Robert Crumb, quien fuera el padre del cómic underground durante los 60, acaba de publicar un Génesis en viñetas donde el irreverente crítico social proclama haber seguido los textos sagrados al pie de la letra.
La historia más grande jamás contada se ha convertido en la historia más grande jamás dibujada por mano de Robert Crumb, que ha realizado durante los últimos cinco años la que podríamos denominar “novela gráfica definitiva”, el hito final que confirma el tránsito realizado por el cómic durante la última década desde los arrabales de la cultura a sus esferas más prestigiadas.
Por supuesto que el Génesis de Robert Crumb no es la primera adaptación (parcial) de la Biblia a las viñetas. Las sagradas escrituras han sido tradicionalmente fuente de numerosas historietas didácticas infantiles y hasta se han visto convertidas en manga. Pero este libro tiene un carácter completamente distinto, en primer lugar por ser su autor quien es. Y es que Crumb no es sólo el historietista más importante de la historia; es, sencillamente, uno de los mayores artistas vivos del mundo.
Los psicodélicos 60.
Robert Crumb (Filadelfia, 1943), hijo de un militar, empezó a dibujar cómics de niño bajo la influencia de su obsesivo hermano Charles, quien acabaría suicidándose en 1992 durante la realización del documental Crumb, de Terry Zwigoff, donde aparecía la familia al completo. Robert, aquejado de lo que algunos han llamado el priapismo de la pluma, se convertiría en un dibujante incansable, amamantado con los cómics del Pato Donald de Carl Barks y con La pequeña Lulú de John Stanley. Sus primeros pasos profesionales los dio como ilustrador de tarjetas de felicitación, pero no llegaría a entrar en el sistema editorial del cómic, muy cerrado a principios de los 60 debido a la crisis del sector. Crumb acabó buscando su propia salida y, tras mudarse a San Francisco, publicó en 1968 Zap nº 1, el cómic (o comix, como vendría a denominarse) que encendería la chispa del underground como parte del movimiento generacional juvenil de los 60.
Desde el principio, Crumb fue reconocido como el rey de la nueva ola, y como un gran artista por derecho propio. Robert Hughes lo comparó con Bruegel. Sus historietas hundían las raíces en las formas tradicionales del cómic, incluidos los animales antropomórficos, como su Gato Fritz, pero eran vehículos para la expresión personal que oscilaban entre la crítica social y las obsesiones sexuales.
Un revolucionario nostálgico.
Paradójicamente, Crumb, si bien era el portavoz de una generación, una figura al estilo de Bob Dylan o Jerry García, se sentía sin embargo ajeno a ésta. Nostálgico de la Norteamérica previa a la cultura de masas, consideraba que la cima de la modernidad se había alcanzado en los años 20, y desde entonces todo iba en decadencia. Aunque aceptaba gustoso el amor libre y consumía LSD, rechazaba el rock ‘n’ roll en favor del blues primitivo grabado en viejos discos de 78 rpm. Vestido con una indumentaria propia de Buster Keaton, interpretaba viejas canciones con su grupo The Cheap Suit Serenaders. A mediados de los 70 se volcó en la música, saturado de su fama como historietista y acosado por el fisco, que le reclamaba una deuda importante. Crumb se fue desligando cada vez más de la menguante escena underground y abrió una nueva etapa para el cómic adulto con su revista Weirdo en los años 80. Sus inquietudes temáticas se fueron diversificando y por fin, harto de Estados Unidos, se mudó junto con su mujer Aline Kominsky-Crumb y su hija Sophie, ambas dibujantes, a un pueblecito del sur de Francia.
El nuevo antiguo testamento.
Ha sido allí donde Crumb, un dibujante minucioso, ha dedicado innumerables horas a realizar este Génesis, un proyecto nacido a partir de algunos garabatos humorísticos en torno a Adán y Eva. Sin embargo, no se trata en absoluto de una adaptación satírica. Crumb, que ha manifestado a lo largo de toda su carrera su desconfianza y rechazo a las instituciones, y entre ellas a las religiosas, se presenta en esta ocasión sin embargo como simple “ilustrador”. Por supuesto que todo traslado de una obra de un medio a otro supone una adaptación inherente, pero lo que Crumb quiere poner de manifiesto son dos cosas: la primera, que el texto original del Génesis aparece íntegro en sus viñetas (la portada americana anuncia que incluye “Los 50 capítulos” y exclama que “¡No se ha dejado nada fuera!”); la segunda, que sus dibujos no han reinterpretado en clave irónica el texto, sino que han intentado representar lo descrito en él de la forma más escrupulosa posible.
Por supuesto, Crumb no necesitaba tocar ni una coma del Génesis para mostrarlo como una obra que continúa plenamente sus temas más propios, entre ellos la obsesión por las mujeres fuertes, representadas aquí por la línea matriarcal de Sara, Rebeca y Raquel.
En “Joe Blow”, una historieta publicada en 1969, Crumb parodiaba a la típica familia norteamericana haciéndola protagonista de un incesto institucionalizado. Y el incesto y la traición entre hermanos son algunos de los temas recurrentes del Génesis que se ponen de manifiesto cuando éste se ofrece “tal cual”. El Génesis puede verse, más que como una excursión inesperada, como la clave maestra para interpretar toda la obra de Crumb, que se revela a su luz como un inmenso proyecto para descifrar los mecanismos secretos de funcionamiento de la sociedad humana y de su unidad más esencial, la familia. Los comentarios sobre el texto que introduce Crumb en la parte final, donde analiza los mitos mesopotámicos que pudieron servir de material de base para las sagradas escrituras, muestran su interés por encontrar el sentido a lo que parece una caprichosa acumulación de sucesos descabellados. No es de extrañar que Crumb se sintiera atraído por un texto en gran medida velado y alegórico, informe y brutal, porque en eso se parece a las historietas que lleva realizando toda su vida.
Para Crumb, la Biblia no es la palabra de Dios, sino la palabra de los hombres, y su dibujo pone de manifiesto esa humanidad divina, ya que, por mucho que se empeñe el autor, no existe la fidelidad, sino la pretensión de fidelidad. El dibujo relee implícitamente las palabras. Decía Barthes que “El cuadro, escriba quien escriba, no existe sino en el relato que se hace de él”, y podríamos decir en este caso que el texto, dibuje quien dibuje, no existe sino en el relato gráfico que se hace de él. Igual que Pierre Menard reescribió el Quijote palabra por palabra como una obra propia, Crumb ha reescrito el Génesis dibujo por dibujo haciéndolo suyo.
[Texto publicado en ABCD nº 921, 31 de octubre de 2009].
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