martes, 2 de octubre de 2012
LA VIDA Y SU REVERSO
Ayer escribía en Mandorla sobre Pudridero, co-edición de Fulgencio Pimentel y la nueva editorial Entrecomics Comics, nacida de la mejor web de información sobre cómic en español que existe, Entrecomics. Pero Pudridero no era el primer lanzamiento de Entrecomics Comics, y la ocasión me permite recuperar aquí su primer título, que salió hace unos meses y que sería una lástima que pasara desapercibido.
Moowiloo Woomiloo (Entrecomics Comics, 2012), de Molg H. y Néstor F., es un webcómic reformateado espléndidamente para su edición en papel como libro apaisado de colores brillantes, que tiene algo de la radiación tecnológica de la pantalla en sus páginas, y que ejerce sobre mí una fascinación semejante a la de los catálogos de supermercados (especialmente los de tecnología). Al hojearlo, percibo un sinfín de imágenes y textos diversos y hasta heterodoxos que, sin embargo, están unidos por su contenedor: todos los productos los puedo comprar en la misma tienda; todas las historietas pertenecen al mismo libro. Habrá quien piense que en el salto de lo digital intangible a lo material palpable hay un ennoblecimiento del material: yo digo que nada hay más noble que el empanfletamiento que supone este suntuoso cuadernillo.
Pero vamos a lo que vamos, señoras. MW está movilizado por un resorte experimental posmoderno. Uno de los autores plantea una situación en una página y el otro nos da «la otra cara» en la siguiente; lo que no habíamos visto, ni siquiera intuido, nos es revelado. Normalmente, con efectos hilarantes, porque esta pareja tiene un sentido del humor muy agudo a la vez que muy negro. Incluso un poco sardónico y en ocasiones desabrido. Pero muy de nuestros días, en todo caso. MW se encuadra en algún lugar de una región donde también habitan Paco Alcázar y Alberto González Vázquez (imposible no pensar en él al leer la historieta de «Éstas son nuestras armas», véase vídeo al final de este post). La variedad de personajes y temas que recorren estas historietas de dos tiempos es muy grande, pero a mí, como no podía ser menos, me llaman especialmente la atención los episodios dedicados a la novela gráfica y la crítica de cómics. Creo también que es, en realidad, lo que acaba imponiendo de forma más clara su personalidad sobre el conjunto de la obra, sin duda porque es uno de los terrenos en los que Molg H. y Néstor F. están más inspirados.
En una de las historietas más brillantes de MW, ambientada en un supermercado cultural (en Fnac, digámoslo sin rodeos), descubrimos al «crítico de cómics» encerrado en una oscura y vacía celda, a la espera de asesorar a los consumidores, formulando sus gustos, que «son extrapolables a cualquier persona». Cuando el cliente inquiere qué hace falta para ser crítico, el empleado de la tienda contesta: «¿Qué quieres decir? No hay que hacer nada. Nuestro crítico vino un día y se metió ahí dentro». Que es exactamente la verdad, como demuestra Bruno Kolin, el crítico que no hizo nada más que llegar un día y meterse ahí dentro. La pura verdad es que no hace falta ni leer los cómics, porque al fin y al cabo, dentro de la celda del crítico no hay luz para leer.
La crítica de la crítica que practican Molg H. y Néstor F. viene representada de forma exacta por la viñeta con la que encabezo este post: la cabeza abierta y ensangrentada de un autor (desnudo, aunque no se aprecie en esta viñeta), empotrado contra la taza del váter, que se arrastra con el teléfono en la mano para no perder la oportunidad de ser entrevistado en el suplemento cultural. Lo que hacen los autores en MW es imaginar un mundo en el que los dibujantes de cómics (y los críticos) ocupan el mismo espacio (social, cultural, económico) que los novelistas, los cineastas y los artistas (de verdad). Es decir, realizan simbólicamente el sueño de la novela gráfica, y revelan una pesadilla burguesa. Su pirueta satírica es doble: se parodia la situación real, actual, del cómic, tan infame y tan alejada de esa realidad imaginaria que se nos presenta en WM; y a la vez esa aspiración se ridiculiza como mediocre y vulgar. Pero como estamos en MW, la parodia por supuesto que tiene un reverso, y ése es el de la realidad cultural del país, proyectada a través del espejo deformante del cómic.
Hay que decir que, como cómic experimental que es, MW acaba descomponiéndose como parte de la propia combustión interna de sus materiales, y su parte final es un tanto amorfa, como el hijo de Bruno Kolin. Hay una confusión en cadena, que es la confusión de un hombre que quisiera destruir Google con una bomba y en realidad luego todo fuera parte de una película que nunca ha protagonizado. ¿Entiendes lo que quiero decir, o no? Por si acaso, me explico: esa confusión es la sonrisa torcida con la que el posthumor nos cuenta la vida. La vida real, tal como es. Tal y como la vemos en las recomendaciones que hacen en facebook y amazon los autores de las novelas gráficas de la vitrina de destacados de Fnac, haciéndose pasar por lectores anónimos. Es decir, lo que todos entendemos con el lenguaje común de Bruno Kolin como un 0,1.
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