martes, 29 de junio de 2010
viernes, 25 de junio de 2010
martes, 22 de junio de 2010
HISTORIA DE UNA DESAPARICIÓN
Me acaba de llegar El destino del artista, de Eddie Campbell, publicado por Astiberri, que es un libro que he tenido la fortuna (y la desgracia) de traducir. La fortuna, porque es uno de esos trabajos de los que uno se siente orgulloso por haber podido participar; la desgracia, porque fue un trabajo arduo. Y no sólo para mí, también para el equipo de diseño y maquetación de Astiberri, que se ha tirado meses trabajando en este libro. Afortunadamente, parece que Campbell ha quedado más contento de la edición española que de la original.
Eddie Campbell tiene una fama un poco equívoca en España. Diría que incluso fuera de España. Es el «gran maestro desconocido de la novela gráfica», por así decirlo. Para la mayoría del público es el «dibujante malo» del From Hell de Alan Moore. En mi opinión, From Hell es lo menos interesante que ha hecho en su carrera, y creo muy posible que dentro de unos años se le recuerde por obras como El destino del artista o Alec. Además, es un tío inteligente y aficionado a las polémicas, un historietista que no ha tenido reparos en reflexionar sobre su arte y su industria, lo que le llevó a redactar un documento tan interesante como su «Manifiesto de la novela gráfica», que con bastante socarronería, es uno de los análisis más lúcidos de este fenómeno y que todavía no ha perdido vigencia. Al contrario, yo diría que cada día que pasa es más actual.
Precisamente Alec es lo que estoy traduciendo ahora mismo: un tomazo de más de 600 páginas que recoge toda la obra autobiográfica de Campbell desde los años ochenta. O seudoautobiográfica, porque Campbell -en un recurso que recuerda mucho al que utiliza Tatsumi en Una vida errante- se proyecta en Alec MacGarry, aunque conserva por otra parte los nombres propios de los demás personajes de su vida/historia. Creo sinceramente que Alec es uno de los mejores tebeos autobiográficos que se han publicado nunca, o mejor dicho, uno de los mejores tebeos, sin más. Contiene algunas obras maestras del medio (Grafitti Kitchen y How to be an Artist, por ejemplo) y tiene una profundidad, una soltura, una resonancia y un tono que no he visto prácticamente nunca en cómic.
Aparte, yo considero a Campbell un gran dibujante.
El destino del artista es como el corolario de Alec. Después de toda una vida haciendo cómic autobiográfico, el artista se encuentra con que ha llegado al límite de la autobiografía. ¿Cómo continuar? ¿Cómo escapar del callejón sin salida? ¿Se puede vivir de verdad algo si se está viviendo para escribirlo? ¿Puede desaparecer el autor de una obra en la que es el protagonista? Este libro cuenta la historia de esa desaparición, de ese intento de reconstruir la frontera entre realidad y ficción.
La crisis no es un mero ejercicio de estilo -a pesar del despliegue de técnicas que hace Campbell en el libro-, sino muy real: las siguientes obras de Campbell han tirado hacia la ficción de género, en un intento de renovar sus energías creativas.
Uno casi se siente tentado de decir que El destino del artista es una obra de madurez, pero quien lea Alec se dará cuenta de que Campbell nació (como artista) ya maduro. Y al mismo tiempo, es eternamente joven.
Ya va siendo hora de descubrirle.
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QUADRINHO-ARTE
Wellington Srbek reseña Doctor Jekyll y Mister Hyde, el tebeo que saqué hace unos meses con Javier Olivares, en Mais Quadrinhos.
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lunes, 21 de junio de 2010
sábado, 19 de junio de 2010
NOVELAS Y NOVELAS GRÁFICAS
DIBUJAR LA LITERATURA
La relación entre la literatura y el cómic se remonta a los mismos orígenes del arte de las viñetas, cuando el anciano Goethe elogió las histoires en estampes del ginebrino Rodolphe Töpffer, uno de los padres de la historieta. Desde entonces, han sido muchos los escritores y artistas que se han interesado por los tebeos: James Joyce, John Steinbeck, Picasso o John Updike constituyen una noble tradición de admiradores. Esa admiración se convierte en fervor en las últimas hornadas de literatos. Jonathan Lethem escribe tebeos de superhéroes, Michael Chabon basa su obra cumbre en la Edad de Oro del cómic americano, y Junot Díaz y Rick Moody inician sus novelas maestras citando a los Cuatro Fantásticos. En España, Agustín Fernández Mallo remata Nocilla Lab con un cómic de Pere Joan.
Que las fronteras entre los dos campos narrativos sean más porosas que nunca parece algo lógico en una época en la que asistimos al auge de la novela gráfica. Por supuesto, la novela gráfica no es precisamente “novela en imágenes”. Se trata tan sólo de un nombre convencional para designar tanto una tendencia como un formato del arte del cómic, pero revela en su denominación aspiraciones próximas a las de la literatura y el arte cultos. Aunque el cómic juvenil tradicional siempre había realizado adaptaciones de clásicos literarios, las relaciones que se establecen entre el imaginario escrito y el dibujado en el cómic adulto contemporáneo son más complejas. Identificamos al menos cuatro corrientes en los itinerarios que comunican a la historieta con la literatura en la actualidad.
Adaptaciones «transparentes». Son obras en las que la novela de partida sirve como material narrativo que sustenta el argumento y el drama de la novela gráfica o el cómic de destino. Podríamos considerarla la continuación más directa de la tradición popular de los clásicos ilustrados. Es la tendencia más común, donde se encuentra la reciente Farenheit 451, de Tim Hamilton, que recoge la herencia de las adaptaciones de Ray Brabdury realizadas por la legendaria EC Comics en los años 50. Son muchos los títulos que se han vertido así a la historieta: La metamorfosis y América, de Kafka; El principito, de Saint-Exupéry; Nightmare Alley, de William Lindsay Gresham; Alatriste, de Pérez Reverte. Nada es sagrado, ni siquiera En busca del tiempo perdido, de Proust o, ya en la apoteosis de lo literal, el Génesis, que ha dibujado Robert Crumb.
En esta tendencia hallamos también una de las más ricas vías de comunicación entre letras y viñetas, la del género negro. El maestro francés Jacques Tardi ha trasladado a la bande dessinée con gran acierto textos de Malet y Manchette, el norteamericano Darwyn Cooke se ha encomendado a Donald Westlake, y el noruego Jason nos ha traído una muestra de las raíces de la novela de misterio nórdica con su adaptación de El carro de hierro, de Stein Riverton. En ocasiones, la relación es más íntima: Fred Vargas escribió Los cuatro ríos, uno de los casos de su inspector Adamsberg, directamente para que lo dibujara Baudoin.
Inspiraciones. En este caso, la novela de partida sirve como chispa creativa para un trabajo que cobra conciencia de las diferencias entre medios, y que explota la forma y el lenguaje para producir obras espiritualmente afines pero sustancialmente distintas. El ejemplo clásico es Ciudad de cristal, de Paul Karasik y David Mazzucchelli, que se atrevía a enfrentarse con una novela tan basada en la palabra como la de Paul Auster y resolvía el desafío indagando en la riqueza epistemológica del lenguaje icónico. Por su parte, Sammy Harkham, a partir del cuento «En el mar», de Guy de Maupassant, ha creado con Pobre marinero un cómic lírico y emotivo basado en un repertorio de imágenes sencillas y desnudas.
La literatura como material narrativo. En ocasiones, se utilizan temas literarios como hilo con el que tejer relatos propios. Los escritores protagonizan biografías o fantasías seudobiográficas. Crumb se ha acercado a Kafka y a Philip K. Dick, Harvey Pekar a la generación beat, y Alfonso Zapico prepara un retrato de James Joyce.
En el segundo caso, las viñetas nos han dado curiosas fantasías: Max imaginó «El encuentro entre Walt Disney y H. P. Lovecraft», un choque cultural traumático, como se podía esperar. En No me dejes nunca, Jason convierte a Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, James Joyce y Ezra Pound en dibujantes de cómics y atracadores en el París de los años 20.
Diálogo entre iguales. Quizás el nivel más sofisticado de las relaciones entre literatura y cómic se da en títulos que manejan la tensión entre ambos medios como soportes para la ficción y como productos culturales. Estas obras son la mejor prueba de la autonomía del arte de las viñetas, y de cómo su valía es incomparable. No se puede juzgar la calidad de un cómic por criterios literarios o pictóricos, sino que hay que considerarlo en un espacio distinto y propio. Hablamos aquí de la ambiciosa (aunque indigesta) Alice in Sunderland, de Bryan Talbot, y de la ingeniosa Gemma Bovery, de Posy Simmonds, que reinventa la obra de Flaubert a través de una británica refugiada en Normandía. También de dos obras maestras de las viñetas: Fun Home, de Alison Bechdel, que es no sólo la autobiografía familiar y sexual de la autora, sino también, y en gran medida, su autobiografía literaria; y Masterpiece Comics, de R. Sikoryak, que durante 20 años ha hecho colisionar los clásicos de la literatura con los tebeos de toda la vida, pasando Crimen y castigo por el filtro de Batman, El extranjero por el de Superman o La metamorfosis por el de Carlitos y Snoopy.
Sikoryak pone de manifiesto que, finalmente, la tradición del cómic discurre por su propio cauce, y que cuando se trata de las viñetas, el canon de occidente está completamente por reescribir. O por redibujar.
[Texto publicado en ABC Cultural nº 954, 19 de junio de 2010]
El ABC Cultural (antiguo ABCD) dedica hoy su portada al cómic. Además de mi artículo, incluye el texto «Casi todas las palabras», de Félix Romeo, y unos breves sueltos sobre diversos títulos de cómic relacionados con la literatura.
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LUCES DE LA NOVELA GRÁFICA
La presentación de La novela gráfica el jueves en Málaga fue un poco distinta. Para empezar, porque no tengo fotos de la misma. Pero a pesar de que falte la prueba gráfica, puedo asegurar que el acto no sólo se celebró, sino que se celebró en unos términos notablemente diferentes a los habituales. Y eso no fue mérito mío, por supuesto, eso fue mérito de los que mandan, que son los lectores y que tomaron el acto rápidamente con sus preguntas y participaciones, convirtiéndolo en un diálogo público que disfruté muchísimo. Muchas veces asistimos a las presentaciones a escuchar, y nos vamos a casa con un montón de dudas que traíamos antes del evento, cuando en realidad las personas que presentan lo que están deseando es escuchar al público, responder a sus preguntas y entablar una conversación. Pero hay que hacer las preguntas.
Es lo que hizo el público que acudió el jueves a la librería Luces. Y las preguntas llegaron desde ámbitos que hasta hace poco no eran frecuentes para el mundo del cómic. Marcos, por ejemplo, intervino como bibliotecario, demostrando una vez más que desde ese sector el interés por la novela gráfica está movilizando un interés creciente por el cómic. Diría que es uno de los sectores donde el cómic más está creciendo en estos años. Erika, por su parte, planteaba sus dudas desde su posición de estudiante de Bellas Artes, que ya tiene en consideración al cómic entre sus otras opciones creativas con bastante naturalidad. Tener este debate en un marco como Luces, que es una librería impresionante situada en la calle más comercial de Málaga, y que tiene una buena sección de novela gráfica -separada de la sección de «infantil» donde se agrupaban habitualmente los tebeos-, fue estimulante como poco.
Además, por supuesto, la ocasión dio para compartir buen un rato posterior con los amigos. Pepo el primero, claro, que para algo hizo de magnífico anfitrión y presentador. Pero también Pablo y su colega José Luis. También pude conocer a Álex Romero, que con López Rubiño acaba de sacar una novela gráfica excelente en Norma, La canción de los gusanos; y a Rocío de la Maya y María Eloy-García, que para mí, como traductor, son auténticas ídolas. Ellas tradujeron y maquetaron el Acme de Chris Ware, que es como decir que han firmado la Capilla Sixtina de la traducción de cómics en este país. María, que es lectora de literatura de toda la vida y está descubriendo ahora la novela gráfica con entusiasmo, me dejó la frase de la noche como señal de su deslumbramiento con la frescura de Ware, Bechdel, Seth y compañía: «Me parece que la literatura está perdiendo el paso». Bueno, no sé si es para tanto, pero que una persona adulta que acaba de empezar a leer cómics te transmita ese entusiasmo es, como mínimo, ilusionante.
Aprovecho para enlazar algunas cosas que han ido apareciendo sobre La novela gráfica:
Una reseña y una entrevista en Ruta 42, a cargo de Doc Pastor, con quien estuvimos en los IV Diálogos del Señor Boliche en Valladolid.
Una reseña de Yexus en el Diario Montañés:
Un «test» de Germán Castañeda en AUX Magazine:
miércoles, 16 de junio de 2010
LA NOVELA GRÁFICA CON EL VECINO
Mañana La novela gráfica llega a Málaga. Gracias a mi amigo y vecino Pepo Pérez haremos una presentación del libro en Luces, una de las librerías más importantes de la capital andaluza. Hablaremos del tema y hablaremos del Mundial (sobre todo si viene alguno que yo me sé). Seguro que lo pasaremos bien, que ya me conozco yo el ambiente boquerón y es casi como estar en casa. O mejor.
La novela gráfica se presenta en Luces de Málaga (calle Alameda Principal, 16) el jueves 17 a las 20 horas, con la presencia de Pepo Pérez y servidor.
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martes, 15 de junio de 2010
GUERREROS DE ANTAÑO
La mejor primera viñeta de todos los tiempos.
«¡Un ser humano huye! ¿A dónde? ¿De quién? No lo sabe...»
El ser humano es un hombre vestido con un mono de apariencia militar y que luce barba de dos días. El escenario que le sirve de fondo es un horizonte de edificios derruidos, una ciudad destruida. Los hombres que le persiguen van vestidos con ropas vagamente futuristas.
Un punto de partida clásico. A partir de aquí, puede pasar cualquier cosa, pero ya estamos enganchados.
Con una sola viñeta.
Lo que pasa, de hecho, es que estamos en 1986 y acaba de terminar la III Guerra Mundial, la guerra de las bombas de hidrógeno que ha arrasado la Tierra, acabando con toda la vida vegetal y animal, salvo un puñado de seres humanos que se alimentarán de conservas en un mundo sin ley ni orden. Un grupo de esos humanos se organizará para intentar restituir la civilización y defender a los desvalidos, como los caballeros de la Tabla Redonda. Utilizan unas armaduras resistentes a las armas de rayos que se emplean en ese futuro y se llaman a sí mismos los Atomic Knights.
DC acaba de reeditar en un solo tomo esta serie que apareció entre 1960 y 1964 en Strange Adventures, obra del guionista John Broome y del dibujante Murphy Anderson, y que yo siempre había querido leer. Apunto algunas notas curiosas que produce esta lectura 50 años después de su momento original.
El papel de la mujer. Uno de los «caballeros» es una chica, Marene. Por supuesto, ella es siempre la encargada de quedarse en casa mientras los hombres salen a enfrentarse al peligro. Eso sí, en la última viñeta, Marene siempre estará al lado de Gardner Grayle, el héroe de quien se ha enamorado automáticamente (porque él es el héroe), suspirando feliz porque ha vuelto a casa sano y salvo y deseando que por fin la situación se normalice para que así puedan casarse y fundar una familia. En ocasiones, cuando la presión es excesiva y Marene no responde bien, se lamenta: «¡Me he comportado como una mujer!» La función de la mujer está consagrada en la presentación estandarizada de los personajes que acompaña a cada episodio: Gardner Grayle es «el líder», Bryndon, «el científico», los hermanos Hobard, «ex-soldados», Douglas Herald, «maestro de escuela», y Marene es «la hermana de Herald». Mientras que todos los hombres se definen por sus propias capacidades, Marene se define por su relación con el hombre. Y esto, teniendo en cuenta que John Broome era un guionista de ideas avanzadas. Pero eran tebeos para chicos, y muchos chicos han seguido viendo así a las chicas incluso durante las décadas siguientes.
John Broome, como decía, es un guionista de progreso. Ídolo de Grant Morrison, escribió el Linterna Verde que, dibujado por Gil Kane, propulsó la Edad de Plata de DC. Inteligente y sofisticado, acabó viviendo en Japón como profesor de inglés hasta su muerte en 1999 (así nos informa la nota biográfica de la última página). De hecho, Broome puede que fuera incluso demasiado imaginativo, y ese exceso de imaginación hace que la serie descarrile muy pronto. No es suficiente con sobrevivir al apocalipsis y reconstruir la civilización humana (Atomic Knights se roza de manera peculiar con Los muertos vivientes de Robert Kirkman), sino que además hay que añadir una guerra con la Atlántida, que ha vuelto de un viaje en el tiempo y es hostil (¡Una isla que viaja en el tiempo! ¡Qué idea tan genial para una serie de televisión!). Pero además, hay dálmatas gigantes que sirven de monturas, y hay invasores extraterrestres. Y cuando por fin se desvela el secreto de la III Guerra Mundial, descubrimos que el culpable no fue el hombre y su estupidez, sino una perversa raza subterránea de hombres-topos que quería conquistar el mundo de superficie.
La vena sofisticada de Broome asoma en el episodio de Nueva Orléans. Como anticipándose a Treme, la serie televisiva de David Simon, nos pasea por las calles de la ciudad llenas de ruinas y de música. Broome debía de ser un fanático del jazz, y me pregunto a qué les sonarían a sus lectores de 12 años aquellas páginas llenas de referencias a grandes de la música negra. Al final se resuelve todo en una especie de trasunto del Flautista de Hamelín tocando «When the Saints Go Marchin' In». Pero el mosaico nacional sigue ahí cuando los Atomic Knights se desplazan a Detroit, donde, por supuesto, se está reconstruyendo la industria del automóvil (americano), gran elemento civilizador. Los norteamericanos de la posguerra nuclear no tienen agua, no tienen comida y no tienen medicina, pero si tienen coches, todo estará bien.
Si hay algo peculiar en Atomic Knights es que es una serie donde transcurre el tiempo. Esto, que es algo completamente anormal en el cómic de superhéroes, y más en el de DC clásico, es aquí no sólo evidente, sino incluso exagerado, porque el tiempo de la serie transcurre más rápidamente que el tiempo real. En los episodios publicados entre 1960 y 1964 transcurre desde 1986 hasta 1992. Lo más curioso es que el paso del tiempo sólo lo indican los propios comentarios de los personajes, ya que no hay ninguna muestra evidente o palpable de que las cosas hayan cambiado de un episodio a otro. Los personajes no han envejecido, el asentamiento de Durvale fundado por los Atomic Knights no ha prosperado. El tiempo pasa sólo porque decimos que pasa. ¿No sería mejor entonces no decir nada y seguir viviendo en un presente eterno e inmutable?
Hablando de presentes eternos e inmutables: otro héroe de los chicos de la misma época que vuelve a caminar entre nosotros es Kelly Ojo Mágico, o mejor dicho, El ojo mágico de Kelly (Planeta-DeAgostini, 2010) en su reciente reedición. Kelly pertenece al panteón de héroes juveniles británicos que conocimos aquí en las ediciones de Vértice, hace 40 años, juntos (pero no revueltos) con los héroes Marvel. O sea, que externamente parecían material equiparable al de Marvel (superhéroes... o casi, en el mismo formato y con la misma presentación), pero cuando uno se acercaba a mirarlos de cerca se daba cuenta de que aquello era muy distinto. Más feo, más oscuro, más denso. También más escalofriante, claro. Para mí, el héroe de IPC fue precisamente Kelly, de quien siendo crío pillé un tomazo de Vértice (no era el típico de 128 páginas, era uno mucho más gordo) que leí con auténtico terror. Allí el héroe vivía una pavorosa y larga aventura enfrentado a una raza de esporas extraterrestres que ponía en peligro la vida en la Tierra, si no recuerdo mal. Creo que fue la historia de apocalipsis que más me ha marcado en mi vida. Esa historia no está recogida en este primer tomo de Planeta-DeAgostini, así que me tocará seguir pillando entregas hasta que salga, si es que quiero enfrentarme a la nostalgia. Cosa que no sé si es muy recomendable.
En todo caso, no se me ocurre otro motivo que la nostalgia para rescatar estas páginas de Kelly. La narración es rudimentaria, muy apoyada en el texto, y limitada por los episodios de dos páginas. Las peripecias están sacadas directamente del imaginario de aventuras juveniles de los años 40 y 50: piratas, indios y demás ambientes que hoy nos saben rancios. Kelly es, como los Atomic Knights, un héroe de la indestructibilidad. A los Atomic Knights son sus armaduras las que les confieren la invulnerabilidad frente a las armas de sus enemigos. A Kelly es el ojo del ídolo inca Zoltec lo que le convierte en indestructible. Ser impermeable al daño es una fantasía infantil que se paga haciendo un servicio a la comunidad: siendo un héroe.
En Kelly, por cierto no hay mujeres. No es que tengan un papel subsidiario, como en Atomic Knights, es que directamente ni existen. Es un mundo sólo de chicos.
El carácter de la serie procede, por supuesto, del dibujo de Solano López, que le confiere ese aire tan angustioso que tienen todos los tebeos del argentino. Lástima que no sea fácil apreciar en condiciones ese dibujo, debido a una reproducción que desintegra muchas veces la línea. Lo cual, de paso, me lleva a preguntarme qué tipo de edición pretende ser ésta. Hay como una indecisión entre buscar al público general, el mismo público popular que hace 50 años disfrutó de estas aventuras, como si todavía fueran funcionales en nuestro mundo contemporáneo, y entregarse al público nostálgico y coleccionista con una edición verdaderamente digna y respetuosa con el material. Yo creo que ésta segunda opción era la única posible: Kelly ya no está para competir por los chavales, es una artefacto meramente arqueológico. Pero bueno, yo no soy editor (afortunadamente).
Otro héroe clásico cuya sombra vuelve a asomar por una esquina es Doc Savage. DC acaba de reeditar en un solo tomo a todo color los ocho episodios de la serie de comic books que publicó Marvel en 1972-74, a cargo de varios guionistas (Roy Thomas, Steve Englehart y gente así) y dibujados todos menos uno por el grandioso Ross Andru, alabado sea su nombre. No confundir con la serie de magazines en blanco y negro que publicó también Marvel poco después (1975-77), y que duró igualmente ocho entregas. Esta segunda se hizo para explotar el «éxito» de una adaptación al cine de las aventuras del Hombre de Bronce que es una de las películas más malas que habéis tenido la suerte de no llegar a ver nunca.
El caso, en fin, es que hay algo curioso en ver una serie de Marvel (una serie que huele a Marvel por los cuatro costados) reeditada por DC sin que aparezca el nombre de Marvel por ningún lado. Y como a mí Doc Savage me ha fascinado desde siempre (o al menos, supongo, desde que se cruzó con Spiderman en un Giant-Size, publicado aquí en un «Super Héroes presenta»), y este tomo incluía 150 páginas de Andru (además de dos portadas bastante guapas de Steranko), he vuelto a él como quien vuelve a una fuente que le restituye los valores más esenciales del heroísmo. En realidad, Doc Savage es un héroe raro. Y digo raro porque lo más común es encontrarse con héroes circunstanciales, como los Atomic Knights y Kelly, personas normales que responden a la exigencia de las circunstancias. Clark Savage Jr., sin embargo, es hijo de un héroe y se cría desde pequeño como un experimento de laboratorio para producir al héroe perfecto. Al superhombre. No sólo en sus condiciones mentales, físicas y éticas, sino en su desapego de los sentimientos y las emociones humanas. Nada más empezar el primer episodio, en la escena de presentación de Doc Savage, vemos cómo le comunican que su padre ha muerto. Savage ni pestañea. Lo único que dice es: «Mi padre me indicó que mirase en la caja fuerte en caso de que muriese». Así es Savage, un resorte que actúa ante el misterio y el peligro, sin consideraciones inútiles. Este tío da miedo.
Las mujeres, claro, para terminar la comparación con las otras dos series, ¿qué pasa con las mujeres? Aquí hay un tercer grado de intervención. Estamos ya en los 70, y la mujer está liberada. Así que hay chicas -adultas- en las aventuras de Doc Savage, y pueden ser chicas duras, independientes y aventureras. También, por supuesto, objeto erótico. Probablemente el lector de Marvel de los 70 era un poco mayor que el de IPC y DC a principios de los 60. O un poco menos ingenuo.
La serie, sin embargo, no acaba de cuajar. No hay una ambientación convincente de los años 30, en los que se supone que discurren las aventuras, y las tramas son demasiado complicadas a la vez que absurdas. Hay escenas perfectamente bien escritas junto a otras que son un puro amontonamiento de viñetas sin juicio alguno, y que normalmente coinciden con el clímax de la historia, lo cual le hace a uno pensar que ninguno de los profesionales implicados en el proyecto tenía los cinco sentidos en este trabajo. Andru, desde luego, aunque tiene ya completamente pillado el estilo que tan espléndidamente aplicará a The Amazing Spider-Man poco después, está muy lejos de la brillantez de la serie del trepamuros. Tampoco le ayuda el desfile de entintadores: Mooney, Palmer, Chua, Giacoia... Y ya sabemos que los entintadores de los 70 tenían mucha personalidad y eran capaces de enterrar a cualquier penciler.
Es una lástima, porque podríamos decir que el dispositivo está listo: Doc Savage, descrito como una piedra, con la misma precisión en su perfil rotundo; sus compinches pintorescos; el planteamiento general de la aventura y el mundo en el que debe transcurrir. Pero ese dispositivo no llega a entrar nunca en correcto funcionamiento.
Lo más interesante tal vez sea ver cómo este Doc Savage -al igual que los Atomic Knights y Kelly- se manifiesta como una imagen marginal del heroísmo en la era del superhéroe. Ninguna de las tres series es de superhéroes, pero son casi de seudosuperhéroes, o de lo que habrían sido los superhéroes si los superhéroes canónicos (los de DC y Marvel) no hubieran existido. Lo que de forma artificial intentó hacer Alan Moore con ABC Comics (evidentemente, Tom Strong era sólo un sucedáneo de Savage), pero que aquí está vivo y en el mundo real. No es un experimento de laboratorio. Pero la huella del superhéroe hegemónico pesa mucho. En nadie más que en Doc Savage. Personaje nacido en los pulps de los años 30, está considerado como una de las influencias más directas sobre el concepto de superhéroe original. Sin embargo, cuando Marvel lo recupera en los 70, lo superheroiza intensamente. Ahora, el padre es el hijo. Y el Gran Héroe del pasado es una curiosidad para coleccionistas de objetos peculiares. Un aborto, algo que casi fue un superhéroe pero no llegó a serlo, un eslabón perdido en la cadena evolutiva.
Un guerrero de antaño.
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domingo, 13 de junio de 2010
UNA DOCENA
Una docena de manglares ya en la calle. Y por fin tengo en las manos el último número, recién salido de imprenta, que me ha entregado esta mañana Ricardo Esteban -quien lo codirige junto a Manuel Bartual- en la Feria del Libro (gracias a todos los que os habéis pasado por mi sesión de firmas).
El Manglar sigue incluyendo páginas que me gustan mucho, como las de Albert Monteys, Mathieu Sapin, Riad Sattouf (portada de Pascual Brutal), Luis Bustos, Carlos de Diego, Jorge Monlongo o David Sánchez, entre otros, y sigue intentando descubrir o redescubrir a gente de valía. En este número se cuelan, por ejemplo, Miguel B. Núñez, Lucas Varela y Mireia Pérez (por cierto, que Mireia ya ha sacado Chico y monstrua en la llegada de la primavera, continuación de aquella joya que era Chica y monstruo en la llegada del invierno).
Además, como siempre desde casi el principio, en este número del Manglar hay una historieta corta de El Vecino (algún día habrá libro recopilatorio, sí, pero faltan años para que salga; nos lo reservamos para vivir una jubilación dorada), y en la sección «A Machete» (qué bien puesto está ese título), John Tones comenta La novela gráfica. En la cabecera de este post tenéis un boceto de la historieta vecinal y al pie tenéis la reseña de LNG.
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sábado, 12 de junio de 2010
LA FERIA SE ACABA
Pero todavía me da tiempo a volver. Mañana domingo estaré firmando en la caseta de Madrid Cómics (nº 71) en la Feria del Libro, de 12 a 14 horas. Todo será bienvenido: Novelas gráficas, Vecinos, Tempestades, Jekylls y Hydes, Quijotes... Luego nos iremos a ver los Mundiales y hasta el año que viene, amigos... ¡Aprovechad la ocasión!
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miércoles, 9 de junio de 2010
UNA CHARLA
La presentación de La novela gráfica en Barcelona, el día que empezaba el Salón del Cómic, fue una charla entre amigos en la que Pepe Gálvez, Max y Paco Roca tuvieron la amabilidad de acompañarme. Como estos tres tíos no sólo son historia de nuestras viñetas, sino gente extraordinaria, lo pasamos bien, el público (entre el que se encontraba Laureano Domínguez, editor de Astiberri, y algún otro editor) estuvo participativo, y creo que todos nos quedamos con la sensación de que habíamos merecido la pena. Si queréis verlo en vídeo, ahora podéis hacerlo a través de Mandorlavisión, vuestro canal amigo, donde también hay una lista de reproducción para ver seguidas las diez piezas que recogen la ocasión.
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martes, 8 de junio de 2010
LA NOVELA GRÁFICA, DE NORTE A SUR
Más reseñas de La novela gráfica en prensa.
En el Faro de Vigo, Octavio Beares escribe en torno al libro y al medio, y en granadahoy le dedican también un artículo.
Además, en el número 213 de Leer, correspondiente a este mismo mes de junio, aparezco en un reportaje de Ana Merino que podéis ver bajo estas líneas.
Y si sois más de escuchar que de leer, mañana podréis oírme en el programa El Ojo Crítico de RNE.
¡No hay escapatoria de La novela gráfica!
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jueves, 3 de junio de 2010
UN MUNDO RARO
Pasar del panorama infantil de Al final a la odisea masoquista de Weathercraft (Fantagraphics, 2010), de Jim Woodring, resulta casi natural. Woodring y Brieva son maestros del dibujo orgánico y cerrado, de la viñeta clausurada, la textura rayada y la figuración carnosa. Woodring es uno de los pocos historietistas norteamericanos contemporáneos que, si no es un auténtico genio, cerca está de serlo. Precursor del cómic alternativo de los 80, precursor del surrealismo pop y precursor del cómic artístico de última hornada, se ha mantenido en un territorio propio y muy definido donde la palabra «surrealismo» no da licencia para tirar por la calle de enmedio, sino que por el contrario significa practicar una disciplina que abre un riguroso camino de exploración de la propia psique. En Woodring todo es extremadamente coherente y sólido, y diría incluso que es uno de los historietistas más realistas de los últimos años. Otra cosa es que queramos tantear el verdadero significado de ese realismo, porque, al fin y al cabo, ¿quién querría entender lo que puede ocultarse en las peripecias de un cerdo-hombre que es continuamente torturado por bufones rizomáticos hasta que alcanza la conciencia y la dignidad humanas para acabar perdiéndola siempre al final, indefectiblemente, y así caer en una humillación mayor que la que sufría cuando empezó?
Woodring no es muy conocido en España, pero su obra está al alcance de todo el mundo, porque no utiliza palabras, y su narración es clara y límpida. Este Weathercraft es una puerta de entrada a su trabajo tan brillante como cualquiera de sus títulos anteriores.
Woodring no es muy conocido en España, pero su obra está al alcance de todo el mundo, porque no utiliza palabras, y su narración es clara y límpida. Este Weathercraft es una puerta de entrada a su trabajo tan brillante como cualquiera de sus títulos anteriores.
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PARA EMPEZAR
Me lo recomendó un amigo que no es sospechoso de ñoñería y no se equivocó. Al final (Kókinos, 2010), el cuento para niños que acaban de publicar Silvia Nanclares y Miguel Brieva, es un tesoro. Libro-juego interminable, repleto de lecturas secretas y de detalles significativos, denota un serio esfuerzo por reinventar los tópicos del relato iniciático infantil dotándolos de un significado vivo y actual. Y se nota. Se nota la implicación, el compromiso y el talento de los autores en un libro que escapa a la neutralidad a menudo anodina de muchos de los productos que genera ese inmenso sector del mercado. Brieva es Brieva al 100%, con su característico despliegue gráfico obsesivo que utiliza para crear un mar de fondo a través del cual filtrar a los niños su habitual crítica a la sociedad de consumo, pero al mismo tiempo es un Brieva menos irónico, que acude sinceramente al rescate de los chavales perdidos y sin mapa en el país de los productos falsos.
Por supuesto, éste no es un blog de literatura infantil, pero es que Al final también es interesante para los adultos que estamos muy metidos en los tebeos. Y no sólo porque su autor sea uno de nuestros historietistas más importantes ahora mismo, sino porque Al final viene a ser otra de esas obras que ponen en cuestión definiciones y conceptos de cómic que venimos arrastrando inercialmente desde hace mucho tiempo. Al final no es realmente un cuento (de prosa) ilustrado. Al final es una narración en imágenes acompañada de texto. Como 1-Hervir un oso y otros títulos que están apareciendo cada vez con más frecuencia, Al final demanda que revisemos conceptos que habíamos adoptado con demasiada pereza y poca crítica. O abrimos los brazos del cómic a los heterodoxos, o acabaremos atomizando el tebeo en una Babel de viñetas.
Por supuesto, éste no es un blog de literatura infantil, pero es que Al final también es interesante para los adultos que estamos muy metidos en los tebeos. Y no sólo porque su autor sea uno de nuestros historietistas más importantes ahora mismo, sino porque Al final viene a ser otra de esas obras que ponen en cuestión definiciones y conceptos de cómic que venimos arrastrando inercialmente desde hace mucho tiempo. Al final no es realmente un cuento (de prosa) ilustrado. Al final es una narración en imágenes acompañada de texto. Como 1-Hervir un oso y otros títulos que están apareciendo cada vez con más frecuencia, Al final demanda que revisemos conceptos que habíamos adoptado con demasiada pereza y poca crítica. O abrimos los brazos del cómic a los heterodoxos, o acabaremos atomizando el tebeo en una Babel de viñetas.
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miércoles, 2 de junio de 2010
FIRMAS EN LA FERIA DEL LIBRO
Mañana, jueves 3 de junio, tengo sesión de firmas en la Feria del Libro, como los escritores de verdad. Estaré en la caseta de Madrid Comics (nº 71) de 19 a 21 horas, acompañado de Javier Peinado, mi compañero creativo en La tempestad y Héroes del espacio. Firmaremos lo que nos pongan por delante, siempre que no nos comprometa a nada.
Tengo una segunda sesión el domingo 13 de 12 a 14 horas, también en la caseta de Madrid Comics. Ya volveré a avisar cuando se acerque esa fecha.
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CUERPO Y MUNDO
A estas alturas parece claro que Dash Shaw es uno de los autores que hay que leer para estar al día con la novela gráfica. Representa la nueva semilla, y con Bodyworld (Pantheon, 2010) abre la esperanza a una novela gráfica que no esté ligada a la realidad inmediata, la memoria, la autobiografía, las enfermedades ni ninguno de esos temas que tanto han servido para identificarla ante el público. Es decir, una novela gráfica que, desde su propia tradición artística, sea capaz de crecer en otras direcciones, porque Bodyworld es una historia de ciencia-ficción, con plantas estupefacientes alienígenas (tal vez), telepatía, deportes inventados y ambientación futurista. Pero tal vez lo más interesante en este caso no sea observar cómo Shaw redefine la novela gráfica (difícilmente se puede redefinir lo que no está definido) sino cómo redefine la ciencia-ficción en el cómic. Aunque la ciencia-ficción sea el género que nos abre a la posibilidad de que «suceda todo», la realidad es que en el cómic ha sido un género muy estrecho, demasiado dominado por ciertos tópicos y excesivamente conservador, sobre todo a partir de su hegemonía en el boom del cómic adulto de los 70 y 80. Tal vez por su propia definición como género, que es una manera de delimitar un imaginario con unas marcas reconocibles. Y tal vez lo interesante es que Shaw no practica la ciencia-ficción como género, y eso le da una libertad parecida a la que tenía Tarkovski al moverse por territorios similares en Stalker.
Lo que le interesa a Shaw en Bodyworld es hablar de la identidad y el individuo frente al grupo, y la telepatía le sirve de excusa para explorar nuestros comportamientos colectivos. Con la telepatía, se derrumban las barreras entre las personas, y nos fundimos en un gran «superorganismo» que asimila las historias y los sentimientos individuales. También las sensaciones, claro, que es uno de los temas que más preocupa a Shaw: la representación del mundo sensorial en el cómic, que es algo que tradicionalmente ha estado olvidado. Para Shaw, es crucial la relación entre lo interno y lo externo, la construcción de nuestra personalidad -la ficción de nuestra individualidad especial- frente a las circunstancias sociales y físicas que la determinan. Por eso es muy importante la geografía en esta obra, la descripción minuciosa y concreta de cada espacio y cada escenario, la creación de un mundo muy definido y transitable, sólido y físico. No es sólo el mundo en el que vivimos, es el mundo que nos hace.
Shaw es tan joven que sus hallazgos formales y su osadía como autor nos asombran, pero es evidente que todavía le falta madurez como narrador. Su lenguaje gráfico es muy personal y potente, y está haciendo esfuerzos deliberados por ampliar el lenguaje del cómic que todos le agradecemos. Pero en Bodyworld a veces da la sensación de que el peso que descansa sobre la experimentación con el lenguaje es un poco excesivo. La historia, por otra parte, se inicia con un tono paranoico a lo Philip K. Dick que le da mucho nervio y vigor, pero acaba resolviéndose como una especie de Fuenteovejuna futurista algo decepcionante. Aunque para mí lo más frustrante ha sido el formato del libro. Había leído previamente Bodyworld en internet, y esperaba con curiosidad su traslado al papel porque me pareció que muchas de las virtudes que tenía la obra estaban en su perfecta adecuación a la lectura en pantalla. Shaw -ayudado en el diseño por Chip Kidd- anunció que se había inventado un formato nuevo para el libro, una forma única de trasladar esa experiencia al soporte tradicional. El formato nuevo es, sencillamente, un tomo apaisado en el que la parte superior de la página está donde normalmente estaría el margen izquierdo. Leer el libro así resulta incómodo -precisamente la comodidad en la lectura es la gran baza tecnológica que tiene a su favor el libro como soporte- y no reproduce ni de lejos la experiencia que supone leerlo en pantalla. Tal vez hubiera sido mejor intentar buscar una experiencia nueva que imitar la experiencia producida en otro medio.
Pero bueno, es lo que les pasa a los exploradores: que a veces llegan a un sitio y no había nada, pero eso no lo sabíamos antes de que ellos fueran.
REGRESO AL DESIERTO
Mi historia de amor con Mezzo y Pirus empieza y acaba con Los desesperados (Glénat, 2010) . Era uno de los motivos principales por los que compraba Viñetas en su día. Desde entonces, sin embargo, cada nueva obra suya me ha ido interesando menos, hasta que la última ya no he llegado ni a leerla (me refiero a El rey de las moscas). Pero reencontrarme con aquel descubrimiento inicial en la hermosísima edición que le acaba de dedicar Glénat me producía mucha curiosidad.
Ahora he redescubierto lo que tanto me fascinó entonces: un dibujo deslumbrante, de colorido embriagador, que rebusca en los mismos vertederos de la tradición americana que saqueaba Charles Burns, y que tiene la personalidad suficiente para ensayar su propia variante grotesca y monstruosa, aunque respetuosa con el canon literario y cinematográfico del género negro. Me quedo embobado mirando algunas páginas de Los desesperados, tan puntillosamente horribles y bellas.
Pero, aparte de eso, no me trago nada. Me cuesta avanzar en la historia -escrita con una aplicación y un talento magníficos- porque sólo veo pastiches. El atraco al banco, el incesto, el fracaso, el sheriff, el dinero... Son tópicos que no se resitúan para darles nuevos significados, sino que se reproducen como simples imágenes ya conocidas y compartidas con el lector, que se usan con la esperanza de que, combinadas correctamente, den como resultado una réplica convincente de los modelos originales de los que están extraídas. Tal vez parte del problema está en que esos modelos son americanos, y los autores son franceses, y por eso me parece que todo lo que me están contando es un eco de una mitología ajena. No es que tenga un problema con el género negro en particular, porque cuando leo una historia de Leo Malet y Tardi, me la trago completamente. Pero aquí, a veces tengo la sensación de estar ante una maqueta a escala real de una obra anterior.
No estoy criticando la calidad de Mezzo y Pirus ni de Los desesperados, que queda sobradamente demostrada en cada página. Intento sólo entender qué es lo que hace que un artefacto tan espléndido se me quede tan muerto en la lectura. Y por qué no me pasa en el mismo grado cuando leo Tú me has matado, de David Sánchez, del que tantas cosas parecidas se podrían decir. Pero tal vez en Tú me has matado hay menos habilidad artesanal -tanto de guión como de dibujo-, y sin embargo sí hay una cualidad más brutal y directa que redime a la obra primeriza de sus deudas y deja un espacio vacío que permite la evocación, a la vez que apunta una vía de salida para la encrucijada de las referencias. Que David tome o no esa vía en el futuro será lo que determine si nos lleva a territorios nuevos o si se cruza con Mezzo y Pirus recorriendo las mismas carreteras.
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martes, 1 de junio de 2010
VECINOS DEL CONEJO BLANCO
Nemo Nadir se reseña las tres primeras entregas vecinales en Sigue al conejo blanco.
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COMO UNA NOVELA (DELUX)
En el Rockdelux de este mes (285, junio), La novela gráfica es el título destacado en la sección «Libros Pop», gracias a una reseña de Joan Pons.
Además, Rockdelux vuelve a dedicar una página entera a reseñas de cómics. Se habla de Perro, de Joaquín Resano y Pedro Osés (Señor Ausente), de Tú me has matado, de David Sánchez (Fernando Sagaz), de El negocio de los negocios, de Denis Robert, Yan Lindingre y Laurent Astier (Alberto García), de Kafka, de Robert Crumb y David Zane Mairowitz (Rubén Lardín), de Viaje, de Yuichi Yokoyama (Enrique Vela), de Cuatro ojos, de Sascha Hommer (Valentín Vañó), de Yo, de Juanjo Sáez (Pablo Ríos) y por último, de Los 12 trabajos de Hércules, de Miguel Calatayud, que he reseñado yo mismo.
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