jueves, 1 de marzo de 2012

JACK KIRBY: AMANTE


Todo el mundo sabe que si Jack Kirby es un mito del cómic norteamericano es gracias a las series y personajes que creó junto a Stan Lee para Marvel durante los años 60. Esos son los tebeos que tantos hemos vivido y amado tan intensamente en nuestra infancia y, finalmente, a lo largo de toda nuestra vida. Pero con el paso de los años el interés por Kirby ha sido creciente y los kirbyófilos, agotados los campos de la Marvel de tanto pasarlos y repasarlos una y otra vez, han ido extendiendo su mirada hacia otros aspectos de una intensísima carrera que abarcó cinco décadas, sólo una de las cuales estuvo dedicada a la legendaria Marvel Age. En este proceso de redescubrimiento de Kirby, el último eslabón que quedaba por completar era el del cómic romántico, un género improbable para alguien a quien recordábamos dibujando a la Cosa, el Capitán América o los Inhumanos. Y sin embargo, es un género unido de forma muy estrecha a su nombre, ya que es un género que inventó prácticamente él solo junto a Joe Simon, su compañero creativo y comercial durante la primera parte de su carrera. Los cómics románticos de Jack Kirby han sido durante décadas un inmenso contorno vacío en el mapa de la historia de este coloso de las viñetas, una incógnita que se conocía pero no se resolvía satisfactoriamente, a pesar de su descomunal tamaño. Y digo esto porque los cómics románticos representaron tal vez el momento de mayor éxito de Kirby en toda su vida, y a ellos consagró por tanto buena parte de su tiempo y sus esfuerzos desde finales de los 40 hasta finales de los 50. Como género, el  romántico fue uno de los más importantes en el cómic norteamericano de mediados del siglo XX, alcanzando una difusión que sobrepasaba las siete cifras mensuales. Para Simon y Kirby fue un éxito especialmente gratificante, ya que su acuerdo con el editor Crestwood Publications (con el que publicaban bajo el sello Prize) les concedía el 50% de los beneficios. Sin embargo, tanto los cómics románticos en general como los de Simon y Kirby en concreto apenas han sido reeditados hasta la actualidad, y los ejemplares de comic books originales también son muy escasos y difíciles de conseguir. La razón probablemente esté en que el mercado del cómic a partir de los años 60 fue claramente ocupado por un público masculino que desarrolló unos hábitos coleccionistas muy fuertes en aquellos materiales que le interesaban, que eran básicamente los de superhéroes, mientras que todo el resto de géneros eran abandonados a su suerte al no generar coleccionismo. Los cómics románticos, de hecho, prácticamente habían desaparecido en los años 70, momento en el que se confirmó de manera definitiva que el mercado del comic book americano era un mercado de un solo género (en este caso habría que decir que en los dos sentidos que tiene la palabra).

Por tanto, es una noticia espléndida que haya aparecido un libro recopilatorio de las historietas románticas de Joe Simon y Jack Kirby. Young Romance. The Best of Simon & Kirby's Romance Comics (Fantagraphics, 2012) es, además de significativo por su contenido, memorable por su calidad de producción. Michel Gagné, el encargado de la edición, ha restaurado las páginas limpiando manchas e impurezas depositadas en ellas por el paso de los años, pero ha intentado respetar en lo posible el tono de los comic books originales, hasta el punto de mantener ciertas salidas de registro en el color (aunque no en la misma medida que en los tebeos de la época, en los que las imprentas llegaban a desviarse muchísimo del contorno de línea). El libro está impreso en un papel de color ligeramente ahuesado que contribuye a darle cierta pátina y evitar ese molesto efecto de flamante que tiene, por ejemplo, el Jack Kirby Omnibus volumen 1 del que hablaba ayer. Esto no son los comic books originales, es obvio, pero de alguna forma los editores han conseguido recrear mediante el objeto una experiencia intimista que parece muy apropiada para el material incluido. Las historietas se complementan con textos históricos y críticos y otros materiales documentales que redondean una presentación impecable.

En cuanto al material en sí, abarca desde Young Romance #2 (1947, y el segundo cómic de este género, tras, obviamente, Young Romance #1, del que no se incluye aquí ninguna muestra) hasta Young Romance #99 (1959), con algunas incursiones en Western Love, Real West Romance y Young Love. En total son 21 historias, siete de ellas pertenecientes a la era post-Code, cuya inclusión considero otro de los grandes aciertos de la edición, al menos para aquellos que estén interesados en el valor histórico de este volumen.

Mi interés por el género romántico en el comic book americano ha sido creciente en los últimos tiempos, y de hecho le dedico unas líneas en La novela gráfica. El interés no es sólo por los cómics en sí, sino por lo que representan, que es un fenómeno casi insólito en la historia del comic book moderno: los románticos y los criminales son los primeros tebeos dedicaos a representar el mundo contemporáneo tal cual, sin fantasía. Es en los primeros en los que se introduce un cierto realismo, a la vez que se añade un componente confesional que, aunque fuera una simple fórmula retórica, aludía a la necesidad de establecer ese contacto con la realidad, a la que también hacían referencia las portadas fotográficas a las que con frecuencia recurrieron ambos géneros. Aunque parezcan antagónicos, el noir y el romance forman una pareja que en un momento concreto estuvo a punto de llevar la historia de la industria del cómic americano hacia un destino muy distinto del que finalmente siguió. No me cabe duda de que, de no haberse frustrado por una serie de circunstancias, hoy en día tal vez no tendríamos a Spiderman ni Iron Man, pero el escenario de la industria del cómic americano probablemente se parecería más a lo que es el del cómic japonés, involucrando a toda la sociedad en una diversidad de cómics de muy amplio registro y alcance, asentados socialmente como lectura general para todos los públicos desde hace décadas.

Pero eso es sólo una especulación, así que no merece la pena detenerse en ella. Ya que hablamos de la realidad, lo mejor es acudir a la realidad de los cómics y ver qué nos muestran. Para Jack Kirby, dibujar estas historietas desprovistas de acción y de grandiosos escenarios debió de ser todo un ejercicio de estilo donde aprendió muchísimo de dibujar realmente, de afrontar problemas aparentemente simples en la narración y la ambientación que no podían resolverse con el impacto seguro de su característica potencia gráfica. He hablado de la relación entre romance y crimen, y el propio Kirby la vivió durante estos años, en que simultanea los cómics de un género con los del otro. Gran parte del material incluido en Young Romance es contemporáneo del que vimos en The Simon and Kirby Library: Crime. Y se nota: la textura y el ritmo son los mismos, aunque yo diría que la calidad general de estas historietas es más consistente que la de las criminales. Por supuesto, que Kirby no pueda explayarse en escenas de acción (salvo en alguna historieta concreta, como «Her Tragic Love», donde el género criminal y el romántico se funden) no significa que no encuentre en algún momento concreto la excusa para desahogar su pasión por lo mitológico y su amor por el Príncipe Valiente de Hal Foster:


Sin embargo, ésta es una página extraordinaria dentro de la recopilación. Por lo general, Kirby se muestra muy apegado a escenarios, personajes y situaciones plausibles. Y eso, en gran medida, es lo que hace aún más interesante para mí estas páginas. Al igual que la pantalla convierte en estrellas a las personas normales fotografiadas por la cámara, los sucesos cotidianos dibujados por el trazo mítico de Kirby pasan de banales a fantásticos. Y el mensaje es entonces aún más enigmático y poderoso: nuestras propias vidas, nuestros propios sinsabores y sentimientos, son la materia de la fantasía. No necesitamos ser príncipes vikingos ni justicieros enmascarados para ser protagonistas de nuestro relato. Éste es el mensaje que, lamentablemente, el cómic industrial americano no llegaría a desarrollar.

Hablo, por supuesto, de un mensaje implícito, de un mensaje que nos transmite una misteriosa cualidad escondida en el trazo mismo, en el dibujo. Si hablamos del mensaje explícito, expreso, tenemos que hablar de otras cosas. El camino del que hablo, ese camino que no llegó a tomarse ni a recorrerse, apenas está aquí esbozado en sus primeros pasos, y este volumen es también testimonio de las limitaciones históricas del cómic norteamericano (a la que no escapan, por cierto, otras tradiciones occidentales contemporáneas). Tomemos el ejemplo de «Fraulein Sweetheart», una historieta de 1948 protagonizada por un soldado norteamericano residente en la Alemania de posguerra que se enamora de una antigua nazi que quiere renunciar a su pasado, pero que se ve implicada en las actividades de un grupo de terroristas nazis resistentes que hablan y se comportan con una retórica propia de Hydra.


¿Era éste el lugar de lo que llamamos cultura de masas en aquel momento? En parte sí, pero no de toda. De 1948 también es Alemania, año cero, la película de Rossellini sobre los vagabundeos de un niño en el Berlín arrasado que se sitúa en las antípodas de este planteamiento estereotipado y sensacionalista. ¿Tiene sentido comparar una cosa con la otra? Tal vez tan sólo para recordar que, cuando los fans febriles nos insisten en que el cómic siempre fue una cosa seria, tenemos que tener en cuenta que su atractivo masivo durante las décadas centrales del siglo estuvo restringido a un público y una función social muy limitadas, y que en absoluto se le permitió salirse de las fronteras del subproducto infantil formulaico. Cuando lo intentó, como fue en el caso de estos cómics románticos y también de los criminales, las instituciones reaccionaron para devolverlo a un nivel de puerilidad aceptable. Y el cómic industrial puso el cuello en el tajo con docilidad, aunque ahora desde algunos ámbitos se quiera reescribir la historia para convertirlo en «subversivo», en un esfuerzo entre cómico y patético.

Hay dos mensajes morales que se repiten constantemente en estas historietas. Uno nos llega hasta nuestros días por su universalidad psicológica: tenemos que dejar el pasado atrás, tenemos que renovarnos y seguir viviendo para el futuro. No son pocas las tramas que giran sobre la necesidad de renunciar a un amor del pasado con el que nos habíamos comprometido siendo más jóvenes para poder alcanzar el verdadero amor maduro en la actualidad. El otro mensaje es mucho más coyuntural: cada cual en su sitio. Por eso tal vez no haya personajes negros ni homosexuales en estos tebeos, ni siquiera antes de la implantación del Comics Code.

Antes comenté que uno de los grandes aciertos del volumen es el de incluir una muestra de historietas post-Code. Son mucho menos interesantes argumentalmente, y también están notablemente peor dibujadas por Kirby, casi con precipitación o desgana, como si su corazón ya no estuviera en aquel trabajo. Así, nos revelan hasta qué punto el Código cercenó no sólo a los cómics de horror y de crimen, que parecían sus objetivos más evidentes, sino incluso a un género en apariencia tan domesticado como el romántico, que a partir de cierto punto no pudo dejar caer ni la sombra del divorcio, la infidelidad o la posibilidad de que los padres y la autoridad salieran retratados de forma desfavorable. Las historietas se vuelven blandas, pierden el fuelle y se disipa la intensidad y la pasión que había animado a las publicadas con anterioridad a la implantación del Código. Tal vez Kirby tuviera que aumentar su producción para hacer frente a la bajada general de ventas y de ingresos de la segunda mitad de los cincuenta, y eso explique la degradación de su dibujo. Al fin y al cabo, el material incluido en este volumen, en los otros dos que he comentado esta semana, y en el de Crime que comenté hace un par de meses es contemporáneo en gran medida.

Aún en su mejor momento, Simon y Kirby tienen dificultades para encajar este nuevo tipo de relato con los viejos modos, y recurren en exceso a la muleta literaria. Uno de los problemas de la brevedad de las historietas (que llegan a las 14 páginas en su máxima extensión) es que obliga a apoyarse demasiado en el texto para ampliar la caracterización o el desarrollo argumental. En una de las viñetas de «The Town and Toni Benson!», se lee el siguiente texto de apoyo:

«Una luz brillante centelleó momentáneamente en las sombras cavernosas de los ojos de mi abuela cuando su mirada reposó sobre Stan... Él entendió que le llamaba y se acercó silenciosamente... Sentí su presencia a mi lado, tensa y a la espera, sin miedo a lo que pudiera salir de aquellos labios exangües...»

Y luego todavía hay otro bocadillo de diálogo... ¡chúpate ésa, Jacobs! Ésta es otra de las camisas de fuerza con las que ha tenido que vivir el cómic industrial durante décadas, y aunque Simon y Kirby hacen verdaderas filigranas con el espacio que tienen a su disposición, se agradece que puedan puntuar ocasionalmente el discurso con alguna viñeta muda, que acaba estallando como una pausa sonora en medio de la sobrecargada narración. Son tan potentes y tan icónicas estas viñetas sin palabras que no es de extrañar que Lichtenstein encontrase buena parte de su inspiración en el género romántico.


En todo caso, incluso en su versión más edulcorada y sensiblera, estas historias hablaban del mundo real en el que vivían sus lectores (lectoras), que si no eran adultos (adultas), indudablemente estaban en vías de serlo, y tocaban fibras que no tocaban las excéntricas historietas infantiles de ciencia-ficción al estilo de las que hemos visto en The Jack Kirby Omnibus. Yo, personalmente, confieso que no puedo elegir entre unas y otras. Para mí, la lectura de «Old Enough to Marry» y de «I Tracked The Nuclear Creature» está en el mismo rango, y disfruto igualmente de todas ellas, porque el toque Kirby me intoxica y las coloca en una dimensión especial, más allá del Bien y del Mal, más allá de la Fuente, una zona que podríamos decir incluso que está más allá de la Zona Negativa y que prefiero llamar la Zona Positiva.

EXTRA: A quien quiera ampliar la lectura, le recomiendo la reseña que escribió Eddie Campbell en The Comics Journal. Campbell hace toda una serie de observaciones de connoisseur sobre la autoría de las historietas (es obvio que no todas están dibujadas por Kirby, al menos por completo), cuestión que yo no he tocado en este post. Campbell también dedicó hace poco una apasionante serie de quince posts al cómic romántico en su propio blog, bajo el título It's just comics.

3 comentarios:

el tio berni dijo...

Ya sé que no es Kirby, pero si te interesa el cómic de romance cincuentero, a lo mejor esto te resulta curioso (si es que no lo conocías ya, claro).

http://blacksuperheroines.blogspot.com/2009/11/negro-romance-comics-1950.html

Pepo Pérez dijo...

Más sobre "Negro Romance" en el blog de Eddie Cambpell

el tio berni dijo...

¿Dónde estaba yo el 1 de noviembre, cuando Campbell publicaba esta entrada? Se me pasó totalmente.