martes, 18 de septiembre de 2012

UNA SEMANA DE BONDAD, 1ª PARTE: ENTREVIÑETAS


La semanita que me acabo de pegar no es normal. Tres convenciones o festivales de cómic (tres) en nueve días, cada uno con su propio estilo, con su propia energía y con su propia personalidad. Maratón de viñetas. A lo bestia.


El sábado 8 salía hacia Colombia, donde me habían invitado a participar en Entreviñetas, un festival internacional de cómic. Pero como mi vuelo salía por la tarde, de camino al aeropuerto todavía tuve tiempo de pasarme un momento por la Baltimore Comicon, que abría precisamente ese fin de semana. Después de aguantar la monumental cola que daba la vuelta al Pabellón de Congresos de Baltimore, apenas tuve tiempo de visitarla durante poco más de una hora, lo justo para reencontrarme con sus dos elementos principales: disfraces y cómics viejos.



Como convención mainstream (o friki, elíjase el término que uno prefiera), la de Baltimore me cae bien. Hay mucha gente y está muy animada, pero no hay aglomeraciones insoportables, al estilo de la NYCC, hay disfraces simpáticos y de buen rollo, y hay sobre todo muchos tebeos Marvel y DC que van desde la década de los 60 (e incluso anteriores) a la actualidad, en lugar de muchos karaokes o espacios dedicados a películas y videojuegos. Para un veterano como yo es una experiencia divertida. Y si sabes lo que buscas, incluso una breve visita te sirve para llevarte un puñadito de esas joyas de papel mohoso que llevabas tiempo buscando. Por ejemplo, un New Gods #1 de Kirby o un Marvel Team-Up de la Antorcha Humana y el Hombre de Hielo dibujado por Gil Kane que se me había metido entre ceja y ceja. En la Baltimore Comicon pago muchas deudas con mi infancia.



Del centro de Baltimore me fui directamente a Washington Dulles, donde tomé el vuelo a Bogotá, y allí conecté con otro avión hacia Medellín, mi primer destino en Colombia. Era una de las múltiples sedes del festival internacional Entreviñetas, cuya cabeza visible es Daniel Jiménez, editor de la revista Larva. Entreviñetas es un salón del cómic completamente distinto de los que he conocido en Europa y Estados Unidos hasta ahora. Para empezar, como decía antes, es un festival itinerante que tiene lugar en diversas ciudades (Medellín, Bogotá, Armenia y Manizales, entre otras), y carece de carácter comercial, siendo su actividad completamente cultural y divulgativa. Esto quiere decir que no hay puestos de venta de editoriales o librerías, sino que en su lugar se celebran numerosas conferencias, mesas redondas, debates, exposiciones, talleres y encuentros con autores. [En ese planteamiento podría emparentarse con los sensacionales Diálogos del Sr. Boliche de Valladolid]. La nómina de autores es singular, además. Este año, contaban, como siempre, con numerosos invitados latinoamericanos (entre los que conocí: Decur, de Argentina; Marco Tóxico, de Bolivia; Powerpaola, de Colombia; Fran López, de Argentina; Jesús Cossío, de Perú; Joni B., de Colombia; Truchafrita, de Colombia), y del norte llegábamos Anders Nilsen, Sarah Glidden, Rupert y Mulot y Peggy Burns, editora de Drawn & Quarterly, junto a mí mismo. Es decir, autores experimentales y de vanguardia de Estados Unidos y Francia. Este gusto por el cómic contemporáneo más avanzado, junto a la complejidad misma de una organización tan ambiciosa (en un país de geografía tan difícil como es Colombia) sorprenden cuando uno descubre que la organización es muy joven y que en la actualidad el cómic apenas tiene presencia industrial en Colombia. Es decir: el esfuerzo de Entreviñetas es enorme, y además no ha elegido el camino más fácil. Mi admiración hacia ellos es enorme: su amor por el cómic no admite compromisos.


Fran López, Jesús Cossío, Mandorlo, Sarah Glidden y Anders Nilsen, en Medellín.


Precisamente ese amor por el cómic es el principal activo con el que cuentan los países periféricos a la hora de sacar adelante la historieta, tan maltrecha en casi toda Latinoamérica. Existe talento y existe la voluntad de hacer cómic moderno. Lo que no existe es una clase media lectora que sustente las publicaciones, ni una tradición editorial que consolide las propuestas. Pero por algún lado hay que empezar, y entiendo que ése es el principio que moviliza a Entreviñetas.






En Medellín tuve dos días libres para ver la ciudad antes de iniciar mis actividades. Medellín es una ciudad con personalidad para cualquiera que venga del extranjero (cinco días antes de mi llegada habían matado allí a la mítica Griselda Blanco), pero sobre el terreno resulta aparentemente muy pacífica. En mis paseos pude descubrir la curiosísima escultura de Superman (Christopher Reeve) pensador con la que he abierto este post (no hay otras estatuas de miembros de la Liga de la Justicia desperdigadas por la ciudad, por si alguien se lo está preguntando). Medellín, como muchas ciudades colombianas, está encerrada en un valle entre montañas, y para llegar a algunos de los barrios que han colonizado las laderas es necesario utilizar el metrocable, que es una línea del metro en la que éste se convierte en teleférico, el transporte habitual de las montañas. Salvo que en esta ocasión, en lugar de nieve, lo que vas dejando bajo tus pies son aglomeraciones de viviendas. La experiencia de subir en el metrocable y disfrutar de las impresionantes vistas de la ciudad es sin duda lo que más recordaré de Medellín. También es muy recomendable visitar el Palacio de la Cultura y la «Plaza Botero», incluso aunque las esculturas de este artista te den un poco de grimilla, como es mi caso. Podrías cambiar de opinión.


Por supuesto, para los autores invitados un festival es siempre, y ante todo, la oportunidad de confraternizar con colegas a los que conoces poco o no conoces. Cuando todo el mundo viene de sitios distintos, como es el caso de Entreviñetas, la experiencia es aún más interesante. A contrastar las opiniones de argentinos, peruanos, colombianos, norteamericanos y españoles al respecto de Dan Clowes, Paying for it y las últimas obras de Chester Brown, el Génesis de Crumb y (¡oh, sorpresa!) el viejo duelo de pistoleros Frank Miller-Alan Moore (tema de debate eterno, universal y transversal, según parece) dedicamos buena parte de la barbacoa nocturna del domingo.








En cuanto a las actividades, Anders Nilsen montó una pequeña exposición en el Planetario, mientras que las charlas y talleres se llevaron a cabo en el Parque Explora, al lado del Jardín Botánico (donde en esos momentos tenía lugar la Feria del Libro). El Parque Explora es una de esas instalaciones modernas multiusos donde te encuentras espacios adaptados a todas las funciones, desde conferencias a estudios de televisión, y donde en el jardín te recibe un rebaño de animatronics de dinosaurios. No es que estéticamente sea una maravilla, pero las instalaciones son espectaculares, modernas y con toda la tecnología imaginable excelentemente atendida por un equipo muy profesional. Creo que nunca había hablado en un sitio tan bien preparado.

Entre las muchas instalaciones del Parque Explora hay también un acuario, y fue precisamente en el acuario donde se celebró el taller de Anders Nilsen, a quien finalmente ayudaron Sarah Glidden y Fran López. Ver a un montón de gente dibujando mientras a su lado nadaban (flotaban) peces es una experiencia creativa realmente abisal, en la que los ritmos mentales empiezan a alcanzar profundidades insólitas. Extraordinario acierto el de la organización de Entreviñetas al elegir un escenario tan singular para un taller.




Por mi parte, yo tuve dos charlas en el Parque Explora. En la primera intenté explicar de qué va mi libro La novela gráfica, y en la segunda charlé con Anders Nilsen sobre su obra, y especialmente sobre Big Questions, su último título, que precisamente le ha valido un premio Ignatz en la SPX celebrada este fin de semana, sobre la cual hablaré en el siguiente capítulo. Como estaba ocupado sobre el escenario, no tengo fotos de esos eventos, pero sí de la charla sobre cómic y periodismo que mantuvieron Álvaro Vélez (Truchafrita), Jesús Cossío y Sarah Glidden, y de la portada del periódico del día siguiente, donde se contaba la victoria de Colombia por 1-3 en campo de Chile en partido clasificatorio para el Mundial que coincidió en horario con nuestras conferencias. Una vez más, fútbol y cómic chocaron, pero debo decir que a pesar de todo la participación del público fue notable.

Nada más terminar la charla con Anders salí disparado hacia el aeropuerto de Medellín (que está a cierta distancia de la ciudad, debido precisamente a la barrera de montañas que la rodea), y desde allí volé hasta Bogotá, donde al día siguiente conocí a otras personas, participé en otras actividades y probé algunos manjares de la cocina colombiana. Que es, al fin y al cabo, de lo que se trata, ¿no?



Si bien Medellín es una ciudad moderna, en la que apenas quedan rastros arquitectónicos de su pasado, Bogotá sí que conserva un casco antiguo que remite a la época colonial y sobre el que se ha escrito una historia llena de tensiones. En la Plaza de Simón Bolívar te puedes encontrar llamas para turistas y un destacamento del ejército jurando por la bandera de la paz, imagino que con el ánimo de inaugurar una nueva tradición que celebre el final del conflicto con las FARC. Tenía todo un tono un tanto festivo, por cierto. En Bogotá tenía una agenda apretada, así que espero poder volver otro día para explorarla a fondo, porque lo merece.


Decur, Marco Tóxico, Powerpaola y Mandorlo, en Bogotá.

Por mi parte, durante la mañana, y en la Escuela Nacional de Caricatura, di un taller de guión de cómic en el que participaron unos quince alumnos. Como era mi primera experiencia en estas circunstancias, aproveché algo de lo que vi en el taller de Anders, Sarah y Fran, lo mezclé con algunos consejos de mi amigo David Muñoz, y lo destilé en una fórmula propia que creo que funcionó razonablemente bien. Los alumnos escribieron, hablaron, compartieron proyectos y demostraron una creatividad que me dejó asombrado. Tentado estuve de robarles unas cuantas ideas muy prometedoras. Yo también aprendí mucho de lo que hicimos en aquellas cuatro horas. A veces, los que tenían las mejores ideas no eran los que desarrollaban las mejores historias, y los que habían tenido ideas menos brillantes, sí eran capaces de desarrollar una historia en condiciones. Efectivamente: cuando uno se pone a escribir, nunca se sabe dónde va a acabar, ni cuándo va a acabar. Y una idea no es un guión.



Por la tarde, y en el Teatro El Parque, tuve ocasión de descubrir la obra de algunos dibujantes colombianos (me quedé especialmente flipado con los originales de Felipe Camargo Rojas, pintados sobre tablas de madera), luego participé en una charla sobre La novela gráfica con el guionista y experto en cómic Pablo Guerra, fantástico conversador, y finalmente disfruté muchísimo de la charla que sostuvieron Daniel Jiménez y el argentino Decur sobre la obra de éste. Como el mismo Decur diría: me hizo un bien espiritual. Es más, diría que todo el tiempo que pasé en Colombia me hizo ese bien, y volví a Baltimore felizmente agotado. Y sin tiempo de descansar, porque me esperaban dos editores españoles de ceño fruncido y la más importante convención de cómic independiente que se celebra en Estados Unidos. Sin respiro.

[Y mi agradecimiento especial a Karol, en Medellín, por tratarme tan bien durante toda mi estancia].

(Continúa en la segunda parte)

5 comentarios:

Byron Alaff dijo...

Una de las fotos en la charla con Anders Nilsen

http://www.flickr.com/photos/sledgehammercartoons/7978538001/in/photostream

Santiago García dijo...

Muchas gracias.

Beatriz dijo...

Qué bonita mirada.

Jesús Cossio dijo...

Excelente crónica, Santiago. Un gusto conocerte y desde ya te seguiré en tu blog. Gracias por las estupendas conversas y buena onda.

Santiago García dijo...

Gracias a ti, Jesús. Seguimos en contacto.