El homenaje de esta mañana a Juan Antonio Ramírez ha sido como procedía que fuera en su casa: apropiado, cercano y emotivo. Los últimos 25 años de su vida estuvo dando clases en la Autónoma, y por eso gran parte de las intervenciones se han centrado en su labor docente, aunque no se han olvidado otros aspectos de su trayectoria, como su lado de escritor o su entusiasta defensa del derecho de los historiadores del arte, críticos e investigadores a utilizar las imágenes como parte de sus discursos icónico-verbales, que era como él concebía que había que estudiar y explicar el arte.
Precisamente las batallas de Juan Antonio en defensa del derecho de cita han ocupado una parte importante de los discursos que se han oído esta mañana en el salón de actos de la facultad de Filosofía y Letras, un espacio que JAR no llegó a conocer, porque se inauguraba hoy tras su (cósmica) remodelación. Y escuchando a varios de los oradores hablar de cómo Juan Antonio se empeñó en defender ese derecho frente a quienes querían limitarlo (no hay mayor enemigo para la historia del arte en España que la VEGAP, o algo parecido, se ha oído esta mañana), he pensado en cómo eso nos afecta también a nosotros, los que queremos escribir y estudiar la historia del cómic como una parte de la historia del arte. Especialmente a nosotros, diría, que trabajamos sobre un arte que está constituido de forma esencial por una mezcla de texto e imagen y que sólo se puede explicar recurriendo a esas imágenes. Y especialmente a nosotros, también, porque necesitamos más que nadie estudios que no sólo nos hagan comprender y conocer mejor nuestro arte, sino además que lo legitimen de forma inequívoca entre las demás disciplinas, ya tan convenientemente respaldadas desde la academia.
Éste es uno de esos temas que ya no podré hablar con Juan Antonio, y seguro que lo echaré de menos.
Su ausencia, evidentemente, ha pesado sobre todos los que han hablado, pero también su presencia, en intervenciones muy sentidas por parte de todos, los que hablaban y los que escuchábamos. No quería destacar a nadie, porque todos han hablado con el corazón, pero tengo que decir que hemos salido de allí emocionados con el recuerdo de las palabras de Carlos Reyero (véase la tercera foto que ilustra este post), que ha estado inmenso.
A la altura del colega, del amigo, del profesor que habíamos ido a homenajear.
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