lunes, 29 de agosto de 2011

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 6: LA SOLEDAD DEL SUPERHÉROE

(PARTE DEL CAPÍTULO SESENTA AÑOS DE TEBEOS)

LA SOLEDAD DEL SUPERHÉROE

A finales de los años cuarenta-principios de los cincuenta, la Edad de Oro del superhéroe ya sólo era un recuerdo. A partir de 1947, la mayoría de los justicieros habían bajado de ventas, incluido el mismísimo Capitán Marvel, y la década acabó con la irrupción masiva de títulos de crimen y romance. La llegada de la EC Comics de Bill Gaines en 1950 confirmó el relevo definitivo en los gustos del público. El terror, el crimen, el romance, la ciencia ficción, la guerra y el western eran los nuevos preferidos de los lectores, mientras que los superhéroes, cumplida su misión bélica, se retiraban uno tras otro sin pena ni gloria, sin morir en el campo de batalla, sino simplemente desvaneciéndose en el olvido. Sólo tres superhéroes permanecerían publicándose de manera ininterrumpida desde la Edad de Oro hasta nuestros días, y fueron los tres grandes de DC: Superman, Wonder Woman y Batman. Pero ahora eran superhéroes en un mundo sin superhéroes.

El auge de los superhéroes tuvo mucho que ver con el apogeo de la II Guerra Mundial. La lectura de las aventuras del Capitán América y demás por las tropas destinadas en el frente que dividía todo el orbe era generalizada, y suponía un global de varios millones de copias. La pérdida de ese público militar fue un duro golpe para los superhéroes. DC también lo acusó, y Flash, Linterna Verde, Starman y la Sociedad de la Justicia recibieron la jubilación anticipada. Sin embargo, es indudable que la temprana vocación de entretenimiento familiar demostrada por DC le sirvió de ayuda en esos momentos, al permitirle conservar un amplio público infantil. También la mayor solidez económica de DC, auténtico gigante del mercado, le permitía resistir con mayor entereza los embates de la crisis. Era una solidez apoyada en el ascenso de Superman y Batman a la categoría de iconos de la cultura popular, ayudados por la multiplicación de su imagen en diversos soportes, principalmente el cinematográfico. En 1949, Batman conoció su segundo serial, lo cual demuestra que, mientras a su alrededor los justicieros enmascarados perecían víctimas de la indiferencia de los lectores, la salud del defensor de Gotham era más que aceptable.

Esta segunda adaptación a la pantalla, titulada Batman y Robin, era nuevamente una producción de la Columbia en 15 capítulos, pero tanto el equipo técnico como el reparto eran completamente nuevos. El director era Spencer G. Bennet, y el papel de Batman recayó sobre Robert Lowery, un actor con mucha más experiencia que Lewis Wilson, tanto en películas como en seriales, y que también haría su parte de televisión. Sin embargo, tampoco a él Batman le abriría muchas puertas. Kane recuerda que “Me encontré con Lowery en una fiesta en Hollywood algunos años más tarde. No entendía por qué no parecía demasiado contento de verme. Cuando se lo pregunté, me dijo que por mi culpa y la de mi infernal creación Batman su carrera se había ido a pique. El serial había tenido éxito y a él le habían encasillado tanto como Batman que no pudo conseguir otro papel.” Robin fue interpretado por John Duncan, cuyo aspecto fornido y achatado, unido a un rostro amplio que refleja una expresión de tenacidad casi bestial hacen que parezca más un esbirro grotesco que un Prodigio Juvenil. Aunque tampoco vemos ningún Batmóvil, esta vez al menos sí se acordaron de la Batseñal y del comisario Gordon (Lyle Talbot), y aparece Vicki Vale, que acabaría convirtiéndose en la más famosa de las “chicas Batman”. De nuevo se ignoraba la colección de magníficos villanos que tenía Batman, aunque su enemigo podía fácilmente recibir la cualificación de supercriminal: el Brujo, un genio del mal con identidad secreta. Una vez más, el serial cumplía rutinariamente con los pasos exigidos por las producciones de su clase, aunque en esta ocasión el matiz racista palpable en la entrega de 1943 había desaparecido como los últimos ecos de la guerra.

Es en este escenario de casi soledad superheroica en que se desarrollará el Batman clásico que hoy asociamos con Sprang. Todos los elementos característicos que definen y envuelven al personaje ya están sólidamente consolidados: el origen, que ha sido investigado en las dos ocasiones que mencionamos; Robin, que acompaña siempre a Batman y cuya popularidad es tal que protagonizará sus propias aventuras en solitario en Star Spangled Comics (a partir del nº 65, febrero 1947); la Batcueva, la Batseñal, el Batmóvil, el cinturón utilitario y demás parafernalia propia del Detective Enmascarado; la presencia constante y claramente delimitada de secundarios como Alfred y Gordon; la imposibilidad de desarrollar una vida privada para Bruce Wayne, y menos aún alterar su perenne soltería; el uso frecuente de una galería de villanos rica y estimulante, que apenas verá alguna incorporación de relieve durante este período. DC, que siempre se ha caracterizado por ser extremadamente conservadora (al menos durante los treinta años que dominó ampliamente el mercado yanqui) no estaba dispuesta a que entrara la más mínima corriente de aire en estas habitaciones estancadas, y eso provocó que los guionistas de las bat-series se lanzaran a una especie de alucinante torneo intelectual para elaborar el guión más sorprendente, retorcido e impredecible teniendo siempre en cuenta los siguientes condicionantes: 1) las historias más largas sólo tenían 13 páginas, y jamás podía continuar una aventura de un número a otro; 2) al final de la historia, todo tenía que quedar tal y como había sido siempre, sin que se produjera ni la más mínima alteración en el perfecto status quo del microcosmos batmaniano.

El Batman que se desarrolla en estas circunstancias no es particularmente dramático ni oscuro, a lo cual tampoco habría favorecido el estilo de Sprang o Moldoff. Más bien, se trata de un operativo especial de la policía que viste unas ropas llamativas y que tiene una habilidad innata para escapar de complicadísimas trampas mortales que le tienden criminales poco partidarios de métodos tan expeditivos como el disparo en la nuca. Cada estudioso de esta época establece sus propias categorías para clasificar las historias del Hombre Murciélago, considerando divisiones más o menos discutibles. Entre las indiscutibles, estaría la de “Enemigos extravagantes”. Aunque debutan algunos nuevos archicriminales, el Acertijo (Detective 140, octubre 1948) es el único de ellos verdaderamente de primera categoría, y sólo llegará a aparecer tres veces antes de 1965. Otros “peces pequeños” procedentes de estos años son la Polilla Asesina (Batman 63, 1951), el segundo Sombrerero Loco (Detective 230, abril 1956), que está obsesionado con conquistar la capucha de Batman como trofeo para su colección de tocados, y El Hombre Calendario (Detective 259, septiembre 1958) cuyo motivo para los delitos es tan obvio que no merece mayor comentario. Mister Freeze, popularizado por la imagen cinematográfica de Arnold Schwarzenegger, pero que todo buen aficionado a Batman sabe que es sólo un villano de tercera fila, debutaría en Batman 121 (1959) con el nombre de Mister Zero. Por supuesto, el Joker sigue siendo el rey, con Catwoman y el Pingüino escoltándole, pero ninguno de ellos conserva la sed homicida que les caracterizaba a principios de los cuarenta. Tanto el Joker como el Pingüino se han convertido en grotescos hombrecillos que tratan de cometer travesuras más o menos enrevesadas para que el severo papá Batman les dedique un poco de atención, aunque sólo sea castigándoles. Catwoman, por su parte, siempre se dejará llevar por sus sentimientos amorosos hacia el Cruzado Enmascarado, e incluso llegará a reformarse cuando se explique que ejercía de ladrona porque sufría amnesia, ni más ni menos. Buena prueba de que los grandes criminales clásicos de Batman se han convertido en refinados artistas circenses la hayamos en el ostracismo de Dos Caras, la figura más trágica y violenta de toda la galería de villanos, y el más difícil de tratar frívolamente, aunque sólo sea por lo espantoso de la mitad deforme de su rostro. Entre “The Double Crimes of Two-Face” (Detective 187, septiembre 1952) y su siguiente aparición, “Half an Evil” (Batman 234, agosto 1971) transcurren 19 años.

Junto a estos juegos malabares de los antaño violentos canallas, los guionistas comienzan a explotar sin ningún rubor la vertiente autorreferencial de la serie. Es así como se urden historias del talante de “El Batmóvil de 1950” (Detective 156, febrero 1950), “Los 1.001 trofeos de Batman” (Detective 158, abril 1950), “Las historias jamás contadas de la Batseñal” (Detective 164, octubre 1950), “El nacimiento del Batplano II” (Batman 61, octubre-noviembre 1950), “Los extraños disfraces de Batman” (Detective 165, noviembre 1950), “Los secretos del cinturón utilitario de Batman” (Detective 185, julio 1952), “La Batcueva volante” (Detective 196, junio 1953), “El origen de la Batcueva” (Detective 205, marzo 1954), “El Batman nuevo modelo” (que presentaba el Bat-tanque, Detective 236, octubre 1956), “El Batman arco iris” (Detective 241, marzo 1957), “Los 100 Batarangs de Batman” (Detective 244, junio 1957) y otras en este tono. Sería equivocado percibir la impresión de que se trataba de aburridas exposiciones documentales de mera información sobre los secretos de los luchadores contra el crimen. En todas estas historias, los diagramas, gráficos y explicaciones técnicas están al servicio de un argumento en el que, por lo general, alguna banda de delincuentes se ha apropiado o intenta apropiarse de las armas de Batman en la lucha contra el mal, y siempre hay un misterioso “Batarang X”, o un “apartado X en el cinturón”, o un “traje especial X” cuya utilización debe evitarse por las consecuencias fatales que podría traer y cuya utilización suele acabar siendo inevitable. Lo característico de los guiones de Edmond Hamilton, Arnold Drake o Leigh Brackett, autores todos ellos que trataron al Cruzado Encapuchado durante los 50, es la cantidad de argumento que son capaces de comprimir en muy poco espacio, así como el derroche de ingenio para plantear situaciones desconcertantes y para resolverlas con soluciones honradas, es decir, sin recurrir a trampas y sí a agotadoras tareas de documentación y manejo de referencias técnicas, científicas y, básicamente, enciclopédicas. Cabe decir que el nivel cultural medio de un guionista de Batman a mediados de los cincuenta tenía que ser impresionante. No en vano buena parte de estos guionistas no eran sino escritores de pulp y ciencia ficción apremiados por el hambre y que hacían una escala más o menos duradera en los comic books para pagar las facturas.

Sin embargo, circunstancias externas precipitarán la decadencia de este perfecto Bat-mundo de fantasía que Batman y Robin han levantado a su alrededor.

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