viernes, 4 de febrero de 2011

¿RECUERDAS CUANDO LA KRYPTONITA TODAVÍA FORMABA PARTE DE TUS CONVERSACIONES?


Creo que ya he comentado alguna vez que, en mi opinión, uno de los grandes placeres que ofrecían los tebeos de superhéroes de mi infancia era su condición de defectuosos. Es decir, de incompletos. La imposibilidad de acceder a las historias enteras, en todos sus episodios, y la obligación de rellenar con la imaginación los huecos que dejaba la deficiente distribución y la limitación de fondos destinados a este fin obligaban a conformarse con fragmentos de algo que se intuía más grande pero nunca llegaba a abarcarse. Así, uno disfrutaba mitad de la historia que leía y mitad de la historia fantasma que no leía. Y una de las historias fantasmas de superhéroes supremas de mi infancia fue la saga del «Superman de Arena».

No fue hasta el año pasado, cuando DC reeditó en un tomo de su colección Classics Library la etapa entera bajo el título «Kryptonite Nevermore» que conseguí por fin leerla completa. Ahora, ha llegado a España en el volumen Superman. Kryptonita nunca más (Planeta-DeAgostini, 2010), que añade de propina un especial de Walter Simonson publicado veinte años después de las historias originales y que no venía en el tomo americano (y que podían haberse ahorrado, dicho sea de paso).

Si lo normal cuando nos enfrentamos a una relectura de la infancia es llevarnos una decepción, cuánto más fácil será decepcionarse si lo que vamos a leer ahora queremos confrontarlo con el recuerdo, no de la realidad, sino de lo que fantaseábamos de niños. Porque al fin y al cabo, la imaginación de un niño no tiene límites, ¿no? Bueno, pues para mi (agradable) sorpresa, Superman: Kryptonita nunca más no sólo no me ha roto ningún mito, sino que casi lo ha acrecentado. Es una pequeña joya que ha estado encerrada en un frasco y dando vueltas por el vacío durante cuarenta años, y por fin le ha llegado la hora de volver a salir a la luz.

Situémonos. Estamos en 1971 y Mort Weisinger, el editor que durante treinta años ha dirigido con mano de hierro el destino del Hombre de Acero, catapultándole hasta la omnipotencia y proyectándole a un mundo fantástico repleto de ciudades embotelladas, superperros, superchicos, superchicas, fortalezas de la soledad y un verdadero arco iris de kryptonitas, cada una con su peculiar efecto distintivo, abandona el cargo y cede el cetro de rey del cómic más vendido de Estados Unidos (en declive, sí, pero todavía en la cumbre) a Julius Schwartz. Éste -viejo colega de correrías juveniles de Weisinger, con quien fue uno de los cofundadores del fandom de la fantasía y la ciencia-ficción- se había ganado un prestigio como «salvador de reliquias» al revitalizar a Batman pocos años antes, así que parecía el hombre adecuado para repetir la jugada con el Hombre de Acero. Schwartz tenía claro que había que modernizar al personaje y para eso acudió al guionista más moderno del momento, el rebelde de los sesenta, el hombre que, por la mera virtud de venir de fuera del mundo del cómic, había sido capaz de remover las estancadas aguas de éste: Dennis O'Neil.

O'Neil ya había redescubierto los orígenes de Batman, junto a Neal Adams, rehabilitando al personaje después del bajonazo provocado por la deflación de la batmanía televisiva; había renovado a Wonder Woman, remodelándola de arriba abajo, quitándole los poderes y convirtiéndola en una mujer moderna y liberada de finales de los 60; y había inventado -otra vez junto a Adams- los «cómics relevantes» (podríamos llamarlos los superhéroes sociales) con Linterna Verde y Flecha Verde. Era el hombre adecuado.

O'Neil no lo creía, y nunca lo creyó.

Pero de verdad que lo era, este tomo lo demuestra.

Enfrentado al mundo y los poderes desmedidos de Superman, lo primero que quiso O'Neil (que trabajó con el dibujante habitual de la serie, el melifluo Curt Swan, para mantener la continuidad de la imagen) fue devolver esas dimensiones a una proporciones más manejables. O sea: quitar poderes a Superman, o al menos el alcance de esos poderes, y devolverlo un poco a sus más modestas capacidades originales (en 1938 Superman no volaba, sólo saltaba mucho, como Hulk). No llegó a convertirlo en un humano normal, como hizo con Wonder Woman, pero se le acercó todo lo que pudo. De Wonder Woman también se trajo a un personaje, I-Ching, una especie de sabio oriental para todo, guía de superhéroes perdidos, que no sólo recuerda poderosamente a Stick, el que sería maestro de Daredevil unos diez años después, bajo el lápiz de Frank Miller y la supervisión editorial del mismo O'Neil, sino que probablemente sea uno de los primeros ejemplos del orientalismo positivo en los cómics norteamericanos, anticipándose a una moda que no llegaría hasta los 80 (y que todavía no ha parado).

No es el único elemento de esta saga que parece anticiparse a cosas que hemos visto después. La borrachera de poder que en un momento determinado sufre Superman también nos hace pensar en uno de los mejores momentos del ciclo cinematográfico protagonizado por Christopher Reeve: el héroe ebrio, maligno y oscuro de Superman III. Más curioso aún es que la resolución de toda la historia (atención, spoiler con cuarenta años de retraso a la vista) sea exactamente la misma que le dará Alan Moore a «Para el hombre que lo tiene todo» (Superman Annual #11, 1985), una de sus celebradas historias junto a Dave Gibbons (Moore tiene otro tebeo muy famoso dibujado también por Gibbons, pero ahora no me acuerdo del nombre). No digo que Moore la sacara directamente de ahí -que podría ser, al fin y al cabo, seguro que la leyó de mozo-, probablemente ambos se inspiraran algún relato de ciencia-ficción que desconozco (señores sabios, ahí tienen los comentarios para ilustrarme), pero la coincidencia es llamativa.

Por lo demás, tal vez el elemento más llamativo de la saga es precisamente el «Superman de Arena», un doppelganger que, me imagino que de forma nada casual, remite directamente al clásico relato de Hoffman El hombre de arena, el cual sirviera de base a Freud para su famoso análisis psicoanalítico-literario donde explicaba el concepto de «lo siniestro», lo Unheimlich. Por eso no es de extrañar que una atmósfera siniestra envuelva todo el cómic, a la vez que el propio protagonista se va sumiendo en una depresión humana, demasiado humana, y que los más que ingeniosos rompecabezas que se le van planteando por el camino parezcan sólo desesperantes obstáculos que, poco a poco, van desequilibrando al superhombre. Es el caso de los problemas legales que tiene para hacer su labor superheroica Superman en «¿Cómo domar a un volcán en erupción?», un planteamiento irónico-realista que sitúa al personaje en una dinámica completamente postmoderna. Luthor y la kryptonita no pintan nada en este paisaje. De hecho, ni siquiera salen (salvo la kryptonita, que aparece en el primer episodio para ser eliminada de la mitología de la serie).

O'Neil se sintió siempre incómodo con Superman -no me extraña, sus guiones le estaban precipitando a un callejón sin salida-, y finalmente consiguió abandonar la serie apenas al año de haberla tomado. Eso hace que esta saga quede aún más cerrada y completa, casi como otro libro -otra novela gráfica- que poner en la estantería al lado del All Star Superman de Morrison y Quitely, bajo la etiqueta de historias fuera del tiempo, historias de todos los tiempos.


Claro que más fuera del tiempo aún es la historia incluida en otra reedición de un material todavía más mítico que también hemos recibido últimamente. Por fin, de nuevo en imprenta el Superman vs. Muhammad Ali (1978), el Gran Combate de Todos los Tiempos que vuelve a estar a disposición del público que no esté dispuesto a pagar los escandalosos precios alcanzados por los ejemplares originales en el mercado de segunda mano. Superman vs. Muhammad Ali, donde también está implicado Dennis O'Neil como guionista -aunque no llegó a terminar el trabajo- es mítico por muchos motivos: primero, porque, bueno, es obvio, SON SUPERMAN Y MUHAMMAD ALI, FRENTE A FRENTE Y DÁNDOSE DE HOSTIAS. No os preocupéis, que la cosa no se limita a un superpuñetazo que reduce a pulpa al campeón de boxeo, hay truco para que la pelea sea en igualdad de condiciones. Y segundo, y tal vez más importante, porque fue el último gran trabajo de Neal Adams -el hombre que dominó los 70 con la punta del lápiz- y, para muchos, su gran testamento (yo me quedo con los X-Men de diez años antes y con un par de episodios de Batman, pero para gustos están los colores). El tebeo se publicó en un especial de tamaño gigante -todo tendía al gigantismo en este proyecto- y hoy se ha reeditado en dos ediciones distintas. Una, con materiales extra y en formato más reducido. Otra -la que yo he elegido-, sin extras pero facsímil. Facsímil de lejos, debería decir, porque las diferencias con la original son notables, empezando por la encuadernación en tapa dura, frente a las tapas de cartón con grapa que llevaba en su día, y siguiendo por los odiosos recoloreados modernos que Adams impone a todo lo que reedita hoy en día. Pero a ver quién le dice nada a Adams, menudo es él. Adams es tan grande que es más grande que Muhammad Alí y Superman juntos, y si no, valgan de muestra estas palabras que él mismo escribe en la introducción a este volumen: «Considero que ésta es una de las mejores novelas gráficas/comic books jamás realizados». No por él, se entiende, sino por cualquier persona de cualquier época y lugar. Superman vs. Muhammad Ali, ojo. Tal vez esa bravuconería se le pegara un poco del propio Ali, que se presenta en su primera escena exhibiéndose imparable, arrollador, demoledor... jugando un partido de basket con unos niños del barrio a los que humilla y machaca sin darles opción. ¡MA-CHO-TE! ¡CAMPEÓN!

En fin, lo más grande de un cómic como éste es, obviamente, su valor icónico. Por ejemplo, la página-viñeta de Superman saliendo en camilla la ves en cualquier momento antes de tener vello púbico y te quedas turulato. Y bueno, eso es lo grande este tipo específico de productos de la cultura de consumo contemporánea que son los cómics y, más en concreto, los cómics de superhéroes, y más precisamente aún, los cómics de superhéroes de los años setenta: son sublimes porque son ridículos, son ridículos porque son sublimes. Reparten su mensaje a hostias, sudorosos y gritando, pero lo reparten. Lo reparten como Dios manda.

9 comentarios:

David dijo...

Desde Facsímil de lejos... y que Adams es tan grande que es más grande que Alí. En fin.. gracias por las risas.
PD: Ah! Yo ni idea de esa historia que les pudo inspirar a esos dos.

elpablo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pepo Pérez dijo...

Yo también me he reído bastante con algunas cosas. Muy bien visto lo de la relación I Ching-Stick, por cierto...

Pepo Pérez dijo...

También me han dado muchas ganas de releer el Superman Vs. Muhammad Ali... luego te cuento...

santibilbo dijo...

Joder yo lo lei hace doce años, creo que editado por Novaro, me lo dejó leer un profesor de plastica, pero sólo durante media hora y me hizo tratarlo como si fuera la Gioconda y como dice Santiago, te dejaba turulato( y eso que tenía 28 y no era prepuber).Todo el post es descojonante, apasionado y sentido con toda tu alma, Santiago, siempre ganas mucho ahí, cuando no te contienes, sin desmerecer tu alto nivel cuando guardas cierta distancia.Como dices, esa ridiculez de las historias parecían contadas con todo el convencimiento, pero es que en esos años venían servidas por una potencia gráfica sin igual, dionisiaca y hedonista, pero clásica, una especie de David Lean de los comics.Y que hermoso, como un dios griego era el Supes de Adams, el Verdadero Hombre Perfecto
Por cierto, se publica aquí en España?

Santiago García dijo...

tocayobilbo, el Superman vs. Muhammad Ali de momento no está en España (creo). La reseña era sobre la reedición americana. Yo también lo leí de crío en la edición de Novaro, que es la que ha estado circulando por las tiendas de segunda mano hasta hace poco, al menos, aunque nunca me lo volví a comprar y no lo había releído hasta ahora.

A finales de los 70-principios de los 80, cuando había una oferta tan raquítica de formatos para el cómic y cuando, en general, tebeo significaba formato cutre (sobre todo en los superhéroes) encontrarte ocasionalmente con una edición gigante de éstas te dejaba trastornao. Y, por supuesto, el contenido tenía que hacer honor al continente, tenía que ser igual de grandioso. El Superman vs. Muhammad Ali fue uno de los ejemplos máximos de los formatos gigantes, pero para mí El Más Grande Tebeo de Todos los Tiempos siempre fue (y sigue siendo) el Superman vs. Spiderman de Conway y Andru. Cualquier día escribo un post al respecto. O un libro, qué cojones...

santibilbo dijo...

Jo, es verdad( Adams, Andru y Kane están en el cenit de su poder en esos años) y menuda traducción que tenía!( no me enteré de la mitad).E incluso me gustó el siguiente, creo que de Buscema y Wein( Hulk y El Supes atizandose! eso sí era sentido de la maravilla

Pepo Pérez dijo...

ANDRU... KANE... DIOSSSS BENDITO... dos de mis dibujantes favoritos de todos los tiempos... Sin menospreciar al Adams de principios de los 70, pero es que eso dos los tengo como fetiches...

Javier Mesón dijo...

Molaría mucho que hiceras un libro sobre el croosover Superman vs Spiderman. Me lo compraba fijo. Saludos.