Durante estas últimas semanas han aparecido algunos cómics que me han impresionado mucho. Hay un par de ellos que me parece que alcanzan la categoría de verdadero acontecimiento en la historia de nuestro medio, y siendo como son extraordinariamente diferentes, no he podido evitar leerlos sino como dos capítulos de la misma historia: Los surcos del azar de Paco Roca y No os indignéis tanto, de Manel Fontdevila (ambos publicados por Astiberri, que es a su vez la editora de Beowulf, sirva esto como disclaimer).
Tienen algunas características comunes: por un lado, son dos libros de dos de los verdaderos maestros de la historieta española contemporánea que han ido madurando poco a poco durante estos últimos años, asimilando tendencias y novedades y perfilando cada vez más su discurso, su retórica y su dominio de las nuevas herramientas de las que disponemos los historietistas en la actualidad; por otro, y esto tal vez sea lo más importante, son libros necesarios, es decir, libros que nacen de una obligación íntima del autor, de un sentido de la responsabilidad hacia la sociedad en la que viven y del deseo de dar respuesta al momento histórico por el que estamos pasando. Cada uno lo hace desde una perspectiva muy diferente y aplicando recursos muy diversos, pero creo que finalmente confluyen en su intención última.
Los surcos del azar es, para mí, la mejor novela gráfica de Paco Roca, y su mejor libro serio desde Arrugas, aquel milagro de intuición y habilidad. Hasta ahora yo había disfrutado más del Paco Roca humorístico, el de Como cagallón por acequia o Memorias de un hombre en pijama, mientras que en sus trabajos más dramáticos (Las calles de arena y El invierno del dibujante) lo veía buscando algo que, por diferentes motivos, no acababa de cuajar. Mi impresión era que Paco se había embarcado en un proyecto que cada vez le exigía más (más talento, más aplicación, más esfuerzo) y que en las obras siguientes a Arrugas no había podido atender convenientemente esas demandas. Pero creo que cada uno de esos libros ha servido para que Paco fuera más consciente del terreno en el que se movía, de hasta dónde podía llegar con determinadas herramientas y qué tenía que hacer para no quedarse corto, y que en Los surcos del azar ya ha tomado plena conciencia de su posición actual como autor de cómics y ha traspasado esa barrera. Más allá de la última frontera, ha descubierto un horizonte anchísimo, agotador de recorrer, pero incalculablemente más gratificante.
Una de las condiciones necesarias para esa liberación era el propio volumen del libro. Paco ha ido dando tirones a una cadena que le ataba hasta ahora, la de las cientoypico páginas, que eran lo justo para más o menos contar el argumento de las historias que se traía entre manos, pero que le resultaba insuficiente para contar ese algo más que supone habitar ese argumento con personas de carne y hueso, hacer que el libro no sea sólo sobre lo que pasa, sino sobre lo que le pasa a alguien. El problema es que la ampliación es muy costosa en cómic, cada página añadida supone horas de dedicación, y si además se adopta por defecto un tipo de narración ilusionista y muy cinematográfica, como es el caso de Paco, el esfuerzo se puede volver tan colosal que acabe aplastando nuestras buenas intenciones. Paradójicamente, el deseo de hacer un relato realista puede dar al traste con nuestra capacidad para hacer verosímiles situaciones y personajes. Y la única forma de salvar ese escollo es añadir recursos no ilusionistas y anticinematográficos a nuestro repertorio. Otras formas de contar, en suma, que rebasen la concepción de la viñeta como el mero encuadre de una cámara ante la que desfilan actores.
Creo que Los surcos del azar pilla a Paco Roca en mitad de este salto. Como autor de cómics, siempre había estado atrapado en una pose típica del héroe de acción: saltando de un edificio que se derrumba y a punto de alcanzar la cornisa del que le va a poner a salvo. En Los surcos ya ha llegado a la cornisa, ha caído de puntillas y está braceando para equilibrarse. Y como los héroes de acción, no va a volver la mirada hacia la explosión que deja a su espaldas.
Así, Paco se ha atrevido a introducir en Los surcos elementos que antes sólo se permitía en trabajos de no ficción, como la historieta de la crisis que se incluye en Panorama. Ahí están, por ejemplo, los mapas con los que ataja sin complejos explicaciones demasiado farragosas para introducir de forma «natural» en el transcurso de una conversación ilusionista. Y ahí está también, y sobre todo, el golpe de talento que da otra dimensión al libro y que consiste en intercalar los episodios históricos con el relato del presente donde el propio autor recoge el testimonio de su envejecido protagonista. Consciente o inconscientemente (que es como muchas veces se moviliza mejor el talento), Paco ha conseguido con ese recurso hacer una representación muy precisa del tema central de Los surcos del azar: la memoria. Porque es en ese doble relato donde apreciamos la memoria como condensación del tiempo: una semana en el impreciso «hoy» (identificado con un simple día de la semana) condensa todo el relato de la Historia (con sus fechas señaladas por cifras). Todas las décadas transcurridas, todos los años de lucha, se resumen en unas horas de conversación alrededor de un café. La sinopsis de nuestra memoria es la semilla de la ficción de la historia, y la ficción ya consolidada tiene más peso en nuestra vida que el presente inasible, representado gráficamente como una imagen diluida, casi insípida, frente a la imagen rotunda del pasado.
Esas escenas del presente le sirven a Paco Roca, además, para sortear un problema que a veces se ha repetido en sus obras anteriores, donde con frecuencia era difícil identificar a los personajes, y por tanto identificarse con ellos. El relato histórico ofrece una gran visión panorámica, la odisea de un pueblo; el relato contemporáneo lo contrasta con la microhistoria del individuo, la vivencia personal. Las páginas descoloridas ponen el color a las páginas coloridas.
Como no es mi intención hacer una crítica de Los surcos del azar, no me voy a extender en muchas cuestiones que me han llamado la atención, como por ejemplo la habilidad con la que se contrasta lo épico con lo grotesco. Mi ejemplo favorito está en la página 94, donde se yuxtapone «el Zorro del Desierto» con un sumario «Tengo que orinar». Para alguien de mi generación, para quien el general Rommel era un mito bélico, la seca réplica de Miguel pone las cosas en su sitio con un saludable efecto cómico. También creo -no dejemos de decirlo- que éste es el cómic que mejor ha dibujado Paco Roca hasta el momento.
Manel Fontdevila, por su parte, llega a No os indignéis tanto por una vía completamente distinta de la que ha llevado a Paco Roca a Los surcos del azar. Manel ya hizo su reflexión teórica sobre el lenguaje del cómic hace unos años, cuando dibujó la fastuosa Súper Puta (Glénat, 2007), que me atrevo a decir que es uno de los tebeos más importantes que se han publicado en España, y me imagino que algunos sólo ahora empiezan a darse cuenta. Allí es donde Manel se replanteó las relaciones entre texto y dibujo, entre imagen y diseño, donde matizó las diferentes connotaciones del estilo y donde reconstruyó la página como superficie de trabajo, más allá de la viñeta. En resumidas cuentas, con Súper Puta Manel se puso el reloj a cero y se dotó de un vocabulario y una sintaxis con los que afrontar los años siguientes. Es de ahí de donde viene directamente No os indignéis tanto, con su festival de recursos gráficos y su incontenible libertad de expresión que lo convierten en uno de los máximos exponentes del verdadero escribir dibujando con el que tantos soñamos como ideal.
Eso no quiere decir que No os indignéis tanto no entrañara una serie de desafíos formales para Manel. No lo tenía todo resuelto de antemano, ni mucho menos. Para empezar, Manel está tan acostumbrado a trabajar en secuencias de una página (desde La Parejita hasta la misma Súper Puta) o en chistes sueltos, que le quedaba por resolver la manera de sostener un discurso continuado, un relato que verdaderamente se mantuviera coherente a lo largo de un buen puñado de páginas. Cosa que Manel ha solucionado trasladando el ideario de página de Súper Puta al conjunto de la obra, dividida para la ocasión en fragmentos convenientes. Si primero había descubierto que la página puede ser una viñeta, ahora ha llevado ese principio hasta el entendimiento de que el libro entero es una página.
No os indignéis tanto peca de algunos de los defectos que denuncia: a veces es demasiado contemplativo y confuso. Pero en esos pasajes reconozco a un Manel Fontdevila un poco remiso a meterse en berenjenales, mordiéndose la lengua en parte por pura bondad y educación y en parte por miedo a meter la pata. En algunas páginas le diría a Manel: si no tienes claro lo que quieres decir o no te atreves a decirlo, ¿para qué dices nada? Pero en realidad lo que está haciendo Manel es caminar lentamente hacia lo que de verdad quiere decir, enlazar lentamente su discurso de modo que vaya cogiendo inercia hasta que llegue a la cosa en sí. En cierta medida, lo que está haciendo Manel con el dibujo es un equivalente a un monólogo cómico muy personalizado. Como una especie de Louis C. K. que verbalizara todo con el dibujo, se expone como persona en su humanidad contradictoria, se ríe de sí mismo y se ubica perfectamente en el mundo, dándonos así un punto de referencia para entender todo lo que pasa, y entenderlo desde su perspectiva. Y así es como nos lleva al meollo de la cuestión, en las magistrales páginas que hablan del humor inteligente y La Codorniz, de Brassens y de los límites del humor, o lo que es lo mismo, de cómo hemos construido el cauce por el que discurre nuestro discurso colectivo aceptable, y cómo hemos trazado los límites de la exclusión de todo lo que no se puede hablar. Unos límites fuera de los cuales queda, por supuesto, el Miguel Ruiz de Los surcos del azar. De hecho, como nos revela Manel, es fundamental que Miguel Ruiz se mantenga en el olvido, perpetuamente al margen.
Así pues, veo a Paco Roca y a Manel Fontdevila llegar cada uno con su libro debajo del brazo por caminos muy distintos, casi opuestos. Hasta que esos caminos se encuentran en la encrucijada del presente. Porque es obvio que al final ambos quieren hablarnos de lo mismo, sólo que cada uno ha elegido una historia diferente y sus voces suenan muy distintas. Lo cual nos enriquece a todos, claro.
El capítulo 1 de Los surcos del azar se titula EL FIN. Sin embargo, es el principio del libro. ¿Qué es lo que se acaba ahí, en esa escena ambientada en el puerto de Alicante el 28 de marzo de 1939? Lo que se acaba es el futuro. En parte, España sigue atrapada en aquel puerto, esperando desesperadamente que alguien venga a rescatarla. EL FIN es, de hecho, el principio de la larga historia que nos lleva a las acampadas del 15M que aparecen en No os indignéis tanto. Desde aquella huida desesperada en barco de Roca hasta los antidisturbios aporreando ciudadanos de Fontdevila hay una línea histórica que no se ha interrumpido, y que está escrita con el typex del olvido. (Porque no olvidemos que el typex siempre es una forma de escritura). Podríamos decir que lo que une a ambos libros es todo lo que se ha borrado. Todo lo que explica lo inexplicable que nos está pasando ahora. Miguel Ruiz dio la vida por el futuro y acabó olvidado. Manel recupera ese hilo en No os indignéis tanto cuando recuerda cómo se cubrió de olvido a los insumisos. Todos nos apresuramos a alabar a los héroes de la resistencia. Cuando están en Sudáfrica, eso sí. Ésa es nuestra democracia, la que se ve por televisión en No os indignéis tanto, la que se empezó a construir cuando las batallas de Miguel Ruiz liberaron a Francia y se acabaron a las fronteras de España. Tantas traiciones ha sufrido y sigue sufriendo el protagonista de Los surcos del azar que no es de extrañar que No os indignéis tanto esté poblado de políticos traidores y corruptos que dicen una cosa y hacen otra. La traición parece, en cierto modo, la única ética aceptada por una España resignada y sumisa que, si somos francos, tampoco se indigna tanto.
Como autor de cómics que trabaja en España en estos momentos, Los surcos del azar y No os indignéis tanto son dos trabajos que me emocionan, me entusiasman, me ilusionan y me inspiran. Doy gracias de poder disfrutar de ellos y de compartir mi época con autores como Paco Roca y Manel Fontdevila. Doy gracias porque podamos hacer hoy en día tebeos como estos, que traen algo realmente nuevo y que nos permiten expresarnos y participar en el debate ciudadano, formar parte de la conversación de nuestra sociedad y situarnos en el centro de la misma, aportar ideas a la discusión. No son dos obras maestras, y eso lo celebro, porque sólo están vivas las obras con defectos, y tengo la esperanza de que tanto Los surcos del azar como No os indignéis tanto serán superadas por Paco y por Manel en el futuro. Pero de momento nos han dado voz para expresar lo que sentimos con una intensidad insoportable, y nos la han dado como pocas veces en la historia nos la habían dado nuestras viñetas. Nos la han dado, literalmente, con las palabras de Miguel Ruiz, que no debemos olvidar ni un sólo instante del día, especialmente cuando corramos el riesgo de sentirnos complacidos: «No aguanto a los españoles».
Y olé.
1 comentario:
Me marcho emocionado a un día de trabajo después de leer esto. También "indignado" por no disponer de más tiempo y tenerlo todo en "borrador", en el blog (sobre Manel, etc.) o en la mesa de dibujo.
Si me leéis, Paco, Manel, tan solo quiero enviaros un abrazo muy fuerte. Y otro para ti, Santiago.
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