El 16 de junio de
1959, George Reeves se quitaba la vida. El actor había sido la imagen de
Superman durante toda la década de los cincuenta, desde que se estrenara la
serie televisiva del Hombre de Acero en 1952. Sin embargo, el Superman que él
representaba –un fortachón simpático que zurraba a ladrones y estafadores-
había muerto un año antes en los tebeos. Con fecha de portada de junio de 1958,
en Action Comics 241, Superman había
entrado en la “Edad de Plata”. Primero fue la Fortaleza de la Soledad, después
vendría la mitología kriptoniana –con la ciudad embotellada de Kandor a la
cabeza-, la kriptonita roja y sus extravagantes transformaciones, los enemigos
estrafalarios como los recuperados Mr. Mxyzptlk y Bizarro, la ampliación de la
superfamilia con Supergirl y Superboy, la proliferación fantástica de la Legión
de Superhéroes… Y, por supuesto, los legendarios imaginary tales y untold
tales que tanto fascinaron a Umberto Eco.
El timonel que guió
al Hombre del Mañana con mano firme en la transición de lo que con Siegel y
Shuster había sido una “fantasía social moderna” a un “cuento de hadas
moderno”, en palabras de Bradford M. Wright, fue el editor Mort Weisinger.
Gerard Jones cuenta que “una vez, después de leer unas páginas de una historia
de Siegel, Weisinger se levantó con el manuscrito en la mano. ‘Tengo que ir al
servicio’, le dijo a Jerry. ‘¿Te importa que utilice tu guión para limpiarme el
culo?’” Pero si Weisinger era un ogro con los autores, Superman, que había sido
uno de los objetivos del doctor Wertham en su cruzada contra el cómic, tenía
que ser el más limpio de los héroes. Probablemente esa fuese una de las razones
que impulsaron a Weisinger a alejar a Superman de la realidad, a proyectarle a
un universo autocontenido de superhazañas imposibles, donde hacerlo más
higiénico y neutro. Pero la fantasía del mundo perfecto de Weisinger resultó
tan imposible como la propia felicidad del atormentado editor. Las “historias
imaginarias” con frecuencia relataban sucesos tremebundos: matrimonios
imposibles que acababan en desastre, sueños truncados, catástrofes cósmicas. El
dramatismo de estas historias era tan intenso que las hacía emocionalmente más reales que las historias verdaderas. El mundo perfecto soñaba
sueños autodestructivos. Las historias imaginarias que se cuentan los
personajes imaginarios son fantasías de una inocencia terrible.
Artículo publicado originalmente en Del tebeo al manga. Una historia de los cómics 5 (2009, Panini), la colección dirigida por Antoni Guiral.
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