martes, 11 de mayo de 2010

¡CARACOLES!

Tenía muchas ganas de pillar este Duelo de caracoles (Sinsentido, 2010) de Pere Joan y Sonia Pulido, y no me ha decepcionado lo más mínimo. Quiero con esto decir que me ha producido una agradable sensación de desconcierto que te dejan las cosas que necesitan tiempo y relecturas para hacerse amigas tuyas. Mientras tanto, flotan libremente por los recovecos de tu cabeza, asomándose por donde menos lo esperas. Que de momento es en alguna loma lejana del horizonte imaginativo de Emanuel Guibert, Rutu Modan y Eddie Campbell, bajando hacia un valle donde habita el -en esta misma semana, al menos- inevitable 1-Hervir un oso de Jonathan Millán y Miguel Noguera. Y antes de que alguien piense que es barbaridad bárbara comparar la aparente cursilería burguesa de este Duelo de caracoles con el humor extraviado y oblicuo de 1-Hervir un oso, aclararé que me refiero a que ambos comparten una manera actual de entender el lenguaje del cómic, una manera que está entre la señalética y la ilustración editorial de prensa, y que, en definitivas cuentas, y esto es lo importante, intenta construir un discurso reflexivo a través de las imágenes, aunque su base sea realmente la palabra.
No se trata de un discurso representativo, sino descriptivo. Es decir, que si en 1-Hervir un oso renuncian directamente a mostrarnos las cosas (del «Gato Rausán» [16], por ejemplo, ofrecen dos posibles apariencias), en Duelo de caracoles no «vemos» el cielo despejado, la brisa agradable y el brillo de la grasa en las mejillas, es decir, todo aquello que constituye el verano como Dios manda, a través de las imágenes, sino que éstas sólo permiten, como si fueran palabras, que lo reconstruyamos, lo imaginemos o, mejor aún, lo reimaginemos.
Es curioso ver cómo Sonia Pulido maneja un lenguaje absolutamente moderno con una estética retro: remite más a los 60 ye-yés que al verdadero pop internacional. Lo cual es como una banalización de lo banal, y podría parecer un desperdicio de un talento inmenso. Pero habrá que verlo. También podemos imaginar que hay una fina ironía debajo de este preciosismo, y suponer un juego en las miradas y los silencios de los comensales, en las pausas y los espacios en blanco, que sólo se percibe en una lectura a la velocidad del caracol, un animal lento incluso en su cocción (tres horas, indica la receta incluida en el volumen). Tal vez tres horas sean las necesarias para sacar de su caparazón de ñoñería obvia este «duelo» y para zamparse de un bocado su sustancia gelatinosa y ambigua, chorreante.
Tal vez.

2 comentarios:

El_Calambre dijo...

Había leído algunos comentarios más o menos con una orientación parecida al tuyo, y juro que me he leído Duelo de Caracoles con ganas de que me gustara.

La realidad es que se me ha quedado el cuerpo un poco jodido. Evidentemente los gustos son diversos y todo eso, pero no sé... Tengo la sensación de que no sé paladear o no soy capaz de disfrutar de toda esa experimentación gráfico literaria o lo que sea. Conste que no lo digo con ironía; lo pienso sinceramente. No es que me esperase una historia al uso -avisado iba- pero me he quedado muy descolocado. Por eso ahora voy contándolo de blog en blog.

Por cierto, que me ha parecido importante la diferencia entre discurso representativo y descriptivo pero no me ha quedado muy claro.

Saludos.

Santiago García dijo...

Calambre, yo también hay tebeos que leo con muchas ganas y luego me decepcionan. Eso nos pasa a todos, y en mi caso no tiene que ver con que los tebeos sean más experimentales o menos. Me gustan de todos, y los juzgo individualmente. No sé, cada uno tiene sus gustos, nadie tiene que sentirse obligado a que le guste nada, creo.

Y bueno, a mí ha habido cosas que me han gustado y otras que no de Duelo de caracoles. No sé, creo que es lo normal, no me parece que sea ningún problema tuyo.