lunes, 15 de octubre de 2012
EL ESPÍRITU EN LA COLMENA
Charles Burns está embarcado en una obra que, parece ser, quedará integrada por tres volúmenes en formato de álbum clásico de Tintín, lomo de tela incluido. El primero, X'ed Out (2010), se publicó en España con el título de Tóxico, y ahora acaba de aparecer en Estados Unidos la segunda entrega, The Hive (2012, Pantheon). El tercero se titulará Sugar Skull, y todavía no tiene fecha prevista de salida, que yo sepa.
Escribo estas líneas nada más haber terminado la lectura de The Hive, lo cual tal vez no sea una buena idea. Estoy literalmente abrumado, y desde luego necesitaría algún tiempo para poner en orden todas las ideas que me ha sugerido, porque si algo tiene The Hive es una apabullante densidad. Imágenes muy complejas -y a la vez extraordinariamente claras-, imágenes muy heterodoxas que sugieren revelaciones y sensaciones que parecen llegar desde sitios muy distintos. Creo que nunca ha habido tantas corrientes cruzadas en los cómics de Burns como en este The Hive, que es, ante todo un inmenso catálogo de imágenes en el que tiene cabida desde el retorno al primer Burns, el de Dog-Boy, hasta la cita figurativa a Mondrian. Me siento tentado de que decir Burns ha conseguido disimular una extraordinaria complejidad bajo una apariencia de suma sencillez, pero no es cierto. Según uno está leyendo The Hive ya se da cuenta de que ahí hay mucha, mucha, mucha materia.
Por tanto, esto no es una reseña -que además sería imprudente con una obra todavía en curso-, y ni siquiera un sumario de los hallazgos que me he ido encontrando al pasar las páginas de The Hive. Esto es sólo el desahogo necesario después de la excitación producida por el contacto con una gran obra. Como dice Doug, el protagonista, estoy «totally wired up», y para tranquilizarme necesito descargar unas palabras.
Aunque desde siempre se ha señalado la vinculación de Burns con la cultura pop -su propia actitud de artista pop, de hecho- y su insistencia en volver una y otra vez a motivos extraídos de los viejos cómics de los 50 y 60, creo que pocas veces ha convertido eso en el eje de su obra de una forma tan decidida como lo hace en The Hive. Cuando terminas de leerlo, no te puedes quitar de la cabeza los tebeos románticos que aparecen constantemente en esta novela gráfica, tebeos para niñas de los 50 y 60 que Burns invoca a través de su escalofriante mimetismo de John Romita, y que distorsiona a través de dos herramientas: primera, los bocadillos de texto, incomprensibles para todo el mundo salvo para su apasionada lectora -lo cual es la puesta en práctica del experimento Johnny 23-; segunda, la lectura que hace esa lectora, en la cual descubrimos que esos cómics para niñas son en realidad adultos, y que a través de su estereotipado lenguaje abordan y explican todos los sucios secretos de la vida adulta.
Con esta estrategia de desalfabetización de los cómics románticos, Burns parece que quiere recuperar una experiencia de la infancia. Ese momento en el que accedemos a los cómics a través de sus imágenes, pero estos -por infantiles o juveniles que sean- todavía nos superan. No conseguimos entenderlos, o los entendemos de forma incompleta. Es una etapa prelenguaje, obviamente, pero que se prolonga cuando ya dominamos las palabras y somos capaces de leerlas, en una etapa que podríamos llamar precultural o presocial. Es un momento en que somos personas que todavía vivimos en una cueva y que sólo accedemos al mundo a través de su reflejo (o su sombra) en los cómics. Es ese momento en que sabemos lo que dicen, pero no lo entendemos realmente. Es, como decía, una experiencia infantil, pero que nos acompañará toda la vida. Podemos probar ciertos experimentos que nos ayuden a repetirla, pequeñas tácticas de autohipnosis. Por ejemplo, abrir el tomo de Showcase Presents Young Love y hojearlo rápidamente, sin tener tiempo para leerlo con calma. Desde sus páginas nos asaltarán muchas viñetas de John Romita que parecen copiadas directamente de The Hive.
Pero esa experiencia burnsiana del producto de consumo perfectamente cerrado y pulido que sirve de umbral a una verdad informe y más profunda, estrictamente irracional, también queda reflejada en la búsqueda de Doug, a quien una muchacha postrada en la cama pide cómics. El tintiniano protagonista le lleva una copia de Throbbing Heart, un sosias de aquellos Young Love, pero cuando ella lo lee descubre que le faltan los dos números anteriores y que, por tanto, carece de todos los datos que explican completamente la historia.
Es una experiencia que todos los que nos criamos leyendo cómics de superhéroes durante los años 70 conocemos sobradamente. Los cómics de Marvel y DC, distribuidos en España por Vértice y Novaro, eran escasos y discontinuos. Nunca se podía estar seguro de que uno iba a completar su colección, y siempre los leía con la sensación de haber llegado con la película empezada, sensación que se acentuaba especialmente en los de Marvel, que tendían a desarrollar una continuidad mucho más estricta que los de DC. La reconstrucción imaginaria de aquellos huecos era tan intensa que a veces llegué a soñar con ese número de La Masa que no había visto nunca, pero que estaba escondido debajo de algún montón de tebeos viejos en algún kiosko perdido de Benidorm. Lo mismo le ocurre a Doug, que sueña que encuentra en un mercadillo los números 39 y 40 de Throbbing Heart, los mismos que le faltan para cubrir los huecos de la muchacha postrada.
Desde que vivo en Estados Unidos, he encontrado una forma de evocar esa experiencia infantil. Cuando rebusco en los cajones de back issues en convenciones o librerías especializadas y me sumerjo en un mar de portadas chillonas y sorprendentes -tan distintas de sus versiones españolas, siempre, incluso cuando éstas las copiaban-, siento que me asomo a un universo de historias viejas e incompletas que sólo puedo imaginar. En ocasiones, encuentro el cómic soñado, el cómic que no existía. Hace poco, por ejemplo, tropecé con estos Marvel Feature de 1972 protagonizados por el Hombre Hormiga y la Avispa.
No recuerdo que se publicaran nunca en España, y hasta donde sé, permanecen inéditos en nuestro país. Y eso les proporciona ese aura de lo irreal, de lo imaginario, de lo secreto, a través del cual alcanzan un valor que excede con mucho el que tendrían atendiendo estrictamente a su calidad o a su relevancia. No necesito ni leerlos para disfrutarlos.
Creo, por tanto, que esta obra Burns está tratando de asir lo inasible, de recuperar una experiencia de la infancia. Y es que creo que aunque The Hive se puede interpretar de muchas maneras, por supuesto, por ejemplo como un thriller onírico a lo Lynch, o como un experimento del inconsciente a lo Burroughs, ante todo estamos ante una autobiografía alegórica. En su complejísimo entramado de imágenes, escenas, personajes y situaciones se escucha el latido de una vida real, de un ser humano oculto bajo la máscara plana de un personaje, pero que no obstante pasa de la infancia leyendo a Hergé a la juventud punk, y luego a la madurez decepcionante y llena de ansiedades insatisfechas donde ya sólo queda mirar a los ojos al padre muerto y reconocer el mensaje que lleva grabado en su calavera de azúcar: «Yo fui tú».
Un personaje que sólo sabe comunicarse con el mundo y procesar la vida a través de las entidades mediadoras que son los productos culturales de consumo. Y que hasta que consiga liberarse de su trauma, tendrá que vagar perdido por la cueva, como el espíritu en la colmena.
MÁS: Un par de entradas de Pepo Pérez en Es Muy de Cómic sobre The Hive: Un sueño dentro de un sueño (en cuatricomía), y este otro de título imposible.
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2 comentarios:
"ante todo estamos ante una autobiografía alegórica".
totalmente de acuerdo. Es justo lo que sentí leyéndolo, el sentimiento más fuerte (entre otros) que me transmitió. Y creo que por eso este The Hive resulta tan intenso. Bueno, también por la forma que tiene Burns de contárnoslo, claro. La de un maestro en el máximo dominio de sus facultades, destilando todo lo aprendido en tantos años de buenos cómics.
¿Se tiene noticia de su publicación en España?
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