Escribo mientras oigo el ruido de los helicópteros sobrevolando Manhattan, dos horas antes de que entre en vigor el toque de queda, desde algún momento del futuro distópico de mi infancia de ciencia-ficción en el que no sé cómo he acabado viviendo.
¿Cómo se pueden leer tebeos en este mundo preapocalíptico? ¿Cómo se puede perder el tiempo escribiendo de algo tan banal? Y, sin embargo, si queremos mantener el mundo intacto todos necesitamos mantener intacto el pedazo que tenemos que proteger. El mío es éste.
Releo
Fantastic Four nos. 25 y 26 (1964, Stan Lee y Jack Kirby), y en esta relectura sus imágenes me llevan a un sitio donde no había estado nunca, se mezclan con las de los disturbios callejeros, y me revelan una verdad inesperada.
El verdadero significado de Hulk.
Qué importancia tiene eso ahora, ¿verdad?
Ninguna. Pero quizás sea un buen momento para leer algo que no tiene ninguna importancia.
En
Fantastic Four 25 y 26, los Cuatro Fantásticos se enfrentan a Hulk en Nueva York. No es su primer encuentro con el gigante gamma, con quien ya se habían cruzado en el número 12, pero en aquella ocasión los 4F fueron a buscarlo a la desolación de Nuevo México, mientras que en ésta era él quien visitaba la capital simbólica de Estados Unidos. La historia es una monumental batalla urbana en la que Hulk y la Cosa protagonizan su primer gran combate, y se amplía con la presencia posterior de los Vengadores. Es, de hecho, el primer encuentro entre el supergrupo original del Universo Marvel y unos Vengadores que acababan de crearse apenas unos pocos meses antes.
Quizás fuera una remota semejanza entre las escenas de destrucción urbana que cubren estos dos tebeos y las imágenes reales que llegan de Filadelfia, Nueva York o Los Ángeles, pero algo abrió una puerta en mi cabeza y de pronto me di cuenta de que el rasgo definitorio de Hulk es su piel verde. La mayoría de sus sobrenombres insisten en su color de piel, que, fundamentalmente, no es blanco. Es
de otro color. El único de todos los personajes originales del Universo Marvel que tiene ese rasgo.
Por otro lado, Hulk es el primero de los superhéroes de aquel momento que no lleva uniforme. No, en su lugar viste unos pantalones rotos y en ocasiones una camisa hecha jirones, o el torso desnudo. Va descalzo. A menudo viaja de polizón en trenes de mercancías que cruzan el Medio Oeste y el Sudoeste, como tantos
hobos típicos.
Digámoslo ya: Hulk es, de hecho, un
homeless de color, un negro (verde) pobre.
Su potencia, su fuerza inmensa, es la fuerza mítica de los afroamericanos que impulsó la economía norteamericana, y el terror que invoca es el terror a que esa fuerza del esclavo, liberada y sin control, se vuelva contra la sociedad del amo blanco.
No es un temor constante, porque por lo general el Piel Verde se circunscribe a sus propios dominios solitarios y desérticos, muy alejados de las grandes urbes. Y mientras esté allí, los superhéroes le dejarán en paz.
Es decir, los superhéroes consideran que Hulk es un problema y una amenaza, pero mientras no se salga de su sitio le dejarán estar, le concederán la paz en su propia reserva. Siempre vigilado, eso sí.
Ahora bien, si Hulk pisa Nueva York, entonces intervienen con la misma velocidad con la que la policía interviene cuando detecta a un personaje sospechoso en un barrio residencial (es decir, un negro en un barrio blanco). ¿Qué ha hecho Hulk para merecer la represión de los superhéroes? Nada. ¿Por qué le atacan los Cuatro Fantásticos? Porque le tienen miedo. ¿Por qué le tienen miedo? Porque es sospechoso. ¿Qué significa eso? Que creemos que su mera presencia, cerca de nosotros, es potencialmente amenazadora.
La intervención de los 4F lo único que hace es escalar el conflicto: la ciudad queda arrasada por la batalla de Hulk y la Cosa, como la arrasan estos días los choques entre la policía y los manifestantes. Una vez el terror llega al corazón de la ciudad, es imposible reprimirlo, salvo con más terror.
Los 4F y los Vengadores, sin embargo, no equivalen a la policía. La policía y las autoridades convencionales siguen activas, aunque relegadas a un papel subordinado. Los Cuatro Fantásticos y los Vengadores son más bien como la Guardia Nacional y el Ejército, fuerzas de intervención superior a las que se acude solo para acometer conflictos extraordinarios. Como sucede a menudo cuando intervienen varias organizaciones gubernamentales de alto nivel, la descoordinación entre ambas unidades provoca ineficacias y conflictos y ayuda a que Hulk escape, si quiera temporalmente.
Al final de la historia, Hulk (convertido por la intervención discreta de Rick Jones en Bruce Banner, cuya identidad por entonces todavía era secreta) desaparece. Los Cuatro Fantásticos y los Vengadores dan por cumplida la misión, aunque no han conseguido detener a Hulk ni acabar con su amenaza. De hecho, Hulk es una amenaza invencible, solo se puede postergar.
Todos quedan satisfechos porque saben que Hulk no es un problema que se pueda eliminar, sino un posible foco de crisis con el que tienen que convivir, y se conforman con alejarlo de su cercanía, con apartarlo de la ciudad, del centro de la vida económica y social de la mayoría blanca a la que representan. De los diez héroes representados en la imagen final, todos son blancos, y solo dos de ellos son mujeres. En la última viñeta, Sue Storm dice: "Cuánto me alivia que todo haya acabado... ¡y ninguno hayamos salido herido!"
Todos saben que
nada ha acabado, que Hulk solo se ha retirado, que sigue ahí fuera, como un problema latente. Pero eso realmente no importa. Mientras no invada su espacio ni altere su modo de vida, lo dejarán así. En su sitio. Están dispuestos a aceptar esa
convivencia.
Así es como trataban los supergrupos institucionales del Universo Marvel a Hulk en 1964, y así es como lo siguen tratando en el siglo XXI. De la misma manera que los conflictos raciales de aquella década están siendo invocados cada día de esta semana por los provocados por el asesinato de George Floyd en Minneapolis.
Creo que esto es realmente lo que subyace en
Fantastic Four 25 y 26, y que así se proyecta la forma en la que la sociedad americana blanca y hegemónica interpreta la convivencia con las minorías que componen la fuerza bruta de trabajo que sustenta su economía. Pero no creo que Lee y Kirby estuvieran intentando elaborar una alegoría de forma deliberada. Cuando la cultura pop es más valiosa es precisamente cuando, como en este caso, transmite mensajes suprimidos de los que ni siquiera es consciente, estilizados como un cuento de hadas (o de superhéroes), pero que nosotros podemos descodificar al cabo de los años para entender de manera más profunda el mundo en el que se generaron. Por el contrario, cuando ese mensaje alegórico se elabora de forma consciente, entonces estamos hablando de pop malo. O de arte. A veces es difícil distinguir lo uno de lo otro.