Roberto Alcázar y Pedrín contra el Hombre Diabólico
Pedro Quesada y Eduardo Vañó, 1947
Cuando llegué a
Roberto Alcázar, acababa de morir. La serie de historietas más longeva de
España había llegado a su final en 1976. Desde sus inicios en 1940, los temerarios
Roberto Alcázar y Pedrín había protagonizado 1.219 cuadernillos más numerosos
extras y almanaques, hasta sumar más de 15.000 páginas. En su momento de
esplendor, Roberto Alcázar y Pedrín
llegó a alcanzar tiradas de más de cien mil ejemplares semanales. La única
serie de aventuras que se acerca a este volumen de producción bruta en España
es El Guerrero del Antifaz, que
apenas alcanza la mitad de números en algo más de dos décadas de vida. Roberto Alcázar y Pedrín acudió a su
cita con los lectores ininterrumpidamente durante más de treinta y cinco años.
Y yo llegué justo
cuando ya se había acabado.
Pero no me enteré,
porque en 1976 empezó la “vida más allá de la vida” de la serie, una vida en la
que los viejos héroes de historieta pervivían en el limbo de las reediciones
diversas, y que permitió que los fantasmas de Roberto Alcázar y Pedrín rondaran
los kioscos hasta los años ochenta. Ahí es donde los descubrí yo, en el número
1 de la “segunda época”. Editorial Valenciana reformateó los cuadernillos
originales, apaisados y en blanco y negro, para convertirlos al formato
vertical típico de los cómics americanos, y los coloreó con una estridencia
desconcertante. El objetivo obvio era vender a los chavales que ya se habían
criado con las últimas andanzas de los superhéroes Marvel un producto caduco y
rancio de la España de la posguerra. No colaba, claro. Las aventuras del
“intrépido aventurero español” y su joven pupilo resultaban primitivas para
quienes buscábamos ávidamente las últimas novedades del gigante americano. Y,
sin embargo, había algo fascinante en aquellas páginas polvorientas que hacía
que no pudiera dejar de leerlas. Probablemente fuera el hecho de que aquella
“segunda época” no empezara por el número uno original, sino por la mejor aventura
de la historia de Roberto Alcázar y
Pedrín y por una de las más descomunales epopeyas que ha dado el tebeo
español: la saga del Hombre Diabólico.
Debo advertir que me
la juego al unir el adjetivo “mejor” a cualquier cosa referida a Roberto Alcázar y Pedrín. A pesar de su
éxito descomunal e incombustible (¿o tal vez fuera precisamente por eso?) nunca
fue una serie demasiado bien tratada por la crítica de cómics en España, y aún
menos durante la Transición, que fue cuando yo la descubrí. En la Historia de los cómics (1982) de
Toutain, Javier Coma escribe que “los triunfos masivos” de Roberto Alcázar y Pedrín y de El
guerrero del antifaz “son síntomas claros de la indigencia cultural de
aquellos tiempos”. Salvador Vázquez de Parga, en Los comics del franquismo sentenciaría sobre el “éxito popular pero
superficial de un comic en todos los aspectos negativo”.
Sobre Roberto Alcázar y Pedrín cayó el
sambenito de ser los héroes franquistas por excelencia. Se atribuía su apellido
a la famosa victoria golpista del Alcázar de Toledo, y se decía que los rasgos
del protagonista estaban inspirados en los de José Antonio Primo de Rivera. El
dibujante, Eduardo Vañó (1911-1993) siempre negó ambos extremos, llegando a
afirmar que el héroe era un autorretrato. Vañó había creado la serie en
colaboración con Juan Bautista Puerto, el dueño de la entonces incipiente
Editorial Valenciana, pero luego los guiones pasaron por muy diversas manos.
Uno de los más frecuentes guionistas fue José Jordán Jover, un antiguo
comandante republicano que pasó por la cárcel tras la guerra (incluso se dice
que mandó guiones desde la celda), y que parecería a simple vista un autor poco
sospechoso de afinidad con el Régimen. Si uno se lee realmente la serie, en
lugar de dejarse arrastrar por la leyenda, lo que encuentra es un sinfín de
aventuras exóticas e internacionales ambientadas en casi todos los países del
mundo… salvo España, que es una de las localizaciones menos repetidas en sus
aventuras trotamundos. Hay casi como un deseo expreso de omitir cualquier
relación con la realidad material e histórica del país donde de hecho se están
publicando las historietas de esos personajes.
El especialista
Pedro Porcel indica en su estudio Tragados
por el abismo que la “verdadera clave del éxito” de la serie es “la
supresión del tiempo”, que explica de la siguiente manera: “Lo instantáneo y
caprichoso de los desplazamientos de la pareja de un escenario a otro, del
ártico a la China pre-comunista, del Oeste americano del siglo XIX al África
colonial, de Nueva York a los subterráneos de un castillo en Europa sin
solución de continuidad, como si no existieran distancias ni calendarios:
aparecen en un lugar, cumplen su cometido, y regresan al limbo hasta la próxima
semana, en que vivirán para acometer otra peripecia similar que continúe el
ciclo”. Es el mismo esquema mítico que Umberto Eco en Apocalípticos e integrados había asociado con las historietas
clásicas de Superman. Y, de hecho, mis ojos infantiles no veían en Roberto
Alcázar y Pedrín a dos propagandistas de un régimen franquista que, por otra
parte, acababa de llegar a su fin, sino que encontraban en ellos simplemente a
dos versiones castizas de Batman y Robin. La diferencia principal, por
supuesto, era que Roberto y su amiguito no llevaban máscara ni tenían identidad
secreta, pero eso me parecía lógico. Eran héroes españoles, y en España
disfrazarse era de mamarrachos. ¡Ah, quién viviera en América, donde estaba
aceptado universalmente que los héroes de acción salieran por la calle
cubiertos de mallas de colores, calzoncillos sobre los leotardos, capa y
máscara con orejas! ¡Donde tiarrones vestidos de Carnaval eran un ejemplo de
civismo para la sociedad!
Probablemente una de
las claves del éxito de Roberto Alcázar y
Pedrín fuera que la serie había conseguido encajar a los dos modelos de la
tradición heroica española en una sola pieza: el caballero andante y el pícaro.
El honorable y el vividor. Y cuando digo en una pieza no quiero decir que
Roberto representara al caballero y Pedrín al pícaro. Ambos tomaban los
atributos de los dos simultáneamente. Lo hacían cada vez que luchaban a
puñetazos contra sus enemigos, convertidos en gallardos caballeros que, sin
embargo, usaban un lenguaje soez, de gran efecto cómico, que pasó al lenguaje
popular de forma indeleble, desde el famoso “ostras, Pedrín” hasta el “jarabe
de palo” que el joven era tan aficionado a administrar, optando siempre por la
estaca antes que el arma de fuego a la hora de elegir sus herramientas antes de
una refriega con algunos bandidos.
Pedrín era un
manantial de ocurrencias. “El tío del turbante es un mangante. ¡Leña con él!”,
dice refiriéndose a un enemigo hindú. Cuando persiguen a un rival en fuga,
Roberto exclama: “¡Cómo corre el condenado!”, a lo que Pedrín replica: “Parece
una cocinera cuando se le pegan los garbanzos. ¡Vaya carrera!” Lo que a menudo
se olvida es que Roberto también era dado a soltar perlas como “recua de
asesinos” y otras expresiones por el estilo.
Roberto Alcázar y
Pedrín vivieron una vida alegre de peleas a puñetazo limpio en peripecias más o
menos idénticas hasta que entre 1946 y 1948 les tocó enfrentarse a su más
grande aventrua, que se prolongó entre los números 94 al 120 de la serie.
Escrita por Pedro Quesada (1926-1988), hermano de Miguel Quesada (dibujante de Pequeño Pantera Negra) y cuñado de
Manuel Gago (creador de El guerrero del
antifaz), la saga del Hombre Diabólico es una monumental epopeya del
tortazo que se pone en movimiento en la primera página y no se detiene hasta el
final. ¿Y cómo se pone en movimiento, por cierto? Con una visita de la pareja
protagonista al comisario de policía: “Nos aburríamos y pensamos que tal vez
tuviese usted algo raro por ahí…” Pues sí, casualmente el comisario tiene “algo
raro por ahí” para entretener a los diletantes amigos. ¡Realmente, las cosas
eran más sencillas antaño!
La grandeza de esta
historia deriva del archivillano Svimtus, el Hombre Diabólico, un genio del mal
vestido con apariencia draculiana y dotado de un abrumador poder hipnótico.
Svimtus está decidido a someter al mundo entero mediante el uso de su terrible
rayo de la muerte, capaz de matar a distancia. Al lado de Svimtus se alzarán el
científico loco Graham y, posteriormente, el pérfido príncipe hindú Sher-Sing,
configurando los tres el llamado Trío Maldito. La historia es un ir y venir de
encontronazos entre unos y otros, que se capturan mutuamente y se amenazan de
muerte de cien maneras distintas, persiguiéndose sin respiro por todo el globo,
desde Europa hasta Asia pasando por África. Por el camino dejan un reguero de
muertos y actos de violencia salvaje. Tal vez uno de los rasgos que distinga a
esta historia sea su cruel brutalidad, a la vez que ciertos elementos de
ambientación terrorífica. Por ejemplo, cuando Graham es capturado, Svimtus le
libera asaltando a sangre y fuego la prisión de Nordfolk sin reparar en la
carnicería que provoca. En otra ocasión, matan a sangre fría a un conde y acto
seguido se ríen despiadadamente a la cara de su hijo: “Hemos adelantado el
fausto acontecimiento” (de la sucesión).
Roberto Alcázar y
Pedrín alcanza en esta dimensión su máximo esplendor, como una pura máquina
imparable de emociones desbocadas que mantiene un rendimiento regular semana
tras semana. No hay altibajos en su suministro de potencia o reparto de leña.
Podríamos decir que son unos diésel de la violencia. El plano general que con
frecuencia utiliza Vañó, sea para situar una escena o para conducir una
conversación entre dos interlocutores, transmite una claridad incontestable a
la acción, y facilita que el ojo del lector navegue entre los estupendos
tumultos que cada poco se forman. Ésta tal vez sea la escena más distintiva de
la serie, la marca de la casa, por así decirlo. La bronca de bar elevada a
ejercicio de lo inefable.
Me atrevo a decir
que si Roberto Alcázar y Pedrín se
publicase hoy en día, sería un manga de acción para chicos. De consumo rápido,
narración oxigenada y ritmo pausado en el desarrollo de los acontecimientos (es
más importante el cómo que el qué), en su época de esplendor, cuando
la televisión aún no dominaba el consumo de ocio de los hogares, era un
verdadero producto de masas, sencillo y dinámico.
La aventura del
Hombre Diabólico es tan potente que su tremebundo final (¡todos mueren!... me
refiero a los malos, claro) da lugar a un epílogo casi más macabro aún,
protagonizado por un científico loco en forma de gorila que roba cerebros de
los cadáveres de los cementerios para crear un suero que convierta a los
hombres en asesinos furiosos. Es así como Roberto
Alcázar y Pedrín se nos revela como una verdadera joya del pulp castizo, un
producto cultural tan ínfimo que por momentos roza lo sublime. Escribe sus
propias reglas y no pide perdón a nadie.
No se puede separar Roberto Alcázar y Pedrín de sus
parodias. Es posible no haber leído el tebeo original, pero es difícil no
haberse tropezado con alguna de sus versiones cómicas posteriores, que han sido
numerosas y, con frecuencia, brillantes. Una de las primeras con las que
tropecé fue una página escrita por Josep María Beá en Comix Internacional donde se detallaban las diferencias entre
Roberto Alcázar y Rip Kirby, el elegantísimo detective-dandy creado por Alex
Raymond. Por mencionar algunos de los puntos de divergencia: “Lugar de
nacimiento. Rip Kirby: Departamento de obstetricia, Clínica Mayo, Rochester,
Nueva York, USA. Roberto Alcázar: Almendralejo del Choto, provincia de
Valladolid. Comadrona en domicilio. Posteriormente, la familia se traslada a
vivir a Madrid, calle Serrano. Estudios. Kirby: Licenciado en Derecho Criminal;
en Sociología y en Psicología por la Universidad de Harvard, entre otras
licenciaturas. Alcázar: 2º curso Peritaje Mercantil. Seminario «El poder de la
mente», Dale Carnegie. Viajes. Kirby: Todo el mundo. Alcázar: Monasterio de
Piedra. Cada año. Juegos de salón. Kirby: Bridge. Black Jack. Ajedrez. Saloon
Cricket Sweden, entre otros. Alcázar: Hijo puta. Burro. Mona. Garrafina”. La
lista comparativa, en fin, continuaba con muchas más categorías, y en parte lo
que hacía Beá con este contraste era poner de manifiesto las ansiedades y
complejos culturales españoles frente a las naciones que encarnaban un progreso
inalcanzable para nosotros después de cuarenta años de aislamiento en la
dictadura. Una dictadura que precisamente venía a encarnar en Roberto Alcázar y Pedrín, pues no en
vano la existencia de la serie se superpone casi exactamente con la del
gobierno de Franco. En un juego irónico de efectos hilarantes, Ignacio
Vidal-Folch y Miguel Gallardo (autor de Makoki)
le dieron la vuelta a esa idea durante los años noventa en su fenomenal Roberto España y Manolín. Los autores no
sólo mimetizan maravillosamente la estética y el lenguaje de la obra original,
sino que la revientan al convertir a los héroes en concienzudos defensores de
la democracia. Otros lo utilizaron como espejo sobre el que reflejar décadas de
olvido, como Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio, que lo toman como uno
de los motivos clave sobre los que gira El
artefacto perverso (1996).
Cada parodia y revisión
confirma el estatuto de iconos de Roberto Alcázar y Pedrín. Por eso, durante
años me dio vueltas en la cabeza la idea de resituar a un personaje tan de su tiempo en la España de
nuestros días. No como parodia, y no como una restauración literal, tampoco. El
Roberto Alcázar que yo veía tomaba su punto de partida del original, que había
leído en mi infancia, pero también se apoyaba en el mito que había generado en
las décadas que llevaba inactivo. El proyecto, al que llamé ¡García! lo desarrollé durante años con
Manel Fontdevila, y finalmente pasó a las manos de Luis Bustos, que es quien lo
ha completado en dos novelas gráficas que en el momento en que escribo estas
líneas se encuentran en su etapa final de producción. ¡García! probablemente nació el día que mis ojos se posaron por vez
primera en la primera viñeta de la historia del Hombre Diabólico. Mayor
homenaje no puedo hacer a su legado.
Esta tarde Luis Bustos y yo presentamos ¡García! 2 en Barcelona (véase entrada siguiente). Para celebrarlo, recupero aquí el texto que escribí en Cómics sensacionales sobre Roberto Alcázar y Pedrín contra el Hombre Diabólico, una de las fuentes de inspiración de nuestro intrépido aventurero.
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