atrabiliaria, sin ilusiones de futuro y, en resumidas cuentas, sin ninguna cualidad redentora. Puede ser porque al cabo de los años uno se ha hartado de tragar mierda, y en un mundo en crisis porque los que tienen la pasta nos la han vuelto a jugar a los pringados, y donde los fachas y sus hijos, que quedaron impunes en la época de Gustavo, juzgan a los jueces que quieren hacer justicia, a veces te dan ganas de salir a la calle y liarte a hostias con algunos, por no decir algo peor. Puede que por eso la violencia de Gustavo -que, dicho sea de paso, tiene siempre un trasfondo de muy mal rollo por debajo de su apariencia «de cómic», es una violencia muy de los setenta, sucia, callejera e irremediable-, me haya producido tanto júbilo. Incluso ganas de hacer un Gustavo moderno, algún cabronazo más cabronazo que los cabronazos que vaya dejando una estela roja con la que consolarnos un poco. El rojo será de tinta, por supuesto.
Aparte de esto -que es, básicamente, un intento de explicar por qué he disfrutado tanto ahora de Las aventuras de Gustavo- no puedo dejar de añadir que el Max de estas páginas, por primerizo que sea, es Max íntegramente, y se nota sobre todo en la velocidad con la que va quemando etapas y el interés que se toma por aprender el oficio de historietista sobre la marcha. Aunque esto es evidente ya en Gustavo contra la actividad del radio, resulta más obvio todavía en El Comecocometrón, donde da la impresión de que Max pierde interés por la historia por momentos y se apasiona cada vez más por descubrir el arte de las viñetas. Hay muchas páginas en esta historia que son de puro tanteo y exhibición de sus poderes como dibujante. De hecho, en cada capítulo parece que quisiera dominar una suerte distinta, como si estuviera completando su propio curso de historietista.
Ese curso incluye lecciones de muchos maestros del pasado. No sólo sus contemporáneos del comix underground americano, como es lógico, sino también de Segar, McManus o Hergé. Y es por eso por lo que la deslumbrante nueva edición de La Cúpula (en la que sólo echo en falta unos créditos completos con un listado donde se detalle la publicación original de cada episodio) revaloriza el material original: porque a veces, en sus gruesas páginas y su tapa dura, tenemos la impresión de estar leyendo a un clásico de los años 20 ó 30, una obra fuera ya del tiempo; y al sacarla del tiempo, al quitarle a Gustavo la vigencia de la inmediatez, esta edición revela en él una vigencia mayor, inalterable, y hace que lo descubramos no como una obra de su momento, sino de cualquier momento.
Espero que La Cúpula siga recuperando materiales del underground español con el mismo acierto que en este caso. Tienen que estar ahí, disponibles para la relectura, pero también para las nuevas lecturas de nuevos lectores y nuevos autores que necesitan conocer estas historias y convertirlas en su historia, en nuestra historia.

sábado, 6 de marzo de 2010

MAX: CÓMICS EN LA ENCRUCIJADA



Acabo de subir al canal Youtube del Emporio Mandorla la charla que dio Max el pasado miércoles en UCMCOMIC: «Cómics en la encrucijada», en la que el autor repasaba su propia trayectoria. He creado una lista de reproducción, así que quien prefiera hacerlo así, puede ver seguidos los seis vídeos en los que he descompuesto la sesión.
Un par de advertencias:
- La primera, que es un vídeo casero grabado cámara en mano, en plan cinéma vérité, de modo que a nadie le extrañen temblores y despistes varios.
- La segunda, que tuve que marcharme antes del final, y por tanto faltan los últimos minutos de la conferencia.
Pero oye, es gratis, así que quien quiera, ya sabe, que lo disfrute.
Los próximos días iré subiendo otras sesiones, de momento ya está en cola la de Antoni Guiral sobre la escuela Bruguera.

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA CENSURA, LA VIDA, EL MAESTRO

Muy brevemente, porque el día se está haciendo ya muy largo, escribo cuatro líneas sólo para dejar constancia de otra jornada triunfal de nuestros tebeos en la Complu.
A primera hora, charla monumental de Absence. En principio, era sobre la censura, y por ahí ha empezado, pero ha acabado en una inmensa panorámica del comic book precode con amplios paseos por los géneros de romance, crimen y horror. Como me gustan mucho esos tebeos, lo he disfrutado mucho, y he visto muchas páginas y viñetas que desconocía, procedentes de la enciclopédica biblioteca del ponente, con lo cual aún lo he disfrutado más. Si lees esto, Absence, a ver si un día nos vemos con calma y podemos charlar un rato.
Luego, mesa redonda moderada por Pedro Toro con Borja Crespo, Hernán Migoya, Miguel Ángel Martín y Manel Fontdevila. En principio, tema tópico: "vivir del cómic en España". Ya se sabe lo que uno puede esperar de estas cosas: lloros, quejas, lamentos, bla-bla-bla. Pues no. Esta vez había mucha pólvora en la mesa, y la mecha ha prendido más de dos y de tres veces. Algunos de los mejores momentos de lo que yo he visto esta semana se han concentrado en explosiones incontenibles de estos monstruos de nuestras viñetas. Pero necesito meditar tranquilamente lo que se podría o no contar de lo que se dijo en esa mesa y cómo podría contarlo, no vaya a ser que me precipite o me traicione la memoria.
Por la tarde me he perdido la charla de Noel Ceballos, cuyo tema me interesaba mucho (las 15.30 es una hora chuuuunga), pero he llegado a tiempo para ver la de Max, un repaso señorial y apasionante a su propia obra de la mano del autor mismo. Lamentablemente, no he podido quedarme hasta el final porque me tenía que ir a ver a Les Luthiers entregar los premios Mastropiero.
Como digo, está siendo una semana muy larga. Pero una gran semana de cómic, aquí en Madrid.