Jaime y Gilbert Hernandez son dos de los pilares más importantes del cómic alternativo americano. En los últimos meses han coincidido en nuestras librerías varias de sus nuevas obras.
En su crítica de La educación de Hopey Glass, publicada en el prestigioso The Comics Journal, Tim O’Neil se lamentaba de que ya no queda nada que decir de Jaime Hernandez: “Su solidez es su propio peor enemigo”. El reseñista parecía incapaz de hacer otra cosa que dejar testimonio de una trayectoria intachable que a lo largo de 25 años de creatividad ininterrumpida no ha tenido altibajos apreciables. Hablando en plata: se quejaba de vicio. Si Jaime ha tenido una trayectoria muy estable, ha estado estabilizada en la excelencia. Una excelencia tan portentosa que, a pesar de que cada vez que abrimos uno de sus tebeos sabemos exactamente lo que nos vamos a encontrar, siempre nos sorprende como si fuera la primera vez. La educación de Hopey Glass (La Cúpula) es fácilmente uno de los tres mejores cómics aparecidos en 2008 en nuestro país.
Tebeos y cohetes
La saga de los Hernandez es fundamental para entender el cómic americano moderno. Jaime (1959) y Gilbert (1957), junto a su menos pródigo y talentoso hermano mayor Mario (1953), empezaron a publicar sus historietas en la cabecera Love & Rockets, que desde 1982 editaría Fantagraphics, el sello editorial más importante del cómic alternativo americano (y editor de The Comics Journal, por cierto). Love & Rockets probablemente fuera, junto a las revistas Raw, de Art Spiegelman, y Weirdo, de Robert Crumb, el hecho más decisivo para la aparición de una nueva vía creativa en el cómic americano, una vía que recogía las cenizas del underground y las mezclaba con naturalidad con el tebeo comercial de los años 60. Jaime y Gilbert (o Beto, como también firma) aspiraban a hacer historietas de autor como las de Crumb, cuyo Zap Comix ya les había marcado en 1968. Pero sus influencias también recogían desacomplejadamente las lecturas infantiles de tebeos como Daniel el Travieso o Archie, y de los grandes de la Marvel original, Jack Kirby y Steve Ditko. Los Hernandez fueron la primera generación que reconciliaba la tradición marginal con la comercial. Love & Rockets causó un asombro inmediato, y en su estela Daniel Clowes, Peter Bagge y otros empezaron a reclamar un territorio inexplorado que hoy está siendo refundado como los Estados Unidos de la Novela Gráfica.
Locas de amor
Inevitablemente, la carrera de Jaime y la de Beto serían leídas en paralelo desde su inicio. A pesar de las profundas diferencias que hay entre la producción de uno y otro hermano, algunos aspectos comunes saltaban a la vista. Al mismo tiempo que acudían a la gran reserva común de la cultura popular americana (no sólo los cómics, sino también el rock y muy especialmente el punk), también dejaban patente en cada viñeta sus raíces hispanas. Nacidos en Oxnard, California, los Hernandez eran estadounidenses de primera generación. Su padre había llegado desde Chihuahua buscando trabajo, y su madre era texana, pero su familia se remontaba a los tiempos en que Texas pertenecía a México. Hasta aquel momento, las cuestiones identitarias habían tenido una presencia casi nula en el cómic americano, y nunca había habido un tebeo protagonizado por personajes hispanos que triunfara entre un público lector mayoritariamente blanco anglosajón. Para colmo, los protagonistas de las historias de los Hernandez eran mujeres, algo también inaudito, especialmente si no hablamos de mujeres objeto. Las mujeres de Jaime y de Beto eran mujeres de verdad.
Pero más allá de esas semejanzas superficiales, cada uno de Los Bros ha sabido construirse su propio universo narrativo y gráfico y contar historias muy distintas con sus propias reglas. Jaime ha desarrollado una especie de novela-río fragmentaria alrededor de Maggie Chascarrillo y Hopey (Esperanza) Glass, dos encantadoras punkettes de principios de los 80, amantes ocasionales, a las que los años cargan del peso de los desengaños y, en el caso de Maggie, de los kilos que gana con un realismo conmovedor. La primera mitad de La educación de Hopey Glass está dedicada a la vida de Hopey después de Maggie, mientras que en la otra mitad vemos cómo intenta sobrevivir a la misma pérdida Ray Dominguez, otro de los personajes que puebla el universo de Locas (nombre general con el que es conocida la serie). La técnica narrativa de Jaime, elíptica y alusiva, más basada en la ausencia que en la presencia, en la consecuencia que en la acción, permite que cualquier recién llegado pueda acceder de inmediato a esta saga con más de 20 años de historia.
Más allá de la frontera
Mientras que Jaime recreaba Oxnard en el imaginario barrio de Hoppers, Beto se labró una reputación con las historias de Palomar, un pueblo sin teléfono al sur de la frontera. El culebrón fantástico, que saltaba adelante y atrás en el tiempo para revelarnos los secretos de los habitantes de la aldea, suscitó de inmediato comparaciones entre Palomar y el Macondo de Gabriel García Márquez. La figura central de las historias de Beto era una matriarca, Luba, bañadora de hombres caracterizada por sus fellinianos pechos y el fálico martillo que siempre lleva en ristre. Una frase advierte al lector al inicio del primer volumen de Palomar, que acaba de ser reeditado por La Cúpula: “Donde los hombres son hombres y las mujeres necesitan sentido del humor”.
Love & Rockets terminó en 1996, al llegar a su número 50. Los Hernandez refundaron su revista entre 2000 y 2007, y a finales de 2008 acaban de publicar el primer número del tercer volumen. En él, Jaime visita regiones periféricas de su universo, y mezcla tópicos con sentimientos en una historia de superheroínas vinculada tangencialmente con sus Locas. Mucho más arriesgado se ha mostrado siempre Beto, como bien demuestran sus últimos trabajos. Una oportunidad en el infierno (La Cúpula), es una novela gráfica cuya relación con el mundo de Palomar se establece en el plano del metalenguaje: representa la primera película donde actuó Fritz, hermanastra de Luba. Es una ficción dentro de una ficción. El último título de Beto aparecido en Estados Unidos, Speak of the Devil, es la segunda de las películas de Fritz. Ambas obras parecen contagiadas del espíritu grindhouse que llevó a Quentin Tarantino y Robert Rodríguez a filmar su recreación del cine de serie B de los 60. Beto se confiesa también fascinado por las películas de exploitation, que en su exceso de sexo y violencia gratuitos llegan casi a la abstracción. Pero Beto, como autor que es, se siente obligado a transformar los códigos de la subcultura en alegorías de resonancias inagotables. Ese es el sino de los hermanos Hernandez, refundir la cultura de masas en una obra personal. O lo que es lo mismo: hacer tebeos que son gran arte, gran literatura.
[Publicado en ABCD nº 889, 14 de febrero de 2009]
No hay comentarios:
Publicar un comentario