lunes, 31 de mayo de 2010

TRIVIALIDADES

Voy a hacer una ensalada injustamente precipitada con tres tebeos a los que veo algo en común. A lo mejor son alucinaciones mías, pero vamos a ello. El primero es Pirueta (Una china en mi zapato, 2010), de Charles Dutertre, un señor a quien descubro con este título. Entra directamente en una corriente que se está explotando mucho (muchísimo, diría alguno) últimamente: la memoria de la infancia, basada en episodios aparentemente banales, y preocupada de la reconstrucción de ambientes, sabores y evocaciones. Todo con un estilo infantil y con ambientación rural, y hasta agrícola. El protagonista (narrador) y su hermano pasan el verano en la granja de los abuelos, y se suceden todo tipo de situaciones banales. No hay intención de hacer un gran cuadro, el autor sólo quiere la pincelada. O mejor, cambio de metáfora: el autor lo que quiere es sacar cuatro fotos viejas de la familia y explicarte un poco lo que le traen a la memoria. Es amable y bonito, aunque a veces peca de inofensivo.

Tal vez menos deliberadamente banal, pero moviéndose igualmente en pos de cierta trivialidad vocacional, es el juego emprendido en Usted está aquí (Dibbuks, 2010), una especie de revista comandada por José Luis Ágreda, Fermín Solís y Juan Berrio de la que han salido dos números de golpe en el pasado Salón del Cómic. Usted está aquí plantea pequeñas historias urbanas levemente humorísticas, levemente tiernas, levemente románticas y levemente azarosas. En general, leves. Como Pirueta, tiene cierto aire a producto de los 90 que te descoloca un poco. Igual nos hemos vuelto muy serios y graves para los entretenimientos ligeros. Al final, es una colección de historietas cada una de su padre y de su madre, y lo que queda, como siempre, son algunas páginas que te deslumbran más que otras. En mi caso, las de Miguel B. Núñez (véase ilustración, y me quedo con la duda de si el comienzo está inspirado en el comienzo de un episodio de The Wire), Ágreda, Berrio, Lorenzo Gómez y Brais Rodríguez.

El tercer tebeo que busca deliberadamente lo trivial me temo que tiene ya, sin embargo, claras hechuras de obra mayor. La felicidad inquieta (Sinsentido, 2010), de Lewis Trondheim, es el tercer volumen de «Las pequeñeces de Lewis Trondheim», que rápidamente se está convirtiendo en mi serie favorita de la descomunal producción del francés. Probablemente las entregas anteriores eran más divertidas o más ingeniosas, pero a mí lo que me gusta de estas historietas de una página es que no aspiran a nada, ni a ser divertidas ni a ser ingeniosas, sólo a ser un testimonio a menudo perplejo de lo cotidiano. Trondheim se ha construido un personaje de cascarrabias entrañable al que ya reconocemos y con quien participamos en el juego, y ha sabido dejarse fuera todo lo denso y comprometedor que tendría una verdadera autobiografía, para dejarnos sólo con aquello que nos contaría el autor cuando, de buen humor y con una botella de vino ya vacía, se animara la conversación en un grupo de esos que hacemos en un salón del cómic, donde todos nos medio conocemos pero tampoco hay intimidad. Sí, es una colección de estampas triviales y superficiales, no hay grandes revelaciones ni una sustancia importante, lo reconozco. En eso justamente se parece a la mayor parte del tiempo de nuestras vidas.

8 comentarios:

el tio berni dijo...

De los tres solo he leído el de Trondheim y estoy de acuerdo en que es un tebeazo. Creo que Trondheim ha dado en el clavo con esta fórmula, que también utiliza en la serie de Las Increíbles Aventuras Sin Lapinot, aunque ahí sí que tira por el lado trascendente de vez en cuando. Es muy fácil de conectar con este tono ligero de La Felicidad Inquieta (qué buen título), incluso aunque no hayamos vivido lo mismo que él. Tiene la cualidad de la cercanía y la inmediatez. Y de la risa, que hace mucha risa, también. Ahora mismo no sé si este es mi Trondheim favorito o si sigue siéndolo Desocupado.

toni bascoy dijo...

A mi también me está fascinando este Trondheim. En cuanto sale un tomito nuevo me lo deboro, y me deja con un sabor de boca la mar de majo.
De Usted está aquí sólo me leí el 2, y salvo escepciones (Berrio mayormente) me parece un poco fanzinoso (amateur, es decir).
Un saludo!

Santiago García dijo...

Coincido mucho con vosotros, en todo.

gerardo dijo...

Me pasa lo mismo con Trodnheim, somos legión xD. Conecto muchísimo con su sentido del humor y con su forma de ver la vida. Pero al hilo de lo que comenta tío Berni, yo creo que Desocupado es su mejor tebeo de lejos, me pareció brillante.

Un saludo.

The Watcher.

toni bascoy dijo...

¿Y aquel ya lejano Mis circusntancias?
Fue lo primero que leí de Trondheim y para mí sigue siendo el paradijma de cierta forma de hacer cómic.
Hace años que no lo releo, pero para mí sigue siendo su cumbre, aunque seguro que me equivoco (ahora que me acuerdo, ese último Lapinot, cuando muere, es magistral).
También recuerdo una entrevista que le hicieron en Volumen, creo, donde contaba su experiencia como autor, de como aprendió a dibujar currándose el primer tocho de Lapinot, con un paquete de 500 folios y un par de cojones, con perdón. Me pareció una idea muy inspiradora, lástima que no tenga ni su talento ni su capacidad de trabajo. Por suerte sí voy teniendo algo de dinero para leer lo él hace.
Un saludo.

Santiago García dijo...

Toni, esa entrevista que dices de Volumen se la hice precisamente yo, y la subí a Mandorla hace algún tiempo. Aquí la tienes, por si quieres recuperarla:
http://santiagogarciablog.blogspot.com/2009/11/lewis-trondheim-la-maquina-de-hacer.html

toni bascoy dijo...

Genial... y ya es casualidad, jeje.
Muchas gracias, Santiago.

el tio berni dijo...

Bueno, sí, también guardo muy bien recuerdo de Mis circunstancias, pero no le he releído y se ha ido diluyendo en mi memoria. La verdad es que uno empieza a repasar la bibliografía de Trondheim y el tío, a lo tonto a lo tonto, entre sus relatos cotidianos, sus Lapinot, las Mazmorras y demás, tiene un curriculum de la leche, siempre con nivel alto. Parece que nunca alcanza la genialidad absoluta, pero tampoco suele defraudar. Es como si siempre volase a la altura del notable alto.