viernes, 5 de octubre de 2012

ESTAMPAS DE LA SOLEDAD


El señor solitario y la anciana incomunicada, de Felipe Camargo Rojas, y La distancia entre extraños, de Mónica Naranjo Uribe, tienen mucho en común. Ambas renuncian a las palabras y ambas se afanan en retratar la soledad urbana a través de una serie de dibujos que evitan deliberadamente la anécdota para mecerse en la contemplación pausada. Uno llega a Latinoamérica esperando ruidosos desfiles de viñetas festivas y luego se encuentra con estos dibujos profundamente melancólicos y alienados.

Pero, más allá de lo compartido, éstas son dos obras que parten de vocaciones artísticas profundamente distintas. Lo primero que me llamó la atención de El señor solitario y la anciana incomunicada fue el aspecto material de sus originales. Estos no están dibujados sobre papel, sino que están pintados sobre tablas de madera.


Camargo explicaba que esta singular decisión técnica procede de su interés por los pintores flamencos, pero hay una conexión más inmediata entre su trabajo y el cómic contemporáneo, la que se establece con Chris Ware. Del estadounidense no hay sólo el interés por personajes aislados y de sentimientos reprimidos, sino también el reconocimiento del valor material del cómic como objeto. Algo que se hace más evidente que nunca en Building Stories, lo último de Ware, pero que también es palpable al acercarse a los minuciosos originales de Camargo. Al verlos, cubiertos de diminutas viñetas que repiten pacientemente una tras otra las mismas figuras en casi las mismas posiciones, o, cuando se muestran como una viñeta-página, atiborrados de edificios, y cada edificio horadado de ventanitas, es imposible no imaginar al autor inclinado sobre la mesa como un iluminador medieval, sumergiéndose en las profundidades de su propia soledad creativa, y haciendo así un todo de la experiencia, el proceso y el producto artístico final.

De hecho, si algo le falta a El señor solitario y la anciana incomunicada es precisamente la posibilidad de encontrar una mejor reproducción final. Mi copia pertenece a una tirada limitada de 50 ejemplares que, aunque realizada con un cuidado y un amor exquisitos que saltan a la vista, no alcanza a comunicar la singular veracidad que transmiten las tablas originales.


Si Camargo viene de la extremadamente sólida pintura sobre madera, La distancia entre extraños es el producto de un proceso mucho más fugaz, el apunte espontáneo del lápiz sobre el cuaderno de bocetos. La propia autora explica que el origen está en «los primeros meses de mi estadía en Londres, específicamente en los momentos del día que más odiaba: cuando viajaba en su metro». Y eso es lo que hay en este libro que publica Editorial Robot con un gusto exquisito, como un elegante cuaderno de dibujo: Apuntes de escenas captadas en el metro, puntuadas por la simple anotación de los días de la semana. La distancia entre extraños se mueve en las fronteras de cómic convencional, en la linde entre éste y el libro de dibujo, en la que también se podría incluir otro título de la Editorial Robot, Una nube de moscas, de Mrz (Pedro Giraldo), otro dibujante fino que emplea todo un libro en observar las andanzas de un gato que persigue a una nube de moscas.


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