Álex Romero y López Rubiño acaban de publicar La canción de los gusanos (Norma, 2010), un tebeo que ayuda a seguir dibujando el mapa de la novela gráfica española del momento, un país todavía por descubrir, pero en el que indudablemente cada vez están apareciendo más filones de talento en bruto. Esto es precisamente lo que más me ha llamado la atención de este libro: el talento en bruto de sus autores. La joven novela gráfica española todavía está muy tierna y tambaleante, de modo que no es extraño encontrarnos con obras que todavía están buscando el camino, y eso es algo que sin duda le pasa a ésta. Pero la promesa del talento es la que nos hace adivinar que los autores encontrarán ese camino. Álex Romero escribe muy por encima de la media, y elige hacerlo con un tono deliberadamente teatral y ampuloso que esconde un pozo de sorna en su interior. Quizás el humor esté demasiado enterrado y quizás por momentos la historia peque de excesivamente discursiva, pero aquí hay una voz clara y que sabe expresarse. López Rubiño, por su parte, se muestra como aventajado alumno de las luminarias de la nouvelle bd, con el omnipresente Blain a la cabeza, pero se le aprecia el genio y la originalidad suficientes para ir extendiendo sus alas con mayor envergadura en próximos trabajos.
La canción de los gusanos tiene un fuerte aire francobelga. No es sólo que esté ambientada en la I Guerra Mundial, y eso nos lleva siempre de cabeza a Tardi, sino que en ella se respira un aire más europeo que español. En cierta manera, eso ha hecho que me haya sentido identificado con el libro. Una de las grandes cuestiones a solucionar por nuestra novela gráfica es la de alcanzar una identidad propia. A mí me cuesta conseguirlo, aunque prometo que estamos trabajando en ello. Y otros de nuestros títulos recientes se mueven en ese horizonte internacional, al igual que esta Canción de los gusanos. Me refiero, por ejemplo a El experimento, de Juaco Vizuete, o a Endurance, de Luis Bustos. No es que eso haga peores a las obras mencionadas. Ya he hablado de ellas en el pasado, y he dejado claro cuánto me han gustado. Pero creo que también es importante que reconquistemos nuestra propia cultura. Y hay gente que ya está trabajando el terruño de nuestro propio imaginario: alrededor de ese faro que es El arte de volar de Altarriba y Kim navegan El hijo y Santo Cristo, de Torrecillas y Alba (la segunda con Pablo H.), o Juanjo Sáez y Felipe Almendros, por ejemplo. Todo llegará, supongo, si tenemos la oportunidad de caminar el tiempo suficiente como para hacer camino. De momento, me alegro de que Álex Romero y López Rubiño se apunten a la fiesta. Sospecho que nos van a dar alguna alegría gorda en el futuro.
2 comentarios:
Creo que además de lo que comentas, hay un intento por parte de los autores de realizar una obra densa. Por lo (intencionadamente) afectado del texto, que ya emncionas, pero también por los simbolismos, las referencias, el juego de constante desubicación del lector, con esas transiciones entre lo real y lo que puede ser imaginario, que a su vez remite a lo teatral y crea una nueva capa de significado. Creo que todo esto es muy intencionado por su parte, que quieren hacer un cómic que se tarde en leer, que sugiera dudas, relecturas, volteo de páginas atrás...
Y creo que se nota también que el tebeo ha ido creciendo desde ese par de historias iniciales en el 2 Veces Breve hasta convertirse en una cosa bástante compleja. Y Rubiño va dibujando mejor en cada página, se nota bastante la diferencia entre el principio y el final del libro.
Sí, es un tebeo de crecimiento bastante orgánico. O esa impresión transmite. Yo lo he leído un par de veces, precisamente por eso que dices.
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