Al final, Sócrates el semi-perro se va a convertir en mi serie favorita de Sfar y Blain. Sobre todo de Blain. El primer volumen me pareció un rollo patatero, pero el segundo me impresionó mucho, y el tercero, Edipo en Corinto (Sinsentido, 2009), que acaba de publicarse, me ha parecido extraordinariamente divertido. Creo que la desenvoltura con la que hace las cosas Sfar provoca que Blain -ese tío tan serio que en Gus se ha empeñado en demostrarnos que él también es divertido, por las buenas o por las malas- se relaje y se convierta en la máquina de dibujar perfecta. Sfar, todo hay que decirlo, es hasta demasiado relajado, y por eso este volumen acaba tan abruptamente, cortado de cualquier manera a mitad de escena y sin que el argumento se haya llegado a desarrollar de verdad. Pero bueno, al fin y al cabo, ya sabíamos de antemano que Sócrates el semi-perro no nos llevaba a ningún lado, simplemente nos llevaba, y como de lo que se trata es de disfrutar del paseo, eso es lo que hay que hacer. La comedia anacrónica y seudofilosófica se desata bajo una portada inspirada en la del Electric Ladyland de Jimi Hendrix, y que nos recuerda que Blain vive desde hace algún tiempo en la fantasía de haberse trasladado a 1968 y que allí, metamorfoseado en Guy Peellaert, dibuja interminablemente tebeos eróticos de una frivolidad cartelística. Sfar se toma todo esto con naturalidad, desactiva las ínfulas de su compañero artístico y lo somete a la implacable disciplina del buen humor. Edipo en Corinto se hace corto. Eso es bueno. Un buen tebeo siempre tendría que parecernos insuficiente cuando hemos terminado de leerlo.
sábado, 19 de diciembre de 2009
FUNNY ANIMAL
Al final, Sócrates el semi-perro se va a convertir en mi serie favorita de Sfar y Blain. Sobre todo de Blain. El primer volumen me pareció un rollo patatero, pero el segundo me impresionó mucho, y el tercero, Edipo en Corinto (Sinsentido, 2009), que acaba de publicarse, me ha parecido extraordinariamente divertido. Creo que la desenvoltura con la que hace las cosas Sfar provoca que Blain -ese tío tan serio que en Gus se ha empeñado en demostrarnos que él también es divertido, por las buenas o por las malas- se relaje y se convierta en la máquina de dibujar perfecta. Sfar, todo hay que decirlo, es hasta demasiado relajado, y por eso este volumen acaba tan abruptamente, cortado de cualquier manera a mitad de escena y sin que el argumento se haya llegado a desarrollar de verdad. Pero bueno, al fin y al cabo, ya sabíamos de antemano que Sócrates el semi-perro no nos llevaba a ningún lado, simplemente nos llevaba, y como de lo que se trata es de disfrutar del paseo, eso es lo que hay que hacer. La comedia anacrónica y seudofilosófica se desata bajo una portada inspirada en la del Electric Ladyland de Jimi Hendrix, y que nos recuerda que Blain vive desde hace algún tiempo en la fantasía de haberse trasladado a 1968 y que allí, metamorfoseado en Guy Peellaert, dibuja interminablemente tebeos eróticos de una frivolidad cartelística. Sfar se toma todo esto con naturalidad, desactiva las ínfulas de su compañero artístico y lo somete a la implacable disciplina del buen humor. Edipo en Corinto se hace corto. Eso es bueno. Un buen tebeo siempre tendría que parecernos insuficiente cuando hemos terminado de leerlo.
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