miércoles, 21 de abril de 2010

MEMORIAS DEL ANARQUISMO

No deja de ser curioso (y oportuno) que me haya leído la nueva edición de Gustavo (La Cúpula, 2010), de Max, justo después de releerme a Martí. Tanto Max como Martí son dos de los héroes de la generación más importante de cómic adulto que hemos tenido en España. Sin embargo, aunque Gustavo y Taxista están separados por muy poco tiempo, parecen pertenecer a épocas muy distintas. A finales de los 70, Gustavo vive los estertores del hippismo y la lucha ideológica, mientras que a principios de los 80, Taxista se sitúa más allá de las ideologías, en el páramo del cinismo urbano.
Cuando entrevisté a Max para el U (¡hace ya 13 años!), pasamos un poco por encima de Gustavo. Max no parecía especialmente orgulloso de aquellas páginas, primero porque eran primerizas, y luego porque eran de una violencia desbordante, que ahora se veía fea; y yo tampoco sabía muy bien cómo tomármelo, más allá de la cuestión coyuntural: los primeros pasos, la influencia del underground, el panorama político movidito, etc.
Por eso, tal vez, este reencuentro con Gustavo me ha sorprendido y me ha resultado mucho más gozoso de lo previsto. Es curioso cómo, al cabo de más de una década, cuando uno ya es prácticamente un señor con barriga, se descubre jaleando a un héroe que es un terrorista sin escrúpulos, un tío bastante asqueroso, con una personalidad agresiva y atrabiliaria, sin ilusiones de futuro y, en resumidas cuentas, sin ninguna cualidad redentora. Puede ser porque al cabo de los años uno se ha hartado de tragar mierda, y en un mundo en crisis porque los que tienen la pasta nos la han vuelto a jugar a los pringados, y donde los fachas y sus hijos, que quedaron impunes en la época de Gustavo, juzgan a los jueces que quieren hacer justicia, a veces te dan ganas de salir a la calle y liarte a hostias con algunos, por no decir algo peor. Puede que por eso la violencia de Gustavo -que, dicho sea de paso, tiene siempre un trasfondo de muy mal rollo por debajo de su apariencia «de cómic», es una violencia muy de los setenta, sucia, callejera e irremediable-, me haya producido tanto júbilo. Incluso ganas de hacer un Gustavo moderno, algún cabronazo más cabronazo que los cabronazos que vaya dejando una estela roja con la que consolarnos un poco. El rojo será de tinta, por supuesto.
Aparte de esto -que es, básicamente, un intento de explicar por qué he disfrutado tanto ahora de Las aventuras de Gustavo- no puedo dejar de añadir que el Max de estas páginas, por primerizo que sea, es Max íntegramente, y se nota sobre todo en la velocidad con la que va quemando etapas y el interés que se toma por aprender el oficio de historietista sobre la marcha. Aunque esto es evidente ya en Gustavo contra la actividad del radio, resulta más obvio todavía en El Comecocometrón, donde da la impresión de que Max pierde interés por la historia por momentos y se apasiona cada vez más por descubrir el arte de las viñetas. Hay muchas páginas en esta historia que son de puro tanteo y exhibición de sus poderes como dibujante. De hecho, en cada capítulo parece que quisiera dominar una suerte distinta, como si estuviera completando su propio curso de historietista.
Ese curso incluye lecciones de muchos maestros del pasado. No sólo sus contemporáneos del comix underground americano, como es lógico, sino también de Segar, McManus o Hergé. Y es por eso por lo que la deslumbrante nueva edición de La Cúpula (en la que sólo echo en falta unos créditos completos con un listado donde se detalle la publicación original de cada episodio) revaloriza el material original: porque a veces, en sus gruesas páginas y su tapa dura, tenemos la impresión de estar leyendo a un clásico de los años 20 ó 30, una obra fuera ya del tiempo; y al sacarla del tiempo, al quitarle a Gustavo la vigencia de la inmediatez, esta edición revela en él una vigencia mayor, inalterable, y hace que lo descubramos no como una obra de su momento, sino de cualquier momento.
Espero que La Cúpula siga recuperando materiales del underground español con el mismo acierto que en este caso. Tienen que estar ahí, disponibles para la relectura, pero también para las nuevas lecturas de nuevos lectores y nuevos autores que necesitan conocer estas historias y convertirlas en su historia, en nuestra historia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno algunos tubimos que pasar nuestra juventud en las barricadas y lo de gustavo solo lo entiende el sí que lucho por la democracia , el que vió matar al compañero a su lado,al que le abrieron la cabeza a golpes o al que le dispararon los fascistas. Salud

MUYMUY-NI-TANTAN dijo...

Es tan necesario este material editado como el peso histórico en estas épocas de mala memoria.
Pero además es un lujazo releerlos como lo que son: cómics.


y... Martí, qué grande eres!