miércoles, 18 de enero de 2012

EL DESTELLO DE UN DIAMANTE


Hay unas cuantas personas a quienes deseo que triunfen en el futuro tan dudoso que nos espera, y si es posible que triunfen a lo grande y pronto, y una de ellas es Carlos Vermut. Por tantos motivos más allá de la amistad. Porque se lo merece, claro, pero también porque es uno de esos visionarios que te inspiran y te hacen ver que las cosas, sencillamente, se pueden hacer de otra manera. Que contra viento y marea, contra todo lo que te dice el resto del mundo y de la sociedad, contra el sistema, uno todavía puede hacer lo que le dé la gana y no poner excusas. Lo único que hace falta es proponérselo y jugarse todo lo que lleva. No todo el mundo es capaz, ni mucho menos.

Carlos Vermut tenía una carrera en el cómic hecha de destellos: los fogonazos de El Banyán Rojo (Dibbuks, 2006) y Psico Soda (Dibbuks, 2007), que deslumbraban con la luz de un autor capaz de dar una verdadera visión moderna de viejos temas y posturas, un tipo que tenía la verdadera capacidad de poner al día el suspense y el misterio de los viejos géneros comerciales. Pero también, que no acabó de rematar ese proyecto con una obra madura. Después de ese par de libros de futuro, Carlos Vermut se esfumó de las viñetas, y ahora ha reaparecido el radar cultural con una película, Diamond Flash.

Diamond Flash es un largometraje de más de dos horas, escrito, dirigido y producido por Vermut. Cuando digo producido, quiero decir que lo ha pagado todo él de su bolsillo, gastándose hasta la última perra de la que disponía. Es una de esas cosas que sólo hace un genio o un loco. O un genio loco. La película recupera el tono y la personalidad características del Carlos Vermut de los tebeos -es decir, esa puesta al día personal de los géneros de siempre, en este caso los superhéroes- y formalmente sorprende por su madurez y su acabado. No parece una película novata ni cutre. No parece una película barata de aficionado. Las actrices y actores están mucho mejor de lo que estoy acostumbrado a ver en el cine español, y las limitaciones presupuestarias han provocado soluciones de puesta en escena que dan una dimensión superior a la película, al obligarle a buscar una retórica propia y evitar la imitación de los recursos de las grandes producciones a las que estamos acostumbrados. Pero esto no es un blog de cine, así que no pretendo hacer una crítica de cine. Sólo quería advertir contra los prejuicios habituales cuando uno oye la expresión «película autofinanciada por un dibujante de cómics debutante». Diamond Flash no es una peli de pega; por el contrario, es algo muy serio.

Lo que sí quiero mencionar son algunas de las cosas en las que me hizo pensar Diamond Flash mientras la veía, porque afectan a ámbitos narrativos que no se limitan al cine. Por ejemplo, el énfasis que pone Carlos Vermut en el detalle y en el primer plano. Los detalles no nos dejan ver el plano general, el argumento. Efectivamente, Diamond Flash es una de las películas más crípticas que he visto en mi vida, pero también los tebeos de Carlos Vermut trataban siempre de escaparse del lector, de dejar su significado enterrado en las calles entre viñetas o en los detalles discretos del fondo. El lector tenía que trabajar, como tiene que trabajar el espectador de Diamond Flash.

Lo que importa no es la historia, lo que importa es la intensidad de un detalle, de un instante vivido con demasiada cercanía como para comprenderlo cabalmente. Los grandes argumentos son sólo justificaciones. Así, en cierta manera, es como si la película fuera un comentario sobre sí misma, sobre su condición marginal, lateral. No se trata tanto de tener una ocurrencia argumental increíble como de contar las cosas utilizando esos cortes estáticos con los que vivimos la vida. Ésa es la manera en que Carlos Vermut conecta los géneros clásicos con la experiencia real, dándoles una vida que va más allá del cansino reciclaje industrial o de la nostalgia del manierismo.

Diría más: Carlos Vermut practica una idea que desde hace años me interesa mucho, la idea de sacar el tema o la iconografía del género. Algo que he aprendido con El Vecino es que un superhéroe no convierte un relato en un relato de superhéroes, al igual que también se puede hacer un relato de superhéroes sin superhéroes. Y Diamond Flash tiene un superhéroe, pero no pertenece al género de superhéroes. Lo cual es, finalmente, la única forma de dar nueva vida a un género agotado. No se trata tanto de revivir el cadáver del padre, como tantos intentan, sino de ayudar a caminar al hijo.

Repudio la pulsión mórbida de lo retro, y por eso no me gusta nada el cartel de Diamond Flash (que podéis ver al final de este post). Pero esta película me ha recordado de una forma que diría estremecedora a las películas que veía de niño, en los años 70, y preferentemente en la televisión. Películas del tipo de ¿Quién puede matar a un niño?, que para unos ojos inocentes se volvían algo enorme e incomprensible de una manera que no podían serlo para un adulto. Pues ahora que soy adulto, Diamond Flash me ha vuelto niño otra vez. Tal vez sea por la falta de información, por el peso abrumador de los detalles del que hablábamos antes, por esa sensación constante de estar inmersos en algo que nos supera, que vivimos como experiencia total, sensorial, rodeados por un misterio que no podemos detener y que parece ocultar un secreto indescifrable y final. Es como si dijéramos: si pudiera desentrañar Diamond Flash, podría desentrañar la vida. Por eso es importante no desentrañarla nunca. Ese terror pánico y muy primitivo hace que la veamos como un niño, igual que el superhéroe hace que la veamos como un adolescente, cuando en realidad la estamos viendo como adultos que ven una película indiscutiblemente adulta. Pocas películas he visto, pues, que merezcan tan apropiadamente el calificativo para todos los públicos.

Una última cosa: Diamond Flash está ambientada en mi barrio de Madrid. Reconozco sus esquinas y sus aceras. Y creo que es importante, cada vez más, localizar las cosas claramente, acercar las fantasías a la propia vida. Es la mejor forma en que hoy podemos proponer historias universales, y es algo que en España hemos evitado deliberadamente durante mucho tiempo a la hora de abordar géneros de tradición internacional. No sabíamos cómo hacerlo. Carlos Vermut knows.



Extra: Quien no conozca las películas de Carlos Vermut, aquí tiene un aperitivo, Maquetas:

1 comentario:

Manel Fontdevila dijo...

Me gustaría apuntar, muy como de pasada, “...Que contra viento y marea, contra todo lo que te dice el resto del mundo y de la sociedad, contra el sistema, uno todavía puede hacer lo que le dé la gana y no poner excusas. Lo único que hace falta es proponérselo y jugarse todo lo que lleva. No todo el mundo es capaz, ni mucho menos”, esto (creo) es lo que hemos hecho la mayor parte de los que nos dedicamos a dibujar historietas en este país. No es un mérito per se, es un punto de partida. Una apuesta. La que hicimos todos en su día. Luego te va mejor, o peor, o te cansas y te dedicas a otra cosa, al cine, la ilustración, la enseñanza, al diseño... Pero vaya, tampoco tiene más importancia. Era solo por aportar el dato, que me parece interesante: no es algo tan poco habitual, tan raro como parece. Y con el cómic viene implícito, no hay otra.

Dicho esto, me alegro que la peli de Vermut esté muy bien. La verdad es que el cartel me causa una sensación parecida a la tuya, me tiraba un poco para atrás esta especie de guiño cool que (lo siento) a mi me pone en guardia a la velocidad del rayo. Los de pueblo es lo que tenemos.

Y una última nota: por favor, dejad ya de pensar en los superhéroes… ¡Os estáis haciendo daño! Hay que matar al padre, de verdad. Tenéis que matar a Batman y a sus amigos cuanto antes. Ahora mismo. Yo os ayudo a matarlos si queréis, ¡tengo muchas ideas!