viernes, 30 de diciembre de 2011

LA CHICA SILVESTRE


Habrá quien piense que Mireia Pérez lo tenía muy fácil para su debut en formato largo. Se había hecho muy conocida a través de las redes sociales (más conocida quizás de lo que su escasa obra justificaba), había encandilado a críticos y editores, tenía un estilo moderno y reconocible que se había demostrado comercial en nuestro país en la obra de Sfar y, por supuesto, era una mujer joven y con personalidad, y en nuestro mundillo, según parece, ser mujer sigue siendo noticia.

A mí, por el contrario, me parece que todo eso se lo ponía muy difícil a Mireia. Las expectativas (o el hype) eran muy altos, y yo sé que hacer una historia de 100 páginas no es lo mismo que ocho viñetas; y presentarse con sus influencias tan a la vista, tan desnudas, era poner la cara al frente para recibir la lluvia de halagos o de trompazos. Se vea como se vea, un acto de valentía. De personalidad. Pero aún así, arriesgado.

Por eso me ha producido tanta alegría ver que en La muchacha salvaje 1. Nómada (Sinsentido, 2011), obra ganadora del IV Premio Fnac-Sinsentido de Novela Gráfica, Mireia confirma todo ese talento que ya había ido enseñando poco a poco, y confirma que ese talento da para cosas grandes también. Y para lo que quiera, sospecho, pero eso ya lo veremos en el futuro. Página tras página, he disfrutado la lectura de este libro como una revelación. Hay un infinito de posibilidades en sus viñetas, y el único motivo por el que no estoy deseando que maduren es porque para entonces seré ya un hombre viejo, y nadie tiene prisa por envejecer. Disfrutemos, pues, de la Mireia Pérez joven y primeriza, y de su espléndida inmadurez.

La muchacha salvaje ha acabado siendo una primera parte de una trilogía, lo cual ya da idea de los problemas a los que se enfrenta un autor novel que aborda el arte de hacer novelas gráficas. Desarrollar una historia compleja es un proyecto de envergadura que no es fácil resolver en los plazos previstos. La solución es recurrir a esa vieja instancia del cómic comercial de siempre, la serialización. El problema es darle entidad propia a cada entrega, hacer que tu historia sean tres libros y a la vez uno solo. En ese empeño, Mireia se queda a medias. Nómada es una lectura completa, pero te quedas con ganas de más. Manejarse en las distancias largas requiere cierta experiencia, y su falta se nota también en algunos problemas de estructura o en ciertos detalles de narración que podrían haberse pulido. Quien lea Mandorla sabrá que no soy precisamente de los que reclaman la perfección formal como baremo de calidad. Prefiero el talento al oficio, y en eso Mireia gana de sobra, afortunadamente. Pero estos detalles creo que no benefician a la obra porque no encajan con el tono que se ha buscado, que es más bien clásico, y estoy seguro de que la autora los irá puliendo en el futuro.

Por otra parte, la mayor parte del libro es un festival de dibujo y color, una experiencia prácticamente sensual -a su manera, una celebración gráfica movida por el mismo entusiasmo que anima las Aventuras de un oficinista japonés de José Domingo de las que hablaba ayer-, donde se deslizan gotas de inteligencia muy avanzada. Es brillante la manera en que Mireia ha resuelto los diálogos del libro, evitando la torpeza fácil de ensayar algún tipo de simulacro de primitivismo para optar por un estilo contemporáneo muy natural. Quizás el libro más parecido (aparentemente) a La muchacha salvaje que he leído en los últimos años sea The Sanctuary (Fantagraphics, 2010), de Nate Neal. El parecido está en que también relata una odisea cavernícola. La impresión es que Neal se ha documentado mucho más que Mireia, y que se ha esforzado mucho más por representar de manera fidedigna los tiempos adánicos, y sin embargo La muchacha salvaje, con su desacomplejada contemporaneidad, resulta mucho más verosímil, más realista.

La anónima y silenciosa protagonista de La muchacha salvaje abandona su tribu recolectora en las cavernas tras ser repudiada por su padre, e inicia un viaje iniciático de corte clásico en el que vivirá su travesía del desierto, sus encuentros con mentores y amenazas, acumulará conocimientos y volverá a casa para salvar a su comunidad en peligro. Privada del habla, tal vez porque de momento no tiene nada que decir, ya que sólo está aprendiendo, su atributo distintivo son los ojos, inmensos y abiertos de par en par, por los que engulle con avidez el mundo que le rodea. Desde Laura Mulvey, la mirada ha sido un punto de discusión clave para la historia del arte feminista, y en cierta medida es la mirada de la chica silvestre la que deconstruye la invención social del género contra la que se rebela en su búsqueda. Evidentemente, la muchacha no está contenta con el papel que le han asignado, pero para descubrir quién quiere ser o quién es, necesita conocer otros modelos, y necesita superarlos. Para recuperar la (fálica) lanza, por ejemplo, antes necesita doblegar la violencia del hombre oscuro dominándolo sexualmente, y mostrando al final que, al contrario de lo que cree su propio padre al inicio del libro, no es que no le gusten los hombres, es que sólo acepta el sexo bajo sus propias condiciones.

Sin embargo, el viaje feminista no es el más interesante de los que realiza la muchacha salvaje en su nómada peripecia de este primer libro, sino el viaje artístico. Es el arte de sus pinturas rupestres el que verdaderamente provoca el conflicto en su sociedad, el que introduce la quiebra de los valores institucionales, y el que proporciona por fin la sabiduría nueva y redentora: el arte que ha aprendido de ella le permite a su hermana pequeña darle una clave del destino de la tribu, y abrir así la posibilidad de que la muchacha acuda a su rescate (previsiblemente en el segundo volumen). Ese discurso profundo es el más universal e inspirador de La muchacha salvaje, ya que propone la práctica del arte como un acto de responsabilidad social, que es precisamente uno de los desafíos a los que se enfrenta el cómic contemporáneo si quiere dejar de ser una reliquia de una era muerta para enfrentarse al futuro.

Sospecho que el segundo volumen de La muchacha salvaje me va a sorprender mucho. Espero no tardar en averiguarlo, porque quiero leerlo antes de haberme convertido en un hombre viejo. Y además, estoy deseando saber qué va a hacer Mireia después. Cualquiera sabe.

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