miércoles, 17 de octubre de 2012

AGUJERO NEGRO



Durante diez laboriosos años, Charles Burns ha escrito y dibujado las 368 páginas de Agujero negro. El mundo ha cambiado mientras él lo hacía, empezando por el mundo del cómic adulto americano, donde triunfaban en 1995 los “comic books de autor” y donde ahora imperan los “libros estilo novela”. Sin planearlo, Burns empezó el viaje en el primer tren y ha llegado a destino a tiempo de coger el segundo. Pero por mucho que haya cambiado todo, Agujero negro ha sido fiel a sí mismo, increíblemente coherente si se tiene en cuenta su largo periodo de elaboración: no acusa altibajos estilísticos ni temáticos. Es así porque Agujero negro es una obra de madurez, que revela que todo lo que había hecho Burns antes era sólo el camino que llevaba hasta ella. Un aprendizaje para que por fin pudiera hacer lo que siempre había querido hacer.
Dice Burns que “es obvio que prácticamente todas mis historias giran una y otra vez en torno al descubrimiento de lo que hay más allá de la superficie” (entrevista con Óscar Palmer en U #17, 1999). Ésta y otras constantes del universo de Burns han sido identificadas desde hace años por la crítica: la cita a las subculturas pop, la iconografía comercial de los 50, la obsesión temática por la adolescencia, la enfermedad, la deformidad y la alienación. No es de extrañar que The Comics Journal describiera Agujero negro como “pesadilla lynchiana”. Sin embargo, en lo primero que pensamos si aislamos una viñeta de Agujero negro, es en Lichtenstein. No es casual, pues como Lichtenstein, Burns nunca ha representado el mundo, sino las imágenes del mundo. Burns procesa imágenes procesadas. Pero si antes lo hacía con gusto por lo bizarro y empapado de ironía, en Agujero negro introduce el factor autobiográfico, de modo que aunque el tebeo sigue preñado de metáforas visuales fantásticas, horrores de la carne y crímenes atroces, los personajes viven experiencias que pertenecen al terreno de lo íntimo. Al final, el sabor de la cerveza, el vértigo de la droga, el temblor húmedo del sexo, el sonido nuevo de Bowie y Emerson, Lake and Palmer en esta small town anónima de 1974, pertenecen a la adolescencia de Burns, y el lector percibe las sensaciones vivas y reales, aunque no le lleguen directamente, sino filtradas por un agujero negro que sirve de orificio de entrada y salida, de artefacto de placer y dolor, de llave de vida y de muerte. Un agujero negro que es, sobre todo, un bosque y detrás un mar.
Reseña publicada en Rockdelux en 2005. Lo recupero aquí para prolongar un poco la «semana Burns» en Mandorla.

1 comentario:

Octavio B. (señor punch) dijo...

"Semana Burns, semana completa" (guiño generacional catódico)