lunes, 17 de octubre de 2011

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 13: UN DISCURRIR ANODINO

(PARTE DEL CAPÍTULO SESENTA AÑOS DE TEBEOS)

UN DISCURRIR ANODINO

Tras la fugaz y deslumbrante inspiración que supuso la media docena de Englehart y Rogers, a Batman le esperaba una larga travesía del desierto, un peregrinaje a través de un vasto valle llano y vacío sin apenas oasis en los que refrescarse. Tampoco es que a partir de ese momento cayera en un pozo de historietas bochornosas con guiones ridículos y dibujos incompetentes, ni mucho menos. Profesionales más que fiables se encargaron de seguir narrando sus andanzas, pero lo hicieron sin recuperar el toque mágico, sin remontar el vuelo, dejando que Batman se sumergiera poco a poco en el pozo de los superhéroes indistinguibles y vulgares, uno más entre tantos otros enmascarados. Y no es que lo pareciera a simple vista, ya que la respuesta a la partida de Rogers fue vibrante. En Detective 480 (1978), Batman recibía una de las mayores palizas de su vida a manos de “La perfecta máquina de luchar”. El episodio, impresionante por el tenso y deprimente guión de O’Neil, es significativo por servir de bienvenida a Don Newton, un excelente dibujante que acapararía la mayor parte de las páginas del Cruzado Encapuchado hasta la primera mitad de los ochenta, cuando falleció prematuramente. Newton, que se había hecho un nombre dibujando historias de terror y haciendo series como Shazam!, protagonizada por el Capitán Marvel original, era un dibujante exquisito, brillante y de una gran personalidad. Su estilo, a la vez bruto y preciso, más evocativo que minucioso pero nada descuidado, extraña en un personaje como Batman, porque no sigue las pautas de ninguno de sus predecesores ni contemporáneos. Si Irv Novick, Jim Aparo e incluso Marshall Rogers se esforzaban denodadamente por mantener vivo el espectro de Neal Adams, Don Newton dibujaba Gotham City como si fuera el primer autor del personaje. Acompañado frecuentemente por el entintador Dan Adkins (1937), Newton dejó extraordinarias páginas repletas de sombras, reflejos, extraños juegos de luz y cortinas de lluvia que barre violenta el escenario como una manga de viento. Dick Sprang, una autoridad donde las haya a la hora de juzgar las distintas versiones gráficas de Batman, dijo de Newton: “Me gustaba su Batman. Tenía mucho movimiento. Si comparas a Newton y Sprang, te sorprenderá su uso de las masas de negros. Utiliza muchas más de las que yo podía emplear. El Batman de Newton era más oscuro, más temperamental. Newton era un pedazo de artista.

En inmediata sucesión a “The Perfect Fighting Machine”, Detective Comics presentó en sus números 481 y 482 una historia verdaderamente memorable con guión y dibujos de Jim Starlin (1949) y entintado de P. Craig Russell (1951), pero por desgracia el paso de Starlin y Russell por la colección fue tan estremecedor como efímero.

Si este par de episodios son brillantes, su valor no es más que anecdótico, y nunca representativo del momento. Corrían malos tiempos para los grandes editores americanos: 1978 es recordado en los anales del medio con el significativo título de El año de la implosión DC. La carrera entre Marvel y DC por inundar el quiosco había provocado un crecimiento desmedido e irracional en los dos colosos, que cayeron con estrépito al confirmarse el hundimiento inesperado de las ventas. DC se llevó la peor parte, y un dato resulta suficientemente esclarecedor: entre 1975 y 1977, la editorial de Superman había lanzado más de 50 nuevos títulos. En 1978, sólo tres de esos cincuenta títulos sobrevivían. No es de extrañar que de esta precaria situación naciera el concepto de “Serie Limitada”, una de las innovaciones más importantes en el desarrollo editorial de la industria, y que se estrenó con los tres números de World of Krypton (1979, DC). Al año siguiente sería Batman el que recibiría el novedoso tratamiento, con Untold Legend of Batman, tres números a cargo de Len Wein, John Byrne y Jim Aparo.

Esta búsqueda de nuevas fórmulas con las que sortear la crisis también afectó a los títulos mensuales del Señor de la Noche, que vio cómo Detective se convertía al “formato dólar”, con 68 páginas y la familia al completo rellenando la revista: junto a la historia principal de Batman, en Detective aparecían las aventuras de Robin, Batgirl, Man-Bat, Batmito, Alfred, el comisario Gordon, y un puñado de héroes DC sin casa que les cobijara pero a los que la editorial intentaba mantener vivos, como Demon, el Hombre Elástico, Relámpago Negro, Tornado Rojo o la Diana Humana. El pintoresco formato fue abandonado pronto, para que Detective adoptara su configuración casi definitiva, con 32 páginas por número, desglosadas en una historia principal de Batman y un complemento, preferentemente de Robin o Batgirl. Casi definitiva porque, aunque hoy en día Detective conserva ese mismo número de páginas, las ingratas historias de complemento han sido erradicadas del concepto moderno de comic book.

Tampoco es de extrañar que en estas alarmantes circunstancias se produjera movimiento de personal. El veteranísimo Julie Schwartz, que desde 1970 había compaginado el timón de Batman con el de Superman, nada menos, por fin cedió el sillón de editor a una sucesión de profesionales que no acabaron de estabilizarse en el puesto: Paul Levitz, Dick Giordano, Len Wein... Este último se mantuvo en el cargo entre 1982 y 1986, hasta cederle el trabajo a Denny O’Neil, quien actualmente sigue ocupándose de regir los destinos del Hombre Murciélago y su familia de derivados como legítimo heredero de Julie Schwartz.

Aunque no sería justo describir como lamentable el período comprendido entre el “Batman definitivo” de Englehart-Rogers y el resurgimiento del interés público por el Detective Enmascarado a lomos de The Dark Knight Returns y la primera película de Tim Burton, lo cierto es que este tramo apenas merece otro calificativo que el de anodino. Únicamente el fan integral de Batman se puede interesar por esa época, y de hecho, parece que sólo los fans integrales de Batman lo hicieron. Quien se decida a intentarlo, se encontrará con historias correctamente escritas y excelentemente dibujadas, con un producto digno y entretenido, pero que carece del relieve necesario para destacar frente al aluvión de superhéroes mensuales y que se fue quedando atrás en la carrera por atraer al lector mientras el espectacular éxito de los X-Men marvelianos cambiaba el tipo de público y de superhéroe de los 80.

Entre lo más destacable de esos años, mencionaremos algunas historias sueltas del frecuentemente soso Len Wein ilustradas en ocasiones por Walter Simonson o José Luis García López o, ya con mayor entusiasmo, una larga etapa escrita por Gerry Conway y dibujada por Don Newton y Gene Colan. Conway (1952) es uno de los más recomendables guionistas surgidos durante los setenta. Crecido a la sombra de Stan Lee en Marvel, Conway escribió lo que quizás sea el mejor tebeo de superhéroes de todos los tiempos, el Spider-Man de la primera mitad de los 70, ilustrado por luminarias como Gil Kane, John Romita y Ross Andru, y posteriormente desarrolló una intensa labor en DC. Tras su paso en los 80 por Batman y Detective, estaría una temporada escribiendo para televisión antes de volver en otra estupenda etapa a su querido Spider-Man. Los guiones de Conway suelen reunir un conjunto de virtudes (ritmo, imaginación, buenos diálogos) y una ausencia de defectos (insensatez, vulgaridad, predecibilidad) que los elevan notablemente por encima de la media dentro de lo que suelen ser demasiadas historias de superhéroes. En los años que dedicó a Batman se aplicó con ganas, y repitió algunas características del “modelo Englehart”, es decir, insertó al Hombre Murciélago dentro de un escenario de subtramas cotidianas pobladas de personajes secundarios con capacidad de desarrollo y crecimiento. Personajes secundarios que, en buena medida, había dejado colocados Englehart: el fantasma del profesor Hugo Strange, el jefe Rupert Thorne, el alcalde corrupto Hamilton... Además, como otros antes que él, se revisó los episodios originales de Finger, Fox y Kane y realizó algunos “remakes” de las aventuras de 1939, como la del Monje Rojo (que había aparecido en Detective 31 y que en su nueva encarnación convertía a Batman y Robin en vampiros) o como la de Carl Kruger, jefe de la Horda Roja que amenazaba a Gotham desde un dirigible (visto por vez primera en Detective 33). Conway corrigió un error que ya duraba demasiado, devolviendo a Batman a la Mansión Wayne. Para acabar de recomponer la imagen clásica del Cruzado Encapuchado, Conway y Doug Moench, el otro guionista predominante en esta época, concibieron un nuevo Robin. El segundo Prodigio Juvenil, Jason Todd, se estrenaría oficialmente con el antifaz en Batman 368 (febrero 1984), iniciando una carrera que iba a ser conflictiva y breve. En principio un calco absoluto de Dick Grayson, a Jason Todd la mala sombra se le atravesaría en el camino desde el primer momento, y al mismo tiempo que cada vez resultaba más antipático a los lectores, los autores tomaban decisiones que no hacían sino empeorar su imagen. Pero con la mudanza a la Batcueva original y un Robin al lado de Batman, todos los planteamientos imperantes durante los 70 quedaban definitivamente desactivados. Con el apoyo de dibujantes como Don Newton, de quien ya hemos hablado, y Gene Colan (1926), uno de los grandes genios de Marvel, para la que dibujó el Capitán América, el Hombre de Hierro y, especialmente, Daredevil, Conway compuso una lectura más que decente, aunque carente de la chispa especial que la convirtiera en imprescindible para el público menos batmanófilo. No era tanto un problema de autores como de dirección editorial. Una prueba de cómo la personalidad de Batman se estiraba a veces hasta poner en duda su credibilidad está en el relevo de The Brave & The Bold. La colección que había hecho confraternizar a Batman con el resto del Universo DC durante años concluyó en 1983, sólo para ser sustituida por Batman and the Outsiders, una serie mensual en la que el supuestamente solitario Señor de la Noche se convertía en jefe de un grupo de jóvenes y coloridos superhéroes. Repleta de escenarios grandiosos, odiseas universales y supervillanos de superpoderes escandalosos, Batman and the Outsiders no contribuyó precisamente a reforzar las señas de identidad del héroe de Gotham. Así, no es de extrañar que cada vez costara más distinguir el alter ego de Bruce Wayne de cualquiera de las decenas de justicieros enmascarados que superpoblaban el ficiticio mundo del comic book 20 años después del inicio de la Edad de Plata.

De estos años hay que rescatar un par de números extra que brillan con luz propia: Batman Annual 8 (1984) y Batman Special 1 (1984). Escritos ambos por Mike W. Barr, guionista que ha firmado desde lo más desatinado a lo más sugestivo, dependiendo a menudo de quién lo ilustrara, uno y otro se benefician respectivamente del trabajo extraordinario de Trevor Von Eeden y Michael Golden, dos dibujantes de talento desmesurado que raras veces parecen dispuestos a emplearlo en su totalidad.

En el Annual 8, Von Eeden apabulla al lector con una planificación de página espectacular, que cruza el tebeo desplegado de izquierda a derecha, en diagonal y ambos sentidos, y que por comparación hace parecer constreñidos los esfuerzos de Rogers, remachando además el exuberante diseño con un dibujo de trazo limpio, extremadamente desnudo y grácil, que hace de la anatomía un jeroglífico geométrico. Todo ello para ilustrar otro de los aparatosos enfrentamientos entre Batman y Ra’s al Ghul, el cual probablemente por la generosidad de Von Eeden resulta más interesante de lo que Barr podía suponer.

En cuanto al Special, Golden ha sido siempre una de las grandes esperanzas no confirmadas del comic book de superhéroes en general, y de los fans de Batman en particular. Los seguidores del Señor de la Noche se han beneficiado especialmente de los raros trabajos de Golden, que siempre ha dejado a sus lectores con ganas de más. Por eso, una historia de casi 40 páginas completamente dibujada por él resulta una joya extraña. El guión de Barr, inspirado, según confesión propia, en un relato de Ellery Queen, ayuda a completar el atractivo, ya que nos presenta a The Wraith, “El Jugador del Otro Lado”, un archicriminal que es el reverso tenebroso de Batman, ya que de niño sufrió la misma tragedia que Bruce Wayne, aunque con los papeles de los actores cambiados. En su caso, su padre era un delincuente, y la bala que lo mató salió de la pistola de un policía. Durante los años siguientes, mientras el joven Bruce recibía la mejor educación que se puede pagar y aprendía de los más brillantes tutores, el otro niño sufría las desgracias que afligen a los marginados de la sociedad y crecía impulsado por el mismo ansia de venganza que Batman, pero, en su caso, de venganza contra la ley y el sistema. Aparte del interés dramático que siempre aporta el enfrentamiento del héroe con su “gemelo malvado”, lo curioso de esta historia es que pocas han revelado tan en carne viva una de las grandes verdades demostrables de Batman: que es una fuerza de represión al servicio del orden establecido y en defensa de los valores de la sociedad dominante. Es un millonario vestido de cuero que sale por las noches a pegar a delincuentes y enfermos mentales. No sabemos si cuando Barr concibió al compadecible Wraith tenía en mente tan subversiva tesis.

Estos años también darán para lo pintoresco. En “Curse of the Inquisitor” (Batman 320, 1979, Denny O’Neil e Irv Novick), el Detective Enmascarado viaja hasta España (concretamente hasta un pueblo que parece sacado de un México de cartón piedra) para enfrentarse a un asesino en serie que ejecuta a sus víctimas con métodos inspirados por los Siete Pecados Capitales, talmente como el Kevin Spacey de Seven.

Junto a Conway, el otro guionista más destacado de las colecciones mensuales de Batman será el mencionado Doug Moench (1948), a cuya imaginación se deben un par de personajes secundarios que se incoporarán al mito en esta época. Uno de ellos es Nocturna (Batman 363, 1983), una pálida delincuente de look siniestro, a la que costaría distinguir de la hoy popular Muerte, hermana de Morfeo en Sandman.

El otro personaje, más prosaico, ha cuajado no sólo en los tebeos, en los que se ha ganado un papel fijo, sino incluso en la serie de animación. Se trata del malhumorado y desaseado sargento Harvey Bullock, de la policía de Gotham, que debuta en Batman 361 (1983).

Tras la traca de Batman 400 (octubre 1986), un extra de aniversario que incluía una introducción de Stephen King y colaboraciones de Arthur Adams, Berni Wrightson, Brian Bolland, Steve Rude, Joe Kubert, John Byrne, Bill Sienkiewicz y Mike Kaluta entre otros, Wein abandonaría definitivamente las tareas de editor. La entrada en el puesto de O’Neil, combinada con una serie de proyectos especiales que se harían públicos en los próximos años, darían origen a una nueva Edad de Oro para Batman.

2 comentarios:

WOLFVILLE dijo...

Suscribo casi todo lo expuesto, y es que en efecto estas etapa es más para completistas que para buscadores de lo más memorable del hombre murciélago. Pero es cierto que algunos guiones de Moench, los dibujos de Gene Colan o todo un super secundario como el teniente Bullock son motivos más que suficientes para al menos sentir un gran cariño por este periodo.

Y por cierto la estabamos pillando entera en Español con el "Clásicos" que estaba sacando Planeta, pero tras el trasvase de derechos... se abre el abismo.

Un saludo!!

Santiago García dijo...

Yo le tengo mucho cariño a esta etapa. Y precisamente ahora también DC está reeditando los episodios de Gene Colan y los de Don Newton. Newton es un dibujante a reivindicar.