miércoles, 22 de agosto de 2012

JOSH BAYER: FUERZA BRUTA


Lo primero que me llamó la atención cuando hojeé un tebeo de Josh Bayer fue la impresión de fuerza incontenible que desprendía. La maraña de líneas convulsas que distingue uno de un vistazo transmite los mensajes «fuerza» y «sinceridad» propios del arte marginal.

Y luego, claro, el título es Raw Power.

Pero la verdad es que Bayer está muy lejos de ser un artista marginal. Al contrario, es un autor con mucho conocimiento del mundo del arte, con el que ha estado en contacto tanto en su vertiente más tradicional (galerías) como en la más comercial, que ha conocido a través de su hermano mayor, Samuel Bayer, director de videoclips con una carrera espectacular. Él dirigió el vídeo de Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, y cuenta en sus créditos con prácticamente todos los artistas que han sido alguien (gordo) en el rock americano durante los 20 últimos años (Iron Maiden, Rolling Stones, Garbage, David Bowie, Green Day...). Después de dar muchas vueltas artísticas y profesionales, Josh decidió concentrarse en el cómic ya con 35 años. O sea: Bayer es cualquier cosa menos un ingenuo. Y eso, creo, hace que la crudeza de los tebeos tenga aún más mérito. Es mucho más difícil desaprender lo aprendido que no aprender nunca nada. Esto lo hacemos mucha gente todos los días.

Descubrí a Bayer con Rom (2011), que básicamente lo que hace es reinterpretar el nº 29 de ROM, una colección de Marvel de los 80. ROM estaba protagonizada por un Caballero Espacial, y en realidad el personaje había sido creado por una fábrica de juguetes, que lo licenció a Marvel para potenciar las ventas del muñeco. Rom se integró completamente en el Universo Marvel, pero debido a que la editorial ya no posee la licencia, nunca se ha reeditado y hoy en día su nombre no se puede mencionar expresamente en ningún cómic, aunque sí se alude a él elípticamente.

Pero todo esto es irrelevante para Bayer, que no atiende a cuestiones de licencias y copyrights, sino de conexiones emocionales de la memoria. Él toma el impacto sentimental de ese ROM #29, originalmente escrito por Bill Mantlo y dibujado por Sal Buscema, y lo procesa a través de una apropiación en su propio estilo, página por página, viñeta por viñeta. No puedo responder de la integridad de la versión de Bayer, porque no tengo a mano el ROM de referencia para compararlo, aunque con toda seguridad hay un desvío en la secuencia en que uno de los personajes imagina sus posibilidades de entablar una relación erótica con Brandy, la «novia» humana de Rom, fantasía que Bayer ilustra gráficamente con un par de viñetas de sexo explícito que nunca pudieron aparecer en el original. Aparte de eso, no parece que Bayer pretenda transformar de modo significativo ese ROM #29, más allá, por supuesto, de procesarlo a través de su propio estilo. Ahora bien, esas 25 páginas de apropiacionismo están enmarcadas por dos secuencias externas a la propia historia de Rom. Las primeras muestran al autor, hoy en día, abordando el trabajo de adaptación, intentando encontrar un título para el proyecto y descartando sucesivamente varias opciones: «1982», «Rompocalypse Now», «Untitled Art», «Sunday Bloody Sunday», y, por último, el definitivo: «Rom». Como decíamos antes, llegar a la sencillez supone un esfuerzo considerable.


La segunda secuencia marco se inserta a continuación del final de la adaptación de la historieta de Rom. Es el «final nº 2», y en él abandonamos el plano del cómic para trasladarnos al plano de su lector, un adolescente que a primeros de los 80 lee apasionadamente el tebeo que Bayer acaba de reinterpretar. La identificación del niño con el personaje es tan intensa que lleva puesto un verdugo a imitación del casco del Caballero Espacial. Con una atención febril, coloca cada tebeo que colecciona perfectamente en su sitio exacto en la estantería, porque el orden del Universo Marvel ficticio se refleja en el orden material en que están dispuestos sus cómics en nuestra habitación. Pero ese lector adolescente libra la misma batalla angustiosa y universal que han librado todos los lectores adolescentes del mundo: la incomprensión de los padres, la marginación social y otras lacras a las que sólo se puede sobrevivir acudiendo a una inmensa fuerza interior que brota del manantial de los tebeos.



En esa relación entre el poder fetichista de los cómics y la voluntad interior, este Rom recuerda al magnífico El experimento, de Juaco Vizuete. Bayer no está haciendo un ejercicio de estilo (de los que sin duda tendrá amplio conocimiento, como profesor de cómic que es), Bayer está haciendo una memoria íntima de su infancia a través de la recreación de la experiencia de lectura de aquel ROM #29. En cierto sentido, Bayer replantea una cuestión que durante los 80, en la estela del punk, parecía crucial para cualquier manifestación cultural pop: la cuestión de la autenticidad. Sólo lo auténtico era admisible, y nada producido por una gran corporación podía ser auténtico. ¿Puede haber algo menos auténtico, entonces, que un tebeo Marvel creado exclusivamente para vender un muñeco articulado? A través de su trazo intenso y espontáneo, Bayer ofrece una reflexión que traslada la autenticidad al terreno de las emociones. Sólo lo que queda grabado en nuestra persona es auténtico, y sólo se graba lo que se vive con intensidad. Y esa reflexión la hace precisamente desde sus raíces en la escena punk de los 80.

Bayer, por cierto, incluye al final del cómic una página recordando la tragedia del guionista de ROM #29, Bill Mantlo, necesitado de cuidados continuos desde 1992, después de que fuera atropellado por un coche que se dio a la fuga, y pide al lector que envíe cartas de ánimo al desafortunado autor.


Raw Power (Retrofit, 2011) es, en cierto sentido, una ampliación de los temas y estrategias planteados en Rom. Entregado a la misma fiebre del dibujo que a veces le lleva a revisitar, supongo que inconscientemente, el garabatismo urgente de los cómics de prensa americanos de principios del siglo XX, Bayer nos presenta a un superhéroe peculiar al que resulta inevitable emparentar con el protagonista de The Death-Ray (2004) de Daniel Clowes. El Terry Kaminzczyk de Bayer, bajo la personalidad de Catman, se dedica a perseguir y acosar a las ratas (punks) que asuelan nuestra sociedad (desde su punto de vista, descrito apropiadamente como «Tunnel Vision»). En realidad, las víctimas de sus violentos asaltos son vendedores de periódicos de mendigos y otros marginados inofensivos, sobre quienes libera su rabia interior, incontenible. Su origen es el mismo que el de Batman: un ladrón mató a sus padres durante un atraco, aunque en lugar de estar volviendo del cine (o el teatro, o la ópera), Terry y sus progenitores volvían de una exhibición de los Harlem Globetrotters en el Madison Square Garden de Nueva York. La datación del suceso es fundamental para situar a los personajes en unas coordenadas concretas y reales de un pasado palpable, alojado en nuestra memoria, al igual que ocurría con el Andy de The Death-Ray. O sea: para entender que no hablamos de iconos, sino de personas. Kaminzcyk, por supuesto, es un perturbado, que cree estar enamorado de una mujer a quien considera su novia cuando en realidad es la asistente social ocupada de controlarle.


Pero la locura de Kaminzcyk no es una locura solitaria, es una locura que tiene una base real y localizada, con raíces perfectamente identificables. Y aquí se produce el primero de los dos giros geniales de Raw Power. Junto a las peripecias de Catman, vemos cómo el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter (1977-1981), organiza una guerra contra el punk rock para evitar que suma a la nación en una situación de caos comparable a la de los años 60 y el flower power. El tema, que había sido introducido en la página 1 de Raw Power mediante una entrevista de Bayer con Jello Biafra y con Raymond Pettibon, se desarrolla a través del personaje elegido por Carter para dirigir esa guerra: G. Gordon Liddy, el hombre que dirigió las escuchas del Watergate para Nixon, que fue a la cárcel por ello, y que a su salida escribió un libro autobiográfico, Will (Voluntad) que vendió millones de copias. O sea, un verdadero ultraderechista que, a través de su trastornada retórica (tal y como la presenta Bayer) ofrece la justificación moral e ideológica para las tropelías del tarado de Kaminzcyk.


Pero son precisamente esas tropelías de Kaminzcyk nos llevan al segundo giro brillante de Raw Power. Una de sus víctimas vuelve a casa magullada y su pareja no tiene mejor ocurrencia que ofrecerle un cómic para que se relaje con su lectura. La mujer lo hojea y lo rechaza, furiosa, para sorpresa de él. Y entonces Bayer hace una reinterpretación completa (aunque comprimida en número de páginas) de ese cómic, al igual que hizo con el ROM #29 en Rom. En este caso se trata de D.P. 7 nº 6 (Marvel, 1987), de Mark Gruenwald y Paul Ryan, un cómic perteneciente a la frustrada línea que en su día se conoció como «New Universe». Obsérvese que Bayer no está invocando cómics de superhéroes que hoy en día cuenten con pedigrí, cómics que hoy sean reclamados como clásicos. No se trata aquí de reivindicar a Kirby o Ditko, ni siquiera al Frank Miller de los 80. Más bien se trata de realizar una revisión personal de una experiencia privada. En este D.P. 7 reinterpretado (en el que el personaje principal ha sido sustituido por un personaje de Bayer, lo que hace que parezca casi como si el Jimbo de Panter se hubiera deslizado en un tebeo Marvel y lo hubiera transformado todo a su imagen) hay de nuevo citas expresas a un momento concreto, a través de las propias referencias incluidas en el original: los personajes compran discos de Def Leppard y ven episodios de Dallas. El episodio concluye con un apocalipsis de dibujo cómo sólo Bayer es capaz de llevar a la página.


Y así concluye Raw Power, sin que volvamos a ver a Liddy, a Carter ni a Kaminczyk. Como una amalgama furiosa de líneas negras sobre el papel que parecen tener una vida propia.

Josh Bayer también es editor de una antología de la que se han publicado dos volúmenes hasta la fecha: Suspect Device. En este caso sí podemos hablar de un ejercicio de estilo colectivo. Los autores participantes toman dos viñetas de Nancy de Ernie Bushmiller, y desarrollan su propio argumento, con su propio sello, para unirlas. En la segunda entrega, Garfield se suma a Nancy para complicar aún más las posibles combinaciones. El resultado más palpable del ejercicio es ver a una comunidad pujante de historietistas (decenas en cada una de las entregas) colaborando en un proyecto cuyo único dictado es dibujar e inventar, ejercitar los músculos del cómic.

Josh Bayer es ahora mismo uno de mis autores favoritos, y uno de mis mayores descubrimientos en el panorama actual de los fanzines de cómic. Quiero cerrar este primer repaso a la otra escena americana con un último dibujante, al que dedicaré el próximo post si nada lo impide.

2 comentarios:

frog2000 dijo...

Es muy bueno. Aquí hay otro online de él: http://www.webcomicsnation.com/joshbayer/bambam/toc.php en el que colabora en el guión con un tal Joaquin delaPuente. Saludos y gracias por el descubrimiento.

Santiago García dijo...

Gracias a ti por tu comentario y por el enlace, frog2000. Bam Bam es precisamente el personaje que sustituye al prota en la versión de Bayer de la historieta de DP 7.