miércoles, 3 de julio de 2013
SUPERJUDÍOS
lunes, 8 de agosto de 2011
LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 3: LOS CRIMINALES SON UNA CALAÑA COBARDE Y SUPERSTICIOSA

(PARTE DEL CAPÍTULO SESENTA AÑOS DE TEBEOS)
LOS CRIMINALES SON UNA CALAÑA COBARDE Y SUPERSTICIOSA
Las primeras y breves historias de Batman que aparecen en Detective Comics están producidas por el equipo Bill Finger-Bob Kane, pero muy pronto empezarían a participar en el proyecto otros profesionales que traerían aportaciones únicas. Detective Comics 31 (septiembre de 1939) además de lucir una soberbia portada que sería homenajeada años más tarde por Neal Adams, ofrece la primera historia que no está escrita por Bill Finger. El guión, escrito por Gardner Fox (1911-1986) presenta múltiples novedades respecto a los relatos de “misterio pintoresco” que había ofrecido previamente Finger. Para empezar, Batman estrena sus guanteletes, además de algunas nuevas armas. Una de ellas, el Batgiro, ha sido hoy abandonada debido a las inevitables modernizaciones que trae el avance tecnológico; la otra, sin embargo, se ha convertido en quizás el instrumento de mano más característico del personaje a lo largo de toda su historia: el Baterang, imitación del bumerang (y posteriormente conocido como Batarang). Otra innovación es producto del intento de dotar al célibe aventurero de una compañía femenina. Julie Madison, aquí presentada, es la primera novia de Bruce Wayne, y desempeña la inevitable función de ejercer de rehén del Monje, segundo villano de la serie. Pero donde más se aprecian las novedades es, sencillamente, en el tono de la historia. Alejado de la acción investigadora más o menos plausible que concebía Finger, e ignorando completamente el término “Detective” del título de la revista, Fox se lanza a un carrusel salvaje de grotescas situaciones sobrenaturales y terroríficas. El relato se desarrolla en París, primero, y en Hungría “tierra de historia y hombres lobo” posteriormente. El Monje es una figura fantástica, encapuchado, cubierto de ropa roja de pies a cabeza, dominador de la hipnosis y rodeado de gorilas gigantes, trampas ocultas, pozos llenos de serpientes. La historia continúa en el número siguiente, donde descubrimos que el Monje es un vampiro-hombre lobo con poderes mentales. En un decorado directamente sacado de las películas de monstruos de la Universal, un Batman temerario y movido por la sed de venganza pone en peligro a su prometida y acaba exterminando a tiros a su enemigo. La intervención de Fox fue rotuda y decisiva para añadir un punto de locura y desfachatez a las aventuras del personaje. En todo caso, la carrera de Gardner Fox, considerado hoy en día unánimemente el guionista más importante de la Edad de Oro, se distinguió siempre por su tendencia a tratar situaciones de fantasía y ciencia ficción. Entre los personajes que creó o co-creó se encuentran Flash, Hawkman, Sandman (el original), Dr. Fate, Zatara, Starman, Adam Strange y un concepto tan decisivo como el del primer grupo de superhéroes de la historia: la Justice Society of America. Sin embargo, tras la intervención de Fox, Finger volvió a tomar las riendas, aunque ya nunca con exclusividad, pues DC manejaría una variedad de guionistas que irían dando su versión del personaje, como es el caso de Ed Hamilton, Don Cameron, Al Schwartz, Otto Binder, John Samachson, Mort Weisinger y otros.
En realidad, no es de extrañar que la editorial no tardara en buscar nuevos guionistas para las aventuras de Batman, porque de la misma manera que Finger pronto demostró un talento único para concebir historias y desarrolló un método de trabajo extremadamente minucioso y rico en detalles, también eran legendarios sus problemas para entregar a tiempo. Finger trabajaba sin ningún tipo de dirección hasta que DC contrató en 1940 a Mort Weisinger (1915-1978) para convertirlo en el primer editor específico de Batman. Weisinger, que en funciones de autor crearía a superhéroes como Aquaman y Flecha Verde, se convertiría en uno de los personajes más míticos de la historia del comic book americano como editor de todas las colecciones de Superman entre 1945 y 1970. Su introducción en el proceso creativo del Hombre Murciélago coincidió con el momento en que Finger empezaría a trabajar directamente para la editorial. Al principio, Finger cobraba de Kane, y sólo pasados unos meses empezó a trabajar oficialmente para DC, con una tarifa de 12 dólares por página. El acuerdo financiero de Kane era de características diferentes, cobrando cantidades mayores a medida que el éxito de Batman aumentaba y no por página entregada, sino por períodos de tiempo. Uno de los rasgos distintivos de los guiones de Finger que con el tiempo pasó a formar parte de la mitología de Gotham City fue el uso de los llamados “giant props”, o “accesorios gigantes”. La Gotham City de Finger era una ciudad llena de relojes, lámparas, máquinas de escribir gigantes y cualquier otro artefacto que pudiera servir para escenificar una persecución con el mayor dramatismo. El guionista explica su método de trabajo: “Empecé a acumular material, un archivo de localizaciones y ocupaciones. Me compraba ejemplares de Popular Science y Popular Mechanics que cubrían todos los temas imaginables. Los recortaba y le daba esos dibujos a Bob Kane junto con la historia. Una vez descubrí un artículo sobre una máquina de escribir gigante que habían utilizado para una exposición y la usé como accesorio en un guión. Así empezaron las historias de “grandes accesorios”. También recopilaba slang, sobre todo jergas profesionales, y lo convertía en parte de mis truquitos para Batman. Batman era un personaje para escribirlo con mucha maña. Tenía mi propio libro de trucos para usar junto con las jergas. Si estaba haciendo una historia ambientada en el ferrocarril, intentaba ofrecer algunos datos sobre el ferrocarril que la gente no conociera y usarlos como pistas o como elementos de la trama.” Describiendo la labor de Finger, Jerry Robinson escribe “Las historias de Bill estaban concienzudamente construidas con acción brillantemente coreografiada, tramas innovadoras con personajes extravagantes y giros sorprendentes a lo O. Henry. Era un guionista visual, uno de los primeros que reconoció el potencial de la narrativa secuencial. Sin embargo, no escribía con facilidad. De hecho, sufría muchísimo con cada historia. Era ingenioso y le encantaban los juegos de palabras, con los que condimentaba el diálogo. Sus aliteraciones, tales como “El Dúo Dinámico”, se convirtieron en parte de nuestro idioma. Lector voraz formado con la ciencia ficción y los clásicos, su inspiración podía llegar igualmente del National Geographic, Popular Mechanics y The Saturday Evening Post o de Dumas, Shakespeare y las citas de Bartlett. Buscando la verosimilitud, a menudo pegaba a sus guiones recortes, fotos, diagramas y otros materiales que había obtenido mientras investigaba la historia.” Dick Sprang corrobora todas las virtudes de Finger: “Creo que nunca llegué a conocer en persona a Bill Finger, pero por supuesto que era mi guionista favorito. Era el mejor. Fue el gran guionista de los primeros tiempos del cómic, para mi gusto. Yo disfrutaba enormemente con sus guiones. Al contrario que muchos guionistas, tenía un sentido de la visualización fantásticamente desarrollado, y escribía sus historias para que pudieran ser ilustradas. Era un genio con los grandes accesorios.” Sin embargo, la demora en escribir los guiones de Finger provocó frecuentes situaciones de tensión cuando las fechas de entrega apretaban, aunque, como ha recalcado Kane varias veces, todo se le perdonaba cuando veían la calidad del material que entregaba.
De la misma manera que Finger no era capaz de soportar el ritmo de producción industrial que exigían los comic books, Kane también tuvo que echar mano de ayudantes a medida que el público exigía cada vez más material de Batman. El primero de todos ellos fue Jerry Robinson (1922), cuya contratación no pudo ser más pintoresca. “Durante el verano de 1939 -cuenta Kane- me estaba tomando un respiro del tablero de dibujo en un hotel de las montañas Catskill cuando conocí a Jerry Robinson, que tenía sólo 17 años. Me llamó la atención porque llevaba una chaqueta decorada con caricaturas hechas a mano por él mismo. Quedé inmediatamente impresionado por su talento y le contraté como mi primer ayudante.” La incorporación de Robinson al equipo creativo de Batman fue, sin duda, algún plan del destino ejecutado a través de un aparente azar, porque Robinson no tardaría en convertirse en uno de los más brillantes dibujantes que ha conocido el comic book. Las atribuciones iniciales de Robinson -fondos, rotulado, entintado- pronto fueron aumentando, y en seguida estaría haciendo portadas y, rápidamente, historias completas a lápiz y tinta, ya desligado de Kane y trabajando directamente para DC. Bob Kane pronto aumentaría el equipo con otro fichaje, George Roussos. Esta vez la contratación fue más convencional. Kane puso un anuncio en el New York Times que llegó a ojos del joven Roussos, cuya experiencia en los comics se reducía a un empleo en el departamento de español del King Features Syndicate, corrigiendo los dibujos y re-rotulando los Imposible pero cierto de Bob Ripley destinados al mercado sudamericano. “Cuando contesté al anuncio de Bob Kane solicitando ayudantes -recuerda Roussos- ya sabía cómo hacer globos, cómo entintar y otras cosas así. Más tarde supe por Jerry Robinson que a ese anuncio habían contestado más de 60 dibujantes, pero a Bob Kane le parecía complicado ponerse a enseñarles cómo trabajar en los cómics. Bill Finger dijo que yo sería ideal para el trabajo “Os lo haría más fácil” les dijo Bill. “No tenéis que enseñarle nada.” La mayoría de los aspirantes eran muy buenos artistas y pintores, y la mayoría eran más competentes que yo, pero no tenían muchos conocimientos de cómo se producían los tebeos. Como yo tenía experiencia, Bob me dio el trabajo. Así es como conocí a Jerry Robinson, que ya llevaba meses trabajando en Batman. Jerry me ayudó mucho y acabamos convirtiéndonos en grandes amigos. Yo empecé el 30 de mayo de 1940 y mi primer trabajo fue una historia con trenes [Batman 2]. Me dieron ese encargo porque sabía dibujar vías. Empecé con un salario semanal de unos 25 dólares, y trabajaba para Jerry. Él hacía las figuras, mientras que yo hacía los fondos y el rotulado y ponía esas lunas enormes.”
El trabajo no sólo estaba dividido en el método, sino también en el espacio. Kane trabajaba en su casa, en el Bronx, mientras que Robinson y Roussos ocupaban una oficina alquilada por Kane en el antiguo edificio del New York Times, en la calle 42. El padre de Kane ejercía de enlace, trasladando las páginas de un lado a otro según atravesaban las distintas fases de producción, aunque cuando las fechas se echaban demasiado encima Kane no tenía más remedio que trasladarse a la oficina, en la cual, según cuenta en su autobiografía, en alguna ocasión hicieron una historia entera de trece páginas, desde el guión hasta el acabado final, en un fin de semana de trabajo continuo. La Edad de Oro está repleta de ese tipo de batallitas, pues la mayoría de los dibujantes eran amigos y se ayudaban unos a otros terminando trabajos imposibles cuando la fecha se presentaba amenazadoramente próxima. Robinson retrata el ambiente de la época al recordar los tiempos en que compartía estudio con dos amigos a los que introdujo en DC, Bernie Klein y Mort Meskin. “El estudio era un punto de encuentro para los colegas -los hermanos Wood (Bob, Dick y Davie), Charles Biro, George Roussos, Jerry Siegel, Joe Shuster, Fred Ray, Irwin Hasen y otros. ¡Las fechas de entrega! Siempre había alguien en el tablero de dibujo o un guionista aporreando un guión en la máquina de escribir. ¡Fines de semana completos sacando adelante guión, lápiz y tinta de una historia de Batman de 13 páginas! Cerveza y dardos eran habituales. Las paredes estaban cubiertas por nuestras portadas favoritas, rescatadas de la destrucción del impresor. (¡Ni se nos pasaba por la cabeza su valor potencial! ¡Qué fortunas fueron abandonadas en las paredes de los estudios cuando nos mudábamos!) Las sesiones nocturnas podían incluir a una docena o más de dibujantes, guionistas y editores, incluyendo a los de DC, Whit Ellsworth, Mort Weisinger y Murray Boltinoff, sentados en el suelo intercambiando sabiduría viñetera. Los bolos eran una de las distracciones más frecuentes. En el descanso del almuerzo en la redacción de DC, Whit solía llevar a la gente a las boleras que había al otro lado de la calle para echar un par de partidas.”
La incorporación de los primeros profesionales ajenos a la pareja original Finger-Kane y el rápido desarrollo de Batman y su entorno, motivado por su fulgurante éxito, hacen que el período 1939-1943 sea extremadamente rico en novedades para el Señor de la Noche.
Durante este período, aparecerán la segunda y la tercera colecciones de DC protagonizadas por el Cruzado Enmascarado. World’s Best Comics 1, tebeo conocido universalmente por el título que llevará más tarde, World’s Finest Comics, se publica en la primavera de 1941. Antes, la cabecera Batman había debutado en la primavera de 1940, con periodicidad trimestral y cuatro historias de nuestros héroes en cada número. Y utilizo el plural porque desde Detective Comics 38 (abril de 1940), Batman contaba con la ayuda de su juvenil compañero, Robin, que en su identidad secreta es el huérfano Dick Grayson, pupilo de Bruce Wayne. Otros personajes secundarios se incorporan a la serie, el más notable de los cuales es sin duda Alfred el mayordomo, que se presenta en Batman 16 (abril-mayo de 1943) en una historia titulada, obviamente, “¡Aquí llega Alfred!” En el apartado romántico, sin embargo, no le irían muy bien las cosas a nuestro justiciero, tan consagrado a la lucha contra el crimen que no encuentra tiempo para las mujeres. Su primera novia, Julie Madison, inicia una carrera de actriz con el nombre de Portia Storme, y pretende que Bruce también ocupe su ociosa vida con algo útil, pero Wayne se ríe y le contesta que lo pasa demasiado bien así. Como consecuencia, Julie-Portia rompe el compromiso (Detective 49, marzo 1941). La segunda chica de Bruce, Linda Page, a la que conocemos en Detective 55 (septiembre 1941) también se harta de la vida vacía e inútil de la clase alta y decide emplear su existencia en ayudar a los desvalidos como enfermera de pobres. Esto tampoco impide que en sucesivas ocasiones sea hecha rehén por los malvados. Pero si Batman se demuestra incapaz (o desinteresado) de mantener una relación romántica estable, sin embargo demuestra un talento natural para hacerse enemigos para toda la vida. Entre 1939 y 1943 traerá el terror sobre Gotham City la que podríamos llamar la “gran reserva” de archivillanos de Batman: el profesor Hugo Strange (Detective 36, febrero 1940), el Joker y Catwoman (ambos en Batman 1, primavera 1940), el Clayface original (Detective 40, junio 1940), el Espantapájaros (World’s Finest 3, otoño de 1941), el Pingüino (Detective 58, diciembre 1941) y Dos Caras (Detective 66, agosto 1942). La relación con las autoridades por fin adquiere visos de oficialidad. Al final de “El pueblo contra Batman” (Batman 7, octubre-noviembre 1941), el comisario Gordon nombra a Batman miembro honorario del Departamento de Policía. “¡Desde ahora en adelante, trabajarás hombro con hombro con la policía!” Para poder hacer efectiva tal colaboración es preciso un medio de comunicación con el enigmático justiciero, y así surge la Batseñal (Detective 60, 1942) que avisa al encapuchado cuando las fuerzas del orden requieren su ayuda. También durante esta época se definen más concretamente los elementos que acabarán siendo el Batmóvil, el Batplano y la Batcueva, aunque estos son resultado de un largo proceso de destilación.
También quedará solventada de manera definitiva en estos años una de las cuestiones más relevantes referidas a la personalidad del protector de Gotham: el origen de Batman. Recordemos que en su presentación no se había hecho ninguna referencia a las motivaciones ni los primeros pasos del Hombre Murciélago. Finger y Kane nos relataron por vez primera el mito fundacional en Detective 33 (noviembre 1939), pero sin detenerse demasiado en los detalles, puesto que sólo le dedicaron una secuencia de dos páginas que precedía a la aventura del mes (“Batman combate contra el Dirigible de la Muerte”) y que describía sucintamente los instantes elementales que, seis décadas después, permanecen respetuosamente inalterados. Y eso que el origen de Batman ha sido recordado tantas veces en los tebeos que los editores tuvieron que acabar imponiendo un veto temporal sobre su aparición en cualquier título. En esta primera versión en doce viñetas, la acción se sitúa “hace unos quince años”, cuando Thomas Wayne, su esposa (sin nombre) y su hijo volvían paseando a casa después de ver una película (no se especifica cuál, aunque ahora la tradición la identifica, apropiadamente, como La marca del Zorro) y eran atracados por un vulgar ratero pistola en ristre y gorra en la cabeza. El ladrón intentaba echarle mano al collar de la señora, y al intervenir Thomas, éste recibía un balazo. “¡Tú te lo has buscado!” exclamaba el delincuente. La esposa empieza a pedir auxilio y el atracador lo solventa con otro tiro “¡Con esto te callarás!” El pequeño Bruce, desecho en lágrimas, contempla los cadáveres de sus padres caídos sobre la acera, y unos días después hace un juramento, arrodillado sobre la cama y con una vela iluminando su cuarto: “Juro por los espíritus de mis padres que vengaré sus muertes pasando el resto de mi vida en guerra contra todos los criminales.” En una viñeta le veíamos convirtiéndose en un maestro de la química, en la siguiente, levantando pesas enormes con un solo y hercúleo brazo, en la tercera, sentado en un sillón delante del fuego de una mansión señorial y musitando “La herencia de papá me ha hecho rico. Estoy listo. Pero antes, necesito un disfraz.” Su soliloquio continuaba en la siguiente escena, con una frase que ya se ha convertido en el lema del personaje: “Los criminales son una calaña superticiosa y cobarde. Así que mi disfraz debe provocar el terror en sus corazones. Debo ser una criatura de la noche, negra, horrible... un... un...” Y es entonces cuando, afortunadamente, un murciélago entra a través de la ventana abierta. “¡Un murciélago! ¡Eso es! Es una señal. ¡Me convertiré en un murciélago!” Tal y como lo recuerda Kane, “Bill y yo colaboramos en el origen. Discutimos varias explicaciones sobre por qué Batman decidía llevar un disfraz de murciélago y convertirse en un vigilante justiciero. Tenía que haberle ocurrido algo y no se nos ocurrió nada peor que el que viera a sus padres tiroteados por un atracador ante sus mismos ojos.”
“El murciélago es una criatura extraña y misteriosa que asusta a todo el mundo, así que parecía natural que Bruce Wayne escogiera un disfraz de murciélago para combatir a los criminales. En The Bat Whispers, una de mis fuentes para crear a Batman, Chester Morris llevaba un impresionante disfraz de murciélago para asustar a los habitantes de una vieja mansión y así poder encontrar el botín del atraco a un banco que estaba allí escondido. El uso por parte de Batman de un disfraz para provocar el terror en sus adversarios era una ampliación de esta idea, sólo que la usaba no con propósitos criminales, sino para reforzar el cumplimiento de la ley. El juramento de Batman de vengar a sus padres convirtiéndose en un justiciero podría estar inspirado por el que hizo el Hombre Enmascarado sobre la calavera del pirata que asesinó a su padre.”
“El origen de Batman también podría haber estado inspirado en el Murciélago de Popular Detective [una novelita popular]. En la vida cotidiana, el Murciélago era un detective privado, Dawson Clade, que había sido acusado falsamente de asesinato y ejecutado en la silla eléctrica. Pero la silla era defectuosa y Clade escapaba, escondiéndose en una cabaña oculta en los bosques para planear su contraataque contra el crimen ahora que estaba oficialmente muerto. Cuando la sombra de un murciélago atrapado aparecía en la pared, Clade tenía una inspiración semejante a la que recibiría Bruce Wayne cinco años más tarde: “¡Eso es! Me llamaré el Murciélago.”
Conoceríamos más detalles sobre aquella funesta noche en otro par de historias de la época clásica. “El origen de Batman” (Batman 47, 1948) explicaba con más detenimiento la misma historia, aunque sin alterar ningún detalle fundamental (en esta ocasión, la madre, ya con el nombre de Martha, moría víctima de un infarto producido por la impresión de ver a su marido acribillado), y nos explicaba qué había sido del asesino de los Wayne, un ratero llamado Joe Chill que ahora se había convertido en un gángster influyente. Obviamente, Batman se esforzaba con todos sus sentidos en llevarlo a prisión, pero el escurridizo Chill eludía ser atrapado con pruebas, así que el Señor de la Noche recurría a un gesto desesperado: ¡desenmascararse ante Chill, acusándole del doble asesinato cometido muchos años antes! Chill, aterrorizado, huía a trompicones y se reunía con su banda, a la que comunicaba “¡Batman acaba de decirme quién es! ¡Se convirtió en Batman porque yo maté a su padre!” Sus encallecidos esbirros, un tanto brutos ellos, entendían pues que la culpa de todos los padecimientos producidos por la némesis enmascarada del crimen era de Chill, y lo acribillaban a balazos antes de que tuviera ocasión de contarle a nadie quién se escondía bajo la máscara del murciélago. En “El primer Batman” (Detective 235, 1956), con dibujos de Sheldon Moldoff, se nos revelaba que aún había más. En realidad, Joe Chill había sido contratado por otro delincuente, el capo Lew Moxon, que había tenido problemas con el padre de Bruce y se lo había quitado de enmedio en venganza porque Thomas Wayne (con un disfraz de murciélago sacado directamente de los bocetos primigenios de Kane, de ahí lo de “el primer Batman”) lo había puesto a la sombra una temporadita. Así pues, el asesinato de los Wayne aún no estaba vengado, detalle que al final de la historia Batman ya habría solucionado con la ayuda de un camión que atropellaba a Moxon al huir aterrorizado de Bruce, quien llevaba el antiguo disfraz de su padre.
Este tipo de refinamientos, en todo caso, en nada alteran los constituyentes elementales del origen: regreso a casa paseando-aparición inesperada de un pistolero-ejecución de los padres-juramento del niño Bruce-adiestramiento a lo largo de los años-señal divina en forma de murciélago que irrumpe a través de la ventana. Las innumerables versiones repetidas a lo largo de los años han variados matices de las circunstacias, habitualmente para acomodarlas a la coyuntura de cada momento, pero jamás la esencia. Combinando una vez más estos cuatro elementos, Frank Miller y David Mazzucchelli darían la versión definitiva del origen del Señor de la Noche en Batman Año Uno (Batman 404-407, 1987).
El origen es uno de los argumentos que dan mayor fuerza y atractivo a Batman, especialmente en contraposición a Superman. En su History of Comics, Jim Steranko escribe: “Temáticamente, eran dos series opuestas. Superman había jurado “dedicar su existencia a ayudar a los necesitados.” La perspectiva de Batman equilibraba la balanza, “Juro por los espíritus de mis padres vengar sus muertes dedicando el resto de mi vida a combatir a todos los criminales.” Mientras que las motivaciones de Superman eran de benevolencia altruista, las de Batman se basaban en la venganza misantrópica. Uno reunía todas las cualidades humanas que puede tener un hombre, mientras que el otro reflejaba la naturaleza implacablemente despiadada de la humanidad. La violencia y el mal se volvían contra sí mismos cuando Batman purgaba el hampa criminal del cómic.” O lo que es lo mismo: “Se podría decir que la venganza convirtió a Bruce Wayne en Batman.”
¿Es entonces este Batman de la primera época el implacable Señor de la Noche, la criatura de las tinieblas que depreda en los delincuentes? La mayoría de los fans más entusiastas de Batman tienden a defender esta imagen como la auténtica, frente a perversiones cómicas y ligeras (y mucho más populares entre el gran público) como la serie de televisión de 1966 y las recientes películas de Joel Schumacher. Pero no está tan claro que esa imagen corresponda a la realidad.
Es obvio que el componente oscuro y misterioso otorga parte de su fascinación a Batman desde el principio, y en ningún sitio resulta tan evidente como en las historias previas a abril de 1939. Pero la aparición de Robin y la estabilización del personaje lo llevarán a un punto de perfección que ya no admite mayores cambios y que erosiona la mística que lo rodea. La versión final de este Batman clásico es la de un hombre muy preparado para enfrentarse al mal, pero un hombre de buen carácter, familiar casi diríamos, con el cual la policía confraterniza. Por ejemplo, en “¡El poli que odiaba a Batman!” (Detective 65, 1942) el comisario Gordon invita al Dúo Dinámico a pasar unas vacaciones con él en unas instalaciones de montaña de la policía, y ellos, por supuesto, aceptan. Las bromas son habituales en mitad de las peleas, y Batman y Robin intercambian chanzas entre sí, o provocan a los delincuentes, en una tradición que llegaría a su máxima expresión durante los años 60 en boca de los superhéroes más populares de Marvel, especialmente Spider-Man. La mayor participación de Robin e incluso Alfred (que viviría sus propias aventuras a partir de Batman 22, abril-mayo de 1944) contribuyen a que el tono desenfadado sea general. En todo caso, Batman no es el ser casi sobrenatural que aparece no se sabe cómo de entre las sombras y detiene a los malhechores. Las cosas le cuestan esfuerzo, a veces se equivoca, y frecuentemente es capturado o herido por los criminales. De hecho, durante su primer año casi es de rigor que sea sometido a una trampa mortal en cada aventura. La aparición de Robin permite que esta aciaga responsabilidad recaiga sobre los hombros del Prodigio Juvenil. El uso que hace Batman de todo tipo de artefactos y herramientas prefijadas Bat en su lucha contra el crimen es exhaustivo, y de hecho se puede considerar uno de los alicientes que ofrece la serie. En cuanto al tipo de casos a los que se enfrentan Batman y Robin, en su gran mayoría se trata de tramas detectivescas con resolución en la última página. Las historias están completamente gobernadas por el argumento, sin apenas ningún desarrollo de personajes, que se mantienen en un estatismo pluscuamperfecto. A menudo, Batman acude al rescate de alguno de su clase, es decir, un rico o un arisócrata que se ve envuelto en una situación complicada a la que normalmente le han llevado unos canallas cuyas motivaciones para llevar una vida delictiva jamás se explican. No escasean las historias de fondo más o menos didáctico que intentan desprestigiar a una de las grandes lacras de la época, el crimen organizado, y convencer a los niños de que son más atractivos la ley y el orden que los gángsters de barrio bien trajeados que conducen coches caros. La guerra no tiene un reflejo excesivo en las andanzas de este joven en edad de ser reclutado y perfectamente sano para pasar el reconocimiento. En Detective 37 (marzo 1940) se las ve con una organización quintacolumnista, aunque no se menciona ni a Alemania ni el conflicto, en el que Estados Unidos aún no participaba. En “El tren de los bonos” (Detective 78, 1943), sin embargo, estamos ya frente a una historia claramente patriótica destinada a hacer propaganda de la compra de bonos de guerra. Con todo, hay que decir que estas menciones son muy esporádicas, sobre todo si las comparamos con lo habitual en muchas otras colecciones de superhéroes, que directamente se habían ido al frente. Pero los nazis y los delincuentes de “a pie” cederían terreno rápidamente ante la riada de dementes deformes y disfrazados con los que se iban a medir Batman y Robin cada vez más frecuentemente. Además de los ya consagrados, muchos otros que no llegaron a cuajar como Baffler o Espadachín, junto a la cada vez mayor abundancia de escenarios con “accesorios gigantes” provocan que las aventuras de Batman y Robin sean progresivamente menos realistas y más pirotécnicas, exigiendo refinamientos verdaderamente asombrosos a los sufridos guionistas. Pingüino y, en menor medida, Catwoman, regresan periódicamente a la serie, pero el Joker se instala en ella y lo raro es haya un mes en el que no salga en alguna de las colecciones. Aunque al principio de los 40 había más manga ancha para la violencia, y tanto Joker como Pingüino eran energúmenos verdaderamente sanguinarios, la adopción del código de censura interno por parte de DC limitó la capacidad destructiva de estos villanos. Eso, unido al desgaste producido por su abuso, hizo que pronto tanto Pingüino como Joker se encontraran embarcados en los más extravagantes planes, verdaderos portentos del mal capaces de concebir maquinaciones tan absurdas como entretenidas para el lector. Batman, rodeado de locos, niños, mayordomos y un comisario de policía que jamás ha detenido a un solo delincuente, se enfrentaba al mundo con seriedad, la mente despierta, el cuerpo ágil y un arsenal repleto de batcachivaches.
lunes, 1 de agosto de 2011
LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 2: ¿SABES CUÁNTO ESTÁ GANANDO EL DIBUJANTE DE SUPERMAN?

(PARTE DEL CAPÍTULO SESENTA AÑOS DE TEBEOS)
¿SABES CUÁNTO ESTÁ GANANDO EL DIBUJANTE DE SUPERMAN?
Aunque ahora cueste imaginarlo, en el mundo de 1939 no había televisión a color, Elvis Presley aún no había traído el rock ‘n’ roll al planeta y las grandes guerras se libraban en los países más ricos de occidente. La radio era la reina del entretenimiento, los ordenadores un sueño de los enfebrecidos escritores de ciencia ficción que llenaban con sus fantasías los pulps baratos y ni siquiera existía la industria del comic book. En Estados Unidos, los tebeos habían nacido y crecido en la prensa, pero fuera de ella aún estaba todo por hacerse.
Lo que hoy llamamos comic book (que no es un “libro de cómics”, sino algo parecido a nuestros tradicionales cuadernillos de tebeos de aventuras, y que representa el formato más barato y popular que ha encontrado este medio en toda su existencia) nació en 1933. Fue en ese año cuando por primera vez se probó un formato más reducido que el tabloide originado en los suplementos dominicales de los periódicos. Los primeros comic books, Funnies on Parade y Famous Funnies, fueron concebidos por el visionario de las viñetas Max C. Gaines como artículos de regalo que acompañaban la compra de ciertos productos (leche, zapatos, etc), y el material que incluían eran reediciones de tiras de prensa famosas como Mutt & Jeff o Joe Palooka. Durante los años siguientes, el comic book iría desarrollando algunos de los rasgos que se iban a identificar como su fisonomía, pero lo cierto es que despegó muy lentamente. A partir del momento en que empezó a venderse en quioscos y con periodicidad mensual, nuevos editores se incorporaron, ofreciendo cada vez mayor número de títulos a los complacidos jovencitos de entreguerras, pero sin demasiado entusiasmo ni creatividad. Aún cuando el formato comic book se confirmó como comercialmente interesante, sus contenidos seguían reduciéndose, en su inmensa mayoría, a tiras de prensa cuyo éxito había sido previamente demostrado por su paso por los periódicos. Podríamos decir que los editores de comic books nacieron conservadores y temerosos de la innovación. Excepto uno de ellos, por supuesto. El mayor Malcolm Wheeler-Nicholson, personaje pintoresco que ha dejado plagadas de leyendas picarescas los años del nacimiento del comic book, fundó en 1935 National Allied Publications, la editorial que con el correr de los años acabaría convirtiéndose en DC Comics. Wheeler-Nicholson y Vince Sullivan, su editor en jefe en los primeros tiempos, publicaban historietas originales en sus títulos, More Fun Comics y New Adventure Comics, pero el material que ofrecían no era de una calidad asombrosa, lo cual no puede sorprender a nadie si tenemos en cuenta que la costumbre de pagar no era para ellos y que cualquier autor con talento y un futuro prometedor siempre preferiría las prestigiosas y bien remuneradas tiras de prensa. En aquellos primitivos y burdos comic books de la National encontraban refugio jovencillos ilusionados pero aún un tanto verdes como Jerry Siegel y Joe Shuster, que concibieron en 1935 (New Fun Comics 6) al Dr. Occult, el primer protosuperhéroe. En 1937, Wheeler-Nicholson se vio obligado a vender la empresa a Harry Donenfield, que continuaría la misma política de ofrecer material original, al tiempo que ampliaba la línea editorial. Ese mismo año National incorporaría Detective Comics, que en su número uno lucía un impresionante primer plano de Fu Manchú y que se esforzaría por ofrecer algo de acción policial en sus páginas.
En esos momentos, el comic book estaba ya establecido como producto y era conocido por el público, pero no se podía decir que fuera precisamente un éxito ni que se le presintiera un futuro prometedor. Por un lado, la mayoría de los editores se conformaban con las reediciones de tiras de prensa. Por otro, los que sacaban historietas nuevas ofrecían una calidad pobre y no habían concebido aún ninguna serie ni personaje que llamara la atención de los lectores. Quizás el negocio del comic book se hubiera asfixiado al cabo de unos años en su propia incompetencia si no hubiera sido por la aparición en junio de 1938 de Action Comics nº 1, el cuarto título de National, en el cual Siegel y Shuster presentaban a Superman.
Evidentemente, la llegada de Superman cambió el panorama, y no es cuestión aquí de analizar todas sus ramificaciones y consecuencias, que alcanzan hasta nuestros días y sobrepasan las fronteras de Estados Unidos y del medio viñetero. Sí se puede decir que, en aquel momento, los editores tardaron en reaccionar (otra cualidad unida a este gremio desde el mismo principio) y los meses siguientes a la explosión de la bomba kriptoniana discurrieron con la misma placidez que si no hubiera ocurrido nada. Cuando por fin recibieron las ondas expansivas del impacto producido entre la chiquillada por el Hombre de Acero ya estábamos en 1939, y había amanecido lo que los historiadores llaman hoy la Edad de Oro del comic book americano. Todo el mundo se puso como loco a buscar personajes que imitaran a Superman, o al menos su éxito. Los editores empezaron a encargar material original a las numerosas “Shops” que lo producían. Estas “Shops” eran más parecidas a talleres que a agencias, y normalmente las gestionaban autores que ya habían conseguido una posición y que contrataban a principiantes con los cuales organizaban una auténtica cadena de montaje que entregaba páginas frescas a las ansiosas editoriales. Normalmente, las “Shops” daban el tebeo completamente terminado a la editorial, que ya sólo tenía que hacerlo llegar al consumidor. Entre las más importantes se encontraban la Iger-Eisner y la de Harry “A” Chesler, que vieron dar sus primeros pasos a muchos de los futuros gigantes del comic book, como el mismo Jack “Rey” Kirby, sin ir más lejos. Desde luego, National (a la cual, para simplificar la lectura, nos referiremos a partir de ahora como DC, aunque esa denominación no la tomaría oficialmente hasta 1977) también decidió copiar su propio éxito, y empezó una desesperada búsqueda de superhombres, que obtendría fruto gracias a un par de recién llegados al mundo de la historieta profesional, Bob Kane y Bill Finger.
Kane (1914) era un neoyorquino que se había criado en el Bronx durante la Depresión, lo cual indudablemente contribuyó a dotarle de una determinación prácticamente obsesiva por salir de la pobreza. Frustrada su vocación de violinista por una lesión producida en una pelea callejera, Kane se concentró en su otra gran afición, el dibujo, que ya le había hecho ganar premios juveniles. En el instituto De Witt Clinton empezó a realizar caricaturas para el periódico escolar, el Clinton News, donde también publicaba un chaval llamado Will Eisner. Ya decidido a hacer carrera artística, del instituto pasó a estudiar un curso de dos años en el Commercial Art Studio, aunque no acabaría el programa, que abandonaría al cabo de un año para proseguir su formación en la Cooper Union y en la Art Students League de Nueva York. Durante este período ya intenta colocar sus primeras historietas profesionales, y conseguiría ser contratado precisamente por Will Eisner, quien viajaba a mayor velocidad que Kane tanto en el mundo del arte como en el mundo de los negocios. En Wow Comics nº 3 (1936, McKay Publishers), que ofrecía tanto reediciones como originales, fue donde Kane vio aparecer su primera serie, Hiram Hick, protagonizada por el típico sheriff paleto que combate el delito en Nueva York. El estilo de Kane era caricaturesco, pues el joven artista se consideraba dotado para el humor, y no se le había pasado por la cabeza que su nombre acabaría siendo universal gracias a una creación eminentemente dramática. Durante los años siguientes, Kane ensayará toda una variedad de nuevas series, ninguna de las cuales tendrá larga vida ni resultará especialmente memorable. En Peter Pupp prueba con la aventura, aunque en clave de comedia, influido por Floyd Gottfredson (Mickey Mouse), y en otros títulos intentará asimilar las influencias de maestros del cómic de aventuras de prensa como Alex Raymond y Milton Caniff (al estilo de Terry y los piratas es Rusty and his Pals, que creará en 1938 para Adventure Comics). Sin embargo, es en el registro caricaturesco en el que se desenvuelve con mayor comodidad, y es en calidad de humorista como empieza a colaborar habitualmente con DC.
Por su parte, Bill Finger (1914-1974) era un vendedor de zapatos que conoció a Kane durante una fiesta en 1938. Finger había sido ávido lector desde la niñez (una afición despertada sin duda por el padecimiento de una escarlatina que le hizo guardar cama), estaba absolutamente loco por La Sombra y Doc Savage y por el cine y tenía una enorme ilusión por escribir sus propias historias y abandonar un empleo que le disgustaba. Curiosamente, Finger también había asistido al instituto De Witt Clinton, aunque allí no llegó a conocer a su nuevo amigo.
Kane y Finger empezaron a colaborar en series como la ya mencionada Rusty and his Pals, y cuando Kane se decidió a probar con los superhéroes, animado por Sullivan (y por los 800 dólares a la semana que estaban ganando Siegel y Shuster, frente a los 35-50 que se sacaba él) se acordó de su compinche Bill. Y es en este momento en el que hay que hacer algunas precisiones con respecto a la paternidad de la criatura.
Todo el crédito de la creación de Batman le ha sido atribuido desde el principio a Bob Kane, y así será hasta el final de los tiempos, debido a que ése es el acuerdo al que llegó con DC. Sin embargo, la impresión que se obtiene revisando todas las versiones conocidas sobre el origen del Señor de la Noche (incluida la que da el mismo Kane en su autobiografía) es que fue resultado de un esfuerzo conjunto, y que habría sido de justicia que durante estas seis décadas, debajo del rótulo que dice “Batman” hubiera aparecido la leyenda “Creado por Bill Finger y Bob Kane”, de la misma manera que junto al nombre de Superman aparecen los de Jerry Siegel y Joe Shuster. El mismo Kane se lamentaba de semejante injusticia quince años después de la muerte de Finger: “Ahora que mi antiguo amigo y colaborador ya no está, debo admitir que Bill nunca recibió la fama y el reconocimiento que merecía. Fue un héroe ignorado. Debido a que llegó a la serie cuando yo ya había creado a Batman, no recibió un pie de autor. Sólo más tarde, en los años setenta, cuando ya no escribía la serie y algunas de sus historias se reeditaban, recibió crédito. A mí nunca se me ocurrió darle un pie de autor y él nunca me lo pidió.” Pero, ¿qué significa exactamente que Bill Finger llegó a la serie cuando Kane ya había creado a Batman? Sigamos paso a paso la invención del personaje.
Animado por las palabras de Sullivan, Kane se puso a buscar en el baúl de las viejas ideas lo que mejor pudiera servirle para crear un nuevo superhéroe. Según confesión propia, sus fuentes de inspiración principales fueron tres: Leonardo da Vinci, El Zorro y una película llamada The Bat Whispers.
La influencia de Da Vinci venía a través de un libro de invenciones del autor renacentista en el que aparecía un ingenio volador llamado “ornitóptero” que fascinó al Kane adolescente. Era el clásico planeador cuyo usuario se arroja desde lo alto de una torre o montaña para aprovechar las corrientes atmosféricas e inevitablemente acaba estrellado. El ornitóptero había inspirado a Kane a realizar algunos bocetillos en los que se reproducía el ala planeadora con un hombre al que se llamaba, dubitativamente, Hawk-Man, Eagle-Man y Bat-Man.
En cuanto a La Marca del Zorro, una película protagonizada por Douglas Fairbanks Sr. en 1920, es una obsesión de Bob Kane desde la infancia. Kane bautizó a su pandilla del barrio los Zorros, y en su intento de concebir un héroe enmascarado con identidad dual, sólo podía imaginar los rasgos de su admirado héroe. Algunas de las características “cedidas” por el Zorro a Batman son: inmensa habilidad acrobática para derrotar a sus enemigos con saltos, puñetazos y filigranas circenses (cortesía del atlético Fairbanks); una identidad dual en la que la personalidad secreta corresponde a un rico (Don Diego en el caso del Zorro) que aparenta pusilanimidad e indiferencia por los problemas de los demás, hasta llegar casi al afeminamiento; la identidad enmascarada, por su parte, viste de negro y no está bien vista por las autoridades (Batman en sus inicios era perseguido por la policía); una cueva secreta que sirve de base de operaciones y un medio de transporte distintivo y con nombre propio (Zorro cabalga sobre Toronado).
La última influencia reconocida por Kane, la película The Bat Whispers (1930) resulta algo más oscura. El film era un remake de una película muda titulada The Bat, y el murciélago en cuestión era el villano de la historia, que llevaba una máscara de quiróptero y que ayudó a concebir el aspecto y la atmósfera del Cruzado de Gotham City. Además, The Bat Whispers proporcionó directamente la famosa Batseñal. También el ambiente de esa película fue una influencia decisiva en Batman, que ya desde el primer momento fue cincelado como un criatura de la noche que se movía entre brumas góticas, lo que también haría que nos acordáramos del Drácula (1931) de Bela Lugosi. Por último, tampoco se puede ignorar el peso de la tradición de la forma de entretenimiento popular que hasta ese momento había imperado, las novelas pulp. Definir a Batman como un cruce entre la Sombra y Doc Savage con unas gotas de Sherlock Holmes no sería demasiado desatinado. El primero es un ser misterioso, envuelto en telas oscuras y partidario de infundir terror en el alma de los criminales. El segundo es el hombre supremo por excelencia, que se ha entrenado para llegar a la máxima perfección física y mental, y que domina todas las disciplinas del saber, desde la química y la ingeniería hasta la filología (eso por no hablar de los numerosos artefactos que utiliza en su batalla contra el mal, como el cinturón utilitario). Pero, por otra parte, podríamos decir que un cruce entre Doc Savage y la Sombra lo era ya El Hombre Enmascarado, The Phantom, el vengador africano concebido para la prensa por Lee Falk y Ray Moore en 1936 y que también es un hombre perfectamente entrenado que instiga un terror supersticioso en sus enemigos y que está embarcado en una misión de venganza familiar llevada a lo universal. En realidad, la cuestión no es tanto si Batman tomó esto o aquello de uno u otro lado como constatar que había una serie de ideas, imágenes y conceptos que flotaban en el aire a finales de los treinta, aluvión inevitable de las ficciones que concibe y consume cada época. La prueba más evidente de lo dicho es la coincidencia de Batman con otro producto que estuvo a punto de dar al traste con la carrera del murciélago antes de que levantara el vuelo. Si Batman debutaría en mayo de 1939, en julio de ese mismo año se estrenaba El Murciélago Negro en Black Book Detective, una de las principales publicaciones de pulp de género policíaco. El Murciélago Negro llevaba una capucha casi idéntica a la de Batman (sin las orejas) y una capa acabada en el característico vuelo semicircular, por no hablar de los guanteletes con “ala de murciélago” que Batman no utilizaría hasta algunos meses más tarde. Los gabinetes jurídicos de Better Publications (editores de Black Book Detective) y de DC se pusieron rápidamente a trabajar en sus respectivas demandas por plagio, pero la confrontación se evitó gracias a la intervención de Whit Ellsworth, que trabajaba como editor en DC y que anteriormente había escrito novelas para Better. Su mediación consiguió que El Murciélago Negro y Batman se ignoraran mutuamente y que ambos pudieran seguir adelante por su propio camino. El del Murciélago Negro, por si alguien siente curiosidad, no careció de éxito. Escrito por G. Wayman Jones, protagonizó 62 novelas hasta su final, en 1953. También se enfrentaba al delito amparado en la noche, y también poseía una identidad secreta, aunque con la particularidad de que en la vida civil era (o así lo creían los demás) ciego, lo que también le convierte en antepasado del justiciero marveliano Daredevil. La amenaza que suponía para la existencia de Batman ese juicio que pudo ocurrir y que no llegó a producirse no debe desdeñarse. En aquellos años de hallazgos continuos, más de un personaje quedó en la cuneta por culpa de que un juez decidió que se parecía demasiado a otro. Precisamente DC hizo trabajar a sus abogados a pleno rendimiento, en casos como el de Wonder Man, una creación del estudio Iger-Eisner para Fox que debutaría en Wonder Comics 1 (mayo 1939) y que fue retirada por su semejanza con Superman. El mismo destino siguió el Capitán Marvel de Fawcett, que no sólo imitaba a Superman, sino que llegó a superarlo en ventas ampliamente, convirtiéndose en el superhéroe más popular de los años 40. Probablemente ese fue el único motivo por el cual el asedio de la demanda presentada por DC en 1941 se mantuvo hasta mediados de los 50, cuando por fin Fawcett dejó de publicar las aventuras de Marvel que, paradójicamente, acabaría siendo adquirido y publicado por DC. Aunque la aparición de Batman había precedido en un par de meses a la del Murciélago Negro, este personaje ya estaba escrito y dibujado antes de que saliera a la venta Detective Comics 27, así que la historia podía haber acabado muy mal (y sobre todo muy pronto) para el Señor de la Noche de no intervenir Ellsworth.
Pero volvamos con nuestros entusiastas y jóvenes dibujantes de comic book, inmersos en pleno brainstorming. Con un boceto bastante elemental y un nombre, Bat-Man, Kane llamó a su colaborador Finger y le pidió que se pasara por casa para ver lo que se le había ocurrido. Entonces es cuando llega la aportación de Finger a un personaje que “ya estaba creado.” Según Finger, Kane “había dibujado un personaje que se parecía mucho a Superman, pero con unas mallas... rojas. Llevaba botas, pero no llevaba guantes, ni guanteletes. Llevaba un antifaz sencillo y se balanceaba en una cuerda. Le sobresalían dos alas rígidas que eran como alas de murciélago. Y debajo había un gran símbolo... Batman. Saqué de la estantería el diccionario Webster con la esperanza de que tuviera un dibujo de un murciélago, cosa que desde luego tenía. Dije “Fíjate en las orejas, ¿por qué no copiamos las orejas?” Sugerí que dibujara algo parecido a una capucha. Experimentó con varias capuchas. Sugerí que bajara la parte de la nariz hasta taparla por completo y para hacerle más misterioso que no se le vieran los ojos.” Otras sugerencias de Finger, corroboradas también por la versión dada por Kane, incluyen sustituir las alas rígidas por una capa, ponerle guantes (que más tarde se convertirían en los guanteletes famosos hoy en día) y cambiar el color del traje a gris, que es más ominoso que el rojo. En cuanto al otro yo del luchador contra el crimen, Kane lo describe como “una co-creación. Yo sugerí la identidad dual del Zorro, y él también había visto El Zorro, así que también le había influido. El rico y petimetre Don Diego, alter ego del Zorro, inspiró la fachada de Bruce Wayne como playboy rico, ocioso y aburrido. La aliteración de nombres -Bruce Wayne, Bob Kane- probablemente fuera una de las razones que hicieron que ése fuera el nombre que se le ocurrió a Bill. Hasta cierto punto, los dibujantes se dibujan a sí mismos o a gente que conocen en sus historietas, así que dibujé a Bruce Wayne a mi imagen, cuando yo era joven y guapo.” Finger, a su vez, aporta algunos datos más precisos sobre el origen del nombre del millonario: “El nombre de Bruce Wayne viene de Robert Bruce, el patriota escocés. Wayne, al ser un playboy, era un aristócrata, así que busqué un nombre que sugiriera colonialismo. Probé con Adams, Hancock... más tarde, me acordé de Mad Anthony Wayne.”
Con el personaje ya claramente definido, sólo era cuestión de realizar la primera historia, que fue escrita por Finger (en una imitación de La Sombra, según sus propias palabras) y dibujada por Kane: “El caso del sindicato químico.” Apareció por vez primera en Detective Comics nº 27 (mayo de 1939). En ese mismo número, Batman ocupaba la portada que, por cierto, recuerda poderosamente a la que más de 20 años después servirá para presentar a Spider-Man en Amazing Fantasy nº 15. En Detective Comics, Batman compartía revista con otros personajes de género más o menos negro, como el detective quebrantahuesos Slam Bradley o el maligno Dr. Fu Manchu, y durante algunos meses sólo apareció en una de cada dos portadas, a pesar de que instantáneamente se convirtió en el favorito de los lectores.
“El caso del sindicato químico” tiene poco que ver con la imagen actual de Batman, y menos aún con la concepción de un tebeo profesional que se tiene hoy en día. Son seis páginas planificadas con una tosquedad extrema, dibujadas burdamente y que ilustran un guión más que elemental. “The Bat-Man”, como se le llama entonces, aparece sin ningún tipo de presentación ni explicación de sus orígenes o motivaciones, aunque podemos deducir que no se trata de su primera aventura, ya que en la primera viñeta, en la que aparecen Bruce Wayne y el comisario Gordon, el diálogo es como sigue:
- ¿Algo emocionante últimamente?
- No, excepto ese tipo al que llaman Bat-Man. Me intriga.
Idea que es confirmada cuando el justiciero aparece por vez primera, en la 2ª viñeta de la 3ª página, pues unos sorprendidos bandidos lo reconocen de inmediato. La historia inscribe directamente a Batman en su larga tradición de participación en casos de misterio detectivesco, tradición probablemente motivada por el título de la revista en la que debuta. Sólo en la última viñeta se revela a los lectores que el aburrido y feble Bruce Wayne es en realidad el poderoso Batman, aunque únicamente un lector de aplastante ingenuidad podría no haberlo supuesto desde el principio. Si bien es cierto que juzgándola con los ojos críticos de hoy en día esta primera historia de Batman es simple de guión y pobre de dibujo, hay que tener en cuenta que Finger y Kane estaban fundando una manera de hacer tebeos que hasta entonces no existía, y que la crudeza argumental y artística es un rasgo compartido por casi todos los superhéroes de los años 40. Comparándolo con el mismo Superman, por ejemplo, Batman contiene muchos más elementos interesantes en cuanto a diseño y escenografía, más elaborados que en las historietas del kryptoniano. Estos pioneros del comic book progresarían muy rápidamente, y se beneficiarían de equipos de ayudantes que en muchas ocasiones traían un talento superior al de los mismos creadores. En el caso concreto de Batman, Bill Finger pronto demostraría ser uno de los primeros guionistas con sentido visual de la historia del cómic, y uno de los más brillantes de la Edad de Oro. En cuanto a Bob Kane, su genio creativo y su capacidad para concebir figuras y ambientes originales estaban por encima de su talento y su competencia desde un punto de vista estrictamente técnico, aunque al cabo de unos meses sus páginas también resultaban notablemente más profesionales.
En estos primeros pasos, Batman no utiliza Batmóvil, sino que se desplaza en un coche rojo. Tampoco tiene a su lado camaradas como Robin, ni su camino se cruza con el de otros héroes, ni acude a la llamada de la Batseñal (entre otras cosas porque la policía le tiene en la lista de los hombres más buscados), ni Alfred atiende la Mansión Wayne, que nunca se identifica como tal, ni hay una Batcueva escondida bajo esa Mansión, y de hecho aún no se ha mudado a Gotham City, porque sus aventuras se desarrollan en “La ciudad”, que a veces recibe el nombre de Nueva York.
Los villanos pintorescos aún están por llegar, al menos los más importantes, los que configurarán su clásica galería de archienemigos, porque en Detective nº 29 (julio 1939) ya aparece el que ha de ser considerado como primer “villano” de Batman: el Doctor Muerte, que ha inventado un polen letal. Para hacernos idea del tono de aquellas historias, basta con observar algunos puntos del argumento: Karl Hellfern, el Doctor Muerte, le tiende una trampa a Batman a través de la sección de contactos del periódico. Bruce Wayne lee el anuncio y acude, en su identidad civil, a recoger la cita a una oficina de correos. Después, se pone el traje de faena y se mete directamente en la boca del lobo. Tras escapar herido de bala de la encerrona, Bruce Wayne se encuentra por la calle con uno de los sicarios del Doctor Muerte (un gigantesco asesino que va vestido de cosaco, sin ningún interés aparente en pasar desapercibido), así que le sigue hasta la guarida del malvado Doctor y pone fin a sus andanzas. El Doctor Muerte, horriblemente desfigurado y con la piel verde, reaparecerá en el número siguiente. A pesar de su tosquedad, en estas historias ya van asomando algunos elementos que pasarán a formar parte de la idiosincrasia del personaje, como el uso de un notable arsenal de recursos, perfectamente archivados en el cinturón utilitario. Claro que en aquellos crueles años no son esos los únicos recursos que se permite utilizar el Señor de la Noche. En Detective 29, tras desarmar a unos matones, los interroga pistola en mano: “¡Ustedes eligen, caballeros! ¡Hablen! ¡O los mataré!” No tiene ocasión de hacerlo ante la intervención de otro esbirro del Doctor, pero ¿quién puede dudar de que habría llevado a efecto su amenaza? Al fin y al cabo, en Detective 30 mata a un hombre de una patada, así como suena: “Se oye un repugnante crujido cuando el cuello del cosaco se rompe bajo la poderosa presión del pie de Batman. SNAP.” Los tebeos de los años 40 eran un mundo duro, y los héroes tenían que ser igual de duros para imponer el orden. Durante algún tiempo, sería fácil ver a Batman con armas de fuego en la mano. En Detective 32 (octubre 1939) elimina a su adversario vampiro disparándole una bala de plata que improvisa a partir de una estatuilla. La pistola o se la procura por arte de magia, o se supone que la lleva encima, cosa que no nos extrañaría teniendo en cuenta que en la portada de Detective 33 (noviembre 1939) luce una hermosa ¡cartuchera! En Batman 1 (primavera 1940), el Señor de la Noche se ve obligado una vez más a emplear grandes remedios, o lo que es lo mismo, la ametralladora que lleva montada en el Batplano, con la cual acribilla a los malos: “¡Aunque detesto tomar vidas humanas, me temo que esta vez es necesario!” Pues me temo que no lo era, amiguito. La seca brutalidad de esta solución irritó a los capitostes de DC, que en aquel momento ya acaparaba el mercado y pretendía proyectar una imagen pura y limpia de empresa de entretenimiento familiar. DC dominaba por completo el panorama, con Batman y Superman, que eran las dos máximas estrellas del creciente mercado del comic book, y con la línea All-American, que aunque aún era propiedad de M. C. Gaines, estaba asociada a DC y contaba (o contaría) con personajes como Flash, Linterna Verde o Wonder Woman, de manera que no les interesaba provocar las iras de los padres o de las asociaciones que velan por la integridad moral de los párvulos. De hecho, la despiadada barrida de ametralladora de Batman coincidió (o provocó, según las fuentes) con la preparación de un código interno de autocensura de DC, en el cual se prohibía la representación de apuñalamientos, ahorcamientos, azotamientos (Batman ya había sufrido alguno de estos), referencias sexuales y, en resumidas cuentas, todo lo que hace que un tebeo sea divertido. De paso, también se prohibía la utilización de la palabra “flick”, que significa algo tan inocente como chasquido, pero que si al rotulista se le va la mano escribiéndolo en mayúsculas puede parecer “fuck”, palabrota por excelencia en inglés. A los rasgos que ya habían demostrado hasta ese momento, los editores añadían ahora el de valentía gallarda en el continuo progreso de la sociedad. Por supuesto, una de las cosas que quedó prohibidísimas por el código fue que un héroe modelo para las juventudes se tomara la justicia por su propia mano. Los editores de DC se mostraron diligentes en la vigilancia de conductas incorrectas. En Batman 4 (invierno 1940), el cruzado enmascarado utiliza una pistola para desarmar a un delincuente disparándole en la mano. En un recuadro en la misma viñeta, aparece el siguiente texto: “Nota del editor: ¡Batman nunca lleva armas ni mata con ellas!” ¡Será ahora!
Los héroes que poblaban los comic books de otros editores no eran tan comedidos. Los años 40, que vieron crecer la fiebre militarista ante la inminente entrada en guerra de Estados Unidos al tiempo que la popularidad de los superhéroes subía como la espuma, son años de justicieros violentos y escenas sanguinarias, de mujeres semidesnudas atadas a potros de tortura y criminales carniceros que siembran la destrucción indiscriminadamente hasta que son reducidos a pulpa por el héroe. Pero ningún personaje (al menos, ninguno de auténtico relieve y verdaderamente perdurable) nace ya perfecto, y esos serían los años en los que se tomarían las decisiones que convertirían a Batman en lo que hoy conocemos.