viernes, 19 de noviembre de 2010

LA FAMILIA


El primer tebeo de La familia Burrón que leí llevaba el siguiente lema como encabezamiento de cada una de las historietas que incluía: «Reír, es bueno». En una de esas historietas se contaba cómo las bandas de «robachicos» se dedican a secuestrar niños para venderlos o esclavizarlos. En otra, como algunos padres que no llevan al médico a sus hijos tras sufrir mordeduras de perros rabiosos, ven cómo estos mueren entre horribles padecimientos. En una más, como las bailarinas «exóticas» extranjeras le quitan el trabajo a las nacionales y luego se burlan de los agentes de inmigración que intentan comprobar si tienen regularizados sus papeles gracias a que están protegidas por «padrinos» poderosos y corruptos. En otra, dedicada a un tema tan festivo como las vacaciones en la playa, en fin, se nos advierte de que «no es grato para nadie salir de vacaciones para encontrarse horas después desangrándose entre muertos y heridos».


No, en efecto, no es grato. Para nadie.

Y sí, reír es bueno.

Pero parecía que aquel tebeo de apariencia tan simplona e inocente no iba a hacerme reír demasiado, por mucho que lo proclamara cada cuatro páginas.

En realidad, ese número de La familia Burrón (el nº 770 de 9 de julio de 1993, por si alguien siente curiosidad) no era del todo representativo de La familia Burrón. Ninguna de las historietas estaba protagonizada por la familia o por alguno de sus personajes satélite, y todas ellas tenían un marcado tono moralista y educativo. Lo que he leído después tiene otro tenor, aunque mantiene ese fuerte contraste entre su aspecto inofensivo y su crudo contenido.

La familia Burrón es la primera familia de México, y Gabriel Vargas el primer historietista nacional. Vargas murió en mayo de este mismo año, con 95 años de edad, dejando detrás uno de los más impresionantes legados viñeteros mundiales. Iniciado profesionalmente en la prensa cuando era un adolescente, Vargas fue uno de los pioneros del cómic mexicano de la edad de oro, creador de series realistas y luego humorísticas de enorme éxito hasta que en 1948 empezó con La familia Burrón, una crónica en más de 1.600 episodios de la vida de un grupo familiar, pero también de todo su vecindario, de su sociedad y de su nación. La familia Burrón tuvo un gran éxito popular, pero además consiguió algo casi inédito en México: las alabanzas de los intelectuales que, encabezados por Carlos Monsiváis, santo patrón de la cultura popular en este país, la consagraron como la serie de cómic que, sin abandonar sus humildes orígenes, fue capaz de trascender como una muestra genuina del arte y la cultura nacionales. Como indica Bruce Campbell (¡Viva la historieta!), La familia Burrón «funciona como un medio para la relación entre una generación de intelectuales mexicanos, por un lado, y la experiencia social mexicana popular, por el otro; entre la intelligentsia y "lo popular" -al menos en tanto en cuanto "lo popular" ha encarnado para muchos intelectuales latinoamericanos un punto de presión indispensable en oposición a, o se ha esforzado por reformar, la aspiración oficial de un modelo de modernidad capitalista del "primer mundo"».

Lo cierto es que Gabriel Vargas -que, dicho sea de paso, es autor de las «ideas y textos» durante la mayor parte de la existencia de la serie, dejando los dibujos en manos de su sobrino Agustín Vargas y de Miguel Mejía o Raúl Moysen, entre otros dibujantes- ha conseguido una colección de reconocimientos oficiales inéditos en este país (durante el día de Muertos vi su nombre en un reducido panteón público junto al de José Saramago y el del propio Monsiváis), y La familia Burrón ha conseguido algo que aquí parece milagroso: perpetuarse ante el público y entrar en las librerías. Aunque la serie terminó en 2009, desde principios de siglo la editorial Porrúa recopila los episodios de su segunda etapa (iniciada en 1978) en tomos de tapa dura en blanco y negro que se pueden encontrar en cualquier librería generalista. Si no me equivoco, es el único cómic clásico mexicano que está reeditado y disponible en la actualidad.

La familia Burrón es algo más que una serie familiar. La protagonista principal es la increíble Borola Tacuche de Burrón, una güerita de ideas fantásticas y carácter indomable que encarna a partes iguales la imaginación, la rebeldía y la avaricia, aunque quizás esta última esté provocada por los perennes problemas económicos en los que se encuentra sumida su familia, dependiente del «Rizo de Oro», la peluquería regentada por su grisáceo marido, Regino Burrón. Todo lo que tiene Borola de exuberante, lo tiene Regino de anodino. El resto de la familia lo completan los hijos Regino («Tejocote») y Macuca, y el ahijado Fóforo Cantarranas, acogido por los Burrón para salvarlo de sus padres borrachos. Ah, y el perro Wilson.

(Borola encabeza a una banda de amas de casa atracadoras de supermercados)

Pero La familia Burrón tiene un campo de acción muy amplio que permite que haya un gran número de personajes en órbita continua acaparando su cuota de protagonismo. Esos personajes conforman el paisaje de la vecindad (un concepto clave para entender la sociología urbana del México moderno) de los Burrón, pero también los extremos sociales de la nación, que llegan desde la tía de Borola, Cristeta, una oronda multimillonaria que lleva una vida muelle, hasta el hermano de Borola, Ruperto, antiguo ratero que oculta permanentemente su rostro.

(El vecindario, hábitat natural del pueblo)

Con frecuencia el amor y el dinero, es decir, lo ideal y lo material, son los móviles de las historietas de Vargas. En un episodio (23 de diciembre de 1973), un compañero de clase se enamora de Macuca, y al quejarse ésta a su madre del acoso del chamaco, Borola intenta en primer lugar ahuyentar al joven a mosquetazos. Sin embargo, cuando la trama se complica, la madre intenta aprovechar la ocasión para sacar dinero a los padres ricos del pretendiente, sin conseguirlo finalmente. Sobre el optimismo inmarcesible de Borola pesa siempre el espectro del hambre, que la anima a poner en marcha sin escrúpulo alguno cualquier plan que le sirva para escapar de las necesidades.

(Borola, mujer de armas tomar, pone a prueba el poder disuasorio de su trabuco)

En otro episodio (9 de diciembre de 1973), Cristeta es objeto del deseo de dos aristocráticos pretendientes que compiten por su corazón, aunque ninguno lo consigue. Haciendo caso omiso de la indiferencia de la «gordis», ambos enamorados se baten en duelo, con tan mala suerte que acribillan a la propia Cristeta, quien intentaba impedir el fatal enfrentamiento.


Como consecuencia de este accidente, Cristeta les saca una indemnización millonaria, sin ni siquiera pretenderlo.

Comparando una historia con otra, vemos cómo los desgraciados lo son siempre, no importa cuánto se esfuercen por abandonar su condición, y cómo sin embargo el destino ayuda a los que ya son afortunados. Cuesta saber si Vargas está ejerciendo una visión crítica de la sociedad o simplemente resignándose a un fatalismo conservador. La mayoría de las historias plantean esta dualidad, de tal manera que gran parte de la interpretación está en la ideología del lector. Lo cual, probablemente, es una de las cosas que hace grande a esta serie.

Otra es, por supuesto, el uso del lenguaje tan imaginativo y personal que hace Vargas, a quien casi hay que leer con un diccionario de argot en la mano. De hecho, Vargas se inventaba expresiones y términos, un poco a la manera de los historietistas de Bruguera que en España, en la misma época, estaban haciendo su propio retrato social en clave de humor amargo. Pero La familia Burrón no es una versión mexicana de Carpanta o Las hermanas Gilda, ni mucho menos. Ni siquiera de La familia Ulises. Para empezar, el humor no es el amo y señor de la narración, los gags no son obligatorios, y con frecuencia los finales de las historietas no es que tiendan al humor negro, es que son directamente anticlimáticos. Además, Vargas no trabaja en historietas de una página, sino en historias largas (más de treinta páginas por episodio) que permiten desarrollos argumentales más emparentados con Los Simpson que con nuestras breves historietas cómicas.

Una de las cosas que más me llama la atención de La familia Burrón es el chocante contraste entre su apariencia gráfica y su contenido literario. A simple vista, no parece la historieta más interesante del mundo, con su diseño de página absolutamente formulario (por lo general, cuatro viñetas del mismo tamaño) y un dibujo redondeado, amable e infantil que no revela lo áspero y cruel de muchas de sus historias. De hecho, es normal que los personajes estén siempre sonriendo, incluso en los momentos más dramáticos y violentos, lo cual me produce una sensación de extrañamiento aún mayor.


No me cabe duda de que La familia Burrón es una de las grandes series familiares del cómic mundial. Por su amplitud, pero también por su profundidad. No se me ocurre ningún título comparable en España, ningún título que durante sesenta años haya estado ofreciendo historias largas cada semana de un elenco de personajes tan diverso y que haya hecho un retrato tan ambicioso de nuestra sociedad. Pero sí es cierto que, con uno u otro formato, las series familiares han sido un hito del cómic popular en todo el mundo. Y, si al hablar de otro tipo de cómics, como El pecado de Oyuki, decía que pertenecen a otro tiempo y otras circunstancias que ya no se van a repetir, sin embargo me cuesta más entender por qué se han dejado de hacer estos cómics familiares. Creo que la familia y la sociedad, tratadas con sentido crítico y tono humorístico, siguen siendo un tema pertinente y actual, y por tanto comercial, en nuestra sociedad como en las anteriores. Véase, y lo vuelvo a sacar a colación, el ejemplo de Los Simpson. ¿Por qué nos hemos olvidado de eso en el mundo del cómic?

1 comentario:

Bernardo Vergara dijo...

Qué bueno, Santiago. Me han entrado muchas ganas de leer algo de la familia Burrón. Muy interesante también tu reflexión sobre las series familiares. Es verdad, en España las series de capítulos de muchas páginas han estado reservadas para historietas de aventuras de dibujo "realista". O, bueno, también para las historietas para chicas tipo Esther. Le echaría la culpa a la dictadura, pero en estos 35 años desde que palmó Paco, tampoco ha aparecido nada parecido a lo que tú dices.