lunes, 28 de febrero de 2011

VIDAS CERCANAS



Más lento que Federica (Federica es mi tortuga), pero creo que finalmente voy a conseguir ponerme al día con el repaso a mis lecturas atrasadas. Que no han sido solo americanas y francesas, sino también españolas, ¿eh? (Y japonesas, pero eso irá luego). Y para no entretenernos más y empezar con buen rollo y optimismo, lo primero que quiero decir es que Sexo, amor y pistachos (Astiberri, 2010) debería ser la obra que ponga por fin a Ramón Boldú en su sitio. Que es, exactamente y ahora, el sitio que Ramón Boldú no ha podido ocupar nunca a lo largo de su carrera y que, sin embargo, en este momento le corresponde legítimamente. Me refiero al sitio de gran patriarca de la novela gráfica contemporánea española, a la que ha llegado de forma natural con un sentido de la oportunidad exquisito después de pasar años produciendo en silencio sus páginas autobiográficas, que viene dibujando con espontaneidad y desenfado mucho antes de que ninguno conociéramos el nombre de Joann Sfar. La feliz recuperación de su obra que ha llevado a cabo estos últimos años Astiberri (léase en primer lugar Bohemio pero abstemio, a continuación El arte de criar malvas y por último la que aquí nos ocupa) nos recuerda que se puede hacer cómic adulto contemporáneo con una voz y un estilo propios, no meramente imitativos de los modelos extranjeros, y que se puede tratar la autobiografía con tono de comedia. Sexo, amor y pistachos muestra el repertorio al que Boldú nos ha acostumbrado en sus obras anteriores, y añade una reflexión más pausada, una capacidad para la autobiografía más matizada y serena. Es una obra de risa que hay que tomarse muy en serio, tanto como para que mereciese el premio nacional del cómic de este año. Aunque me temo que el jurado manejará como opciones otros títulos más solemnes.


Lo mejor del cómic hecho aquí es que puede ser cómic hecho aquí, valga la redundancia. Un cómic que entendemos, cercano, que nos habla con palabras, personajes, sensaciones y escenarios nuestros. Eso lo tiene Sexo, amor y pistachos, como lo tiene la otra obra a la que daría ese dichoso premio nacional si en mi mano estuviera: Arroz pasado volumen 1 (Reservoir Books, 2010), de Juanjo Sáez. Arroz pasado es un cómic atípico porque es, en realidad, la recopilación de los guiones -dibujados en forma de historieta- que Juanjo entregó a la productora responsable de la realización de la serie televisiva Arròs Covat. Y también es un cómic de autor atípico porque, en virtud de su propia función industrial, acaba siendo una obra colectiva -hay episodios dibujados por Gabi Corbera, y todo el color es de Vanessa Cabrera-, sin perder por eso lo más mínimo su intensa personalidad juanjosaeciana. Lo primero no afecta demasiado a la lectura. Ocasionalmente uno se encuentra alguna indicación para los animadores -una sugerencia de movimiento, por ejemplo, un comentario sobre la música-, y tal vez en ocasiones el ritmo se vea afectado por la servidumbre a una narración televisiva, pero en general el cómic se lee como tal olvidándose de su vinculación con la pantalla. Y lo curioso es que, de hecho, es el cómic más cómic que ha publicado Juanjo Sáez hasta el momento. En sus títulos anteriores siempre incluía abundantes textos para enlazar sus historietas fragmentarias, mientras que en esta ocasión se enfrenta a una narración clásica, basada en exclusiva en el dibujo y el texto circunscritos por la viñeta. En ese sentido, la serie de televisión es más original -los recursos desarrollados para trasladar el lenguaje del cómic a la animación son realmente sorprendentes y brillantes-, pero el cómic alcanza grados mayores de intensidad. No en vano nos enfrentamos a casi 800 páginas, que se dice pronto. Y por no alargarnos demasiado y no perdernos en las mil ideas que sugiere este tebeo, me voy a limitar a mencionar simplemente una: un episodio ligerito de dibujos animados que dura 13 minutos se convierte trasladado al papel en aproximadamente 100 páginas. Y no hay otra forma de que Juanjo Sáez cuente todo lo que cuenta en cada episodio sin «hacer trampa» (léase, sin recurrir al texto como atajo). Es lo que tiene el cómic, cuando se sale de las fórmulas convencionales: necesita espacio para contar algo. En 22 ó 48 páginas cabe lo que cabe. Ni siquiera en las 800 de Arroz pasado la vida entera, simplemente la vida, cabe completa; las desborda y se derrama fuera de ellas, las revienta. Pero se percibe su pulso y su sabor. El libro se hincha porque el contenido es GRANDE.


Pasar de Arroz pasado a Ellos mismos (Reservoir Books, 2011), de Joaquín Reyes, es lo más natural del mundo. Ambos habitan estancias contiguas, y hasta el propio Reyes dice en el prólogo que «es como un libro de Juanjo Sáez, pero bien dibujado». En cuestión de dibujo, Reyes me recuerda sobre todo a Juaco Vizuete -no cuando hace caricaturas, sino cuando hace sus cosas, y también en el uso del color y del espacio-, lo cual es el primero de los cumplidos que le voy a hacer. El siguiente es que, sin ser yo aficionado a la Muchachada ni fan del posthumor, ni seguidor de la salsa rosa -y por tanto se me escapan las circunstancias de muchos de los personajes retratados en este libro-, me he reído un montón con esta lectura. Porque Joaquín Reyes, más allá de su modernidad, es un cómico de la vieja escuela, campechano, sencillo y que busca -aunque sea a través de lo chocante- el humor con risa, la felicidad tintineante de su público, más que el exhibicionismo de la genialidad a la que se accede mediante contraseña. El humor absurdo no se inventó ayer -que les pregunten a Tip y Coll-, y el rarismo nunca ha sido excusa para no ser gracioso. Reyes es honesto, lo sabe y trabaja por esa recompensa. Como indica el tío berni, la clave de estas tiras es tan sencilla como su misma presentación. Desde el momento en que el personaje caricaturizado se presenta con su propio nombre, redundante al lado del rótulo de encabezado, y que no es sino una especie de autoafirmación tan vacía y reiterativa que parece negar su propio sentido -o sea, es como si cuando uno dice «Hola, soy Keanu Reeves», en realidad estuviera diciendo que por supuesto que no lo es, ¿si no, qué necesidad tendría de decirlo?-, entramos en un juego delirante de desubicación que puede acabar, literalmente, en cualquier parte.

Muy bueno.


Otra cosa ya es Chico y Rita (Sinsentido, 2010), de Javier Mariscal y Fernando Trueba. Un libro que tiene ciertos puntos de contacto con el Arroz pasado de Juanjo Sáez, por cierto. En primer lugar, porque es una secuela de una producción animada para la pantalla, en este caso la del cine. En segundo lugar, porque hay una maléfica relación entre Sáez y Mariscal, algo así como el Aprendiz de Brujo y el Maestro Brujo. Mariscal -a quien Sáez admira, y con razón- aparece como personaje en Arroz pasado, convertido más en una entidad que en un diseñador, en una especie de seudowarhol mediterráneo. Y Chico y Rita es el tipo de producto que podría empaquetar ese hombre-industria de talento, pero ya alejado de la calle y perdido en el universo multicultural de los ricos progres a lo Trueba, que se van a Cuba a beber mojitos y a escuchar música y se traen de regreso unas gotitas de ron cultural destilado con las que colorear nuestras grises vidas de drones urbanos. Todo muy chic, pero bastante artificioso y alejado de la realidad, como la misma palabra chic hoy en día. La cosa es que el libro de Chico y Rita es bonito gráficamente, aunque blando, y la historia de amor que cuenta es tópica, aunque eso no debería ser un obstáculo para disfrutar de la película, porque como bien señalaba un amigo mío, en el cómic falta lo más importante de ésta: la música. Supongo, porque yo no la he visto. Y todas las onomatopeyas del mundo no pueden sustituir los sonidos reales. A los que ya llevamos unos años leyendo tebeos, este Chico y Rita nos tiene que recordar inevitablemente a la escuela valenciana de los ochenta. Me pregunto si éste sería el tipo de libros que estarían produciendo hoy en día Daniel Torres, Sento y otros nombres del Cairo si aquello no se hubiera venido abajo y hubiesen continuado trabajando con continuidad en el cómic durante estos 20 últimos años. Pero sobre todo, sobre todo, lo que me da más morbo de este tebeo es preguntarme si Juanjo Sáez acabará haciendo cosas como Chico y Rita dentro de veinte años.


Otro tebeo español que me produce sensaciones encontradas: Comedia en un acto (Dolmen, 2010), de Max Vento, la tercera entrega de la serie «Actor aspirante». Vento ha ido mejorando en cada libro, y en este muestra un dominio más que respetable de sus facultades de historietista. Sabe escribir, sabe dibujar, sabe narrar, y sobre todo, para mi gusto, sabe escribir diálogos y llevar el ritmo con un talento admirable. Sin embargo, tengo un problema con Comedia en un acto: no tengo muy claro lo que me quiere contar. Digamos que le falta algo de fuerza a la historia, algo de garra a los personajes, algo de dramatismo al conjunto. Queda todo en un tono comedido y elegante que me gusta, pero no me apasiona. O dicho de otra manera: me gusta mucho cómo lo cuenta, pero no me gusta tanto lo que cuenta. Todavía. Porque tengo la esperanza de que Max Vento va a dar un salto en cualquier momento y va a hacer un tebeo verdaderamente desagradable. Y entonces seguro que lo disfrutaré a tope.

Para profundizar:
Extraordinaria entrevista con Ramón Boldú en entrecomics.
Arròs covat online.
El blog de Max Vento y una entrevista con Max Vento realizada por Borja Crespo en guiadelcomic.

5 comentarios:

santibilbo dijo...

A mi me ha encantado Arroz pasado,tanto por la diversión y cercanía como por la sofisticación propia de Saez aplicada a una narración.Porque antes hacía, como dice Pepo, comic de ideas, para el que la abstracción de Juanjo va perfecta, pero hacerlo una comedia de situación estrambótica tiene mucha miga.Porque no sólo recurre a situaciones universales o a tópicos, no sólo se ríe del santo diseño y su mundillo,a veces con apenas un recurso es capaz de caracterizar un personaje de verdad, de carne.
Yo nunca he estado muy seguro de la abstracción pura en el comic, ni siquiera en Maus, porque una de sus potencias principales es la concrección y actualización que da el dibujo( dentro de todos los márgenes de abstracción que se quieran, pero el dibujo, quiera o no, singulariza).Pues en esto me descubro viendo caras que no existen( cosa que todo el mundo me dice que debería ver en la obra cumbre de Spiegelman.Será que el humor es mejor vehiculo de conceptos que el drama o la tragedia?

Santiago García dijo...

¡O será simplemente que Juanjo es muy bueno! Esto parece que es algo que a mucha gente en el mundo del cómic le cuesta aceptar: que Juanjo Sáez es realmente muy bueno, que sabe hacer cómics con un nivel de calidad extraordinario, que su valor no es simplemente "testimonial" o que su éxito responde a "una moda", sino que el tío sabe muy bien lo que hace técnicamente. Estoy de acuerdo contigo, santi, en que una de las cosas que más impresiona de "Arroz pasado" es lo humano y auténtico que resulta. Parece paradójico visto el estilo gráfico de Sáez, pero sus personajes no son "meras caricaturas", como estamos acostumbrados a ver en el mundo del cómic (sin que eso quiera decir que con "meras caricaturas" no se puedan hacer grandes obras). Esa densidad también creo que depende mucho de lo que decía en la entrada, de tener un buen número de páginas a tu disposición para matizar lo mínimo necesario, para evitar atajos "de tebeo" que se inventaron para contar otro tipo de historias con otro tipo de personajes dirigidas a otro tipo de público.

Pepo Pérez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pepo Pérez dijo...

ja, ja, lo tuyo con Maus es AMOL, Santibilbo. Me alegro de que hayas disfrutado con el ARROZ de Juanjo... algún dia se le reconocerá a Juanjo como se merece. Espero...

santibilbo dijo...

que no Pepo, que lo admiro bnastante.Por cierto me leí el libro que me recomendaste que estaba francamente bien, sobre todo en aspectos como "representar el tiempo que no acaba de pasar" y otros detalles que me permitieron sacrle más chicha al cómic.De hecho ahora creo que sus fallos están en el guión, toma ya.