Durante 50 años, y hasta la víspera de su muerte, Charles Schulz (1922-2000) no hizo otra cosa que sentarse ante una mesa y dibujar. Cada día, un chiste de cuatro viñetas que se publicaba en prensa. La vida personal de este hijo de un peluquero de pueblo fue más bien anodina. Se casó, tuvo hijos, se divorció, volvió a casarse, ganó mucho dinero, murió en paz con todos sus objetivos cumplidos. Contado así, no parece una historia muy interesante. Contado por David Michaelis, el autor de Schulz, Carlitos y Snoopy (Es Pop, 2009), el relato se convierte en un novelón apasionante. No es para menos: estamos hablando del dibujante de cómics de más éxito en la segunda mitad del siglo pasado.
Una obra, un producto
Schulz, Carlitos y Snoopy no es un libro de historia del cómic, sino un libro de historia de la cultura de masas contemporánea. Michaelis había publicado una exitosa biografía de N.C. Wyeth, y se acercó a Schulz desde fuera del mundo de las viñetas, con la intención de descubrir a un icono de la Norteamérica moderna. Schulz creó Peanuts (conocida entre nosotros como Carlitos y Snoopy, y recopilada actualmente por Planeta-DeAgostini) en 1950. Siempre odió el título, impuesto por la agencia que vendía su creación a los periódicos. La serie, protagonizada por un grupo de niños reflexivos como adultos, ascendió lentamente hasta llegar a la cumbre en la década de los 60, coincidiendo con el paso a primer plano del perrito Snoopy. En medio de la revolución juvenil, los lemas de la tira de prensa convirtieron a las criaturas de Schulz en iconos generacionales. Snoopy provocó un insólito consenso: lo mismo aparecía en una pancarta por la paz que en el morro de un bombardero sobre Vietnam.
El inmenso éxito de Peanuts -durante años, Schulz ocupaba siempre un puesto entre las mayores fortunas del mundo del espectáculo, codeándose con Michael Jackson y Steven Spielberg- se derivó también de su explotación comercial. Peanuts fue pionero en la difusión de la imagen de marca en todo tipo de merchandising, y éste es uno de los aspectos más apasionantes del volumen de Michaelis. Los libros regalo empezaron con Carlitos, las sudaderas de colores para vestir cuando no se hace deporte no existían hasta que se les estampó la imagen de Snoopy. Numerosos productos y campañas publicitarias multiplicarían la presencia de los personajes en Estados Unidos y Europa, popularizándolos incluso entre quienes nunca habían leído la serie.
Después de todo, un tebeo
Pero Carlitos y Snoopy fue, finalmente y por encima de todo, también un cómic, y como cómic su valor no ha hecho sino acrecentarse durante los últimos años. Las tiras de Schulz evitaban el gag fácil y estridente para centrarse en lo implícito y lo psicológico, y lo hacían con un dibujo depuradísimo, de argumento y grafismo casi minimalistas. Umberto Eco insertó Peanuts en la tradición “lírica” de Krazy Kat (1913-1944), la serie vanguardista de George Herriman, y lo elevó por encima de los meros productos de consumo. En el mundo de las tiras de prensa, sólo Calvin y Hobbes (1985-1996) de Bill Watterson se mostró como su digno heredero. En el reino de la novela gráfica contemporánea, sin embargo, la obra de Schulz es reverenciada: desde Chris Ware hasta Seth, todos los grandes autores modernos reconocen la influencia del maestro que enseñó cómo mostrar el mundo interior a través del dibujo. Schulz, Carlitos y Snoopy pone de manifiesto la gran paradoja de Peanuts: el tebeo más intelectual fue también el más popular.
[Publicado en ABCD nº 931, 9 de enero de 2009].
No hay comentarios:
Publicar un comentario