miércoles, 7 de diciembre de 2011

¡PENALTY CONTRA EL CRIMEN!


OK, de modo que los tebeos de crímenes de los cincuenta de Charles Biro, Bob Wood y Lev Gleason eran tremendos, y los de Joe Simon y Jack Kirby, a su propio y diferente estilo, también eran fabulosos. Pero cuando un género de un medio de masas estaba en auge en aquellos tiempos, las imitaciones proliferaban. ¿Cómo eran todos los copiones de los tebeos de crímenes de los 50? Me refiero a los de segunda fila, los que nunca han sido y nunca serán reeditados, los que han desaparecido inmisericordemente en las trituradoras de papel o se han deshecho olvidados bajo la goteras de las cañerías del sótano del tío Vern.

El otro día tuve ocasión de hacerme con uno de esos. Por apenas un par de dólares me traje a casa un ejemplar (hecho fosfatina, eso sí) de Crime Must Pay the Penalty! (con el inevitable subtítulo TRUE cases of actual crines), una colección publicada por Ace. Se trata del número 23 (diciembre 1951).

Externamente, no ofrece ninguna sorpresa. El formato es el habitual, y el esquema editorial también es el mismo: cuatro historias individuales, sin personajes recurrentes. La portada es una de las menos interesantes que he visto jamás en un tebeo de estas características. No es que esté mal dibujada (de hecho, tiene cierto atractivo), pero la acción no es precisamente superemocionante: unos tíos que van en barca están tirando cajas al agua. Si leemos el diálogo descubrimos que son contrabandistas que están intentando deshacerse del material antes de que el guardacostas que aparece al fondo les pueda detener. Ah, pues muy bien. No parece que nos anuncien grandes cuestiones de vida o muerte.


De hecho, no tiene ninguna relación con las historias del interior. Sin embargo, si hablamos de vida y muerte, sí es cierto que la primera historia del interior, «Dead Men Tell No Tales!» desencadena una verdadera hemorragia de muertes, con casi un asesinato a sangre fría por página. Por lo demás, es una clásica historia de gángsters con moraleja en su (torpe) final de justicia poética. La segunda abre un poco el espectro para contarnos la historia de un futbolista brutal que ve cómo acaba su carrera cuando mata a un rival sobre el terreno de juego. Pero su carrera deportiva es sólo su pretemporada antes de iniciar su verdadera carrera profesional como jefe de una banda de ladrones a la que lleva al éxito aplicando tácticas futbolísticas al diseño de sus crímenes. No hace falta decir que también recibe su merecido, precisamente cuando intenta su más osado golpe: robar en un estadio de fútbol durante un partido. La tercera historia, «Dame Trouble for Baby Face» es paradigmática del complicado papel de la mujer en estos cómics.


En muchas de las historias de crímenes del momento, la mujer se omite, o es una víctima, o una novia pasiva del protagonista, o, cuando adopta un papel activo y protagonista, suele ser un símbolo de la maldad. Con demasiada frecuencia, la mujer es mala y, en esta historieta en concreta, es remala, porque es más mala que su malo protagonista. Babyface es un criminal con cara de niño que una y otra vez encuentra su desgracia a manos de las mujeres, siempre más listas y perversas que él, hasta que lo llevan a su ruina final.

El ejemplar se cierra con la singular historia de un paleto que quiere hacerse gángster y que, tras fracasar en la ciudad, finalmente obtiene sus mayores triunfos como asaltante rural disfrazado de arquetípico pueblerino. Es como una especie de parodia del género de gángsters protagonizada por Paco Martínez Soria, sólo que no lo es. Una parodia, quiero decir.

En todo el tebeo no hay ninguna indicación de créditos de autoría. El nombre de los guionistas, dibujantes y demás profesionales implicados en la producción de este comic book se omite por completo. A juzgar por el estilo, no parece que ninguno de ellos fuera una figura encubierta. Gráficamente, este tebeo está a años luz de la potencia del Jack Kirby de 1948 que veíamos en la entrada anterior, y de la práctica totalidad de los dibujantes habituales de Lev Gleason o de los artistas de EC que por aquel entonces ya estaban haciendo sus propias y memorables historias de crimen. El dibujo es de apariencia profesional, pero muy rudimentario y poco interesante. No hay nada aquí que llame la atención, que sorprenda o que entusiasme. Ningún destello que nos deslumbre.

Sin embargo, el tebeo se deja leer. Finalmente, las historias conservan cierta gracia, a pesar de los años transcurridos, y están contadas con la suficiente eficacia como para seguir siendo legibles. Hay un claro esfuerzo por entretener que se cumple con dignidad, y a ello ayudan los esquemas de género que sirven como red sobre la que se apoyan los profesionales encargados de este trabajo. Más o menos mediocres, conocen la mecánica de su oficio y saben desenvolverse con sobriedad dentro de los cauces de su campo profesional. En principio, no hay ninguna razón para que un lector se gastara sus 10 centavos en este número de Crime Must Pay The Penalty! antes que en algo dibujado por Jack Kirby, Johnny Craig o George Tuska, pero habría quien después de comprarse todos los buenos todavía quisiera más, y ahí era cuando había que pagar el penalty, e incluso habría quien no pudiera comprar más que lo que llegaba a su drugstore, porque la distribución por un país tan grande y disperso como Estados Unidos no siempre era fácil para las editoriales de tebeos. Y tal vez la única colección de crimen que llegase a su expositor fuera ésta. Así era como funcionaba la industria, y por eso existían tebeos como éste. Para que funcionara. Porque lo importante era mantener la cadena en funcionamiento. El arte era optativo.

1 comentario:

Pepo Pérez dijo...

Lo que dices sobre la distribución aleatoria y caótica de tebeos es muy pertinente. Aquí en España, en los 70, tuvimos algo parecido, como tú sabes bien. Aunque los que lo sabemos BIEN de verdad éramos los que no vivíamos en Madrid o Barcelona sino en provincias... Y por eso te pillabas lo que hubiera a la venta en el kiosco (o portal-kiosco, o mercadillo), ya fuese mierda de la buena... o de la otra.