jueves, 26 de mayo de 2011

LA METAMORFOSIS DE LA ODISEA


Un reencuentro con Jim Starlin treinta años después.

La idea de que una epopeya de fantasía o ciencia-ficción era el vehículo adecuado para expresar un mensaje artístico maduro y personal tuvo éxito en el cómic norteamericano de los años setenta. Durante esa década, numerosos historietistas jóvenes trataron el relato de género no como la explotación de una fórmula convencional, sino como un soporte que permitiera el acceso a una respetabilidad creativa hasta aquel momento reservado únicamente a la literatura y las bellas artes. Sin duda, tuvo mucha importancia para la fortuna de esta corriente el profundo impacto que causó, no sólo en la sociedad en general, sino especialmente en la comunidad de aficionados (el incipiente mundo friki) la película 2001: una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, cuyos psicodélicos efectos tuvieron eco en los cómics y la cultura pop durante mucho tiempo. Nos situamos en una década enmarcada por dos películas que cambiaron significativamente los esquemas mentales de muchos creadores. Por un lado, la mencionada 2001 abre los 70 con el deseo de despegarse de las raíces pulp de la ciencia-ficción y de aspirar a lo épico, a lo sinfónico. Por el otro, La guerra de las galaxias (1977), de George Lucas, cierra ese período devolviendo la ópera a su condición de opereta rock, la epopeya a su estado de folletín por entregas y la fantasía a sus raíces de género de consumo de carácter juvenil. Si los 70 habían sido la década de French Connection, El Padrino o El exorcista, los 80 lo serían de Los cazafantasmas, Regreso al futuro y Terminator.

Es justamente en esta tesitura, en 1980, donde se sitúa Jim Starlin con su Odisea de la metamorfosis.

El cómic ya había experimentado esa búsqueda de nuevos horizontes sin perder las raíces, a través de la fantasía heroica, que había jalonado el camino de la novela gráfica (o la proto-novela gráfica) en Estados Unidos: Blackmark (1971), de Archie Goodwin y Gil Kane, The First Kingdom (1974-1986), de Jack Katz, Bloodstar (1976), de Richard Corben y Cerebus (1977-2004), de Dave Sim, eran hitos que hablaban del deseo de muchos dibujantes de romper las cadenas invisibles del cómic desde dentro.

Jim Starlin había sido quizás el primer historietista con verdadera mentalidad de autor que trabajara en el entorno profesional de las grandes editoriales (en su caso, Marvel), durante esa década. Uno de los pioneros en el desempeño conjunto de las dos labores creativas tradicionalmente separadas en la industria americana, es decir, el guión y el dibujo, se había ganado merecidamente la fama de ser uno de los talentos más destacados de su momento. Había dado su primer toque de atención en una etapa de Captain Marvel, y se había consagrado con otro personaje cósmico de segunda fila, Warlock, a quien convirtió en protagonista de una excepcional saga que rápidamente pasaría a ser considerada «de culto». Starlin fue, en cierta medida, un antecedente de Frank Miller (a quien, por cierto, utiliza de modelo para uno de los personajes del capítulo 3 de La odisea de la metamorfosis), un creador completo con temas recurrentes y una acusada personalidad gráfica y literaria.
Starlin tuvo su gran oportunidad cuando Marvel quiso imitar Heavy Metal (la versión americana de Métal Hurlant, revista francesa de ciencia-ficción y fantasía que renovó el panorama durante los 70), con su propia cabecera de lujo para adultos, Epic Illustrated. Aquí encontró el ambicioso historietista la oportunidad de expresar todo lo que llevaba dentro sin barreras de censura y conservando la propiedad de la obra. Estaba a punto de cumplir los 30, y en ese momento aunaba el hambre necesario para hacer un gran esfuerzo por un gran proyecto y la experiencia suficiente para acometer con garantías un trabajo de envergadura. Ese trabajo fue La odisea de la metamorfosis, que en su mismo título reúne términos característicos de la década precedente. La odisea ya estaba en Kubrick, la metamorfosis ya estaba en el Capitán Marvel y Warlock.

En La odisea de la metamorfosis, Starlin, pletórico en lo gráfico, mostró un nivel al que nunca volvería a acercarse en su carrera, y optó por pintar todas las páginas, acudiendo así a una de las técnicas que simbolizaron la liberación artística en el cómic durante los 70. Pregótico, mostró aún más que en sus tebeos anteriores su morbosa obsesión con la muerte, en una historia que se podría leer como la de un inmenso suicidio colectivo. El desaliento y el tono fúnebre eran propios de un autor que no creía en los verdaderos héroes y para el que los villanos casi siempre éramos nosotros. El conflicto sociedad-estado y ciencia-religión –que serán los ejes de la continuación de la Odisea en Dreadstar- es el telón de fondo. A medio camino entre la tradición europea de la fantasía y la americana de los superhéroes, la Odisea se entreteje con elementos del ciclo artúrico, El Señor de los Anillos, La guerra de las galaxias y el ecologismo hippie. Quizás Starlin pusiera demasiados ingredientes en su caldero, que a veces parece desbordarse, pero del exceso hace virtud: aunque la historia está cerrada y completa, es más potente por lo que sugiere y por lo que no cuenta que por lo que nos enseña. Es su condición alegórica y su forma de fábula la que, al hacerla más pequeña, le posibilita el acceso a la grandeza.

Starlin prolongaría La odisea de la metamorfosis a través de la figura de Vanth. Primero, en The Price presentó a Syzygy Darklock, el que sería el relevo de Aknatón como figura mística y detonante de la acción. Después, en Dreadstar (el álbum de la colección Marvel Graphic Novels) recuperó a su viejo héroe original. Finalmente, la saga desembocaría en una serie de comic books, Dreadstar, que cubriría buena parte de los años 80, en uno tono mucho menos grave que el que había presidido los inicios de la historia.
La odisea había sufrido finalmente su propia metamorfosis, y la relectura de las páginas originales treinta años después nos deja el testimonio de un momento de ilusiones en el que el firmamento del cómic americano se iluminó con un punto incadescente, que bien podría ser el nacimiento de una nueva estrella o la explosión de una vieja galaxia. Y allí estaba Jim Starlin, tomando nota de ello, hechizado y emocionado, hechizándonos y emocionándonos todavía hoy.


Este texto debería de haber aparecido en el tomo de La Odisea de la Metamorfosis que publicó Planeta-DeAgostini recientemente. Por algún problema de última hora finalmente no fue incluido.

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