La primera es la de la nacionalidad de los cómics, que surgió a partir de este post donde reproducíamos los 10 mejores tebeos españoles de 2009 para Manuel Darias. En los comentarios, el tio berni se planteó la pregunta de qué era un verdadero cómic español (¿el que hacen autores españoles, sin más, o el que se produce directamente para el mercado español, y no para el extranjero y luego se traduce aquí, aunque sus autores sean españoles?), yo simplemente dije que era una cuestión complicada, Roger dijo que el cómic era de la nacionalidad de los autores, sin más, y Pepo que había que tener en cuenta para quién se producía la obra, especialmente en los casos de cómic industrial o comercial.
Qué difícil, ¿no?
El tema me interesa, digo, porque es uno de los temas que se tratan precisamente en La novela gráfica, y es más, creo que es uno de los temas fundamentales de la novela gráfica moderna, uno de cuyos ejes es precisamente la internacionalidad. La literatura se ha organizado siempre a través de estudios por lenguas, ya que la propia lengua es la materia de la que está hecha la literatura, pero el componente visual del arte permite que en lo plástico se desborden las barreras nacionales. El cómic, en ese sentido (como en tantos otros), está a medio camino entre una posición y la otra. Para leerlo, es necesario conocer la lengua en que está escrito, pero se puede acceder a él en muchos otros aspectos a través de lo meramente visual. Hergé absorbió a Geo McManus sin leerlo, a través de las ediciones mexicanas de Bringing Up Father, y Frank Miller se empapó de Lobo solitario y su cachorro sin traducir. Eso ha pasado siempre.
Sin embargo, el cómic industrial de toda la vida ha estado tradicionalmente muy dividido por naciones. Aunque ciertos éxitos de las industrias punteras -la norteamericana y la francesa, básicamente- se difundían por toda su esfera de influencia, cada país contaba con su propio ecosistema cerrado, sus propios productos para su propio público con un desarrollo en ocasiones imitativo del de las potencias hegemónicas, pero finalmente siempre autónomo.
La novela gráfica contemporánea se genera, sin embargo, en un horizonte creativo deslocalizado e internacional. El sentimiento de comunidad entre Lewis Trondheim y James Kochalka, por ejemplo, es mayor que entre Trondheim y Van Hamme.
Creo que el ejemplo perfecto del nuevo historietista plenamente internacional es Jason. ¿Podemos decir que hace cómic noruego? Copio un par de líneas de La novela gráfica donde trato este caso:
El fenómeno es crucial para la novela gráfica contemporánea, diría que forma parte esencial de su definición, pero también se ha filtrado al cómic comercial que sigue las estructuras tradicionales. La internacionalización, al fin y al cabo, está cada vez más presente en todos los órdenes de la vida. Ahora bien, creo que no era de esto de lo que se discutía, creo que era de otra cosa. Lo que pasa es que esto es lo que me interesa a mí de la «cuestión nacional».
Porque lo que se debatía estaba aplicado a una pregunta muy concreta que tiene una función muy concreta en un caso muy concreto. La pregunta la hacía el tío berni en relación, muy probablemente, con la encuesta que acababan de realizar entre los lectores de entrecomics para elegir los mejores cómics de 2009. Allí, y cito textualmente, el tío berni se planteaba lo siguiente:
«Otro aspecto que nos ha resultado interesante es el de la percepción del público de la nacionalidad de las obras. Las bases indicaban claramente que para considerar un cómic como nacional y con independencia de la nacionalidad de sus autores, el cómic debía estar producido y publicado por vez primera en España. No importa. También por clamor popular, Ken Games (Francia), El juego de la luna (Francia), La guerra del profesor Bertenev (Francia), La isla sin sonrisa (Francia) o Esther y su mundo (Reino Unido), son obras españolas.»
Frente a este planteamiento, en el lado opuesto se encuentra el de Roger, para el que -y así se dijo en los comentarios, ya que al menos son casos que yo planteé-, Watchmen no es cómic norteamericano, sino británico, porque sus autores son de esa nacionalidad, ni tampoco Ultimate Avengers es estadounidense, sino escocés-español.
Yo, sinceramente, no me lo creo. Como no me creo que los westerns de DC de los 70 o La espada salvaje de Conan sean cómic filipino, por ejemplo.
Como no me creo que Marcos Martín o David Aja estén haciendo cómic español cuando hacen Spiderman o Puño de Hierro, o Munuera cuando dibuja Spirou,por ejemplo.
Pero, por otra parte, siguiendo la lógica del tío berni, nos dejaríamos fuera del «cómic español» Arrugas, el cómic español más importante de los cinco últimos años. Y me refiero, por supuesto, para la industria española. Porque Arrugas ha sido (y sigue siendo) mucho más importante para el cómic español que para el cómic francés.
Llegados a este punto, la discusión parece haber alcanzado ese grado de absurdo en el que todo se queda empantanado y cada cual se repliega a sus posiciones para revisar concienzudamente todas las tonterías que ha dicho el bando enemigo.
Y ése es el mejor momento de darse cuenta de qué estamos discutiendo de verdad.
Y por supuesto, lo que estamos discutiendo, como pasa con demasiada frecuencia cada vez que sale la palabra «nación», es política pura y simple. Política en el peor sentido: intereses privados invadiendo la esfera pública.
Porque está claro que un autor español, trabaje para la editorial de su barrio o para una editorial japonesa, es un autor español. Nadie le va a quitar esa condición, y nadie le va a negar su parte, pequeña, grande o mediana, en la historia del cómic español. Porque la historia del cómic español la hacen todos, los que trabajan aquí y los que trabajan allí, los que se quedan y los que se van, los emigrantes y los que no emigran. Pero de lo que se hablaba no era de la nacionalidad de los autores, sino de las obras. Y las obras de la gran industria internacional -es decir, norteamericana y francobelga- son de algo más que un guionista y un dibujante. Son también de editores, son también de su público y sus canales de distribución, de su mercado, son obras de su institución, en suma. ¿O alguien piensa que existe una demanda de una miniserie de Nova, por ejemplo, fuera del ecosistema ya creado por la industria norteamericana? ¿Alguien piensa que cuando realiza una miniserie de Nova está haciendo algo diferente de un producto de encargo norteamericano? No me gustan mucho las comparaciones inter-especies, pero, ¿alguien duda de que los Gasol y Rudy Fernández juegan baloncesto americano, por mucho que sean españoles, como demuestra el hecho de que participen de la Selección de este país cada verano? ¿Acaso eso les excluye de la historia del baloncesto español? En mi opinión, lo único que hacen es, en todo caso, agrandar esa historia. Como agrandan la historia del cómic español los Carlos Pacheco, Salvador Larroca, Roger Ibáñez, Tirso Cons y demás.
La historia.
No la industria nacional.
Y eso no tiene nada de malo.
Salvo cuando se vienen a repartir premios.
Entonces, todos queremos ser elegibles, por supuesto.
¿Y por qué no? A mí, personalmente, me da lo mismo que las obras producidas por Marvel o Dargaud sean elegibles o no como mejores obras españolas del año. Creo que, en todo caso, es una decisión convencional que debe tomar la institución que otorga el premio. Se establecen unas bases pensando en premiar tal cosa, y por tanto se definen unas condiciones. Se cumplen o no se cumplen, y punto. Ésa, por ejemplo, era la postura de partida de entrecomics: cómic español era el que se producía para España (y presumo que como tal se entendía entonces el cómic hecho por argentinos para editoriales españolas, por ejemplo). Es un planteamiento tan respetable y sensato como cualquier otro. Convencional, como decía. Pero ante la «conciencia general» del público de que las obras producidas para el extranjero también son españolas si las firman autores españoles, entrecomics decide aceptar las mismas. Como entrecomics no es realmente una institución, se puede permitir esa flexibilidad, y me parece bien que tengan la inmensa sensatez de no encastillarse en sus posiciones de partida. Al fin y al cabo, la mejor forma de saber si algo es español es comprobar que todos (la mayoría, el consenso) lo reconocemos como español.
Por supuesto, gran parte de la confusión deriva de la propia debilidad de la industria «nacional», ta permeable a cualquier producto extranjero y tan incapaz de generar su propia dinámica comercial. El problema, en gran medida, es que las condiciones actuales no son comparables a las que se han dado en ningún momento del pasado, y todavía no sabemos cómo comportarnos, tal vez porque no sabemos a dónde vamos.
Me resulta paradójico que, en la España de las autonomías y las nacionalidades históricas, en la España donde lo políticamente correcto es decir «estado español», la única forma de evitar que la gente se enfade sea salir al balcón y gritar: «¡Españoles todos!»
Y recibir el clamor popular.
Me he extendido lamentablemente sobre algo que quería zanjar de la forma más expeditiva posible. Me disculpo, y prometo no volver sobre el tema. Porque sí me interesa mucho lo que significa el fenómeno de internacionalización o nacionalización para la historieta contemporánea. Pero si de lo que vamos a hablar en realidad es de pura y simple política interesada, prefiero que no. Porque en toda mi vida, nunca he visto una discusión de ésas que acabe bien.
[La imagen que ilustra la entrada, por cierto, es de Vacaciones en Budapest, de Yves Chaland].
2 comentarios:
Vaya, bastante de acuerdo con lo que comentas. El problema (si es que es un problema) nace precisamente cuando hay que decidir qué obras son nacionales y por lo tanto elegibles para premios, subvenciones (si las hubiera) o lo que sea. Es decir, de qué manera se establece un criterio que vaya más allá del "pues esto tiene pinta de español". Los ejemplos que has puesto creo que ilustran muy bien que ni considerar la nacionalidad de los autores ni la nacionalidad de los "productores" son criterios válidos en todas las ocasiones, así que a falta de norma mejor, trataremos de usar el sentido común, aunque eso nos lleve a discutir de vez en cuando.
De todas maneras, todo este asunto al final resulta de una ironía tremenda: Un editor español rechaza el proyecto de un autor español porque lo considera inviable y la industria española no lo soportaría. Ese proyecto va a Francia y un editor francés, respaldado por un mercado más potente, lo produce y lo pone en la calle. Y una vez producido, se lo vende al editor español que lo rechazó en primera instancia. Y todos, ese público que el editor español no consideró suficiente para sostener la obra, compramos el tebeo y decimos que sí, que es español, que qué buenos tebeos hacemos los españoles que triunfamos hasta en el extranjero.
Es todo muy raro. Y que conste que no echo la culpa a nadie, a ver si me va a malinterpretar: los editores arriesgan hasta donde pueden, los autores quieren dar salida a su obra y quieren vivir dignamente de ella, los lectores quieren disfrutar de tebeos bien hechos, con ganas, con profesionalidad. Lo que nos tenemos que preguntar es qué hace falta para reforzar el mercado interno para que la "emigración" sea una opción, no una necesidad.
se que obliga a los autores a publicar fuera porque ningún editor español pagaría por publicar su obra, y que sin embargo
Uy, me ha quedado ahí una última línea colgandera. Olvídenla.
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