lunes, 30 de noviembre de 2009

MI PATRIA ES EL TEBEO

El sábado por la mañana, aprovechando que estaba descargado de actividades en el salón de Getxo, un grupo de amigos nos acercamos al Guggenheim, donde pudimos disfrutar de una excelente exposición sobre Frank Lloyd Wright (un arquitecto cuyo nombre está precisamente unido al de la Fundación desde que diseñó el emblemático edificio de la misma en Nueva York). Además de montones de planos y maquetas, una de las secciones de la exposición que más nos llamó la atención fue la dedicada a la tarea educativa de Wright en Taliesin Oeste, donde los estudiantes estudiaban en un entorno natural donde no sólo aprendían arquitectura, sino también a convivir unos con otros, como atestiguaban algunas películas caseras.
Revisar la historia del arte es revisar la historia de grupos y comunidades más o menos amplios que desarrollaron su propia visión del arte y de la vida en un momento determinado, diferenciándose no sólo de otros movimientos contemporáneos, sino también, y de forma aún más importante, de sus predecesores. Con mayor o menor organización o rigor, los artistas asociados formalmente en la Bauhaus, los irregulares vecinos del Bateau-Lavoir o los estudiantes de Wright en Taliesin encontraron en sus compañeros apoyo moral, pares con quienes discutir y reflexionar, rivales con quienes competir, y, sobre todo, un círculo de semejantes que les ayudó a definir su propia identidad y a descubrir y resolver los problemas de su tiempo.
Esto es una de esas cosas de las que ha carecido la historia del cómic, y que ahora echamos mucho de menos.
El dibujante de cómics, de siempre -y más ahora- ha tendido a ser solitario y a trabajar aislado, y la mayoría de las grandes escuelas -sea el Marvel Way, el Style atome o la Escuela Bruguera- son fruto más del control de los cómics de masas tradicionales por parte de la editorial que de iniciativas surgidas de los artistas. Cuando estos sí han compartido ese sentimiento de comunidad, como en el caso de los historietistas underground de San Francisco en los años 60, la energía que han generado ha sido tan intensa que ha sido capaz de transformar la historia del cómic.
Pero en general, eso no se ha dado y no se da.
Y creo que, en cierta manera, eso es lo más importante de eventos como el Salón de Getxo de este fin de semana. Sirven para que quienes practicamos día a día este arte de las viñetas aislados en nuestros estudios de Vigo, Manresa, Bilbao, Madrid, Valencia, Granada o Huesca nos encontremos con nuestros semejantes, nos reconozcamos y descubramos que también formamos una comunidad. Que no estamos solos.
En el momento actual, creo que únicamente los salones del cómic producen la dinámica de un "mundo del cómic" en España. Los que nos reunimos allí -y no me refiero sólo a los historietistas, sino a lectores, blogueros, libreros, editores y comunicadores- no somos un grupo ni una asociación, pero cuando nos vemos las caras, nos reconocemos como hijos de la diáspora de una patria sin tierra.
Todo lo cual me lleva a decir lo siguiente: Gracias, Borja. No tenías por qué hacerlo, pero es bueno que lo hagas.

Van aflorando fotos de Getxo en flickr:

También en el blog de cortocuentos.

4 comentarios:

Pepo Pérez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pepo Pérez dijo...

Hay casos aislados en los que de forma más o menos consciente o inconsciente se buscaba ese sentimiento de comunidad en el cómic, aunque supongo que eran poco duraderos y bastante informales. Se me ocurre a bote pronto el estudio que compartieron a principios de los ochenta Howard Chaykin, Walt Simonson y Frank Miller -entre otros-, pero ESPECIALMENTE el atelier Des Voges (y de Nawak) por los que pasaron en los noventa Émile Bravo, Trondheim, David B., Blain, Marjane Satrapi, Sfar, Guibert, Boilet y otros. Me de la sensación de que ahí se coció BASTANTE del principal movimiento impulsor de la revolución del cómic francés de los noventa.

Volviendo a los salones, cualquiera que haya estado en el de Angulema, como tú y como yo, se percata de ese sentimiento de comunidad entre autores, aunque sea transitorio y sólo se vean ahí una vez al año, porque es tan fuerte que desde fuera se percibe.

Santiago García dijo...

Muy buen ejemplo el del Atelier des Vosges, Pepo. Probablemente el grupo más importante desde los underground de SF, y por supuesto también con una influencia enorme sobre lo que ha sido el cómic desde entonces.

Pepo Pérez dijo...

El caso del comix underground barcelonés, años setenta, podría ser otro, al menos es la sensación que siempre he tenido cuando he leído sobre aquel periodo. Aunque para saberlo a ciencia cierta habría que preguntarle a los protagonistas. Max o Gallardo pillan bien cerca..