Solo unas breves líneas para dejar constancia, al menos, de cuánto he disfrutado la lectura de Mi organismo en obras (La Cúpula, 2011), de Fermín Solís, la última entrega de las andanzas «seudoautobiográficas» de Martín Mostaza. Solís está espléndido en el dibujo y el color, en los que demuestra una libertad y una naturalidad admirable. Detrás de su aparente sencillez se perciben muchas horas de trabajo y de reflexión, mucho tiempo para absorber una forma de afrontar los tebeos que ya se nota madura y muy personal, saldando su evidente deuda con El pequeño Christian, de Blutch.
Sé que hay lectores a quienes la amabilidad de las historias de Martín Mostaza les parece un defecto. Es cierto que son amables, incluso halagadoras (para el autor y, de forma vicaria, para los lectores que nos identificamos fácilmente con el personaje), pero yo creo que es eso exactamente lo que pretenden, con lo que no me parece razonable criticar una obra por conseguir con éxito su objetivo. De alguna forma, nos hemos convencido todos de que lo desgarrador, lo descarnado y lo cruel contiene una dosis mayor de autenticidad que lo agradable, y hemos olvidado que cada cosa tiene su sitio y su momento. Una colección de atrocidades regada de amargura no es necesariamente más veraz que una de dulces evocaciones. Solís ha elegido un camino y por esa elección lo juzgo; cuando elija el otro, si alguna vez lo hace, veremos qué tal se le da. Yo solo sé que envidio la capacidad para escribir con tanta soltura y para revivir tantos sentimientos que resuenan con un eco inmenso en la caverna de la memoria. De la de Solís y de la nuestra. De la mía, al menos. Pocas veces un tebeo ajeno será capaz de transmitirnos tanta sensación de intimidad.
1 comentario:
Yo solo hablaba de cómics con mi hermano. Hasta que llegó Fermín. Hasta que llegó Tomás. Y crearon Extrebeo y grabaron podcasts y comencé a entrevistarles para... por el gusto, más bien, de oírles hablar. Tengo pendiente Mi organismo en obras, pero caerá, como cayeron otros: a mí también me gusta la amabilidad de este muchacho, la ternura, esa clase de intimidad que, supongo, solo consigue cuando dibuja, porque es tímido. Y por eso quiero que algún día acabe su Medea, porque me intriga saber si le ha buscado alguna clase de redención y, también, por lo que él supone para mí (Fermín es una isla), me gusta ver cómo los demás escriben sobre él y cómo valoran lo que hace.
Tanto rollo para decirte que me ha emocionado tu texto.
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