lunes, 26 de septiembre de 2011

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 10: LA CRIATURA DE LAS TINIEBLAS


(PARTE DEL CAPÍTULO SESENTA AÑOS DE TEBEOS)

LA CRIATURA DE LAS TINIEBLAS

Indeciso entre intentar conservar la imagen pública de Batman y Robin como iconos pop y con ello seguir seguramente perdiendo ventas de aficionados al tebeo “fundamentalistas” o dar algún nuevo giro a las aventuras de un superhéroe de primera fila y sin embargo cada vez más irremediablemente alejado de la actualidad, el veterano Schwartz necesitaba desesperadamente orientación. Frente al esplendor de 1966, 1967 trajo para Batman descensos de cerca de 100.000 ejemplares mensuales en las ventas. En realidad, tras unos años de crecimiento continuo, era todo el mercado del comic book el que estaba perdiendo fuelle, con muchas colecciones bajando entre un 10 y un 20% respecto al año anterior. En 1968, prácticamente el único signo vital positivo en el cuadro clínico del Hombre Murciélago era la presencia de Frank Robbins (1917), una auténtica leyenda viva del comic americano que había creado para la prensa la serie de aventuras Johnny Hazard en 1944. El declive de su buena estrella desterró a Robbins hacia el submundo de los comic books, obligándole a escribir y ocasionalmente a dibujar en Flash, Superboy, La Sombra, Batman y toda una variedad de títulos DC, antes de trabajar para Marvel a mediados de los setenta en colecciones como Capitán América, Los Invasores, Daredevil y Motorista Fantasma. Se retiró en 1977 y al año siguiente se trasladó a México, donde se dedicaría por completo a la pintura. Aunque estaba muy lejos de realizar una labor vocacional, Robbins al menos aportaba una dignidad, un oficio y una habilidad nada desdeñables que daban cierto interés a los guiones, a pesar de que sus dibujos nunca fueron bien recibidos por los lectores del Cruzado Encapuchado, para los cuales su original estilo resultaba excesivamente heterodoxo, sobre todo comparado con artistas tan notablemente vulgares como Bob Brown, uno de los habituales ilustradores del Señor de la Noche en aquellos momentos. A pesar de destacar por su talento, Robbins no hacía sino escribir historias según las pautas que la casa le marcaba, adaptándose al tono y estilo que le pedían los editores, y no hizo nada por variar el rumbo del personaje, si es que el personaje seguía algún rumbo.

Afortunadamente, si bien editores y autores estaban sumidos en un mar de dudas, hay un actor en el teatro del comic book que siempre tiene las ideas claras: el lector. Los jóvenes y más comprometidos lectores ya habían visto al verdadero Batman, al genuino Señor de la Noche, y ése no aparecía ni en Batman ni en Detective Comics, sino en una modesta colección de segunda fila titulada The Brave & The Bold.

The Brave & The Bold era la típica cabecera con protagonistas rotativos que tanto abundaba en DC. Desde su debut en 1955, por sus páginas habían pasado los más variopintos personajes, con predilección en un principio por los guerreros de espada en ristre y las aventuras de tintes históricos como el Príncipe Vikingo de Joe Kubert. Con el advenimiento de la Edad de Plata, The Brave & The Bold se reconvirtió a campo de pruebas para nuevas creaciones superheroicas, y albergó conceptos poco memorables como El Escuadrón Suicida o Cave Carson, relanzamientos de relieve como el de Hawkman, ideas geniales como los Teen Titans y hasta momentos históricos para el medio como la primera aparición de la Liga de la Justicia de América. Dado que las ideas brillantes siempre se agotan, tras un período de cierta fertilidad The Brave & The Bold perdió contenido, y DC pensó en orientarla hacia un título de “team-up” (es decir, de co-estrellato de dos figuras ya establecidas) en el que hubiera un superhéroe fijo y otro invitado cada mes. El papel de personaje estable recayó inevitablemente en Batman, ya que todo este artificio sólo tenía el objeto de poner otra colección más del Señor de la Noche en el quiosco en el año de gracia de 1966. En The Brave & The Bold, el público casual que se interesaba por el personaje debido a su versión televisiva podía conocer a otros personajes del vasto fondo heroico de DC. Y en The Brave & The Bold, en 1968, los lectores más avispados saludaron la llegada del dibujante que iba a revolucionar el medio de forma radical: Neal Adams.

Adams (1941) era un niño prodigio que con 21 años ya estaba dibujando una serie de prensa, Ben Casey, la cual realizó hasta 1966. Dotado de una amplia formación artística, que incluía experiencia en publicidad además de estudios académicos, Adams fue uno de los escasísimos nuevos profesionales que consiguieron entrar en el hermético mundo del comic book durante los 60, y uno de los primeros que se dedicó a la historieta con amor de fan y sin complejos de inferioridad artística respecto a otros medios. Aunque su trabajo en las portadas de las colecciones de Superman y en series como Deadman (dentro de la colección Strange Adventures) daban amplias muestras de su potencial, su ingreso en el equipo de autores del Hombre Murciélago no fue nada fácil.

DC tenía un problema con Batman -recuerda Adams-. La estúpida serie de televisión estaba pegando, pero los comic books no se vendían. Bob Kane tenía un montón de “negros” y Batman cada vez iba a peor. A mí ni siquiera me gustaba la versión de Carmine. La verdad es que Batman nunca me había acabado de gustar desde la marcha de Jerry Robinson y Dick Sprang. Pero yo entendía que parte de mi trabajo era ayudar a DC Comics, así que fui a Julie Schwartz y le dije que me gustaría hacer una historia de Batman. Podríamos decir que me echó a patadas de su despacho. Probablemente Julie tenía sus razones para decirme que no, y quizás tuvieran que ver con las obligaciones contractuales de Kane con DC.

Así que hablé con Murray Boltinoff, que editaba The Brave & The Bold, que era una serie en la que en cada número Batman hacía equipo con otro superhéroe. Con Boltinoff había trabajado en Jerry Lewis y DC le había felicitado, así que estaba encantado de dejarme hacer lo que yo quisiera. “Hagamos un team-up con Batman y Deadman”, propuse, ya que por entonces yo ya estaba dibujando Deadman.

En The Brave & The Bold, Adams ilustró un puñado de imaginativos guiones de Bob Haney en los que el defensor de Gotham se aliaba con personajes como Flecha Verde (al cual Adams redefinió completamente, dándole su imagen moderna), el Creeper o Flash. A pesar de que las historias distaban mucho de ser tenebrosas, y a pesar de que por su mismo concepto The Brave & The Bold es una serie que tiende a presentar una imagen más bien infantil y fantástica del superhombre, inmerso en un mundo de superhéroes con los que socializa cotidianamente, la visión de Adams, que progresaba notablemente con cada episodio, no pasó desapercibida ni mucho menos. “Meses más tarde, Julie Schwartz -cuenta Adams- se me acercó con cartas de chavales que decían que el único Batman que había en DC Comics era el que salía en Brave and Bold, y me preguntó por qué creía saber cómo tenía que ser Batman. Yo le dije, “Julie, no es que yo sepa cómo tiene que ser Batman, es que lo saben todos los niños de América. Las únicas personas que no saben cómo tiene que ser Batman son la gente de DC Comics.

La aparición estelar de Neal Adams coincidió con otra operación decisiva por parte de DC para reformar definitivamente su plantilla. Charlton Comics, editorial en funcionamiento desde los años cuarenta, presentaba una prometedora línea de superhéroes (incluyendo Captain Atom, Peacemaker y otros que servirían décadas después de inspiración para los Dr. Manhattan, Comediante y demás reparto de Watchmen) y DC pensó que podía aprovechar a algunos de sus talentos. A finales de 1967 Dick Giordano, director editorial de Charlton, fue reclutado por DC, y en su partida se llevó a su nueva empresa a lo mejor de sus colaboradores: Steve Skeates, Steve Ditko, Pat Boyette, Jim Aparo y Dennis O’Neil. De este grupo saldrán tres autores ligados para siempre a la historia de Batman: O’Neil, Aparo y el mismo Giordano.

Puestos a renovar, Schwartz decidió que lo mejor sería hacerlo a fondo, así que el ingreso de Neal Adams como dibujante de Batman coincidió con el del recién llegado Dennis O’Neil (1939) como guionista. Si la aportación de Adams en lo gráfico ya habría sido por sí misma suficientemente impresionante, el añadido de los guiones de O’Neil, empeñado en renovar técnicas narrativas y en tocar temas prácticamente inéditos en el comic book, convirtió el final de los sesenta en uno de los instantes más indiscutiblemente cruciales en la historia del personaje. Frank Robbins seguía escribiendo sus propios episodios, pero, como dijimos más arriba, se adaptaba perfectamente al tono impuesto, así que recogió el guante y produjo historias que siguieran las pautas de las concebidas por O’Neil, desechando definitivamente los diálogos plagados de todo tipo de “Holys!” y demás vestigios camp.

Para entonces, algunos elementos fundamentales habían cambiado en el mundo del Cruzado Encapuchado. Batman y Robin por fin se habían separado, tras casi 30 años de sociedad, en “One Bullet Too Many!” (Batman 217, diciembre 1969). Robin ya no era el “Boy Wonder”, sino el “Teen Wonder”, y había llegado el momento de que extendiera sus alas y volase a la Universidad para vivir su vida y una serie de aventuras propias de la época en la que la constante serían las revueltas estudiantiles y las protestas de los hippies. Queriendo acudir más rápidamente a la llamada de la Batseñal, Bruce Wayne había cerrado la suntuosa Wayne Manor para trasladarse al corazón de Gotham City, instalándose en el ático del edificio de la Fundación Wayne, en cuyo sótano permanecía oculta una estación de metro abandonada que servía como nueva Batcueva urbana. Así mismo, Wayne pondría en marcha un programa de ayuda a los afectados por el delito que, con el nombre de Victims Inc. serviría de motor para numerosas tramas. Dick Grayson nunca volvería a convertirse en el ayudante de Batman, aunque en muchas ocasiones han compartido aventuras desde entonces, pero siempre de manera circunstancial, y la Mansión Wayne permanecería cerrada hasta el regreso de su propietario, a principios de los años ochenta.

Pero más allá de meros detalles superficiales, la colaboración entre O’Neil y Adams transformó el espíritu, el talante y el sentido de Batman como personaje, dotándole de unas señas de identidad que le han distinguido durante las últimas tres décadas y que probablemente seguirán siendo las que le definan durante muchas más. Se ha dicho que O’Neil y Adams devolvieron a Batman su personalidad de cazador nocturno y criatura de las tinieblas, pero en honor a la verdad hay que reconocer que a lo largo de toda su historia Batman jamás había sido el vengador de las sombras que fue a partir de ese momento. Apenas se pueden encontrar rastros de esta versión gótica del personaje en las primeras y burdas historias del tándem Finger-Kane, pero aquella primitiva y embrionaria visión del Batman misterioso duró muy poco tiempo y fue explorada con escasa decisión y mínima profundidad como para atribuir a O’Neil y Adams el simple papel de “recuperadores” de una supuesta imagen original. Más bien, O’Neil y Adams inventaron de pies a cabeza el nuevo Batman, el Batman moderno que hoy conocemos, y pusieron el definitivo punto final al Batman de la Edad de Oro y al Batman camp e ingenuo que se había prolongado agónicamente en el truncado New Look de 1964.

La primera historia de O’Neil y Adams, “The Secret of the Waiting Graves” (Detective Comics 395, enero 1970) ya contiene en esencia los ingredientes que manejarán. Ambiente tenebroso, introducción de lo ambiguo y lo mágico, estilización romántica de personajes y atmósferas. O’Neil trataba de jugar con los elementos que más brillantemente podían destacar los puntos fuertes de Adams, su capacidad evocativa, su aparente facilidad para practicar un hiperrealismo fotográfico y al mismo tiempo sublimado. “Batman llegó a gustarme -explica Adams-. A medida que me metía en él, una de las primeras cosas que se me ocurrieron fue que Batman tenía que parecer un murciélago. Tenía fotografías de murciélagos en mi archivo de referencia y me encantaba la manera de volar de los murciélagos. Me encantaba la manera de volar de los pájaros. Había algo que me inspiraba en su manera de volar, algo que me hacía ver claramente que eso era parte de lo que constituía a Batman. Solía ir a la calle 42, donde proyectaban las nuevas películas de la Hammer, en las que Christopher Lee hacía de Drácula. Recuerdo que había una escena que me dejó alucinado. La cámara estaba encima de un balcón, mirando hacia abajo, hacia Lee, mientras se marchaba un coche de caballos. Lee llevaba una capa larga y, mientras el coche se marcha, él se da la vuelta. Pero antes de girarse hace un movimiento sutil, y la capa se hincha con el viento, revolotea y le sigue mientras sale de escena. Pensé que de esa manera era como debía moverse la capa de Batman. Debía ser algo vivo. Y eso es lo que hice inmediatamente.” Adams se entregó apasionadamente a la reconstrucción del héroe: “Mi intención era reinventar a Batman y traer de vuelta todo lo bueno, de manera que si sólo iba a tener una oportunidad de dibujar a los viejos villanos, intentaría que mis versiones fueran definitivas. Me lancé a por todas. Hice cosas con el Joker, por ejemplo, que siempre había tenido en mente, como ponerle dentro de la boca de un tiburón. Denny O’Neil y Frank Robbins me ayudaron a aportar algo a la leyenda.” O’Neil, por su parte, describe así su participación en la saga de Batman: “Mi gran idea fue simplemente devolverlo a donde empezó. Fui a la biblioteca de DC y leí algunas de las primeras historias. Intenté captar la esencia de lo que buscaban Kane y Finger. Con la ventaja de veinte años de sofisticación en las técnicas narrativas y veinte años aprendiendo de nuestros predecesores, Neal Adams y yo hicimos la historia The Secret of the Waiting Graves. A partir de ese momento Batman me fue más o menos encargado. Por aquel entonces el sistema era distinto, a los guionistas y los dibujantes no se les encargaban los personajes de la manera que se hace hoy. Simplemente me dejaba caer una vez a la semana con un guión terminado y me daban otro encargo y sencillamente ocurrió que durante varios años ese encargo fue Batman, además de otras cosas. Por entonces no se podía sobrevivir haciendo un comic book al mes, pero haciendo cuatro te iba bastante bien.

Las nuevas maneras trajeron también nuevos personajes de envergadura. A Frank Robbins se debe Man-Bat (Detective Comics 400, 1970), a Dennis O’Neil, Ra’s Al Ghul (Batman 232, 1971). Los viejos villanos regresarían con fuerza. El Joker volverá a ser un asesino cruel y despiadado que deja a su paso un rastro de sangre y cadáveres como no lo había dejado en 30 años. Significativamente, sólo otro de los enemigos clásicos de Batman sería tratado por O’Neil y Adams, y sería uno que llevaba casi dos décadas sin dejarse ver: Dos Caras, que protagoniza el formidable “Half An Evil” (Batman 234, agosto 1971). El villano demasiado crudo y dramático para los años del colorido y la frivolidad es sin embargo el malhechor ideal para esta nueva época de dientes apretados y sombras macabras. La sustancia de las aventuras sigue siendo la intriga detectivesca, pero arropada por elementos poéticos, paisajes brumosos y personajes grotescos. Batman es ahora una figura solitaria que no tiene el contrapunto de Robin para dar vistosidad y réplica a sus investigaciones. Se vuelve enigmático y se adivina su obsesiva determinación, que con el correr de los años acabará convirtiéndose en su rasgo predominante a ojos de la mayoría de los guionistas. “Fundamentalmente es un solitario obsesionado -explica O’Neil-. No está loco, ni es un psicópata. Hay una gran diferencia entre una obsesión y una psicosis. Batman sabe quién es y sabe qué es lo que le impulsa y elige no resistirse a ello. Permite que su obsesión dé significado a su vida porque no puede pensar en nada mejor. También tiene multitud de cualidades naturales. Probablemente sea la única persona en el mundo que podría hacer lo que él hace. Pero no ignora ni siquiera durante un instante por qué lo está haciendo o incluso que se trata de algo enfermizo, y tampoco pierde jamás el control.” O, dicho de otra manera: “No es Harry el Sucio.

Historias como “Ghost of the Killer Skies” (Detective 404, octubre 1970), un sentimental homenaje ambientado en España a las historietas de aviación de la I Guerra Mundial de Bob Kanigher y Joe Kubert, o “La noche del Segador” (Batman 235, diciembre 1971), en la que una fiesta de Halloween es escenario de una macabra venganza anti-nazi ejecutada por una figura vestida con el manto de la Muerte, por fin aportaban argumentos al debate entre DC y Marvel, que para entonces ya estaba casi completamente liquidado en favor de la editorial de Stan Lee.

Las historias de Batman firmadas por el equipo O’Neil-Adams entre 1970 y 1973 fueron únicamente 12, pero dejaron una huella indeleble. De hecho, la producción global de Neal Adams en su momento de apogeo es extraordinariamente pequeña, sobre todo si la comparamos con lo hondo de su influencia. También junto a O’Neil, realizó los episodios de Green Lantern/Green Arrow que dieron sentido a la corriente de comic books “relevantes” o de “denuncia”, tebeos supuestamente comprometidos que venían a ser la versión historietística e ingenua del Nuevo Periodismo de los Tom Wolfe, Norman Mailer, Hunter S. Thompson y demás. En Marvel, Adams dejó un puñado de episodios de X-Men, Vengadores y Los Inhumanos en los que acabó de confirmar las expectativas despertadas. La influencia de Adams en el comic book americano alcanza desde el estilo de dibujo -su realismo heroico sigue siendo el modelo a imitar para la mayoría de fans y profesionales- hasta la composición de página, las técnicas narrativas, el diseño de viñeta y la aplicación del color. De hecho, probablemente no sea exagerado considerarlo el segundo dibujante más influyente en la historia de los superhéroes, después de Jack Kirby. Y, sin embargo, a principios de los setenta su carrera se perdió por completo cuando abandonó Marvel y DC para fundar Continuity, empresa dedicada a la realización de arte comercial y a editar sus propios comic books, en los cuales no sólo no ha demostrado ninguna constancia ni éxito comercial, sino tampoco ninguno de los valores artísticos que el fandom entero esperaba de él.

O’Neil, sin embargo, sí seguiría unido a Batman, convirtiéndose en su guionista principal durante los años setenta. Tras un breve interludio en Marvel durante los ochenta, O’Neil volvería a DC para convertirse en 1986 en editor de los títulos del Hombre Murciélago, además de guionizar proyectos puntuales relacionados con el Señor de la Noche o sus personajes secundarios. Hoy en día sigue desempeñando esa función, y además su figura ha alcanzado casi una categoría mítica, como si fuera el Papa de los autores de Batman, el portador de la llama del verdadero Cruzado Encapuchado.

1 comentario:

mariano dijo...

Estaría bien que se publicase algo de Frank Robbins en Batman, en lo que a comic-book se refiere su estilo de dibuja casaba muy bien con Batman, a pesar de los fans de la época.