jueves, 1 de diciembre de 2011

DE PUTAS



Hace unos días escribí en este blog que entre lo mejor que había leído en 2011 estaba Paying for It (Pagando por ello, La Cúpula), de Chester Brown. Por alguna razón ignota no llegué a escribir sobre este libro en su momento, pero eso al final se ha convertido en una ventaja, porque así puedo publicar aquí unas líneas ahora, cuando ha salido publicado en España (con una prontitud encomiable, por cierto).

Pagando por ello es una novela gráfica (o comic-strip memoir, como la define el propio autor en la portada) donde Chester Brown nos relata sus experiencias como putero desde que terminó su relación con su última novia, Sook-Yin, hace más de quince años. Contado así, ya estoy engañando al lector, porque la palabra putero tiene connotaciones que no se aplican al caso. Putero no es sólo el que va de putas, sino el que participa en toda la cultura del puterío, que está asociada a la vida golfa y disipada, y que ha dado lugar a páginas y páginas de literatura bohemia, macarra o sórdida, o las tres cosas a la vez. Y Pagando por ello no tiene nada de eso. Brown es un asceta, y no vive su relación con las prostitutas como un trauma ni como una fiesta, ni tampoco como algo marginal o vergonzoso. Ésta no es la historia de un walk on the wild side.

Lo que hace Brown, por el contrario, es ejemplificar con su propia historia una argumentación en favor de la legalización (y normalización social) de la prostitución. Cargado de razones de todo tipo, que empiezan por la lógica y acaban por la investigación en las raíces antropológicas de las relaciones humanas, Brown intenta desdramatizar el acto de pagar por el sexo para presentarlo como una transacción no sólo aceptable, sino incluso deseable. Brown no quiere volver a involucrarse en complicadas relaciones sentimentales basadas en un falso concepto del ideal del amor romántico, pero tampoco quiere pasarse el resto de su vida sin volver a follar, así que, ¿por qué no acudir a unos servicios profesionales que cubran sus necesidades?

Chester Brown plantea la cuestión con toda la naturalidad del mundo, y por momentos me recuerda a Steve Ditko y su lógica objetiva. Recuerdo que Gil Kane, polemista reconocido, decía que Ditko era una persona exquisitamente educada y amable, pero que no se podía hablar de política con él, porque acababas desquiciado. Tengo la sensación de que con Brown me pasaría algo parecido. No me cabe duda de que es un bello ser humano, pero tampoco de que después de estar diez minutos discutiendo con él perdería los nervios ante su fría racionalidad, que le lleva una y otra vez a las conclusiones más absurdamente lógicas del mundo. El apodo que sus amigos -como Seth nos revela en un apéndice- le han adjudicado, «El Robot», es el tipo de sarcasmo que se pierde cuando se lo dices a un robot, incapaz de sentirse ofendido por las palabras.

Las 277 páginas de historieta de Pagando por ello (luego hay un suculento añadido de apéndices, notas y otros materiales) se dividen en 33 capítulos de muy diversa extensión. El primero es el más largo, y está dedicado a sentar las bases del pensamiento de Brown sobre la prostitución, qué circunstancias le impulsan a pensar en ella y cómo se inicia en la misma. El primer encuentro con una profesional del ramo se describe en el capítulo 2, y a partir de ahí vamos conociendo -con nombres supuestos- a las diversas prostitutas con las que ha tratado Brown. Algunas llevan consigo una historia, otras se quedan en tres viñetas y una mínima reseña de su rendimiento («Ésta se queda sin propina», es todo lo que sabemos de Yvette, capítulo 17). A ninguna le vemos la cara, a pesar de que sus nombres siempre sirven para titular los capítulos. Brown afirma haberlo hecho así para proteger sus identidades, pero el efecto que produce se vuelve en contra de su aparente discurso libertador, llevándolas de nuevo al terreno de la objetualización y la explotación sexual. Al final, las prostitutas son sólo tetas, culos y coños. Ésta es sólo una de las contradicciones internas que tanto enriquecen la obra, tal vez en contra de los propios deseos de Brown.

Pero, en gran medida, lo que importa no es tanto la anécdota o la acción, sino el comentario que la precede o sucede. Brown explica y discute su carrera putera con su exnovia Sook-Yin y con otros personajes cercanos, como, por supuesto, sus amigos dibujantes Joe Matt y Seth, con los que conforma un curioso universo narrativo que parece la réplica alternativa y autobiográfica al Universo Marvel. Personajes recurrentes que se cruzan en tramas compartidas entre diversas colecciones que mantienen cierta homogeneidad artística.

El gran desafío de Brown está en desarrollar esos comentarios utilizando los recursos del cómic. Es obvio que le resulta mucho más natural contar cosas que exponer ideas y conversaciones. Y es por eso que resulta más admirable la capacidad que tiene para trasladar a este campo algunas de las convenciones del otro. Me refiero a cosas como utilizar una viñeta de silencio para puntuar un paso lógico difícil, o la introducción de un icono cartoon como una tormenta de relámpagos en medio de una conversación para indicar la ira contenida. Es especialmente significativo este esfuerzo por aferrarse al cómic en una obra que tiene una cierta filia literaria, manifiesta en cosas como el hecho de terminar cada capítulo donde caiga la viñeta, aunque sobre más de media página en blanco, de la misma manera que un capítulo de una novela termina en el renglón que le toque, sin necesidad de llegar a cubrir hasta la última línea imprimible de la página.

Así que en cierta medida, Pagando por ello es un ensayo, pero al mismo tiempo el subtítulo elegido por el autor no miente, y también es una memoria. El razonamiento y la experiencia están íntimamente ligados, y esto se muestra con toda exactitud en la manera en que Brown se dibuja a sí mismo y al mundo en el que vive. Su inexpresividad continua es algo más que una manifestación de la lógica desapasionada de sus argumentos, es la cara de un personaje a quien el dibujante nunca ve la cara cuando está haciendo lo que hace. Es la cara neutra que creemos llevar ante el mundo, ignorando toda nuestra expresividad y gestualidad inevitables, esos gestos que nosotros nunca vemos, y que tanto nos sorprenden (y horrorizan) cuando nos vemos grabados en vídeo. Y el mundo de miniatura, de pequeños personajes simpáticos como muñecos, vistos en planos alejados, es el mundo pequeño que cada uno lleva consigo. Es decir, Brown no está intentando representarse en el mundo, sino que está intentando hacernos ver la pequeña esfera psicológica de mundo en la que se desarrolla su vida. Es la auténtica autobiografía gráfica en primera persona.

Pero la memoria y el ensayo están en conflicto a lo largo de todo el libro. Hay un choque entre lo racional y lo pasional, entre lo que se vive y lo que se piensa (o desea) que no se acaba de resolver, y que tal vez explique por qué la historieta va complementada por una suculenta ración de textos donde Brown utiliza la prosa (ayudada de algunas viñetas didácticas) para argumentar lo que siente que no ha sido capaz de argumentar a través del relato de sus vivencias. Es como si hubiera encontrado los límites de la historieta para decirnos lo que nos quería decir, y hubiera añadido un extra donde pudiera decirlo. Lo cual, debo decirlo ya, me parece uno de los grandes logros de Pagando por ello, esa liberación final del infantil compromiso con el cómic por demostrar su validez y alcance universal, esa aceptación de que un dibujante de cómics no tiene por qué estar limitado al cómic para construir su obra, si ésta le pide cosas que no cree que pueda alcanzar o que no quiera alcanzar por medio de las viñetas. Esa impureza absoluta con la que Brown rompe por fin el cascarón del historietista para reconocerse como artista, sin más.

También puede que ese conflicto surja del problema íntimo de todo el proyecto, el problema de reconocer que, en el fondo, Pagando por ello sólo es una racionalización. Una colosal y minuciosa racionalización, sí. Nada más empezar, Brown nos da la clave de su propio discurso en una conversación que mantiene con Seth y Joe Matt. Cuando Brown dice que Sook-Yin es «la mejor novia que he tenido», sus amigos le argumentan que sólo ha tenido otras dos. «Bueno, pues es la mejor de las tres». Es el tipo de argumento lógico que, como decía, lleva a conclusiones absurdas, o dicho de otra manera, que evita la realidad parapetándose en un racionalismo que en el fondo equivale a la superchería. Y Pagando por ello es la historia de cómo esa línea de pensamiento se va afianzando y dominando la reflexión y la acción de Brown. A la altura del capítulo 6, Brown ya no se conforma con demostrar que pagar por el sexo, como hace él, no es «incorrecto», sino que ahora tiene que demostrar que lo que él hace es lo «correcto» y que es la sociedad la que está equivocada, empezando por sus atónitos amigos, que siempre salen desfavorecidos en sus discusiones. Al final del libro, cuando Brown vuelve a la monogamia a través de su relación con Denise, a la que sigue pagando a pesar de que son prácticamente novios, Sook-Yin le dice que lo que siente por Denise es amor romántico. Pero Brown también lo rechaza y vuelve a razonar sus principios para adaptarlos a su nueva situación: es la racionalización final. O sería más apropiado decir: la racionalización continúa siempre, hasta el final. No me cabe de duda de que si en el futuro Brown decide rechazar la prostitución, encontrará buenos argumentos lógicos para justificarlo.

Por supuesto, puede que en realidad Pagando por ello sea una gran impostura y que en el fondo Chester Brown no nos esté hablando de la prostitución. Puede que únicamente nos esté hablando del cómic y su posición marginal, difusa, en la sociedad. Su papel de actividad tolerada pero mal vista, algo que se utiliza pero de lo que no se habla, salvo en círculos de iniciados que tienen sus propios códigos. Puede que cuando Brown y Seth discuten sobre si es necesario regular la prostitución o simplemente legalizarla, de lo que estén hablando en realidad es de si es necesario que la novela gráfica regule el cómic o simplemente que lo legalice en la cultura, que le permita desarrollar abierta y dignamente su actividad en una sociedad dominada por el fatuo ideal del amor romántico de la literatura y las artes aceptadas.

Probablemente, puede que no sea así. Eso no importa, por supuesto. Lo importante es que la grandeza de Pagando por ello está en todos sus conflictos internos, en todos los insondables problemas -no sólo formales- que plantea Brown, uno de los más grandes historietistas que han existido, que tenemos la suerte de estar disfrutando en plenitud, y que en la última década ha alcanzado ya el gran estilo que está reservado a los grandes maestros. A los muy escasos grandes maestros.

[Y en cuanto pueda, prometo hablar de The Love Bunglers de Jaime Hernandez, la otra gran obra del 2011 que me queda pendiente por comentar aquí].

5 comentarios:

gerardo dijo...

Suscribo: un tebeazo y una de las obras del año. Estoy muy de acuerdo con todo lo que dices, especialmente en lo que respecta al aspecto formal del tebeo: a mí me parece que hay un esfuerzo importante en este sentido, más de lo que se puede ver a simple vista. Y sobre todo es un cómic que genera debate, que tiene facetas y aristas. Por ejemplo yo no había tan claramente el hecho de que sea una gran autojustificación, digamos que Brown me había vendido la moto... pero sí, lo es. Y también un alegato razonable a favor de la legalización, ésa es la gracia.

Ah, en lo que no coincido es en la cuestión de la deshumanización de las mujeres (no lo dices así, pero creo que va por ahí). Creo que la manera en la que refleja Brown el follar es tan aséptica, tan poco morbosa, que evita que veamos a las putas como cachos de carne. Yo creo que consigue lo que quería: hacerlas anónimas, que importe lo que dicen o la respuesta que generan en él mismo. De nuevo, y en eso sí estoy de acuerdo, esas diferentes visiones demuestran lo complejo de la obra.

Un saludo!

Raúl Mella dijo...

sí, Santiago, opino como Gerardo y en lo único que discrepo es en eso de que las mujeres son tratadas en la obra como un cacho de carne follable.

creo que es el comic más antisexual del mundo, jejeje.

Pepo Pérez dijo...

El robot, también sexuarrlll

Pepo Pérez dijo...

Más en serio, llamar la atención sobre tu interpretación de la forma que tiene Brown de dibujarse, como metáfora de la visión interior, neutra, de nuestro 'personaje' ante el mundo, ante los demás.

Pepo Pérez dijo...

(me ha encantado)