martes, 16 de abril de 2013

UN JUEGO INTELECTUAL



Intento no recurrir a la hipérbole porque la exageración erosiona la credibilidad, pero en este caso creo pertinente un gesto de contundencia: La soga (2012, Ultrarradio) de Zer (Sergio Arredondo Garrido) es el tebeo español más extraordinario que he leído durante el último año.

Inspirado en la célebre película del mismo título de Hitchcock (que a su vez remite a una obra de teatro que a su vez remite a un suceso real), este cómic singular ya desde su formato se emparenta directamente con los ejercicios narrativos de algunos de los experimentadores norteamericanos más audaces del momento. No se pueden ver sus páginas sin pensar en Chris Ware, por supuesto, y también en el fascinante Coin-Op de Peter y Maria Hoey. La relación superficial está en el uso de un estilo gráfico aséptico propio de los manuales de instrucciones, que parece aspirar a una claridad objetiva inhumana, pero hay una relación más profunda que se encuentra en el interés por trabajar sobre flujos de información no lineales ni secuenciales. En el caso de Zer, con una exploración a fondo y casi sistemática de las posibilidades del diagrama aplicado a la narración. Esta perspectiva pone en cuestión las tradiciones representativas que el cómic ha venido asumiendo de forma inercial como herencia de las artes plásticas clásicas, en especial la traslación a la viñeta de la idea de la ventana albertiana, sustituida aquí por la viñeta como contenedor de signos (una expresión que tomo del artículo de Eddie Campbell en Supercómic). Pero en el caso de La soga, además, esta meditación se extiende al cuestionamiento de la expresividad como elemento denotativo. Es decir, la emancipación de las convenciones plásticas que identifican la alteración de las emociones con la deformación del dibujo. En el universo que plantea Zer, un catálogo de iconos basta para que el lector navegue sin perderse por el mar de los afectos humanos. Para que navegue, diríamos, con una certidumbre casi inhumana.

En ese sentido, es adecuado que Zer haya emprendido este experimento con una historia que se basa en un nudo, es decir, en un hilo que se vuelve sobre sí mismo hasta cerrarse finalmente. Hay una gran parte del público que se lleva las manos a la cabeza cada vez que oye las palabras «experimental» aplicadas a un cómic (o a cualquier otro producto, por cierto), pero la cita a Hitchcock nos recuerda que éste, el más comercial de los directores, también fue siempre un decidido experimentador formal, y que obras como La soga son ante todo un gran ejercicio de estilo, aunque el protagonista sea una gran estrella de Hollywood como Jimmy Stewart.



En el ejemplo que he incluido sobre estas líneas (gracias a la amabilidad del propio Zer, que me ha facilitado la doble página) se puede ver uno de mis momentos favoritos de La soga. Todos los personajes están por fin reunidos y mantienen diversas conversaciones. Ésta es una escena que resulta muy fácil resolver en una novela, porque está aceptado que se pueda describir sin representarla («Rupert Cadell y la sra. Atwater charlaban animadamente sobre la comida») y que puede ser extraordinaria en cine (ofrece la oportunidad al lucimiento de los actores si se les entregan unos buenos diálogos), pero que suele ser temida y evitada como la peste en el cómic. La primera opción, la de describirla, no se contempla; la segunda, la de representar los brillantes diálogos, parece que sólo puede conducir a una cantidad intolerable de páginas y páginas de bustos parlantes. Cualquiera que haya hecho alguna vez la prueba de transcribir treinta segundos de conversación tomada de una película a bocadillos de diálogos en cómic convenientemente repartidos y ritmados a lo largo de las viñetas precisas, habrá comprobado que el efecto de descompresión es desalentador. La solución diagramática de Zer es fascinante: En la fila superior, identificamos a cada uno de los personajes que participan en la conversación tal y como están al principio de la misma, mientras que en la inferior los vemos tal y como están al final. En la columna de la izquierda aparecen representados icónicamente los temas de discusión. Los círculos señalan qué conversaciones se producen entre qué personajes y qué extensión tienen. Las conversaciones fundamentales que mantiene el genio diabólico Philip Morgan sobre la inteligencia, la muerte y el superhombre se desarrollan al margen mediante iconos. ¿No es fácil interpretar esta tabla de superficies? Tal vez, pero por eso La soga incluye una deliciosa hoja aparte con instrucciones de uso: ¿Cómo leer este cómic?

Habrá quien diga que esta opción narrativa es demasiado complicada, o demasiado intelectual y fría. Pero acusar a algo de demasiado complicado es como acusarlo de demasiado simple, y en cuanto a la frialdad intelectual, parece extraordinariamente adecuada cuando la obra versa sobre la inhumanidad de la moral superhumana. Pero hay algo más que uno podría plantearse: ¿por qué siempre pensamos que aquello que incide en la emotividad y los sentimientos es muy humano? ¿Acaso el intelecto no es un rasgo humano? ¿Somos más lo que somos cuando chillamos o cuando pensamos? La pregunta, al fin y al cabo, se me ocurre después de leer este tebeo.

2 comentarios:

Nicolás Castell dijo...

Yo soy de los que piensan que el dibujo debe adaptarse a la naturaleza de lo que se esté contando y no al revés. Pienso que es muy acertado lo que mencionas sobre su estilo gráfico, es muy coherente con el mensaje de la historia. Gran artículo, ¡un saludo!

David Intramuros dijo...

¡Que pasada!.

Según acabé de leer el post ya hice el pedido en la web de Ultrarradio. Allí indican que se trata de una edición de 50 ejemplares, así que corran!