miércoles, 24 de abril de 2013

DURANTE LOS PRÓXIMOS CIEN KILÓMETROS


Me encanta esta secuencia de cuatro viñetas de La muerte en los ojos (2012, ¡Caramba!), el último tebeo de David Sánchez. Con un clasicismo riguroso, el autor modula la repetición y la variación con la medida exacta necesaria para representar el paso del tiempo, que es una de sus obsesiones principales. David Sánchez ha emprendido un proyecto para intentar representar con la máxima exactitud todas las dimensiones físicas, incluso las invisibles, como es el tiempo. Aún más: incluso las dimensiones psicológicas, como por ejemplo la dimensión cultural que hace de filtro para nuestra percepción de todas las demás. En esta secuencia, por ejemplo, un Citroën Tiburón avanza solitario por el desierto, y parece que estuviera aplanando en un solo concepto los dos primeros éxitos de Spielberg: El diablo sobre ruedas y Tiburón. Dos historias donde lo único que importa es la superficie, y los discursos -como la famosa charla de Robert Shaw sobre los náufragos devorados- son sólo un añadido físico, que no explica la obra ni la dota de significado. Son sólo piezas, sonidos de los personajes, como en esas canciones en las que la voz no está acompañada de la música, sino que está tratada como cualquier otro instrumento, la voz humana con la misma categoría que la guitarra o la batería. Eso es lo que sucede en las páginas de David Sánchez, donde todos los objetos tienen el mismo rango: una persona, un radiocasete o un cenicero. El otro día estuve en una charla de Dash Shaw, donde habló del concepto de dumb line acuñado por David Mazzucchelli, su maestro en la SVA. La línea tonta es una línea de dibujo que ni jerarquiza, ni enfatiza, ni explica. Es la búsqueda de un dibujo que no añade un color emocional al mensaje iconográfico, sino que deja que sea el lector quien negocie directamente con el dibujo su propia respuesta a él.

En cierta manera, no hay línea más tonta que la línea clara con la que David Sánchez describe un mundo tan perfecto que no puede ocultar sus errores. Por ejemplo, en la página 3 vemos una señal de tráfico que indica que se puede adelantar plantada al lado de una línea continua en la carretera. Como lectores, nos toca a nosotros decidir qué interpretación queremos hacer: ¿es una señal que denuncia la condición de constructo de toda la historia, un aviso de que hay un glitch en matrix? ¿O aceptamos la tersa perfección del mundo que estamos visitando y entendemos entonces que el error es de los operarios que pusieron la señal? ¿Tal vez las reglas aquí sean diferentes? Al fin y al cabo, nuestra mirada se pierde en el horizonte desértico sin desenfocarse. Todo está impecablemente nítido.

Dependiendo de cuál sea nuestra respuesta, podremos decidir si en la página que reproduzco a continuación lo que vemos a través de las ventanillas es el paisaje físico por el que se desplaza el tiburón o el paisaje psicólogico del pasajero y el conductor:


¿Que uno de los personajes explique la norma dos, que ordena la sumisión al ejemplo, enmarcado por dos loros, que «son buenos imitadores» y «les resulta fácil reproducir los sonidos de otras aves y animales, incluidos los humanos» es entonces una simple casualidad?


Por supuesto, porque en los tebeos de David Sánchez todo está improvisado, como en cualquier viaje epistemológico real (véase el Vapor de Max o el Grandes preguntas de Anders Nilsen, otras dos obras que tratan sobre lo mismo). Todo son pistas falsas. Ésa es la única verdad, y ésa es la única manera de acercarse a ella.

Recomiendo la lectura de esta excelente entrevista con David Sánchez a cargo de Alberto García Marcos en la web de ¡Caramba!: Bienvenido al nivel uno.

4 comentarios:

Miguel A. Pérez-Gómez dijo...

A mi esas cuatro viñetas evocan a los primeros minutos de Electroma, la película que hicieron los Daft Punk, un ejercicio de estilo y sencillez. Exactamente lo mismo que hace gala David Sánchez en sus obras. http://www.youtube.com/watch?v=EGNlAFtKbgo

Pepo Pérez dijo...

muy buena comparación. Además, así he podido ver la peli (en su día solo pude ver el trailer)... gracias.

max dijo...

Tus últimos comentarios y reseñas sobre tebeos recientes tienen la virtud de apuntar en muchas direcciones distintas y dejar poco o ningún espacio a las certezas: que cada lector siga el hilo que más le atraiga. Las preguntas, nada retóricas, se multiplican en tus textos, las paradojas se acumulan hasta formar montañas, y de fondo se percibe cada vez más kla desconfianza suprema hacia la pesadísima y cargante herencia cultural de occidente: el relato clásico por el que alguien -el héroe- restablece con su sacrificio el equilibrio roto en la comunidad por un agente -externo o interno- perturbador.
La modernidad vino a sembrar la duda y a convertir todo esto en algo puramente personal, un "viaje interior" en el que la comunidad ya no significa apenas nada, y la posmodernidad finalmente se ha ocupado en desmontar totalmente el esquema (aunque muchos no quieran darse aún por enterados). Sin embargo, abolido el esquema, nada lo ha venido a reemplazar. Nos quedan, como dices, los fragmentos, las ruinas de las historias... Nos queda el hipertexto para relacionar retazos de cosas con la secreta esperanza de que algunas cuadren por fin y nos ofrezcan de nuevo la seguridad de un relato lógico. Esperanza inútil, me temo. Das en el clavo cuando dices que todo son pistas falsas, y que esa es la única manera de acercarse a la verdad.
Desde luego, qué jodido está todo!

Santiago García dijo...

Miguel, muchas gracias por el enlace. Más allá de que resultara muy pertinente para el tema de la entrada, a mí me ha venido muy bien para una cosa en la que estoy enfrascado ahora mismo. Ha sido casi clarividente.

Max, hay mucho de lo que dices, sí. Y tampoco es algo que uno pueda elegir, simplemente es el signo de nuestros tiempos. Podemos echar de menos cuando las cosas eran más sencillas y había respuestas claras, pero la inocencia no se recupera nunca. Yo veo en muchas obras de nuestros días el impulso del "quiero creer" del agente Mulder, pero el problema es que ya no creemos en lo que creían nuestros padres y tampoco creemos en engañarnos con nuevos ídolos falsos. Pero no me gustaría estar transmitiendo una sensación de derrota con todo esto. No creo en los declives, la verdad. Creo que todo esto es liberador y que nos da un horizonte más incierto y más interesante sobre el que trabajar, y eso me hace tener ilusión. Lo último que querría hacer es seguir contando la misma historia que me contaron de niño y vivir mi vida como un eco del pasado. Por lo menos, vamos a contarla de otra manera.