La semana pasada me llegó un tebeo que traduje hace unos meses, Gentleman Jim (Astiberri, 2009). Lo único que había leído de Raymond Briggs era Ethel & Ernest, la biografía de sus padres (que tenía bastante olvidada), y su archifamoso Cuando el viento sopla, cuya adaptación animada recuerdo haber ido a ver a la Gran Vía allá por los años 80, cuando todavía nos preguntábamos aterrorizados qué haríamos nosotros en un ataque preventivo de la URSS. Debo reconocer que, a simple vista, el estilo exageradamente naif del dibujo de Briggs, y su aparentemente correspondiente ingenuidad argumental me hicieron levantar un grueso muro de cinismo defensivo. Gentleman Jim lo derritió con una sonrisa y un encogimiento de hombros.
Briggs es uno de esos historietistas que se ha quedado al margen de la historia oficial del cómic, al proceder del mundo de la ilustración infantil y al haberse movido siempre en editoriales y mercados ajenos a los propios de los tebeos. Ahora, en pleno festival de recuperación de antecedentes de la novela gráfica, el mismísimo Seth ha querido reivindicar su figura como un antepasado del moderno movimiento de cómic para adultos. Evidentemente, y por mucho que el pasado lo estemos siempre reescribiendo desde el presente, eso no va a colar. La novela gráfica moderna se ha desarrollado como se ha desarrollado sin la menor influencia de Raymond Briggs. Pero eso es lo de menos. Lo mejor es que ese interés contemporáneo nos permite volver sobre las páginas de este autor y descubrir que, tal vez precisamente porque se mantuvo al margen de las modas viñeteras de su momento, hoy nos resulta vigente por completo.
Gentleman Jim se publicó originalmente en 1980, pero conserva una frescura infantil. Al mismo tiempo, tiene algo de la crueldad de los niños, también. Lo que me desarma de Gentleman Jim es que, aunque parece extremadamente sentimental, en el fondo es extremadamente brutal, y más cuando pensamos que la casi disfuncional pareja protagonista está basada en los padres del autor. La última página es chocante, y más todavía porque uno no se espera un final tan abrupto servido con tan dulce apariencia.
Hay que ser muy artista y muy genial para realizar un trabajo formal tan sutil que parezca constantemente obvio, hasta el punto de adormecernos, hacernos bajar las defensas e invadirnos con emociones ñoñas. Este es el tebeo bonito que hace daño para regalar estas navidades.
1 comentario:
buff, Briggs...
posiblemente mi primer cómic...¡prelector, incluso!.
A Briggs lo conozco desde que tengo uso de razón gracias a un "Papá Noel" maravilloso que tenía mi madre, que aún conservo, y hoy por hoy leo a mi hijo en las fechas de rigor (le gusta tanto como a mí, aún, hoy).
Ver a Briggs, again, en mi librería... me da temblores y humedece mis ojos, inevitable.
ah, creo que es mi primer comentario, ¿no?. Porsi, hola, y qué bien que te lances al blogueo, para quienes seguimos tus artículos en abcd...
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