martes, 6 de abril de 2010

ÉL

Hace poco hablé aquí de Juanjo Sáez y destaqué que su cualidad principal es el talento. El talento supone saber estar en un sitio, saber situarse y saber contar lo que ve desde ese sitio al público que uno sabe que le está escuchando. El talento lleva a crear una obra tan personal que se confunde con el autor. El público, cuando pide más obra, está pidiendo en realidad más del autor. Es el carisma de Warhol, que alguien quiso comercializar. Y el talento de Juanjo Sáez tal vez se parezca más que a nadie al de Warhol, con su sofisticada sencillez, con su sonrojante obviedad que nos deja desconcertados y sin contestación con el mínimo gesto.
Este nuevo libro de Juanjo Sáez se titula Yo. Otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez (Mondadori, 2010) y no puede tener un título más descaradamente autobiográfico en una época en la que el cómic autobiográfico ha alcanzado las primeras posiciones en la historieta internacional. En un momento determinado, Juanjo defiende la decisión de presentarse directamente ante el público, y rechaza la retórica escapista de la ficción: «Más cobarde es inventarse un personaje y hacerle decir lo que tú no te atreves» (p. 78). Y, sin embargo, a lo largo de todo Yo, yo tengo la sensación de que Juanjo nos está escamoteando su verdadero yo, y que tal vez haya una mayor sinceridad personal en Arròs covat, gracias precisamente a la libertad que da el traje de la ficción. A través de personajes, en efecto, nos revelamos como no nos revelamos directamente.
Porque tengamos en cuenta que éste es el libro de la madurez de Juanjo, el libro en el que por fin el niño prodigio se ha hecho mayor -o al menos nota que se está haciendo mayor- y percibe que tiene que abrir nuevos capítulos en su relato. Sustituir la moda, la noche y las tribus adolescentes por la política, la muerte y los temas «de mayores». Es decir, la crisis. Y en el libro no hay nada de la crisis de Juanjo Sáez, sólo de las reflexiones hechas a posteriori por Juanjo Sáez. Sabemos que algo le ha pasado, pero no lo hemos visto. Sólo le hemos visto cerrar la puerta de casa y salir al descansillo a transmitirnos la sabiduría que ha adquirido a través de esa crisis.
Este tipo de autobiografía sentimental que se expresa a través de aforismos y lecciones vitales de sentido común convierte Yo en una especie de manual de autoayuda para modernos. La división de Juanjo entre su personalidad expresa y su «otra» personalidad le lleva a reproducir los esquemas del análisis transaccional, que facilitan el entendimiento de nuestros propios problemas de personalidad, y con ello, la resolución de los mismos. La autobiografía como ejemplo siempre ha tenido ese valor de ayuda espiritual: nos sentimos reconocidos en otros y aprendemos lecciones para nuestra propia vida, como en una terapia de grupo. Por eso tienen tanto éxito obras como Fun Home, y por eso Juanjo a veces se convierte -probablemente sin desearlo- en una especie de apóstol para la descreída tribu indie. El mensaje se verbaliza muchas veces («La emoción es lo importante», p. 130, es una de las máximas que indefectiblemente siempre van a calar hondo en cualquier lector), pero es aún más explícito cuando aparece representado a través de esquemas gráficos, como en los pasajes de «Fuerza interior», que parecen apropiados para proyectar en grupo como mantra visual jaleado por todos al inicio de una sesión terapéutica colectiva.
Lo malo de una crisis es que no tiene vuelta atrás. Se puede salir de ella, pero no se puede volver a lo que era uno antes de ella. Hay que ir siempre hacia delante. Es lo que le pasó a Eddie Campbell con la autobiografía y con su propio personaje autobiográfico, sumido en una crisis tan enorme que después de El destino del artista se ha entregado de nuevo a la ficción de género. Lo interesante de Yo (entre otras cosas, claro, porque cualquier libro de Juanjo Sáez tiene mucho interés por diversos motivos; en este caso, por ejemplo, sólo la excelente colección de tiras publicadas previamente en diversos medios ya justificaría el volumen) es que nos deja preguntándonos por dónde saldrá el autor de esta crisis, cómo será su próximo paso más allá. La madurez no supone sólo hacerse mayor, también supone un mayor dominio del entorno y de su historia. Es obvio que Juanjo tiene un mayor dominio del medio cómic en este libro que en los anteriores: es más visual, hay menos apoyo en el texto en prosa para explicar las cosas, hay una mejor economía narrativa y un extraordinario equilibrio entre lo gráfico y lo verbal. Qué coño, Juanjo se está convirtiendo en un virtuoso a su pesar, y sabe ahora demasiado como para ser tan espontáneo como en su primer libro. A la espontaneidad se llega por la vía de la ignorancia, y un primer libro sólo se puede publicar una vez.
Quizás por eso entendemos muy bien lo perentorio del último mensaje que nos deja Juanjo el terapeuta antes de cerrar el libro, el lema que parece destinado a reproducirse en camisetas que (nos) hagan más felices a sus portadores: «Déjate llevar».

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